𝙲𝚊𝚙𝚒𝚝𝚞𝚕𝚘 1
Unas punzadas horriblemente dolorosas en la cabeza y un mareo persistente fue lo primero que la saludaron aún sin abrir los ojos. Apenas sentía su cuerpo, no encontraba las fuerzas ni para levantar sus párpados. Tardó varios minutos reunir la fuerza de voluntad para tratar de moverse. Comenzó por mover los dedos de las manos. Sentía el suelo arenoso bajo su cuerpo y un fuerte olor salado.
Sus ojos por fin se abrieron con un gran esfuerzo. Los cerró al instante por la molesta luminosidad del lugar. Tuvo que parpadear varias veces y para acostumbrarse y que la claridad no le molestara. Con su vista ya activa lo primero que pudo observar fue el enorme cielo azul. Seguía sintiéndose mareada, a pesar de ello hizo un último esfuerzo por levantarse, solo pudo quedarse sentada ya que sus piernas aún no respondían del todo.
Sus movimientos se sentían torpes. Frente a ella solo pudo ver el basto océano que cubría hasta el horizonte, siendo dividido del cielo por la fina línea que creaban las olas.
Desvió la mirada a su cuerpo, estaba sentada en la arena de una playa. Cerró su mano entorno a esta y la levantó dejando escurrir cada grano entre sus dedos. Era suave y se sentía cálida por el sol que había estado incidiendo sobre ella. Por la altura que la bola de fuego tenía en el cielo debía de hacer poco tiempo que había amanecido.
—¿Dónde estoy? —preguntó en un susurro para sí misma sin esperar una respuesta.
Su boca se sentía pastosa y sus labios secos. Sus voz había salido con un tono que casi no reconoció, como si no fuera ella quien había dicho eso.
Al menos sus brazos y piernas ya parecían moverse de manera más fluida. Aunque los pequeños pinchazos en su sien aún perduraban.
Se levantó al fin de la arena. Ni siquiera recordaba de donde había sacado la ropa que llevaba puesta: unos pantalones verde oliva cortos, una camina blanca bajo la que llevaba una camiseta de tirantes negra y unas simples zapatillas de deporte. Se llevó entonces las manos a los bolsillos del pantalón. Nada. Ni un móvil o una cartera o unas simples llaves.
Se giró dispuesta a marcharse de allí. Ni siquiera sabía a donde exactamente porque su mente estaba abrumada, no podía pensar con claridad. Pero iría lejos de la arena que se metía de manera incómoda por su ropa.
O al menos esa era la intención antes de ver que, en lugar de un paseo marítimo o una ciudad llena de tiendas y gente, se extendía un denso bosque tropical. Miró pasmada a los lados, arriba, abajo, atrás de nuevo. Solo para darse cuenta de que estaba en una maldita isla.
—¿Qué mierda? —se llevó las manos a la cabeza revolviendo su corta cabellera albina— ¿Qué es esto?
No entendía nada. Su cerebro había empezado a funcionar a gran velocidad tratando de recuperar fragmentos de su borrosa memoria que le explicaran lo que pasaba. No encontró nada. Incluso su dolor de cabeza había desaparecido. Todo estaba en blanco.
—¿Quién soy yo?
No tuvo tiempo de entrar en pánico. Su pie chocó con algo sólido en la arena. Miró pensando que sería una piedra, pero lo que encontró la descolocó aún más. Un cuchillo, un cuchillo de caza.
Se agachó para poder cogerlo. Estaba bien guardado en su funda pero lo reconoció al instante, sin necesidad de sacarlo para verlo supo el modelo solo por la forma de la empuñadura. ¿Por qué ella sabía algo así?
Un cuchillo Bowie, un leyenda de los cuchillos de caza muy aclamado por los fanáticos de las armas blancas. Se veía nuevo. Su hoja brilló con el sol cuando lo desenfundó.
Genial, estaba perdida, sin recordar como había llegado hasta allí o quien era. Ni siquiera recordaba su nombre. Pero ahora tenía un cuchillo con ella. Toda esa situación empezaba a darle muy mala espina.
—¡Ey, tú! —el grito apenas audible a lo lejos la devolvió a la realidad.
