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CAPÍTULO 11

Allegra dudó un poco más de lo que era común en ella al hablarle a Max cuando llegaron al departamento de él, habiéndose quitado ya a su tío de encima, al menos hasta la hora de la cena.

—Gracias por ofrecer tu casa para la cena —dijo ella, de forma apresurada y presionando demasiado las palabras entre sí.

Lo odiaba. No a él, claro, que en realidad no le había dado ningún motivo para odiarlo. No, ella odiaba la situación y un poco a sí misma, porque parecía que interactuar con Max Verstappen era la única actividad en la cual no mejoraba con la práctica, al contrario, mientras más tiempo pasaban juntos, más torpe se sentía Allegra.

—Mientras tu tío no sea alérgico a los gatos, no hay problema.

Allegra tarareó.

—Nope, sin alergias. Pero gatos, tienes gatos... ¿Dónde están? He estado aquí ya un par de veces y no los he visto —dijo Allegra, escudriñando la sala, como si mirando con más atención, las mascotas de Max fueran a salir de su escondite.

Max sonrió, más alegre de lo que Allegra lo había visto hasta el momento y le hizo un ademán para que esperara. Regresó un par de minutos después cargando dos gatos, ambos felinos parecían extremadamente inconformes con haber sido molestados pero tampoco se retorcían en sus manos y se dejaban ser. Los dos gatos eran de tamaño promedio, ni muy pequeños ni muy grandes, y tenían el pelaje oscuro y atigrado, y uno de ellos parecía particularmente regordete.

A Allegra se le escapó una sonrisa en contra de su voluntad. Ella nunca había tenido mascotas, pues no había tenido tiempo para ello, pero si hubiera tenido alguna, definitivamente habrían sido gatos, ya que si había algo que admiraba en una persona o en un animal es su capacidad de mandar a alguien a la mierda, y ese parecía un don nato de los felinos.

Uno de los gatos soltó un pequeño maullido que a Allegra le ablandó el corazón.

—Jimmy y Sassy —dijo Max. Le tendió uno de los gatos a Allegra y ella se paralizó.

—Eh, no estoy completamente segura de cómo sostenerlo, nunca lo he hecho —admitió a regañadientes, un pequeño rubor creciendo en sus mejillas. Apenas dijo las palabras, se arrepintió, pues no era su naturaleza admitir cuando no sabía hacer algo.

Max se complicó un poco al maniobrar con el gato que ya sostenía, así que lo dejó en el suelo por un momento y el animal simplemente se sentó en el suelo y los miró fijamente. Mientras tanto, Max se acercó a Allegra, a una distancia que ella sintió casi peligrosa, y él tomó las manos de Allegra, ayudándola a colocarlas en posición para después poner el gato en sus brazos. Al gato parecía importarle poco quién lo sostenía porque ni siquiera miró a Allegra, tampoco cuando ella acarició dubitativamente su cabeza.

—Ese es Jimmy —dijo él, agachándose para tomar al otro gato, que emitió un pequeño maullido.

— ¿Les pusiste nombres de clubes? —se burló Allegra, pero no había verdadera mordacidad en sus palabras, en realidad, ni siquiera estaba poniéndole mucha atención a su novio falso, distraída con Jimmy.

—Sí, bueno, parecía adecuado en el momento.

—Son adorables —admitió ella.

—No me habría imaginado que eres una persona de gatos —dijo Max. Allegra suspiró, y se puso en cuclillas para dejar cuidadosamente a Jimmy en el suelo, y en el momento en que fue libre, el animalito se alejó a paso presuroso, para la indignación de Allegra.

—Probablemente porque en realidad no lo soy. No soy una persona de animales. Jamás he tenido una mascota, lo más cercano que estuve a ello, fue una mascota virtual en mi teléfono cuando era niña.

Allegra se miró la blusa, que tenía algunos pelos de gato negros resaltando contra el color claro de la tela, pero no se molestó en quitarlos, en realidad, le daban un poco igual. Max se encogió de hombros y puso a Sassy en el suelo.

Él se acercó a ella, lenta pero peligrosamente, y Allegra se esforzó por sonreír, como si no importara. Y cuando él le quitó un pelo de gato de la blusa, ella en realidad tuvo que hacer un esfuerzo para seguir respirando con regularidad. Un hombre no podía hacerla perder el aliento, mucho menos su novio falso.

Quizá ella debería haber hecho caso a Emma, quizá debería haber aceptado a Lance, porque él era como su hermano, y si de algo estaba segura Allegra es que por él no sentiría ese tirón en lo profundo de sí misma, esa atracción magnética que detestaba profundamente porque la hacía sentir fuera de control.

Ellos tenían planes. Muchos planes. Y ella necesitaba a Max. No podía darse el lujo de cambiar de opinión, no cuando su tío iría a cenar con ellos en un par de horas esperando ver a la feliz pareja.

—Deberíamos empezar a preparar la cena, amor —dijo ella, dando una pequeña palmada a su hombro. El apelativo cariñoso se le había escapado antes de que ella tuviera demasiada oportunidad de pensar en ello, y aunque lo había dicho con pura sorna, se había arrepentido en cuanto lo soltó. Había sido demasiado.

Allegra se alejó a paso rápido hacia la cocina y comenzó a abrir todos los gabinetes con confianza, husmeando como si fuera su casa.

—Tú mandas —dijo Max.

Ella tarareó, tomando algunos paquetes de espagueti de la despensa.

—Pienso en pasta con salsa de tomate. Quizá pollo al horno para acompañar.

—Mis habilidades culinarias solo incluyen no haber quemado nunca la cocina —advirtió Max, mirando el recorrido de ella de la misma forma en que se observaba a un tornado, con una profunda cautela, miedo incluso.

Allegra soltó una pequeña risa y se detuvo, dejando las cosas que había tomado sobre la encimera y se cruzó de brazos para mirarlo.

—27 años, Max Verstappen, y no puedes cocinar. Pensé que un campeón como tú podría hacerlo todo.

—26 años, en realidad. Mi cumpleaños es en septiembre. Deberías saberlo, novia. Y es un poco irónico que digas que debería poder hacerlo todo si no sabías cómo levantar a un gato.

Si fuera cualquier otra persona, Allegra podría haberse tomado ese comentario como un golpe bajo, pero para ese punto esa dinámica pasivo agresiva que tenía con Max era casi entrañable. Más que eso, era necesaria. Porque si se atacaban entre sí, repetidamente, entonces no quedaba cupo para nada más en su falsa relación, y eso era lo mejor para todos los involucrados.

Entonces ella se burló.

Toda vulnerabilidad había desaparecido hacía instantes.

—Al menos aprendo rápido. Averiguaremos si tú también. Por favor dime que al menos puedes cocinar una pasta.

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