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Único

Jimin toma la toalla que cuelga desde una de las paredes de su baño y la envuelve alrededor de su delgada cintura. Gotas perladas recorren su piel por la reciente ducha y el cabello húmedo le cae a los costados de su andrógino rostro.

De pie frente al espejo de su tocador puede detallar con meticulosidad cada una de sus facciones, el color miel de sus ojos y el grosor de sus labios rosáceos. Incluso sonríe al ver el ligero chupetón en su cuello y sus belfos magullados por la actividad reciente con su novio.

—¿Terminaste? —interroga Jungkook desde la puerta, imitando su gesto al detener su mirada en las marcas del cuerpo ajeno.

—Me mordiste —le reclama, señalando su clavícula y hombro donde el color rojizo sería imposible de ocultar.

—Y tú me arañaste. —Rápidamente se da la vuelta para que el más bajo pueda ver su espalda desnuda, llena de líneas rojas e inflamadas—. ¿Por qué solo tú puedes quejarte? Yo también fui agredido.

Ríen, cada uno recargándose en la superficie más cercana. Jimin acaricia el borde de mármol del lavabo mientras Jeon deja caer el peso de su cuerpo sobre el marco de la puerta.

—He terminado, por si vas a bañarte. —Sus manos se dirigen al secador de pelo y lo conecta para comenzar a utilizarlo.

—Sí, precisamente a eso venía. —Él mismo entra tras la cortina, no sin antes terminar de desnudarse, y abre la llave de la regadera.

El sonido del agua cayendo se mezcla con el bullicio del aire tibio que sale del secador, volviendo sus palabras bajas en gritos moderados.

—¿Qué llevarás puesto?

—Creo que ir todo de negro es lo mejor, será más apropiado.

—¿Ropa de cuero o tela?

—¿Queremos vernos bien o sentirnos cómodos?

Ambos se quedan en silencio para después de unos segundos hablar simultáneamente:

—Cómodos.

Jungkook comienza a enjuagar su cabello casi al mismo tiempo en que Jimin apaga el secador.

—Kook, ¿quieres que escoja tu ropa? —cuestiona asomándose ligeramente por un lado de la cortina de baño.

El alto azabache sonríe coquetamente y asiente, cerrando la llave del agua.

—Decide por mí, salgo en un segundo.

La vestimenta de ambos es muy similar; pantalones oscuros casi idénticos, una sudadera negra para Jungkook y chaqueta de cuero para Jimin, botas grandes del mismo color y una mochila pequeña con cosas meramente necesarias.

—¿Sabes si los demás irán también? —Jimin pregunta mientras le acomoda la ropa, robándole un beso casto al terminar.

—Taehyung y Hoseok planearon una cita con anterioridad, así que no irán. Yoongi tiene mucho trabajo en la empresa y tanto Namjoon como SeokJin están de viaje, querían celebrar su aniversario en Tokio. —Su voz es casi monótona mientras enumera con sus dedos a las personas más cercanas de su circulo social.

—¿Por qué diablos todos sus aniversarios son a finales de octubre?

—Halloween es una gran época. —El movimiento de sus cejas hacen reír a Jimin, quien niega poco después.

—Pero no para regalar corazones y chocolates. —Toma las llaves y da la mochila a su pareja—. Eso deberías dejarlo para meses como San Valentín, cuando sientes la calidez de la época y hay rosas por montones.

Jungkook le da la razón en silencio.

Sus manos se unen en cuanto salen del departamento, cierran con cuidado y bajan por el elevador al primer piso de su edificio.

La noche es hermosamente oscura, con una luna y estrellas casi imperceptibles por la cantidad de luces en la ciudad.

En el estacionamiento los espera una moto que pocas veces ocupan, su color azul rey contrasta ligeramente con sus vestimentas y ellos se montan en ella sin dudarlo, tomando rumbo a un pueblo vecino.

En realidad, podrían disfrutar de ese día en particular en cualquier lugar cercano, algún parque o feria de las muchas que se promocionaban por la zona. Sin embargo, habían planeado esa salida con mucho tiempo de anticipación y dedicación, querían apreciar con sus propios ojos aquellos juegos y “La casa del horror” que tanto se rumoreaba. 