Levantó la cabeza del cuchillo y vio una figura a lo lejos. Una persona. Se apresuró a guardarlo de nuevo en la funda y esconderlo en su espalda entre la camisa blanca y el pantalón. No sabía qué estaba pasando y que alguien la viera con un cuchillo no mejoraría su situación. Podía incluso empeorarla.
La persona que le había hablado se acercaba cada vez más. Alzó la mano a modo de saludo y ella le imitó.
Al menos significaba que había alguien más allí y no estaba sola. Con algo de suerte eso no sería una isla desierta, ella no estaría completamente perdida y sus miedos serían infundados. Solo había acabado en una parte selvática de lejos del pueblo que seguramente hubiera cerca de allí. Sí, eso debía de ser.
Aunque no explicaba por qué no recordaba nada.
—Hola, puede que esta pregunta te resulte extraña pero ¿tú también has aparecido tirada en la playa? —fue lo primero que preguntó el contrario al reunirse con ella.
Era un chico que no parecía mucho mayor que ella. Tenía el pelo largo y suelto, albino como ella, pero de un tono lila por la parte de abajo. Estaba un poco revuelto y con algo de arena enredada entre sus mechones. Eso y sus palabras indicaban que también había despertado perdido en esa playa como ella.
—Si... —no sabía muy bien como contestar.
—Mierda —maldijo por lo bajo, luego dijo algo entre dientes que la chica no llegó a entender antes de volver a hablarle—. Y de casualidad no sabrás donde estamos o si hay una ciudad por aquí cerca.
Abrió la boca queriendo decir algo, no encontró las palabras adecuadas y volvió a cerrarla. ¿Qué iba a decirle? Hola, no se donde estoy, tampoco sé como me llamo y estoy tan perdida como tú pareces estarlo. Se planteó decir eso seriamente aunque sonara muy cortante, aquel chico no había sido mucho más agradable de todas formas.
—Perdona —volvió a hablar sacándola de sus pensamientos— no he sido muy amable —rascó su nuca—. Me llamo Bai Long Xiang, dime solo Bai Long.
Bai Long extendió su mano hacia ella con mayor amabilidad. Aún un poco confundida ella estrechó su mano por inercia.
—Yo no... —estaba apunto de decirle que no recordaba su nombre cuando dos palabras vinieron como un flash a su cabeza— Estela, Estela Amary.
—Encantado de conocerte entonces, Estela —sonrió soltando su mano.
—Pero hasta hace unos segundo yo... no recordaba mi nombre.
—Igual que todos.
Las palabras de Bai Long la confundieron. Cada vez estaba menos segura de que ese lugar fuera una isla normal.
—¿Qué es este sitio?
—Yo tampoco estoy seguro, no parece haber un pueblo por aquí cerca, no al menos por esta cara de la isla —reconoció el chico—. Me temo que pueda ser una isla desierta. Los demás piensa lo mismo.
—¿Los demás? —era la segunda vez que mencionaba a terceras personas, ya no podía ser un error— ¿Hay más personas aquí?
—Oh si, somos cuatro, contigo ahora cinco —admitió—. Pero al igual que te pasa a ti, y también a mi, solo lograron recordar sus nombres. Nada de sus familias, sus trabajos o cómo han llegado aquí.
O sea que eran cinco personas perdidas en una isla desierta en medio de la nada. Bai Long no le estaba trayendo buenas noticias. Solo podía dar las gracias por no estar sola. Si es que era si quiera mejor estar acompañada. No conocía de nada a aquel chico y menos aún a sus supuestos compañeros.
—Es mejor que vengas conmigo. Te llevaré con los demás y podremos discutir qué vamos a hacer —dijo Bai Long—. Nos habíamos dividido por si nos encontrábamos con alguien más por la isla, y hemos hecho bien porque te he encontrado a ti.
—Aunque me temo que no he sido de gran ayuda.
Bai Long se encogió de hombros como si no importara demasiado.
—Ninguno lo hemos sido en realidad. ¿Vamos?
No estaba del todo segura. Su cabeza le decía que no debía fiarse, pero su instinto que si no iba con él no iba a encontrar las respuestas que estaba buscando. Además, si algo pasara tenía ese cuchillo que llevaba escondido para defenderse.
—Está bien. Te sigo.
Bai Long formó una leve sonrisa y se limitó a volver sobre sus pasos siendo ahora seguido por aquella chica que había encontrado.
