Convalecencia
—¡Estoy bien!
Ángel asintió y lo soltó, sin embargo se quedó a un lado de Misha, que caminaba con lentitud en el pasillo de su casa, después de los obligados tres días sin salir de la cama. Era con la intención de sostenerlo o ayudarlo, por más que aquello parecía fastidiar y mucho al recién operado.
Pero no podía alejarse, por más que fuera evidente que Misha lo alucinaba.
El Doctor López ordenó que lo hicieran caminar y Ángel se tomó muy a pecho la labor.
Misha, por dentro, agradecía de corazón las atenciones que todos tenían con él, pero el agradecimiento no podía borrar la incomodidad que la presencia de Ángel le causaba. Le dolía ver que su hospitalario compañero realmente sufría por sus rechazos, pero le ponía los pelos de punta.
***
La cirugía fue exitosa y gracias a la larga relación que tenían Sandra y Luciano con el doctor López, y forzando mucho las cosas, Ángel logró un importante descuento en el pago total y la oportunidad de pagar en especie, es decir, trabajando para el Doctor los fines de semana. Nadie quedó muy contento con el arreglo.
Luciano, que prefería no abusar de la relación con el buen doctor, se ofreció a pagar el tratamiento completo, de muy mala gana.
Incluso ya había sacado la tarjeta Platino, esa que no salía a relucir muy a menudo.
Ángel protestó. Él ya había llegado a un acuerdo con el Doctor y su padre tenía que respetarlo.
Por su parte, el médico guardaba silencio.
Era más fácil que lo decidieran ellos, aunque prefería deslizar la tarjeta y quitarse de problemas.
Sin embargo todo cambió cuando llegaron los padres de Misha. El hombre que se presentó como Michaël Baeva Kuznetsova tenía más de ochenta años y era a todas vistas de origen muy humilde.
Era rubio o se notaba que lo había sido; un poco de cabello blanco coronaba sus sienes y su piel estaba muy quemada por el sol, con manchas de vejez en las mejillas y en las manos, pero su color era casi sonrosado.
Una mujer morena de alrededor de cincuenta y tantos años lo llevaba del brazo, para ayudarlo a no tropezar. Era María Huerta de Baeva, la madre de Misha. La diferencia de edad entre sus padres era muy grande.
La evidente carencia y vulnerabilidad de esas personas tocó el corazón de Luciano, de Sandra y también del Doctor López.
Al escuchar las explicaciones del médico, María objetó. Tanto Michaël como María pidieron, casi con desesperación, que les permitirán llevarse a su hijo, aunque fuera en un taxi, para tratar de ingresarlo en una clínica del gobierno cerca de su casa.
Ángel ni siquiera la dejó terminar de hablar. No era que el muchacho fuera especialmente confrontativo, pero estaban hablando de la vida de Misha y nadie parecía darse cuenta de lo importante que era Misha. No importaba el dinero ni nada más que su vida.
—Señora, el doctor cree que Misha está muy grave como para que sea seguro trasladarlo. Y además, si el hospital al que lo llevan no tiene cupo o no lo atienden pronto, puede ser peligroso, ¿verdad, Doctor?—El galeno asintió—. No se preocupe por el dinero, eso lo resolvemos después, pero por favor, firme ahora para que ya lo operen.
—¡Pero m'ijo! ¿Cómo que lo resolvemos después? ¡Nosotros no somos ricos, vivimos al día! ¿De ónde sacamos pa' pagar esto que va a ser tan caro?
—Señor Baeva, mucho gusto— Luciano extendió la mano y saludó con respeto al anciano—. Soy el Ingeniero Luciano Var. Por favor, permítame ayudar a su hijo en todo lo que necesite.
Después habló el doctor.
—Yo haré la cirugía en cuanto ustedes nos firmen la responsiva. No se preocupe por los honorarios, que tengo muchos años de conocer a la familia Var. Asistí también a la señora Caleti y mi padre también, ambos que en paz descansen. ¡Y para algo soy el dueño del hospital, que caray! Me preocupa lo rápido que empeoró.
Don Michaël no tuvo modo de negarse; agradeció la amabilidad de todos y pidió que le dieran tiempo para pagar. Era evidente que se sentía avergonzado y necesitaba aferrarse a cualquier atisbo de dignidad.
