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13

Cuatro pegasos blancos decendieron desde el cielo, tirando de una carroza que transportaba a algunos sirvientes que pertenecían al palacio del Olimpo. Proteus salió a recibirlos cuando su llegada fue notificada, ya sabiendo el motivo de su visita.

—Proteus, aquí están las plantas que  ordenó— Hermes fue el primero en abandonar el transporte, señalando el interior del mismo.

El sirviente de Poseidón se acercó para examinar el recado, asegurándose de que realmente fuesen las solicitadas. Asintió cuando todo estuvo en orden, indicándole a la servidumbre que lo siguieran directo a los jardines donde las nuevas plantas serían ubicadas.

—Mi señora— saludó al encontrarse a la presencia femenina.

Una sedosa cabellera azabache brillaba con intensidad bajo los rayos del sol, meneándose al compás de sus agraciados movimientos, ofreciéndole un porte y elegancia dignos de una diosa. Sus ojos, amarillos y profundos, resaltaban gracias al vestido de seda azul marino que portaba, moldeándose a su delicada figura. Su belleza crecía con cada nuevo día y nadie allí podía afirmar lo contrario.

Todos se inclinaron ante ella, demostrando su respeto.

_______________ examinó a cada uno de los allí presentes y uno en particular llamó su atención. Tratándose de aquel hombre con quien se estrelló el día que visitó la ciudad. Lucía nervioso, tenso,  manteniéndose al margen de los demás y por alguna extraña razón, de ella.

—Como Lord Poseidón no está, me preguntaba si podría sugerirnos en dónde colocar las plantas recién llegadas— pidió Proteus cordialmente, haciendo que la mujer accediera sin problemas, instruyendoles los lugares exactos  para plantarlas.

Todos acataron sus órdenes al pie de la letra, siendo supervisados por Proteus y Hermes.

—Señorita— alguien habló a sus espaldas, lo que la llevó a voltear en su dirección.

Era aquel hombre.

—Yo...quería disculparme apropiadamente con usted por el incidente de hace un tiempo. Lo lamento muchísimo, iba demasiado distraído— el arrepentimiento fue transmitido por su entonación.

La seria mirada de la mujer se suavizó, soltando una tenue risa que desconcertó al mayor.

—Ese incidente ya es pasado, tranquilo. Por mí parte también debo disculparme,  mis ojos no estaban puestos en el camino en ese momento, pero ya todo está bien—  sus afables palabras le permitieron al hombre respirar en paz —¿cuál es su nombre?— su pregunta lo tomó por sorpresa, buscando frenéticamente una manera de desviar el tema.

Un silencio sepulcral se interpuso entre ambos y cuando finalmente tuvo el coraje de revelar su identidad, la llegada de Poseidón demolió el momento.

—¡Padre!— sus ojos se iluminaron, acudiendo hasta donde el rubio se encontraba para recibirlo con un fuerte abrazo.

Aquel dios abandonó su lado más despiadado y mortal, por uno fraternal que el hombre fue capaz de apreciar en el momento que los brazos de Poseidón la rodearon con suma delicadeza.

—Argus...— se presentó cuando ella estuvo lo suficientemente lejos como para oírlo —ese es mi nombre...— suspiró con pesar.

No había tenido el valor.

La junta precipitada que Zeus convocó en el Valhalla, generó incertidumbre en las deidades que acudieron de manera obligatoria, desconociendo los motivos que, según el padre del cosmo, se mantendrían reservados hasta no dar por iniciado la asamblea.

Poco a poco, el enorme salón nórdico fue ocupado por dioses de distintos panteones,  murmurando los unos con los otros y sacando suposiciones de la razón que los obligaba a estár allí sin excepciones.

—Entra tú, yo me quedaré aquí— la azabache se detuvo antes de cruzar la puerta.

Poseidón volteó a verla y aunque no le gustaba la idea de dejarla sola, sabía que insistir no era la mejor opción.

—No sé cuanto tiempo pueda durar esto, pero ten mucho cuidado— le advirtió angustiado de que algo malo le sucediera en su ausencia.

—Estaré bien, pero si te sirve de algo, estaré en la torre más cercana— aplacó su inquietud con un cálido abrazo, eludiendo las miradas de estupor que estaban dirigidas a ellos.

Poseidón esperó que _____________  estuviese fuera de su campo periférico para aventurarse al gran salón. Algunos dioses aún se paseaban de un lado a otro buscando un sitio en donde ubicarse, mientras que otros esperaban impacientes el inicio de la asamblea.

—Espero que esto no sea una vil perdida de tiempo— escupió sin importarle que fuese oído por los de su alrededor.

Sus decididos pasos se detuvieron abruptamente al encontrarse a una corta distancia de aquella puerta que contaba con el dibujo de una mosca. Para llegar a la torre más cercana al salón de juntas, había olvidado por completo que debía pasar frente a la recámara con la que Beelzebub contaba en el Valhalla, algo que por supuesto no le terminaba de agradar del todo.

Suspiró, convenciéndose a sí misma de que el azabache no se encontraría allí y que probablemente hubiese preferido saltarse la convocatoria de Zeus. Un poco más tranquila, aceleró el paso, queriendo dejar atrás aquel lugar colmado de recuerdos. Empero, la suerte no corría a su favor y al estár frente a frente con la habitación, la puerta que conducía al interior de la misma se abrió inesperadamente.

Su cuerpo entero se congeló sin responder a las órdenes que ella le transmitía. Tragando saliva al advertir una mirada muy conocida puesta en ella.

Maldijo para sus adentros, pero no se permitió bajar la mirada.

—No esperaba verte por aquí— la voz del azabache se oyó más cerca de lo que le hubiese gustado.