El camino de casi cuarenta y cinco minutos por una carretera poco transitada a esa hora de la noche pasa desapercibido. El frío se filtra entre sus ropas por la velocidad, mas Jimin puede sentir la calidez del cuerpo ajeno frente a él, sus brazos rodeando la estrecha cintura de su pareja le permite percibir el olor fragante y masculino.

Al llegar, la adrenalina ya comienza a correr por sus venas y el vapor que escapa de sus bocas los hace sonreír.

Frente a ellos hay un parque amplio y varios juegos mecánicos. Muchos chicos revientan globos atados a la pared como prueba de puntería, golpean muñecos con mazos de juguete y disparan con pistolas de agua. Hay puestos de comida, de dulces y golosinas ácidas. Maniquíes y payasos aterradores que ofrecen pintarlos para la ocasión.

Jungkook apaga el motor de la motocicleta cerca de un árbol de follaje basto y mete las llaves en la mochila por miedo a perderlas. Luego, vuelven a tomarse de las manos, recorriendo a paso lento cada rincón del viejo parque.

A simple vista no pueden reconocer a nadie y dudan mucho de que alguien pueda conocerlos también.

—¡Un payaso!

Jimin grita de la impresión, sujetando instintivamente a su pareja del brazo. Jungkook ríe ligeramente a su lado y pasa su brazo por sobre los hombros ajenos, proporcionando confianza y seguridad.

—Amor, es un mimo.

En efecto, el hombre frente a ellos no habla y su maquillaje de dos colores deja en claro su personaje.

Jimin le sonríe —hace una mueca— que el hombre toma a pesar de su exagerado gesto de indignación.

—A los mimos no les gusta que los confundan. —Aclara Jungkook, asintiendo cuando el hombre les ofrece maquillarlos en medio de señas y gestos desmedidos.

Ambos se sientan sobre bancos de madera y esperan a que otra señorita se acerque a pintarles el rostro. Algunos minutos después Park Jimin es un aterrador payaso y Jeon Jungkook un mimo mucho más espeluznante.

Con el paso de las horas van probando todo lo que ofrece el parque, desde la comida hasta sus juegos, y para cuando pasa de la media noche ellos están por entrar al área que los motivó a llegar en primer lugar: “La casa del horror”.

La temperatura también bajó gradualmente y Jungkook puede darse cuenta cuando su novio comienza a tallar sus manos una contra la otra.

—Ven aquí, cariño —lo llama suavemente, a pocas personas de que sea su turno de entrar. En realidad, ellos son casi los últimos.

—¿Qué pasa? —Jimin puede verlo abrir la mochila y sacar de ella un par de guantes oscuros, afelpados y suaves—. ¿No los ocuparás?

Jungkook no hace caso de inmediato y le toma las manos para cubrirlas con delicadeza.

—No te preocupes, traigo otros. —Contrario a los suyos, el par de guantes que envuelven sus dedos son de cuero negro, algo rígidos pero fáciles de manejar.

Park lo besa casto y pasan al interior, sonriendo al hombre que les permitió entrar no sin antes mostrarle rápidamente el contenido de su mochila como método de seguridad.

Jimin está emocionado, el ambiente tenso y la poca luz le erizan los vellos de la piel. Jungkook toma su mano y la aprieta con una sonrisa de satisfacción en el rostro.

El lugar tiene pasillos por todas partes, con luces parpadeantes y relojes con un botón en la parte inferior como otro método de seguridad.

Se encuentra bien diseñado, admite Jeon. El horario de cierre es cerca de las tres de la mañana y para eso están los relojes, una manera sutil de recordarle a sus visitantes cuánto tiempo restante tienen dentro. El botón en la parte inferior es una alarma, advierte a los trabajadores en caso de que alguno de ellos se encuentre perdido entre los pasillos y evita que lo dejen encerrado hasta el horario de apertura de la noche siguiente.

En algunas esquinas hay maniquíes, mientras que en otras los mismos trabajadores se disfrazan y asustan a los visitantes.

Por la hora, la cantidad de personas en el parque ha disminuido considerablemente y las que se encuentran dentro de ese último juego no sobrepasan de diez.

—¿Estás listo, amor? —La mano que acaricia los cabellos de Jimin es grande y cálida, apaciguando un poco las intensas y controversiales emociones que lo embargan.