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Caminaron por no más de quince minutos. Durante el trayecto Bai Long y Estela apenas se dirigieron la palabra y sin embargo no fue incómodo.
Estela seguía dándole mil vueltas a las cosas. Por qué no recordaba nada, por qué su nombre vino tan de repente justo en el momento en el que lo necesitaba, cómo había llegado a aquella isla... quién era ella. Y parecía ser que Bai Long también iba inmerso en sus propios pensamientos.
Cuando al fin vieron a lo lejos a más personas Estela se dio cuenta de que eran tres, como Bai Long le había dicho antes. Estaban reunidos de pie en la arena y hablaban entre ellos. Cuando uno de los integrantes de aquel trío notó que ellos dos se acercaban avisó a sus dos compañeros que se giraron para mirarlos también.
Los tres saludaron con la mano a lo lejos y Bai Long les devolvió el saludo. Estela se cuestionaba si debía hacer lo mismo, prefirió estarse quieta.
—Son gente agradable, ya verás —le dijo el chico.
Ella no terminaba de estar segura de sus palabras.
—Veo que tu corazonada era cierta, camarada —habló un chico con una cicatriz en su ojo izquierdo—. Has encontrado a otra persona en la playa.
—Y puede que haya aún más, no hemos mirado toda la isla. Ni siquiera hemos visto una vigésima parte de todo el terreno —dijo Bai Long.
Eso hizo pensar por primera vez a Estela cuantas personas sin memoria habría allí. Porque si eran muchos, ¿qué probabilidad había de que fuera solo una casualidad?
—Bueno, ¿y quién es ella? —habló el tercer chico del grupo, este en concreto parecía menor que el resto.
Tal vez era por su aspecto un poco aniñado, por su baja estatura o por su tono de voz inocente. Podría ser mayor que ella y no aparentarlo ni de lejos.
—Estela Amary —se adelantó a presentarse ella antes de que Bai Long tuviera si quiera la oportunidad de abrir la boca.
—Davy Jones, un placer que seamos compañeros mientras encontramos una forma de regresar a casa.
—Si es que logramos regresar —dijo el otro chico—. Tal vez muramos antes, puede que nos coma algún animal salvaje de la isla, inanición, deshidratación, insolación, enfermedad ¿os suenan de algo? Aunque sería curioso ver algo así —aspecto aniñado, personalidad que no le acompañaba.
Su sonrisa inocente casi parecía angelical sino fuera porque sonreía tras haber hecho un repaso de posibles formas de morir. A Estela le daba escalofríos ese crío.
—Qué amable de tu parte —rodó Davy los ojos.
—Así soy yo, Pocus Sesame, el optimismo en persona —luego se giró hacia Estela—. Bienvenida al infierno, Estela.
—Qué majo —dijo soltando una sonrisa que más pareció una mueca.
—Adeline Grant —se limitó a decir la chica de aquel nuevo trío.
Adeline era la única chica del grupo. Bueno, ahora estaba Estela también.
—Encantada —dijo al notar su mirada fija en ella.
Hizo un leve ademán con la cabeza. Su forma de hablar, su expresión y su forma de moverse le indicaban que era alguien muy educada, tranquila y más bien introvertida. Estela podía llegar a ser muy observadora cuando la situación lo ameritaba.
—Seguramente Bai Long ya te haya puesto al corriente de todo —tomó la palabra Davy—. Todos hemos despertado en esta isla tirados en la arena. Sin recordar nada, ni siquiera nuestros nombres al principio.
—Aunque luego han venido a nuestra cabeza casi de forma automática —señaló Adeline.
En efecto, ella tenía razón. El nombre había regresado a sus recuerdos de una manera demasiado conveniente, y al parecer a los demás les había pasado igual.
—Y una vez más vamos casualmente vestidos de la misma forma —destacó Pocus.
Estela no lo había notado hasta entonces pero era cierto. Todos llevaban un estilo de ropa demasiado similar. Camisas blancas con pantalones en todos tierra de diferentes longitudes y zapatillas deportivas. Solo Davy destacaba un poco más pues llevaba la camisa blanca atada a la cintura dejando ver la camiseta de manga corta negra que vestía debajo.
—¿Un naufragio? —cuestionó Davy— Tal vez eramos pasajeros en un crucero o algo así.
—¿Y los restos del barco? ¿Maletas, ropa flotando...? ¿Cadáveres?