Se había acercado hasta donde estaba.

—Luego de que me dijeras que no querías volver a saber de mí, es comprensible— le recordó con indiferencia las palabras que habían puesto un fin a su romance furtivo.

Beelzebub desvió su mirada con inexpresividad, gesto que la hizo alejarse. No tenía intenciones de permanecer más tiempo viéndolo a la cara y cuando se decidió a seguir su camino, fue detenida por la mano de Beelzebub.

Incrédula, se giró bruscamente en su dirección dispuesta a reclamarle, no obstante, fue arrastrada al interior de la oscura habitación sin previo aviso.

Dentro del sitio, todo estaba rodeado  por una nube de oscuridad que negaba una nítida apreciación del entorno. Ni siquiera la gran pantalla se encontraba encendida y eso le resultó extraño.

Sin tener tiempo a reprochar, la parte descubierta de su espalda chocó con la fría pared de la habitación, generandole un escalofrío que caló hasta sus huesos.

La cercanía de Beelzebub era reducida y su tacto firme. El cálido aliento del contrario acariciaba su cuello, proyectándole imágenes pasadas que despertaron un pequeño rubor en sus pálidas mejillas. Ninguno de los dos hablaba, dejando a sus respiraciones agitadas ser los únicos sonido que inundar la habitación.

—Creo que ya es tiempo de explicarte la razón de lo que sucedió aquella vez— sus labios rozaron con los de la femenina, que inconcientemente cerró sus ojos por el sutil toque.

—Se toman demasiadas molestias con esos asquerosos humanos— azotó la puerta, furioso por la decición a la que el consejo había llegado.

Los humanos estaban causando muchos problemas últimamente, guerras, disputas e incontables desastres a la naturaleza amenazaban la tierra. Razón que llevó a Zeus a organizar una junta y hablar un poco de las medidas que podrían tomar para moderarlos. Algunas deidades, resentidas desde un inicio, propusieron la extinción masiva de la raza -algo con lo que Poseidón por supuesto coincidió- sin embargo, eso sólo podría darse en la asamblea que tenía lugar cada tres mil años, lo cual no era el caso.

El resto de dioses, aún fieles a la raza humana y creyendo que podrían aprender de sus errores, llegaron al acuerdo de ejercerles un castigo que los hiciera recapacitar y por opinión popular, ese fue la decición final.

—Es cierto que las cosas no marchan bien entre ellos, las almas no dejan de llegar al inframundo— Hades se encogió de hombros, no guardaba rencores hacia los humanos, aunque tampoco simpatía. Su contacto con ellos era nulo y no solía estár muy pendiente de sus acciones en vida—tranquilo, no te amargues— palmeó el hombro del rubio, ofreciéndole una pequeña sonrisa.

—Iré por ___________— cambió de tema, yendo en dirección contraria a la salida del Valhalla.

—Te acompañaré— Hades fue tras él.

Lo que él azabache se había tomado el tiempo de contar, la hizo comprender el motivo de aquel día. Relamió sus labios y con las palabras disueltas, tomó asiento a su lado. Su mano entonces, se posicionó dudosa en la pierna del mayor, lo que obligó al demonio a verla directo a los ojos.


Todo este tiempo me enfoque en matar cualquier sentimiento hacia tí—confesó no muy feliz con la idea —pero no estoy seguro de que haya sido suficiente, por eso te pido que te vayas, aunque eso me destruya— se puso de píe, rompiendo cualquier contacto físico que pudiese existir entre ambos —Te... amo, te amo infinitamente y por eso no quiero que esta cosa acabe contigo. No podría vivir con la culpa...no de nuevo— se esforzaba en mantener su neutralidad envidiable, pero en pequeños intervalos, su voz se debilitaba. 

Su situación actual le estaba dificultando confesar todo aquello con normalidad.

Cuando ______________ quiso decir algo, dos voces masculinas que ella reconoció, se oyeron en el pasillo. Alarmada, miró a Beelzebub en busca de ayuda y éste, entendiendo el mensaje le indicó que guardara silencio y se ocultara.

Obedeció sus ordenes, siguiendo sus movimientos con su mirada. Beelzebub se aproximó a la puerta, esperando que Poseidón y Hades estuviesen ya lo suficientemente lejos para indicarle a la mujer que lo acompañara.

—Rápido, si fueron a la torre podrás inventarte cualquier excusa. El invernadero está cerca, diles que estuviste allí— le dió indicaciones, empujándola delicadamente hacia donde los griegos se dirigían.

—Beelzebub— sumamente agradecida, le echó una última mirada cargada de pena y arrepentimiento —gracias — no quería hacer la despedida más tortuosa y sin mirar atrás, corrió en busca de su padre y tío bajo la mirada del Señor de las Moscas.

—¡Aquí estoy!— su llamado detuvo el andar de los dos hermanos, quienes voltearon en dirección contraria hacia donde se dirigían —lo lamento, acabé en el invernadero. La torre terminó por aburrirme— se excusó y aunque en el fondo se sinetiera de lo peor por ocultarle la verdad a Poseidón, en esa ocación estaba en la necesidad de hacerlo.

Poseidón no le tomó mucha importancia, palmeándole suavemente la cabeza.

—Disculpa que no te saludara tío— al caer en cuenta de sus modales, se dirigió cordialmente al peliplata —¿Podrías enviarles mi saludos al tío Adamas?— solicitó amablemente.

—Se lo haré llegar— le aseguró el mayor dibujando en sus labios una media sonrisa.

—Vámonos, no tenemos nada que hacer aquí— concluyó Poseidón, marchándose en compañía de Hades y _______________.

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