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𝙿𝚛𝚘́𝚕𝚘𝚐𝚘

Con paso seguro se dirigió por aquel largo pasillo hasta la puerta del fondo. Una puerta de roble macizo con una placa plateada reluciente, «Alcaide», era lo único grabado en esta. Tocó una, dos, y hasta tres veces antes de que una voz gruesa y tranquila le diera permiso para pasar.

—Alcaide, ya han llegado —avisó nada más entrar en el despacho.

El lugar era increíblemente espacioso para los pocos muebles que había en su interior, y gracias a los enormes ventanales del fondo se mantenía bien iluminado. Justo enfrente había una mesa con un par de sillones y tras estos un escritorio de caoba muy bien cuidado con cientos de papeles y carpetas sobre este. Un hombre estaba sentado justo detrás de la mesa, con un vaso de cristal en la mano del que tomó un pequeño sorbo.

Por el color del líquido podría haber jurado que era whisky, aunque no estaba seguro. Ese hombre era nada más y nada menos que el alcaide de la Prisión Imperial, quien se encargaba de mantener en orden todo lo que sucedía allí y que al parecer había recibido una visita que llevaba tiempo esperando.

—Tarde, como siempre —dijo mirando su reloj de pulsera y tomándose lo que le quedaba en el vaso de un trago—. Estos académicos son demasiado tercos para su propio bien. ¿Está todo listo?

—Los guardias ya han llevado hasta la sala acordada a los internos seleccionados para la prueba, los miembros de la asamblea serán dirigidos allí directamente para dar comienzo en cuanto usted llegue.

El alcaide se levantó de la silla de su escritorio y caminó hacia el jefe de seguridad de la prisión. Era probablemente la persona más importante en aquel lugar tan solo por detrás del propio alcaide. También se lo podría considerar la persona de confianza de este.

—Muy bien oficial Blaze, quiero que mantenga toda su atención en ese grupo de eruditos en lo que duren las pruebas del Proyecto Ark —le ordenó caminando hacia la puerta de su despacho—. No quiero que causen problemas en mi prisión a causa de algo destinado al fracaso.

—Como usted ordene, alcaide.

Los dos hombres se internaron por los pasillos de la prisión. Se escuchaban las voces de algunos presos a su paso, también como algunos guardias tenían que intervenir en discusiones que subían de tono y podían desembocar en una pelea. Cuando al fin llegaron a su destino fue el mayor de ambos, el alcaide, quien entró primero.

En la nueva sala, llena de un montón de personas con batas blancas y con pinta de científicos, había cuatro personas que destacaban sobre el resto. Estas fueron las que se acercaron a ellos dos en cuanto hicieron acto de presencia.

—Alcaide Cinquedea, un gusto volver a verle —saludó la única mujer del grupo.

—Doctora Schiller —saludó Cinquedea de vuelta—. Siempre es un placer recibirlos aquí.

Axel reconoció a los cuatro sujetos, no solo porque no era la primera vez que visitaban la prisión, sino porque eran unas celebridades en el mundo de la ciencia. La psicóloga Aquilina Schiller, el sociólogo Percival Travis, el antropólogo David Evans y el neurólogo Seymour Hillman. Todos ellos reputados profesionales en sus respectivos campos de trabajo. Todos ellos reunidos allí por la ONU para que se encargaran personalmente del mayor proyecto que la organizacióm había financiado en las últimas décadas.

El Proyecto Ark era el último intento desesperado de la humanidad por hacer de los criminales personas de provecho para la sociedad. Con la llegada de un nuevo milenio en el año 3000, un problema que había estado rondando las sociedades modernas por fin se hizo más presente que nunca, y había estallado en la cara de todos. La reincidencia de los criminales que salían de las cárceles de todo el mundo tras cumplir sus condenas se contaba por números desorbitados.

Los ciudadanos estaban hartos de esto. Estaban hartos de pagar con sus impuestos prisiones e intentos de reinserción para sus internos que fallaban. Hartos de vivir con miedo a que les robaran, estafaran o mataran.

Este miedo había estallado en un movimiento que siglos atrás se habría visto desmesurado. Los ciudadanos querían recuperar las cadenas perpetuas, las penas de muerte e incluso los castigos físicos, las torturas. Esto era un acto arcaico, casi de la edad media para una sociedad del siglo XXXI.

Por lo que si no querían tener que recuperar condenas como esas de nuevo tenían que buscarle una solución, y rápido. Así fue como entre varios países crearon el Proyecto Ark, un proyecto compuesto por dos pasos muy importantes: en primer lugar dar respuesta a la eterna pregunta; ¿se nace o se hace?

¿En qué momento se adquiere la mente criminal? ¿Es algo con lo que una persona nace o en algún momento simplemente se tuercen? Y si el caso era el segundo ahí entraba el segundo paso; corregir. Devolverían a las personas al buen camino y les arracancarían de raíz cualquier interés o ganas de volver al mundo criminal.

—¿Están listos los sujetos de prueba? —preguntó Travis.

—No los llames así —pidió Evans—. No son conejillos de indias.

—Bueno, son las personas que se van a someter a la fase beta, por lo que vamos a experimentar con ellos por primera vez el resultado del Proyecto Ark —indicó Aquilina—. Eso los convierte en sujetos de prueba.

Evans seguía sin estar muy de acuerdo con llamarlos así pero no dijo nada más al respecto.

Axel vio como Gyan Cinquedea no les prestaba atención y solo miraba por el cristal del fondo de la sala. Este cristal permitía ver la sala de al lado que estaba transitada por más científicos. Estos revisaban unas cápsulas en las que parecía haber personas en su interior.

—Dejemos esa discusión para luego —intervino Hillman—. Es el momento de empezar. No quiero retrasar más el procedimiento.

Las cuatro eminencias de la ciencia, el alcaide y el jefe de seguridad de la prisión se colocaron frente al cristal por el que Cinquedea había estado mirando hasta el momento.

—21 de junio del año 3003, 10:24 de la mañana del miércoles, da comienzo la prueba de la fase beta del Proyecto Ark —dijo David Evans como señal para que uno de los trabajadores pusiera en funcionamiento el programa.

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