El final
Por aquella zona, en octubre siempre estaba lloviendo.
Miró el reloj. Faltaban aún dos minutos, treinta y un segundos y ocho décimas para que llegara el bus.
"Tic, tac, tic, tac."
Se estremeció un momento y se arrebujó en su abrigo. No, no; tenía que evitar pensar en eso. Hasta que llegara a su destino, al menos.
Fue un viaje breve, como siempre. La última parada de la línea. Casi nadie iba allí; solo los que lo necesitaban desesperadamente. Las mismas caras de siempre, mes a mes. Año a año.
Bajó del bus. Llovía más fuerte que antes. En algún lugar, cayó un rayo, iluminando con luz mortecina las paredes color gris apagado del estoico edificio que tenía delante. En la fachada, justo sobre la puerta, podía leerse: "Hospital psiquiátrico Sigmund Freud".
La enfermera de siempre salió a recogerle justo cuando empezaba a arrepentirse de haber venido.
-Ah, señor Néstor, ahí estás. Me alegra ver que la tormenta no retrasó al bus.
¿Tormenta? Bueno, quizá se podía llamar de esa manera. ¿Hubo tormenta también aquella vez…? Se agarró con fuerza la cabeza. No, no; tenía que evitar recordarlo.
Siguió a la enfermera por los pasillos de siempre. Las luces del hospital le hacían daño en los ojos y el olor a enfermo lo saturaba, pero eran las sensaciones de siempre y ya estaba acostumbrado.
De repente, la enfermera torció a la izquierda. ¿A la izquierda? Frunció el ceño. ¿Por qué a la izquierda? Frenó. Hasta ahora siempre había sido por la derecha. Nunca había ido por la izquierda. Nunca.
"¿...un caserón grande y viejo? Sí, sé perfectamente dónde es, pernocté allí un par de veces cuando no me quedaba más remedio. Un poco siniestro, si quieres mi opinión. Toma la primera salida a la izquierda, y luego…"
-¿Señor Néstor? ¿Se encuentra bien?
-Sí, yo sólo… Y-yo… ¿Seguro que era por aquí…?
La enfermera sonrió dulcemente mientras, con suavidad, lo agarraba de los hombros y lo hacía seguir hacia delante.
-No se preocupe. La doctora lo recibirá en seguida.
Aturdido, entra en la sala que la chica le indica. No es el cuarto de siempre. Las luces son de menor intensidad, y huele bien. Como detergente perfumado o algo recién lavado. El típico olor que su mujer habría aprobado. La enfermera lo deja allí y se va, sin mirar atrás.
Se sienta en una de las sillas que hay frente al típico escritorio blanco. Unas bolitas se entrechocan continuamente, tic, tic, tic. Le recuerda a una serie de oficinistas que vió el otro día. Mirarlas resulta hipnótico, pierde la noción del tiempo. Hasta que otro sonido lo saca de su ensimismado estado.
Toc, toc, toc.
Unos tacones rojos golpeando contra la moqueta.
Su presencia llena toda la sala nada más entrar. No es la de siempre. Lleva el pelo recogido en un moño en lo alto de su cabeza, con pequeños mechones negros aquí y allá. Viste la bata blanca como quien viste un vestido de gala; cada movimiento que hace parece estar calculado al detalle, y el rímel de sus pestañas oculta sus pensamientos.
-Néstor. ¿Sabes qué día es hoy?
-Esto… Jueves. Creo.
-El día, Néstor. El número.
"... Saludos de nuevo, queridos oyentes. Hoy es octubre, viernes 13 de octubre, exactamente igual que el título de la clásica película de terror…"
-T-t-trece.
-En tu ficha figura que es un aniversario importante. ¿La muerte de tus abuelos, quizá?
-N-no, eso fue en mayo. Hoy, hace tres años… hace tres años que me mudé a aquella casa.
"...Sus abuelos han decidido dejarle la casa en su testamento, señor Néstor. Sin embargo, para tomar posesión de ella, es imperativo que se aloje allí durante, exactamente, trece meses, trece semanas y trece días…"
-¿Qué ocurrió en esa casa, Néstor?
-Y-yo…
"...Los pasos se acercan a su cuarto lentamente. Vienen a por él. Están tras la puerta. Alguien llama a la puerta. Sabiendo que no debe, sabiendo quién está ahí fuera, se levanta y posa su mano en el picaporte…"
-Es también curioso qué, el trece de noviembre de ese mismo año, tu prima fuera hallada muerta en su habitación, en ciertas… instalaciones de Alemania.
"...No debes dejar que Crystal gane, Néstor. Ven, ayúdame; si le sacamos los órganos a este energúmeno de aquí, podemos…"
-La noche de la muerte de tu prima, un hombre te encontró en la carretera, a kilómetros del centro de población más cercano, en pésimas condiciones físicas y a punto de desfallecer. ¿Cómo acabaste en ese estado?
"...¡Es demasiado fuerte; no logro contenerlo! ¡Si esto sigue así, él va a…!"
-Le dijiste a la policía un montón de historias sobre cadáveres y libros mágicos, pero cuando llegaron no encontraron nada.
"... El cuerpo, Néstor, está enterrado en nuestro jardín. Y recuerda que, si pierdes el libro, solo te sobrevendrá la mayor de las desgracias…"
-¿Cómo saliste tú solo de la casa, Néstor?
-Tú… ¿Quién eres? N-no… no eres la psiquiatra de siempre. ¡¿Quién eres?! ¡¿Cómo sabes todas esas cosas?!
-Néstor, siéntate. No hemos terminado la sesión. No montes una escena ahora.
-¡¿QUIÉN ERES?!
-Néstor…
Finalmente, sus ojos se desorbitan de la sorpresa al reconocerla. Ha pasado mucho tiempo, pero la recuerda. A ella y al infierno que trajo consigo.