El buen Doctor le dijo que sí para tranquilizarlo, mientras una enfermera acercaba un legajo de documentos y una pluma que entregó a Don Michaël. Era una buena obra, no había necesidad de dar más vueltas al asunto. Así, la operación se realizó a las nueve de esa misma noche.
El vecino que solía llevar a Misha al metro todos los días, fue quien llevó al hospital a sus padres, porque el viejo Michaël no podía caminar bien y también estaba medio ciego. Cuando la operación terminó, Ángel llevó a los padres de Misha a su casa, ya que su vecino no pudo quedarse y regresó a casa muy tarde. Se estaba desviviendo por la familia de Misha, muy preocupado por la salud de su compañero y el bienestar de sus padres.
Tanto Luciano como Sandra dieron por hecho que los chicos eran excelentes amigos. Luciano se sintió orgulloso por el caracter firme y tenaz de su hijo. Y estaban asombrados por sus iniciativas, solo por un amigo. Porque Sandra estaba segura de que entre los muchachos no había nada más que amistad.
Esa noche, en su recamara, con ambos ya acostados, pasó mucho tiempo convenciendo a Luciano de que sus peores temores —el tener que conocer a su primer "yerno"—, eran totalmente infundados.
—Acuérdate cómo daba de comer a su amigo imaginario. El modo en que cuidó de mi mamá cuando falleció. Así es Ángel, tiene un corazón de oro.
Ángel no se atrevió a desmentir esa idea. Casi le daba vergüenza pasar tantos apuros por alguien que era perfectamente capaz de salir de una habitación, si él entraba. O de alejarse del grupo para evitarlo. Llegó a repudiarlo tanto, que el joven de cabello rizado se negó a participar en un trabajo sólo porque él estaba en el equipo. Y no entendía qué era lo que Misha encontraba tan desagradable en él.
De no haber sido por la emergencia médica, jamás hubiera intercambiado ni dos palabras con la única persona con la que soñaba todas las noches. En sus sueños, Misha lo observaba. Le tomaban la mano. Y era fácil verlo sonreír.
***
—¡No, no por favor!—Protestó Misha—. Seguramente mis padres podrán venir. ¡No quiero ser una molestia!
Estaba pálido, su piel era tan blanca que casi parecía traslúcida. Oscuras ojeras le daban el aspecto demacrado a sus mejillas que anunciaba en voz alta "convaleciente", pero el médico dijo que todo salió bien y que necesitaba reposo absoluto en cama.
—El auto en el que vinieron tus padres se averió. Tus padres y los mios están de acuerdo con que te quedes en mi casa..
— ¡No! ¡No quiero!
Ángel se sintió herido. Y harto. Misha era demasiado terco; no aceptaba favores con facilidad. Decidió tirar a matar. Misha no podría despreciarlo más, de todas maneras
—¡A ver! ¡Entiende esto! ¡Tus padres no pueden venir por ti hoy, ni mañana! Yo no te voy a llevar porque necesitas reposo absoluto. Una ambulancia o quedarte aquí los días que necesitas, que al menos son tres de postoperatorio, según el Doctor López, puede ser la solución. Así que piensa, ¿de verdad harás que tus padres gasten en algo tan tonto? ¿Sólo porque crees que soy muy poca cosa para que te dignes a hablarme? ¿Mi casa no te parece suficiente?
—¡Yo no...!
Misha, con los ojos muy abiertos, quiso explicar. Pero Ángel ya no tenía más paciencia. Pasó una noche de perros. Y su padre, que no terminaba de creerse del todo que ellos sólo eran amigos, le había gritado hasta que se cansó. Y para colmo, había comprometido todos sus fines de semana del resto del año para hacer limpieza en el hospital. ¡Y ese asno se burlaba de él!
—¡No me interesa! Va a entrar mi madre a decirte que eres bienvenido a nuestra casa. Vivimos en la esquina. Incluso el traslado no será traumático y te sería bien fácil venir a que te revisen y te quiten los puntos o lo que sea,. Pero si no quieres, ¡a ver si tienes la poca vergüenza de rechazar su ayuda! ¡Cabrón! ¡Y ya verás cómo te las arreglas por que yo me voy!
Misha se quedó callado y avergonzado. Ángel tenía razón en todo, pero no podía evitarlo; su compañero de clase tenía algo que le ponía los vellos de punta.