Jungkook sabe que Jimin teme a muchas cosas; a la oscuridad, a los payasos, a pasillos estrechos, a túneles y puentes, incluso a insectos y mariposas.

Fue esa, quizás, la razón que lo motivó a acompañar a su pareja a eventos como ese. Quería ser un apoyo, el pilar que le proporcionara la fortaleza necesaria para superar sus miedos.

—Listo.

Resultaba divertido.

Conforme avanzaron pudo reírse con mayor tranquilidad al ver algunas actuaciones exageradas de parte de los payasos y mimos, las hachas y cuchillos hechos de madera o cartón, así como la sangre falsa que al principio creyó ver demasiado real.

Gritaba, sus sustos acompañados de risas al sentir el abrazo protector de su novio le proporcionaron diversión desmedida.

—¿Te gusta? —Jungkook decide abrazarlo por detrás, dejando besos castos a los costados de su cuello.

—¡Es divertido! —admite con una sonrisa, retorciéndose por las cosquillas en su nuca.

Frente a ellos, el reloj de pared marca la 1:35 de la mañana.

—Vamos debemos ir buscando la salida.

Jimin asiente ante la indicación y aprietan el paso.

En ocasiones pueden escuchar los gritos y risas de otras personas, y ellos admiten que es realmente divertido entrar a un lugar como ese.

Pronto, un grito en particular los sobresalta, seguido de los pasos apresurados de varios chicos.

—¿Qué sucede? —Su tono delata el desconcierto y la preocupación.

—No tengo idea. —Jungkook a su lado frunce el ceño y lo hala para caminar más rápido.

—No, espera, espera. —Se detiene para prestar atención.

Los pasos parecen avanzar hacia ellos y de pronto tienen a cinco o seis chicos corriendo en su dirección.

—¡Jungkook! —exclama cuando deja de sentir el cuerpo ajeno unido al suyo.

El pasillo es estrecho y no le queda más opción que hacerse a un lado, refugiándose en una de las esquinas.

El ruido es similar al de una estampida, algo completamente incoherente para la poca cantidad de individuos.

Él cierra los ojos con fuerza a la par que sus manos se dirigen a los costados de su cabeza. Hay un vacío en su pecho y estómago que le impide respirar con normalidad. El miedo comienza a adentrarse por sus poros y en medio de cada pesada inhalación.

—¿Jungkook?

Los pasillos se vuelven más estrechos, el aire es pesado, la luz escasa y no hay ningún maldito botón cercano para presionar.

—¡Jungkook!

No hay respuesta, solo gritos y pasos lejanos.

—Tranquilízate, todo está bien —susurra para sí mismo.

Cierra los ojos por unos segundos mientras trata de apaciguar sus nervios. Palmea sus bolsillos en busca de cualquier objeto de utilidad. Ese lugar ya no parece tan divertido como hace unos minutos.

—¿Dónde está? —Las manos le tiemblan mientras se revisa, mas no puede hallar por ningún lado su móvil—. ¡Maldita sea! —Entonces lo recuerda, todas sus pertenencias están junto con las de su pareja, dentro de la mochila que éste carga en la espalda.

Quiere llorar, su valor se acaba en cuanto su fuente de esta se aleja. Es dependiente a Jungkook cuando se encuentra frente a situaciones como esa, y la sensación inconsciente de abandono le impide pensar con verdadera claridad.

—Está bien, solo debo volver justo por donde vine.

Gira su rostro para ver su posición; está en una esquina y frente a él hay tres pasillos técnicamente iguales. Avanzar en dirección contraria a las personas con los ojos cerrados no ha sido una de sus mejores ideas.

—¿Cuál era? —Su diestra sube a su boca con la clara intención de morderse las uñas, acto evitado por el guante de felpa.

Talla sus manos entre ellas y con todo el temor a equivocarse avanza por el pasillo central. Sus pasos trémulos parecen desentonar con el ambiente, asustándolo tanto como los gritos y pasos a la distancia.

—¿Jimin?

Al escuchar su nombre no puede evitar detenerse, girando en busca del dueño de aquella familiar voz.

—¿Jimin?

—¡Jungkook! —Corre en la misma dirección, sin importarle que sea la correcta.