-¡¡Crystal!!
Sin esperar respuesta huye, sale corriendo de la sala, ignorando los gritos a su espalda. Su prima le ha encontrado. La pesadilla va a volver a repetirse. Necesita avisar a su mujer, Carol, y huir de la ciudad. Antes de que lo que pasó hace tres años empieze de nuevo.
Sortea a las enfermeras cuando intentan detenerle. En su loca carrera, atropella a varios pacientes, pero no se detiene.
"Tic, tac, tic, tac."
Consigue salir del edificio. Aún llueve; tropezando, chapoteando en los charco, avanza como puede. Un coche le pita sonoramente cuando pasa por su lado y casi provoca una colisión, pero lo ignora. Si ese idiota supiera lo que hay en juego… No solo su vida está en peligro. También su alma.
Pierde completamente la cuenta de las veces que ya caído al suelo. Le sangran las rodillas y los codos, su respiración es la de un animal herido. Pero finalmente divisa su casa. Ya se siente un poco mejor. Su prima no ha podido llegar tan rápido. Lo ha conseguido.
Torpe, tarda unos momentos más que de costumbre en abrir la puerta. Cuando lo consigue, todo está en silencio. Hay una extraña quietud en el aire, como si ni el polvo se moviera. Camina con cautela de repente. Sus sensibles nervios vuelven a activarse, se le eriza la piel de la nuca. Se estremece. Hace frío ahí. Hay algo malo ahí. Carol ya debería estar en casa.
Intenta llamarla, pero no le sale la voz. Despacio, camina hacia la única luz que se ve, la débil bombilla de la cocina. Un tablón cruje cuando lo pisa, provocándole un escalofrío. Cada pequeño ruido es magnificado por el silencio. Su propia respiración le suena tensa y pesada, como la de un animal.
La puerta de la calle se cierra de golpe, sobresaltándolo y haciéndole darse la vuelta.
-¿Carol? ¿Estás ahí?
No hay respuesta. Un sudor frío se desliza por su espalda, lentamente, como un mal presentimiento. Definitivamente, algo no anda bien. Algo no anda nada bien.
Una mano le roza el hombro suavemente.
-¡AHHHHHHHH!
-¡Shh! ¡Néstor! ¡Qué soy yo, joder!
Su mujer lo mira como si se hubiera vuelto loco cuando la abraza desesperadamente.
-Ea, ea. Ya está, no ha pasado nada hombre.
¿No ha terminado muy pronto tu sesión con la psiquiatra?
-Tenemos que irnos de la ciudad. De inmediato.
Carol está por protestar, pero tras echarle otro vistazo a su marido, prefiere callarse.
Recogieron de prisa. No pasó mucho tiempo antes de que tuviera toda la maleta lista y esperara con impaciencia a que su mujer bajara del segundo piso.
Bonk.
Un golpe fuerte. Agudizó el oído. Venía de…
Bonk. Plonk.
…el sótano.
Despacio, abrió la puerta de la buhardilla, tras la que se hallaban las escaleras hacia abajo. Con cuidado de no golpearse en la cabeza, bajó lentamente, uno a uno, los viejos escalones de madera. Hacía mucho que no bajaba al sótano. No le gustaba. Le traía ciertos recuerdos… recuerdos de una casa vieja con escalones de madera.
Abajo estaba completamente a oscuras. Se oía una pequeña gotera, plick, plick, plick. Tanteando la pared, encontró el interruptor. Prendió la luz.
Era una sala blanca, de azulejos, como un quirófano. Sangre manchaba las paredes y el suelo, algunas manchas ya secas por el paso del tiempo, otras mucho más recientes. Tres grandes ataúdes de piedra descansaban en medio de la carnicería. Temblando irremediablemente, tropezando con sus propios pies, se acercó al primero.
El hedor a sangre y a muerte lo mareaba, pero consiguió leer el nombre que había inscrito.
"Stephanie".
"¿Puedo dormir aquí esta noche?"
No pudo evitarlo y vomitó. Los recuerdos comenzaron a invadir su mente, descontrolándolo, volviéndolo loco. Se había esforzado por olvidarlo. Había hecho lo imposible. Se casó, fue a terapia… pero ahora…
Se acercó a la segunda lápida. La tapa estaba mal cerrada, y media mano de mujer, ensangrentada y con las uñas rotas, sobresalía del ataúd.
"Doctora Quirmand"
Su psiquiatra. La mujer de la que huyó hace un par de horas, confundiéndola con quién… ¿Su prima? Si su prima llevaba años muerta…
El tercer sarcófago no tenía nadie dentro, pero si llevaba un nombre. Se acercó para leerlo…
Un golpe seco desde atrás le hizo tropezarse y perder el equilibrio con el borde del ataúd, cayendo dentro. Con pavor, intentó levantarse… solo para oír el sonido de la piedra contra la piedra.
Alguien había puesto la tapa.
Pudo escuchar una risa atenuada desde fuera, una risa que conocía bien.
-¿Carol? ¿Carol, estás ahí? ¡Ábreme; esto no tiene gracia!
-"¿Carol, estás ahí?" Ay, Néstor, Néstor, Néstor. ¿Todavía no me has reconocido? El abuelo tenía razón. Verdaderamente eres el más ingenuo de la familia. Llámame por mi nombre una última vez, Néstor, antes de que se te acabe el aire y seas pasto de los gusanos. Di el nombre de la única ganadora de este juego.
-¡No puedes ser tú! ¡Estás muerta! ¡MUERTA! ¡Muerta, muerta, muerta muerta!
La risa de su prima fue su única respuesta, y no tardó en desvanecerse, dejándole solo en la oscuridad.
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