Pocus tenía un serio problema con su forma de hablar tan espeluznante y directa. De todas formas tenía razón en lo que decía. Era muy improbable.
—A lo mejor turistas con un extravagante gusto por visitar islas perdidas en el mar —dijo Adeline—. Si contratamos la misma agencia turística puede que ellos nos cedieran esta ropa.
—Incluso puede que seamos amigos que venían juntos o algo así —asintió Davy.
—Pero dónde están los guías, nuestras cosas y por qué todos hemos perdido la memoria —volvió a contradecir Estela—. Cuando desperté no solo no recordaba nada, tampoco llevaba encima mi móvil, mi cartera o mi documentación.
—Cuando yo desperté solo tenía esto —Pocus sacó de su bolsillo una brújula dorada.
—Yo también tenía algo cuando desperté.
Adeline mostró un pequeño envase con lo que parecía alguna clase de ungüento en su interior. Estela no pudo identificar exactamente lo que era.
Davy también les enseñó a todos un kit de costura del tamaño de su mano con apenas un puñado de carretes de hilo y algunas agujas. Bai Long también tenía algo con él: un libro.
—Creo que es lo más inútil de todo lo que tenemos —admitió—. Ni siquiera recuerdo si es mio.
—¿Tú tenías algo cuando despertaste? —preguntó Pocus a la recién llegada.
Estela no quería mentirles pero no confiaba aún en ellos como para decirles lo del cuchillo.
—No lo sé, me desperté muy mareada y confundida, estaba aún asimilando donde estaba cuando llegó Bai Long y me trajo hasta aquí —la mentira salió de su boca de una forma demasiado natural.
¿Estaba acaso acostumbrada a ocultar la verdad? Cuanto más tiempo pasaba sin recordar nada más se frustraba.
—Puede que, sea lo que sea que tuvieras contigo, se quedara en la arena. Podemos ir a echar un vistazo más tarde —dijo Bai Long.
—De todas formas a excepción de la brújula nada de esto parece excesivamente útil —admitió Davy.
—Si al menos tuviéramos un móvil o una radio o un mapa de la isla... —se cruzó de brazos Pocus.
—Lo primero es lo primero, es un lugar extraño con peligros que no conocemos. Por no saber no sabemos ni si hay alguien más, más personas perdidas como nosotros o con algo de suerte isleños que vivan aquí —dijo Bai Long—. Nuestra prioridad es buscar comida y un refugio para estar seguros mientras exploramos la isla.
—Quedémonos por la playa, por favor —pidió Adeline, parecía... asustada—. Cuando nos dividimos para buscar más personas escuché ruidos extraños que venían del interior del bosque. Eran tenebrosos. Como si hubiera una bestia dentro.
—¿Animales? —Preguntó Davy.
—De ser así no parecen amistosos por lo que describe Adeline —dedujo Bai Long—. Tenemos que andarnos con ojo, no sabemos qué clase de depredadores puede haber.
—Pero aquí a la intemperie nos dará una insolación con este sol —apuntó Pocus mirando al cielo.
Estela también alzó al mirada al cielo haciendo con su mano una visera para que no le diera la luz directamente en los ojos. El cielo estaba completamente despejado y conforme avanzaba el día la temperatura iba subiendo. Para medio día sería imposible soportar el sol dándoles directamente.
—En ese caso Adeline y Pocus os encargaréis del refugio, Davy, Estela y yo buscaremos algo para comer.
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—Vamos, despierta, no tengo todo el día.
La voz firme y diligente venía acompañada por un fuerte tambaleo en su cuerpo. Maldita sea, su cabeza iba a estallar, ¿podían dejarlo tranquilo?
Soltó un pequeño gruñido cuando al intentar abrir los ojos la luz del sol lo cegó. Escuchó entonces un carcajada seguida de un tono sarcástico al hablar.
—¿El principito no soporta el sol? —ahora que iba recobrando el sentido notó que era una voz femenina— Me extraña siquiera que pudieras seguir durmiendo a pierna suelta con este calor.
Al conseguir acostumbrar su vista a la luz del sol vio sobre él una larga cabellera pelirroja y unos ojos turquesa que lo observaban fijamente. También comenzó a ser consciente de su entorno, estaba tirado en el suelo de cualquier manera y su espalda lo sufría.