—¿Dónde estás? No logro verte. —Hay desesperación en su tono, así como un eco extraño que lo confunde.

Conforme avanza puede darse cuenta de que se aleja de la fuente de sonido, nuevamente va en dirección contraria.

—No lo sé, yo tampoco puedo verte. —La voz se le quiebra, realmente quiere llorar, aunque no se atreve a hacerlo. Sería demasiado vergonzoso y un golpe bajo para su orgullo—. Creo que estamos en diferentes pasillos.

Jungkook gruñe, casi puede verlo halando de sus cabellos oscuros con desesperación.

—Está bien, bebé. Quédate ahí, iré por ti enseguida.

Él asiente de inmediato aún cuando el más alto no puede verle.

—Sí, te espero.

Sin embargo, no puede evitarlo, comienza a avanzar de espaldas al ver las luces parpadear en el pasillo y apagarse al final de este. La garganta se le cierra y las piernas le tiemblan.

Es solo cuestión de segundos para que choque con algo, un peso cae sobre sus hombros y al voltear el rostro un siniestro payaso lo amenaza con un cuchillo de carnicero.

No grita, las lágrimas le escurren silenciosas por sus mejillas y jadea con fuerza. Ahogado con el nudo en su garganta que le generan las abrumadoras emociones.

Es solo un maniquí, uno horrendo con sangre falsa por todas partes.

Se limpia las lágrimas sin un ápice de delicadeza, corriendo el maquillaje en el proceso, y cuando está a punto de maldecir un grito ensordecedor lo deja mudo.

La voz es femenina, y al primer grito le acompañan dos más, aparentemente de personas diferentes.

Se debate entre seguir o regresar, aunque sus pies por impulso lo conducen en esa dirección.

Sus respiraciones son pesadas, ruidosas. Los ojos le arden y la garganta le quema. Una de sus manos lo sostiene del muro y la otra se aprieta a la altura de su corazón, suplicando que éste no salga de su pecho. Está seguro de que a ese punto morirá de un infarto.

Como precaución coloca una mano sobre su boca, tratando de evitar a toda costa el gritar por miedo.

No hay palabras que describan el pánico que lo invade, la sensación de vacío y soledad.

Similar a lo ocurrido momentos atrás, algo lo golpea de lado y lo empuja hasta golpear su espalda en una de las paredes.

Frente a él hay una chica, pequeña y menuda, de largo cabello negro y facciones aterradas. Su rostro, que en otro momento admiraría por su belleza, está cubierto por gotas de sangre sin patrón y agua salada.

—No hagas ruido —susurra ella, con lágrimas cayendo cual cascada sobre sus mejillas—. Él sigue allá atrás.

No lo entiende, no puede comprender de quién habla y mucho menos de qué se trata. Lo único palpable es el miedo, la confusión que lo obliga a casi desorbitar sus ojos.

La chica solloza, su vestido verde turquesa está sucio y algo rasgado. Y antes de que él pueda preguntarle si se encuentra bien ella sale corriendo en dirección contraria, obligándolo a seguirla irracionalmente.

—¡Espera! ¡Espera! —grita en murmullos, tratando de mantener ese silencio que ella parecía necesitar.

Hay pasillos por todas partes y trata de guiarse por el sonido de los pasos desesperados. De pronto, un nuevo grito lo alerta y sale despavorido en esa dirección.

Parece ser tarde, se detiene ipso facto cuando ve a la misma chica en medio de un pasillo, de frente al reloj que marca las 2:23 de la mañana, así como el botón rojo que parece brillar entre la oscuridad.

La joven tiene los brazos extendidos, colgando a cada lado de su cuerpo que se mantiene elevado a poco más de un metro.

¿La razón? Un hombre la sujeta de la espalda mientras le apuñala el torso.

Jimin puede ver la mueca de terror que marca las facciones ajenas, el pánico y la súplica de ayuda.

El cuchillo que se encuentra en su tórax sale con un brutal crujido, acompañado de borbotones de sangre caliente, inundando el ambiente de ese olor a hierro característico.

Los vellos se le erizan, las manos le sudan y las piernas le tiemblan. No hay oxígeno suficiente, el aire arde con cada inhalación profunda. Ni siquiera quiere respirar al saber qué es lo que está oliendo.