Y desgraciadamente, estaba seguro de que el muchacho, que por cierto era muy amable, no tenía ni idea del tipo de oscuridad que tenía encima.
***
Cuando Sandra Caleti entró, con el ceño un poco tenso de preocupación, le tomó la mano y le rogó que aceptara su hospitalidad por el bien de todos. Humillado, no pudo negarse.
—¿Cómo podría dejarte desamparado en este momento, si eres tan buen amigo de mi hijo? Su padre no lo sabe, pero antes de que llegáramos ya había pagado con sus ahorros tus placas y ofreció hacer el aseo del hospital para cubrir los honorarios del médico. ¡Tus padres no tendrán que pagar nada!
El chico suspiró; ¡estaba tan comprometido con esa familia!
—Luciano, mi marido, hubiera pagado con mucho gusto, por supuesto. Pero debemos respetar los acuerdos que hizo Ángel. Yo lo prefiero así.
—Pero yo... —Misha hubiera querido explicar que no tenía ni idea qué mosca picó a su hijo, como para hacer todo eso si ni siquiera se dirigieron la palabra una sola vez antes. El maestro Jorge lo iba a llevar a urgencias de cualquier hospital gratuito e iba a llamar a sus padres. No eran necesarias todas las molestias que Ángel se tomó. Pero permaneció en silencio cuando Sandra siguió hablando. Se iba a ver mal y haría quedar mal al otro chico.
—¡De verdad que yo estoy feliz con que todo haya salido bien! ¡Se ve que te quiere mucho! Así que, ¡bienvenido! Lo que necesites, con toda la confianza pídelo. Ángel y yo vamos a cuidarte mucho. Mi marido es un gruñón, pero está totalmente de acuerdo y te recibe con los brazos abiertos. De todos modos, ni lo vas a ver; él trabaja mucho.
Misha se hundió más en la cama, sintiéndose miserable, indigno y desafortunado. Sentía vergüenza por la pobreza de su familia y no sólo era eso. La verdad es que hubiera dado cualquier cosa por no tener que entrar en el hogar de Ángel. Estaba seguro que "eso" que le daba tanto miedo de él, estaba ahí.
***
Una hora después, los camilleros lo dejaron en una habitación enorme, en la que había camas gemelas y un techo demasiado alto.
En una de ellas lo acostaron. Era muy cómoda. El cobertor era un sueño de suavidad y color. Incluso el aroma era irresistible. Olía a nuevo, a limpio y a bonito. Tenía una puerta con un pequeño balcón lleno de macetones con flores.
Apenas salió toda la gente, Ángel tomó asiento en la otra cama.
—Mi habitación está del otro lado de la casa, en esta misma planta. Tienes que salir al pasillo, al final das vuelta a la derecha y al topar con la pared llegas a otro pasillo donde están las recamaras de mis papás y la de mi abuelita. También está la mía.
Es un poco lejos. La casa es muy grande.
Misha no dijo nada.
—Estas habitaciones las alquilaban a estudiantes. Pero a mi papá no le gusta y por eso ya no... Bueno, es medio payaso; ya lo escucharas gritar. O no; por que aquí no se escucha nada de lo que pasa en las otras áreas de la casa.
El muchacho se cubrió hasta el mentón. No siquiera lo miraba.
—Por eso es que los días que estés aquí voy a dormir en esta cama, por si algo se te ofrece durante la noche. Que si te quedas solo, aunque grites no te voy a escuchar.
Misha por fin lo miró y dijo que sí con la cabeza. Estaba paralizado de miedo, aunque Ángel pensó que simplemente no se dignaba a contestarle porque, así le hubiera salvado la vida, le seguía cayendo mal. Un poco deprimido, decidió dejarlo un rato para que pudiera descansar.
Misha hubiera querido ser capaz de hablar. ¡Pedirle, por la Madre Santa del cielo, que no lo dejara solo! Pero Ángel se fue, ocultando lo mejor que pudo cuanto le dolía el rechazo y por eso, fue ciego al terror que había en la mirada de Misha.
Afuera, el bebé de los rizos dorados y los ojos negros de muerte gateaba en el pasillo. Ángel no le dio ninguna importancia ni al bebé ni al frío que sintió de pronto y se fue a su recamara subiendo el cierre de su chamarra.
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