Se levantó como pudo hasta quedar sentado. La arena que había quedado enredada en su pelo se deslizó de nuevo al suelo. Frente a él tan solo el mar.
—Deberías ver la cara de bobo que se te ha quedado —se burló la chica—. Lo adivino, no sabes donde estás.
No tenía ni la más remota idea.
—Jade Greene —se presentó la chica—. ¿Al menos te acuerdas de cómo te llamas?
—Morgan Turing —se presentó de forma automática. Su voz salió con un tono de tanta confusión que apenas la reconoció.
—¿Por qué vamos vestidos igual? —preguntó de repente Jade— ¿A caso somos pareja? ¿Una de esas pastelosas que van vestidas a juego? —pareció asqueada.
Morgan miró su ropa y luego la de la chica. La misma camisa blanca y los mismos pantalones largos marrones. Solo que la chica llevaba las mangas remangadas, cosa que entendía dado el calor que él también estaba sufriendo. Pero dudaba que la idea de la chica fuera cierta. Él no era de la clase de persona que se vestía a juego con su pareja... ¿Qué clase de persona era?
Movió la cabeza sin parar de un lado a otro viendo solamente mar y arena, y la única persona en todo aquel lugar era la chica a su lado. Se levantó de un salto para poder ver detrás de él. Casi se cayó de culo tras eso al ver el gigantesco bosque selvático tras ellos.
—¿Dónde estamos? —preguntó de inmediato— ¿Y por qué no puedo recordar como he llegado aquí?
No, no solo no recordaba como había llegado hasta ahí, no recordaba nada en general más allá de su nombre. No recordaba dónde vivía, ni a su familia o amigos, ni su trabajo, nada.
—Parece una isla desierta —dijo Jade levantándose también pues había estado todo ese rato de cuclillas—. Y si te sirve de consuelo yo tampoco recuerdo nada. Solo que me llamo Jade Greene.
—No es posible.
Jade se encogió de hombros.
—Parece que ambos tenemos amnesia. Puede que por algún golpe en la cabeza —dijo y se giró hacia el mar—. Tal vez hayamos naufragado, un accidente en barco. Pero no he encontrado restos, solo esto.
Jade le mostró una caja de cerillas.
Algo en la cabeza de Morgan conectó. Dejó por un momento de lado el tema de la amnesia para centrarse en esa caja de cerillas.
—¿Me las dejas un momento? —Jade asintió y se las pasó.
Abrió la pequeña caja. No parecía haber sido usada dado que se veía nueva y repleta de cerillas. Eso quería decir que esa caja no había estado allí en la isla y que Jade la había encontrado de casualidad. Si de verdad habían naufragado debía de ser propiedad del barco en el que iban.
La caja estaba demasiado nueva para ser algo que llevara a saber cuanto tiempo perdido entre la arena. Eso le llevaba al segundo punto; ¿por qué no estaba mojada?
Si de verdad esa caja de cerillas había llegado a la isla con ellos, y ellos habían naufragado, las cerillas deberían de haberse estropeado al caer al agua. Ellos mismos de hecho no tenían el cuerpo ni la ropa mojados.
—Hay cosas que no terminan de cuadrarme de un naufragio —admitió el chico.
—¿Una fiesta loca y el alcohol provocó que despertáramos como vagabundos en la arena? ¿Un secuestro? —dio otras posibilidades Jade— Nada de eso me convence tampoco.
Sonaba más absurdo aún que el naufragio.
Un brillo repentino en la arena desvió su atención. Se agachó para agarrar algo del suelo bajo la atenta mirada de Jade.
—Un pen drive —dijo finalmente mostrándole el objeto a su acompañante.
—Un pen drive en una isla desierta en la que no hay luz, internet y mucho menos un ordenador —enumeró—. Muy útil. Mi caja de cerillas le da mil vueltas y es una mierda. Imagina el nivel.
Con todo eso Morgan lo guardó en el bolsillo de su pantalón. Ahora no, pero cuando salieran de esa isla puede que les proporcionara algunas respuesta. Si es que salían.
—¿Has encontrado a más gente? —preguntó.
Jade negó con la cabeza.
—Eres la primera persona que encuentro y debo de haber estado caminando por esta playa más de media hora.
—Bueno no estamos solo, que ya es algo.
—Te lo advierto, no intentes nada raro conmigo. No me temblará la mano si he de dejarte sin la capacidad de reproducirte —amenazó Jade.