Aquel hombre espera a que la sangre se drene por sí sola, admirando como los espasmos iniciales en el frágil cuerpo disminuyen hasta desaparecer.

Cuando parece preciso la arrastra, como si procurara no ensuciarse. Son movimientos tan bruscos como cuidadosos. Sus botas resuenan en el suelo, mas no toca en ningún momento el brillante líquido esparcido.

Jimin está en silencio, sintiendo náuseas y dolor de cabeza. El estómago se le revuelve y le zumban los oídos al punto del mareo.

Aquel hombre parece ignorarlo, mantiene la vista baja para poder cuidar del cuerpo que se encuentra inerte en el piso. Pocas veces gira el rostro para ver por dónde camina.

El más bajo lo sigue, hipnotizado por lo ocurrido. Ya no hay esperanza en su mirada, solo hay pánico y negación, miedo y arrepentimiento.

El hombre llega a un punto ciego en los pasillos y el recorrido acaba. Ahora solo se hinca para poder terminar con lo pendiente.

El cuerpo de la chica es abierto desde el esternón hasta el ombligo, un corte limpio que le permite ver todos sus órganos internos.

Su boca esboza una suave e imperceptible sonrisa y adentra sus manos para tocar directamente los intestinos calientes. Todo es suave y blando entre sus dedos, la calidez es diferente, incomparable. No hay palabras para describir la sensación que lo inunda cada que son sus manos las que acaban con una vida, lo poderoso que se siente al ser él quien decide quién puede o debe continuar.

Park está estupefacto, mudo. Su rostro no es capaz de demostrar alguna otra emoción, solo las lágrimas siguen su curso.

El cuerpo le hormiguea con la sensación de su fin, sus ojos tiemblan y entre su mirada nublada puede ver al resto de chicos que habían entrado con él, ve cuerpos sin vida y uno en particular que le es imposible no reconocer.

Jadea con terror, pero no puede moverse, hay otro par de ojos que hacen contacto visual con los propios y lo entiende, realmente ha llegado al final.



[...]

Aunque Min Yoongi no quiera decirlo en voz alta, admite para sus adentros que no sale de su casa por temor. Sí, por temor a la fecha y los sucesos que nadie parece notar.

No hay fecha en que más secuestros de niños se lleven a cabo que la noche de Halloween, esos eventos se caracterizan por sus desapariciones y asesinatos. Sin embargo, de unos años para acá parece que todo se ha agravado.

Nadie parece notarlo, o quizás el gobierno no quiere mostrar a la población la seriedad de los acontecimientos.

«Pobres estúpidos, morirán sin haber visto todas las señales»

Y es que le parece irracional, incluso él —que se la pasa todo el día en el trabajo sin ninguna interacción con la sociedad— pudo notar ese patrón que había comenzado hace apenas unos años.

Enciende el dispositivo frente a su escritorio y busca las noticias locales, aquellas a las que suelen dar poca relevancia por provenir de pueblos vecinos o ciudades demasiado pequeñas.

Tarda un poco en encontrarlas, pero lo hace. El atentado es un pueblo vecino a poco menos de una hora en auto. El periodista recomienda discreción como todas las mañanas y recomienda alejar a posibles niños de la pantalla antes de que él se adentre a la escena del crimen.

—Excelente, yo no tengo niños —exclama acomodándose mejor sobre su silla.

—Todo ocurrió en la madrugada, a pocas horas del cierre de “La casa del horror”... —El hombre habla sin parar y él lo observa con atención, desde la sangre que salpica tanto paredes como pisos, así como el camino de lo que parece ser un cuerpo siendo arrastrado—. Como pueden ver, las huellas provienen de diversas direcciones y se estiman varias víctimas que… ¡No puede ser!

Yoongi eleva la vista rápidamente, se ha perdido de lo sucedido en los últimos segundos por buscar información de esa noticia en otras fuentes y al volver a prestar atención en la pantalla la imagen se encuentra censurada.

No importa de todos modos, sigue en su búsqueda en su móvil y la adrenalina recorre sus dedos al ver un vídeo rodando entre links y redes.

Lo selecciona y el corazón se le acelera en cuanto la pantalla se vuelve negra, lo siente saltarse un latido y luego correr desenfrenado.

