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El Arma de los Antiguos
La sala en la que Darius se encontraba parecía haber sido diseñada por una civilización con un conocimiento profundo de las fuerzas que gobernaban el universo. A medida que avanzaba hacia la esfera metálica flotante en el centro de la sala, las inscripciones antiguas en las paredes brillaban tenuemente, como si respondieran a su presencia. Cada paso que daba resonaba en el silencio ominoso que lo rodeaba. Sabía que estaba caminando en terreno sagrado, en la última línea de defensa que los antiguos habían dejado atrás.
La esfera en sí no era simplemente una máquina; parecía estar viva, vibrando con una energía que irradiaba poder. Los anillos que giraban a su alrededor emitían pulsos rítmicos de luz, proyectando sombras en las paredes que parecían danzar al compás de un ritmo invisible. Darius se detuvo frente a ella y observó los complejos mecanismos alienígenas. Sus sensores no podían descifrar por completo la tecnología, pero lo que sabía era suficiente: esta era una fuerza más allá de cualquier arma humana, y el destino de la galaxia dependía de activarla correctamente.
La voz de la inteligencia resonó en su casco, más débil ahora, pero cargada de urgencia.—Esta arma fue diseñada no solo para destruir, sino para purgar. Los Vástagos no son seres que puedan ser eliminados por medios convencionales. Son entidades del Vacío, y esta máquina es capaz de devolverlos a ese estado de inexistencia... pero solo si está en sincronía con el núcleo del planeta. Si no lo haces, la liberación de su poder podría destruir todo a su alrededor, incluyéndote a ti.
Darius examinó la consola central que flotaba ante la esfera. Había controles que no reconocía, inscripciones en un lenguaje que ningún humano podría comprender. Pero su Mjolnir, potenciado por la interfaz de la inteligencia, comenzó a traducir los comandos básicos. Todo dependía de sincronizar la energía del arma con el núcleo que ya había activado previamente.
De repente, un temblor sacudió la sala. Darius miró rápidamente hacia la puerta sellada. Los Vástagos estaban afuera, golpeando la barrera con una fuerza oscura que comenzaba a desmoronar la estructura. Las sombras se filtraban por las grietas, como tentáculos de humo que buscaban devorarlo todo. El tiempo se agotaba.
Con manos firmes, comenzó el proceso de activación. Cada comando que introducía en la consola resonaba en la estructura misma del planeta, como si la maquinaria antigua se estuviera alineando con el latido del núcleo. Los anillos alrededor de la esfera giraban más rápido, y la energía en la sala se intensificaba.
—Está funcionando.—Informó la inteligencia, aunque su voz sonaba apagada.—Pero los Vástagos... están cada vez más cerca. Necesitarás mantener la sincronización hasta que el proceso esté completo.
Darius sintió una presión en el aire, una presencia oscura que penetraba incluso las defensas de su armadura. Los Vástagos no eran simples criaturas; eran la manifestación del Vacío mismo, y su proximidad distorsionaba la realidad. Las luces en la sala comenzaban a parpadear, y el ambiente se volvía frío como el hielo. A través de las paredes, podía oír los susurros de los Vástagos, promesas de desesperación y muerte.
La puerta finalmente cedió, y las sombras comenzaron a entrar en la sala como una marea oscura. Los Vástagos se materializaron lentamente, figuras etéreas que parecían arrastrarse desde las profundidades del abismo. No eran seres físicos, sino entidades puramente compuestas de energía negativa, alimentadas por la oscuridad del cosmos.
Darius no dudó. Desplegó sus armas, aunque sabía que su efectividad sería limitada. Comenzó a disparar, las balas atravesando a las criaturas sin causar daño significativo, pero ralentizando su avance. Su escopeta, aunque inútil en términos de daño, causaba perturbaciones en su forma inestable, dándole solo unos segundos más de tiempo.
—¡La sincronización está al 80%! Mantén tu posición.—Gritó la inteligencia.
Cada segundo parecía una eternidad. Los Vástagos avanzaban, deformando la realidad misma a su paso. Darius sentía cómo el frío invadía su cuerpo, sus escudos fluctuaban, y su visión se nublaba por la creciente presión del Vacío. Sin embargo, no retrocedió. Sabía que este era su deber. Este era el propósito para el que había sido creado.
Finalmente, el proceso de sincronización alcanzó el 100%. La esfera brilló con una intensidad cegadora, y la energía contenida en su núcleo comenzó a expandirse. Los Vástagos, que estaban a punto de alcanzarlo, se detuvieron bruscamente. Por primera vez, las criaturas mostraron signos de desesperación. La luz del arma antigua era para ellos la sentencia final.
Darius, con el último de sus esfuerzos, activó el comando final.
Una explosión de luz blanca pura inundó la sala, extendiéndose en ondas que atravesaron el planeta. Los Vástagos comenzaron a desintegrarse, sus cuerpos deformes disipándose en la nada. Los gritos que emitían eran indescriptibles, como el sonido de almas siendo desterradas al vacío eterno. Uno tras otro, los seres oscuros desaparecían, absorbidos por el poder del arma antigua.
El Spartan cayó de rodillas, sintiendo cómo el poder de la máquina comenzaba a afectar también su propio cuerpo. La energía que irradiaba la esfera era más de lo que su sistema podía manejar. Pero sabía que el sacrificio valdría la pena. Los Vástagos estaban siendo destruidos, y el planeta comenzaba a estabilizarse.
La luz disminuyó lentamente, y el silencio volvió a la sala.
Darius, apenas consciente, miró alrededor. Los Vástagos habían sido purgados. El arma había cumplido su propósito. Pero el Spartan sabía que el precio había sido alto. Mientras su visión se oscurecía, una última comunicación de la inteligencia resonó en su casco:—La galaxia está a salvo, Spartan. Tu sacrificio no será olvidado.
Y con esas palabras, Darius cerró los ojos, sabiendo que había salvado a la humanidad una vez más.
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