La cara de Morgan se tornó confundida, sorprendida e indignada, todo al mismo tiempo. Ni siquiera sabía que sentimiento expresar antes en voz alta. Las palabras se agolparon en su garganta por un momento.
—¡Yo no hago esas cosas! —dijo al fin.
—Oh venga principito, si te portas bien y me ayudas a buscar algo de comer a lo mejor te dejo que me metas mano —rió mientras empezaba a caminar hacia la parte del bosque.
—¡Qué yo no hago esas cosas! —volvió a quejarse mientras escuchaba la risa de Jade.
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Para cuando Estela y los dos chicos regresaron, Pocus y Adeline ya habían acomodado una pequeña área para poder refugiarse y descansar ahí. Estaba en la zona limítrofe de la playa y el bosque, habían usado ramas y hojas de palmera para cubrir un poco el pequeño espacio entre palmeras. Estas les daban sombra protegiéndolos del fuerte sol. Las ramas y hojas colocadas a modo de paredes los cubrían un poco del viento y la arena que este pudiera arrastrar.
Dado que ninguno de los dos parecía tener ni idea de supervivencia o de como construir un refugio, no estaba nada mal para unos novatos. Por su parte, Estela, Davy y Bai Long habían encontrado algunos cocos, plátanos y bayas que habían reconocido como comestibles al ver a unos pájaros comerlas del suelo.
No tardaron ni cinco minutos en reunirse todos y empezar a comer. El estómago de Pocus incluso rugió por el hambre al ver la fruta.
—Podemos intentar pescar algo también, no tenemos caña pero podríamos hacer unas redes para poder atrapar peces —propuso Davy.
—No podemos alimentarnos siempre de fruta después de todo —estuvo Bai Long de acuerdo.
—Yo quiero carne —dijo Pocus—. Habíais visto algunos pájaros ahí dentro ¿no? Podríamos hacer una trampa para cazarlos. O incluso con mucha suerte atrapar algún animal pequeño que haya en el bosque.
—No deberíamos centrarnos solo en la comida. Explorar la isla también es importante, podríamos encontrarnos con más personas, incluso con algunas que sepan más de este lugar que nosotros —dijo Estela.
La isla era enorme, tenía que haber algo que los ayudara. Apenas habían visto algunos metros de la enorme selva que se abría frente a ellos y una pequeña porción de toda la playa que la rodeaba.
Necesitaba respuestas. Todos las necesitaban en realidad. Ya no solo el cómo había llegado hasta allí, sino también el cómo podían regresar a casa y por qué habían perdido todos sus recuerdos.
—Vale, entonces hay que dividir tareas —propuso Bai Long—. Hay que pescar, cazar y explorar.
—También deberíamos regresar a donde se despertó Estela para ver si encontramos algún objeto más que nos pueda ser de utilidad —recordó Pocus.
—Tú puedes acompañarla mañana si quieres a mirar. Davy y Adeline que se ocupen de la pesca y yo lo haré de la caza y de buscar alguna fruta más aunque sea por si no tenemos éxito.
Pocus asintió de acuerdo con el plan de Bai Long. Estela había notado en seguida que él se había convertido en una especie de líder en aquel grupo. Era lógico, tenía buenas ideas que podía adaptar o cambiar de ser necesario y seguridad en sí mismo y sus palabras.
A ella no le molestaba en lo absoluto que eso fuera así. No tenía intención de convertirse en la que tomara las decisiones ni mucho menos. Eso no iba con ella. No le gustaba que nadie dependiera de su persona.
Así que mientras Bai Long se ocupara de la organización todo iría bien. Le dio curiosidad saber a qué se dedicaría alguien como él, daba el pego como empresario o incluso como político. Aunque de estos últimos no siempre había que fiarse.
—Entonces hoy solo descansaremos y nos adaptaremos a la isla ¿no? —dijo Pocus levantándose del sitio.
El chico se quitó la camisa blanca y la camiseta azul marina que llevaba debajo. Se desprendió también de los zapatos hasta quedar solo con los pantalones. Luego camino de regreso a la playa.
—¿A dónde vas? —preguntó Adeline.
—A darme un baño —contestó—. Ya que estoy en una playa paradisíaca pienso aprovecharla.
