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Ecos del Futuro

Los días en la luna pasaron lentamente, mientras Darius exploraba el terreno y trataba de entender su entorno. La desolación del lugar era aplastante, una vastedad de polvo gris que se extendía hasta donde su visor alcanzaba a ver. Sin embargo, la estructura alienígena que había encontrado era un refugio temporal. Cada paso dentro de esa nave, cada inscripción y cada corredor abandonado, era un recordatorio de que esa civilización, una vez avanzada, ahora no era más que un eco en el silencio.

Finalmente, después de recolectar los pocos suministros que le quedaban de la Xion, Darius decidió que no podía quedarse en la luna. Sabía que cualquier posibilidad de rescate o de descubrir lo que había sucedido durante su largo sueño solo la encontraría en el planeta que dominaba el cielo. No quedaba otro camino.

Con su determinación firme, se dedicó a improvisar un vehículo. Usó partes funcionales de la Xion, incluyendo motores secundarios y sistemas de navegación parcialmente operativos. El resultado era tosco, pero funcional: una especie de deslizador pequeño que podía soportar la entrada a la atmósfera del planeta. Revisó sus armas, ajustó los escudos de su armadura, y se preparó para el descenso. No sabía lo que encontraría allí abajo, pero el instinto de Spartan lo mantenía enfocado en la misión: sobrevivir y adaptarse.

Cuando el vehículo se lanzó hacia el planeta, la atmósfera densa lo recibió con una feroz resistencia. El calor del descenso era intenso, y el deslizador comenzó a temblar bajo la presión. Pero Darius había anticipado estos desafíos. Los sistemas que había adaptado lograron soportar la fricción, y aunque el aterrizaje no fue suave, fue suficiente para evitar una catástrofe. El vehículo se estrelló en un terreno rocoso, entre montañas altas y valles profundos. Los sistemas de su traje amortiguaron el impacto, y al final, había llegado con vida.

Salió del vehículo y, al levantar la vista, el panorama lo dejó sin palabras.

El planeta era vasto, un paisaje de montañas colosales y cañones que se extendían hasta el horizonte. Pero lo más impactante era lo que vio a lo lejos: enormes estructuras en ruinas. Ciudades, gigantescas y majestuosas, ahora cubiertas por una vegetación alienígena que había reclamado cada esquina y cada torre. Las enormes cúpulas que alguna vez coronaron esas metrópolis estaban ahora desmoronadas, y los restos de lo que alguna vez fue una civilización avanzada se esparcían por todo el valle. Era un cementerio de colosos, una tumba de una raza que, siglos atrás, había alcanzado su cúspide tecnológica y ahora yacía en el olvido.

Darius avanzó con cautela, con el rifle listo. Sabía que algo grande había sucedido en este lugar. La evidencia estaba por todas partes: construcciones monumentales, tecnología avanzada en ruinas, y un silencio inquietante que impregnaba el aire. Sin embargo, algo más estaba presente, algo que lo hacía sentir observado.

Mientras cruzaba el terreno, los escáneres de su Mjolnir detectaron lo que no había notado a simple vista. Movimientos, pequeños pero constantes, en los bordes de su radar. A primera vista, las sombras parecían propias del paisaje, de la flora alienígena que se mecía al viento. Pero cuando ajustó los sensores, lo vio claramente: formas, desplazándose con rapidez entre las sombras, observándolo, siguiéndolo desde lejos.

Darius se detuvo, agachándose detrás de una formación rocosa, tratando de obtener una mejor lectura de las criaturas. Eran grandes, mucho más grandes que cualquier ser humano, y se movían con una precisión que le recordaba a las tácticas militares. Esto no era casualidad; lo estaban rastreando. No estaba solo en este planeta.

De repente, una de las figuras emergió de las sombras y, por un breve momento, Darius pudo vislumbrarla. Era una criatura alta, de piel gruesa y oscura, con extremidades largas y musculosas. Sus ojos brillaban con un resplandor azul, y su cuerpo estaba cubierto por una armadura extraña, de diseño alienígena, con inscripciones y símbolos que no reconocía. No era ni Covenant ni Flood, ni ninguna especie con la que hubiera combatido antes.

Darius retrocedió, activando los sistemas de camuflaje de su armadura, ocultándose tras las rocas. La criatura se quedó mirando el lugar donde él había estado segundos antes, claramente buscando algo. La precisión de sus movimientos, la forma en que se coordinaba con otras figuras que se movían en la distancia, indicaba que estos seres no eran meras bestias. Eran soldados.

Darius activó su HUD para recopilar más datos sobre ellos, pero los sistemas seguían fallando en reconocer la biología o tecnología de los nuevos adversarios. Sin embargo, una cosa era clara: estas criaturas lo habían estado observando desde que llegó. Lo más inquietante era el hecho de que parecían estar esperándolo, como si supieran de su llegada mucho antes de que él pisara la superficie del planeta.

Se retiró con sigilo, manteniéndose fuera de su vista, mientras trataba de acercarse a las ruinas de la ciudad. Necesitaba más información sobre este planeta, su civilización extinta y, sobre todo, sobre quiénes eran esos nuevos seres que lo acechaban. Pero, más allá de la preocupación por las criaturas, una pregunta aún más grande surgía en su mente: ¿Qué les había pasado a los habitantes originales de este mundo?

A medida que avanzaba hacia las enormes estructuras, las ruinas se volvieron más complejas. Vió grandes monolitos cubiertos de extraños símbolos que se iluminaban levemente cuando se acercaba a ellos, como si todavía mantuvieran alguna clase de energía latente. Todo parecía gritarle que este mundo, aunque destruido, aún mantenía secretos.

De pronto, sus escáneres detectaron una señal débil, proveniente del interior de una de las estructuras más grandes, como si un nodo de comunicación aún funcionara. Era su oportunidad. Si lograba llegar hasta allí, tal vez podría enviar una señal de socorro o, al menos, obtener alguna clase de respuesta sobre lo que estaba ocurriendo.

Sabía que las criaturas lo seguirían. Sabía que lo estaban cazando. Pero Darius también sabía que los Spartans no se rendían. La única opción era seguir adelante, descifrar el enigma del planeta y enfrentar lo que fuera que lo esperaba en las sombras.

Su misión, su supervivencia, y quizá el destino de lo que quedaba de la galaxia, dependían de ello.

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