La grabación es de pocos segundos pero es más que clara. Las imágenes resultan asquerosas y abrumadoras, es como una advertencia a sabrá Dios qué.

El suelo cubierto de sangre da inicio a la grabación, las luces parpadean y el tictac del reloj resuena a lo lejos. Se escucha una risita —o quizás sea su imaginación más que perturbada— antes de que se enfoque el muro frontal de lo que parece ser un punto ciego de uno de los pasillos.

Incluso a él se le revuelve el estómago, cierra los ojos y suelta el móvil, dejándolo caer sobre el escritorio.

El vídeo ha concluido y de una manera horrible. Los cuerpos de hombres y mujeres colgaban clavados de aquel muro, como si hubieran sido crucificados por sus pecados. Sus torsos se encontraban abiertos y las vísceras de cada uno de ellos colgaba bajo sus pies.

Siente las náuseas cada vez más fuertes y necesita ponerse de pie para intentar dejar en blanco su mente.

Camina unos cuantos pasos y respira profundo, todo antes de detenerse frente a uno de sus cuadros. Lo quita con facilidad y en la pared puede encontrar todo un esquema de los sucesos ocurridos en Halloween, cada uno diferente al anterior.

No sabe qué hacer, qué decir o escribir. El tormento de ese día lo perseguirá durante todo el año, así hasta que los próximos asesinatos superen a los anteriores.

Se sostiene de un mueble con ambas manos y eleva el rostro ante el sonido de una notificación en su celular.

Aun con asco se acerca a él y lo toma entrando directamente al chat en cuestión. Hay una foto de sus amigos con un fondo detrás de ellos que lo deja mudo y solo atina a dejarse caer en su silla. Inútiles preguntas se le atoran en la garganta y a pesar de que se cuestiona cómo y por qué, eso no es realmente lo que le preocupa.

Le tiemblan las manos, pero aun con todo eso puede escribir un tembloroso “¿Cómo les fue?”



[...]

Parece que todo se ha tranquilizado, por lo menos Jungkook trata de que así sea.

El cuerpo de su pareja se sujeta a su espalda con fuerza, impidiendo que cualquier atisbo de aire pase en el nulo espacio entre sus cuerpos. Puede sentir sus profundas respiraciones y su aún tembloroso cuerpo.

La velocidad a la que conduce de regreso no es tanta como la del principio, en caso de que su novio se quede dormido.

—¿Jimin? —le grita por sobre el ruido del motor y lo siente moverse.

—¿Si?

—¿Estás bien?

—Lo estoy.

Parece seguro, pero a pesar de ello Jungkook acelera, tratando de llegar lo más pronto posible. En cuanto lo hace espera a que su novio se baje para quitarle el casco. Apaga el motor e imita sus movimientos, quedando los dos de frente.

Jimin es un desastre, ojos inflamados y rojos, labios partidos y su perfecto maquillaje de payaso no es más que una mezcla de colores sin forma. Aun así es tierno y le provoca una sutil sonrisa.

—¿Seguro que estás bien, pequeño? —cuestiona acercando su mano al bello rostro y frunciendo el ceño al ver como su pareja se aleja de su tacto.

Park lo ignora mientras le arrebata la mochila para sacar un frasco de desmaquillante y un pañuelo, vierte un poco del líquido y luego procede a tallarle el cuello con delicadeza.

—¿Qué sucede? —Se siente ignorado, pero en cuanto el otro termina y regresa todo a la mochila lo ve lanzarse a sus brazos.

—Tenías manchitas rojas en el cuello —susurra en su oído y Jungkook ríe por lo bajo al entender de qué habla.

—¿Quieres que te lleve a dormir, precioso?

—¡Por favor! Ya extraño mi cama. —Un largo bostezo abandona sus labios antes de permitirle continuar—. Estoy muy cansado.

Jeon vuelve a reír, con el menudo cuerpo entre sus brazos cual koala. Jimin se ve renuente a soltarlo y él no se molesta en lo absoluto, a pesar de sentirse mucho más cansado de lo que se atreve a expresar.

—¿Te divertiste? —cuestiona con ternura.

—Sí, mucho.

—¿Ves? Te lo dije. No hay mejor época que la de Halloween.

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