La idea pareció gustarles también a Bai Long y Adeline que siguieron al menor. Bai Long también se quitó la ropa hasta solo quedar con el pantalón y Adeline se quedó directamente en ropa interior. Daba el pego incluso como bikini. No pareció avergonzarle el hecho de quedarse en ropa interior delante de tantos hombres, más bien le dio completamente igual. A sus compañeros tampoco pareció que les importara demasiado.
—¿No sería mejor intentar averiguar como llegamos aquí?
Solo Davy escuchó las palabras de Estela ya que el resto habían llegado ya a la orilla del mar, demasiado lejos de ellos.
—No creo que haya que seguir dándole vueltas a eso —dijo Davy levantándose del suelo también—. No vamos a sacar nada en claro. Ahora lo mejor sobrevivir, y bueno, buscar una forma de salir. Después ya habrá tiempo de buscar respuestas al cómo llegamos.
El chico tenía su punto.
—¿Vienes? —le preguntó antes de seguir el camino del resto hacia el mar.
—Paso, no soy muy fan del mar, además tengo calor y prefiero quedarme aquí a la sombra.
—¿Talasofobia?
—No, solo respeto.
Davy sonrió y se encogió de hombros.
—Es bueno tener respeto al mar, pero tampoco hay que llegar a temerlo —sus ojos brillaron al mirar hacia el agua azul—. Es un lugar magnífico lleno de vida y misterios bajo él.
—Un amante del mar ¿eh?
—No lo recuerdo. Pero algo en mi interior me grita que sí.
Estela solo miró desde su lugar como Jones iba a reunirse con el resto de compañeros. Todos estaban ya metidos en el agua jugando y disfrutando. Davy sonrió e inspiró una gran bocanada de esa refrescante brisa marina que se le hacía tan nostálgica.
Estaba claro que su vida había estado relacionada con el mar. Era una pena no poder recordarlo por mucho que quisiera.
Se quitó los zapatos y la camisa atada a su cintura. Su camiseta no tardó en seguir el mismo camino. Dio sus primeros pasos en la arena húmeda hasta que la fría agua marina tocó sus pies. Cuando el agua ya cubría sus tobillos por completo se detuvo a observar un poco el paisaje.
Bai Long estaba más cerca de la orilla, si se pusiera de pie el agua llegaría a cubrirle solo hasta el pecho, Pocus y Adeline se habían alejado nadando hasta una zona donde ya no hacían pie. Parecía que estaban observando los peces bajo ellos. Él también debería de ir para ver un poco el tipo de pescado que podrían capturar él y la chica al día siguiente.
Se detuvo en seco después de dar dos pasos más.
Frunció el ceño observando al mar, sus ojos se abrieron como platos al confirmar que no se había imaginado lo que había visto. Oh no.
—¡Tiburón! —gritó tan fuerte como su garganta se lo permitió.
Todos, incluida Estela que seguía observándolos desde el refugio, se giraron a mirar a Davy y luego en la dirección en la que él miraba. No solo una, sino dos aletas se asomaban por la superficie del agua.
El pánico se apoderó de ellos al instante. Bai Long corrió hasta la orilla siendo el primero que salió gracias al haberse quedado cerca. Estela corrió también hacia los chicos para asegurarse de que todos estaban bien.
—¡Volved, rápido! —gritó Davy a los dos que seguían metidos en el agua— ¡No miréis atrás, solo nadad!
Pocus y Adeline obedecieron nadando todo lo rápido que podían para regresar a la orilla, o al menos a donde hicieran pie para poder avanzar corrriendo. Las aletas se acercaban cada vez más a ellos, y eran mucho más rápidas.
—No van a llegar —dijo Bai Long sin poder apartar la mirada.
Davy chasqueó la legua y trató de correr al interior del agua. Bai Long lo frenó agarrándolo del brazo.
—¿Qué haces? Así no vas a ayudarlos, ¡solo lograrás que te ataquen a ti también!
—¡No podemos dejarlos a su suerte!
Mientras que Davy y Bai Long discutían, Estela tocó discretamente con la mano el cuchillo que llevaba a su espalda. Tal vez si se lo daba a Davy podría hacer algo... no, seguía siendo muy peligroso meterse en el agua.
Pocus y Adeline seguían nadando sin bajar el ritmo, pero ambos escualos ya casi los habían alcanzado y a ellos aún les quedaba demasiado para salir del agua. Estela miró a su alrededor hasta encontrar algunas piedras de un tamaño considerable. Era mejor que nada.
Agarró las que pudo y se acercó más a la orilla sin siquiera quitarse los zapatos. En esas circunstancias lo que menos le importaba era mojarse la ropa. Empezó a lanzar las piedras tratando de dar lo más cerca posible de las aletas dorsales que asomaban del agua para golpear a lo que había debajo.
Cuando Davy y Bai Long se dieron cuenta de lo que intentaba se unieron a ella. Agarraron también piedras que empezaron a lanzar contra los dos animales. Pareció funcionar, al menos al principio, y retrasar a los depredadores marinos un poco.
Fue suficiente para que Pocus al fin alcanzara la zona donde hacía pie y pudiera salir del agua. Adeline se había quedado un poco más retrasada, ya casi había llegado también pero el pánico estaba pudiendo con ella y su nado era cada vez más torpe y lento.
—No dejéis de lanzar piedras —dijo Davy lanzándose, ahora sí, al agua.
Pocus logró salir del mar y observar como las piedras ya no parecían funcionar. El efecto sorpresa se había acabado y los tiburones retomaban su rumbo. Davy llegó junto a Adeline y la ayudó a nadar de vuelta a la orilla.
Los tiburones estaban ya apunto de alcanzar a Davy y Adeline cuando giraron y volvieron por donde habían venido. Los dos jóvenes lograron alcanzar la zona poco profunda y corrían a trompicones fuera del mar.
Adeline se desplomó en el suelo al salir. Sus piernas temblorosas no aguantaron más su peso. La chica parecía estar a punto de echarse a llorar.
—¿Estáis los dos bien? —preguntó Estela corriendo hacia ellos siendo seguida por Bai Long y Pocus.
—Ya no me apetece bañarme más —admitió Pocus mirando al mar y tratando de recuperar el aliento tras todo lo sucedido.
Ni él ni ninguno de ellos volvería a entrar ahí.
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𝑂𝑗𝑜 𝑝𝑜𝑟 𝑜𝑗𝑜
𝑃𝑖𝑒𝑟𝑛𝑎 𝑝𝑜𝑟 𝑝𝑖𝑒𝑟𝑛𝑎
𝑈𝑛 𝑑𝑖𝑠𝑝𝑎𝑟𝑜 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑐𝑜𝑟𝑎𝑧𝑜́𝑛 𝑛𝑜 ℎ𝑎𝑐𝑒 𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑒 𝑟𝑜𝑚𝑝𝑎
𝐸𝑙𝑙𝑎 𝑟𝑒𝑎𝑙𝑚𝑒𝑛𝑡𝑒 𝑛𝑜 𝑞𝑢𝑒𝑟𝑖́𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑓𝑢𝑒𝑟𝑎 𝑢𝑛 𝑑𝑒𝑠𝑎𝑠𝑡𝑟𝑒
𝐸𝑙𝑙𝑎 𝑟𝑒𝑎𝑙𝑚𝑒𝑛𝑡𝑒 𝑛𝑜 𝑞𝑢𝑒𝑟𝑖́𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑜 𝑙𝑎 𝑐ℎ𝑖𝑐𝑎 𝑠𝑒 𝑣𝑜𝑙𝑣𝑖𝑜́ 𝑙𝑜𝑐𝑎
❥︎ 𝐄𝐬𝐭𝐞𝐥𝐚 𝐀𝐦𝐚𝐫𝐲
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Pues aquí está el primer capítulo de Halley. Como véis el tema de las presentaciones va a ser diferente a otras historias. No va a haber un apartado concreto para eso ni tampoco se presentarán uno a uno al final de los capítulos como en Witch Hunters.
Me recuerda un poco a la manera en la que se presentan los personajes en los videojuegos de Danganronpa a decir verdad. Una casualidad curiosa.
He optado por hacerlo así para mantener un poco la intriga por saber quienes forman parte de los criminales, cómo son los OC y como van a ir agrupándose y demás. No doy más datos más allá del nombre, la edad y la nacionalidad porque ya se irán sabiendo el resto de cosas. Digamos que iréis descubriéndolo al mismo tiempo que ellos ya que no parecen tener bien la memoria ;)
Sin nada más que añadir ya nos veremos en el capítulo 2.
~Nova/Dreamer ♥
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