Prólogo
Hace 15 años...
Darek Hale
Poblado de Wagner, Alemania.
Con sigilo entré a su habitación. Caminé hasta que senté mi cuerpo al borde de su cama, podía verlo descansar profundamente.
— Es tú hijo, Darek, es tú hijo. — Pensaba mientras mi pulgar acariciaba con ternura su pálido rostro.
Llantos. Llantos de dolor.
Salí de su habitación y me dejé guiar por los llantos que cada vez sonaban más fuerte. No sabía de dónde venían pero sabía que eran de ella.
— ¡Kora! — Gritaba mientras aporreaba la puerta del cuarto de baño. — ¡Kora, abre la puerta!
Podía escucharla llorar tras la puerta del cuarto donde se había encerrado.
Cogí impulso y de una patada abrí la puerta, haciendo que el pestillo saliera por los aires.
Kora tenía el rostro cubierto de lágrimas, las que habían corrido el maquillaje de ojos por toda su cara, en su mano sostenía un bote de pastillas y cada vez se las acercaba más a su boca, dispuesta a dejar vacío el bote, dispuesta a acabar con su vida.
— Darek, me está matando.
Rápidamente me acerqué a ella y alcé mi mano para arrebatarle el bote de sus manos pero ella retrocedió unos pasos hacia atrás y continuó hablando.
— Te curarás, Kora. — Trataba de calmarla con un tono sereno, mientras de nuevo me acercaba a ella abriéndole mis brazos.
— ¡No, no! ¡No me refiero a mi enfermedad!
Kora dirigió su mirada a la puerta y la seguí alcanzando a ver a mi hijo, que en silencio, escuchaban las palabras de su madre a tan sólo unos pocos metros, apoyado en la puerta.
— ¿Acaso no lo ves? ¡¿No ves cómo me mira?!
¡Mira sus malditos ojos del demonio! ¡Eso no es nuestro hijo!
— Kora, tómate la medicación que te mandaron.
— ¡No me entiendes Darek, no estoy loca! ¡Eso no es tu hijo! — Agarró un vaso de cristal y se lo lanzó con cólera.
El vaso impactó contra la puerta provocando que se convirtiera en pedazos, los cuáles salieron disparados por los aires, provocando que uno de ellos le hiciera un corte en la pierna a Blake.
— ¡¿Kora qué demonios haces?! — Exclamé mientras sujetaba sus muñecas, y cuando volteé la mirada hacia la puerta, él ya no estaba aquí.
Cogí en peso a Kora. — ¡Suéltame! — Gritaba ella entre llantos.
Sin devolverle la palabra la llevé a su cuarto y la dejé en su cama, parecía más calmada. Kora entró en sueño al tomar su medicación. Me dirigí a la habitación dónde descansaba Blake, pero una vez en ella, él no estaba ahí. Su ventana estaba abierta, había saltado por la ventana.
La casa estaba alrededor del bosque, un lugar perfecto para no ser encontrados por la policía, ya que yo estaba en búsqueda de captura por acabar con unas cuantas vidas y secuestrar de un centro médico a una paciente con demencia frontotemporal.
Me adentré en la oscuridad del bosque gritando su nombre, estaba entrando en pánico.
Pero a unos metros, lo pude ver acariciando a un animal totalmente oscuro, era un cachorro.
Caminé hasta hacer desaparecer los pocos metros de distancia entre nosotros, alcanzando a ver que acariciaba a una cría de lobo. Sus ojos claros eran de colores diferentes, uno verde y otro gris, iguales que los de mi hijo.
— Mamá está enferma, lo que dice no es verdad pequeño. — Intentaba explicarle.
Los rayos de la luna iluminaban su rostro, que me miraba sin expresión alguna mientras seguía acariciando al lobo.
Tiene la misma mirada de psicópata que su padre.
Pensaba, pero no sabía si tomármelo como halago o como advertencia.
— Vendrá a casa. — Dijo en un tono frío, llevando en sus brazos a la cría de lobo dirigiéndose a casa.
Sin romper el silencio fui detrás suya. Se adentró en su habitación como si su madre no le hubiera agredido, y se tumbó en su cama dejándole un hueco a su lado a la cría de lobo. El animal, desorientado, se acercó a él moviendo su cola y bajando sus orejas, luego se acurrucó junto a él.
Le di un suave beso en la mejilla y lo arropé antes de volver a la habitación de Kora y tumbarme en la cama junto a ella, mientras observaba su rostro.
— Darek. — Su voz era un susurro, forzaba una sonrisa mientras que las lágrimas brotaban de sus bellos ojos.
— Kora, tienes que descansar. — Contenía las lágrimas, sabía que cualquier noche podría ser la última teniéndola a mi lado.
— Cuando esta enfermedad acabe conmigo...
— No, no lo hará. — Mentía, pero ambos sabíamos que pronto lo haría.
— Cuando vayas a dejar rosas en mi tumba, quiero que le dejes otra a Gerard después de que acabes con su vida. Quiero que acabes con todos ellos.
Asentí con la cabeza y ella apoyó la suya en mi pecho al tiempo que mis brazos la envolvían en un abrazo.
Y sin saberlo, ese fue nuestro abrazo de despedida. La última vez que pude ver sus ojos grisáceos.
Ella ya no respiraba, se había ido. Había muerto entre mis brazos, la única persona a la que amé, la única persona que me amó sin prejuicios. Acaricié su cabello oscuro y dejé en su frente un cálido beso de despedida.
Llantos.
Al otro lado de la cama, estaba él, llorando, como si supiese que la persona que le ha dado la vida acabara de perderla. Me acerqué a su cuna y lo cogí en brazos llevando su cabeza a mi pecho para calmar sus sollozos.
El chirrido de la puerta desvió mi mirada hacia ella y ahí estaba Blake, observándonos a unos cuantos metros sin decir ninguna palabra.
— Papá, ¿por qué Azael está llorando?
— Es un bebé, Blake.
— ¿Y por qué lloras tú, papá?
— Yo no estoy... — Comienzo a decir hasta qué puedo ver mi rostro cubierto de lágrimas reflejado en la ventana.
— Blake, acércate a tu madre y dale un beso. — Le ordené.
Blake asintió, al llegar a su vera apartó un mechón de su rostro y posó un suave beso en su mejilla, luego dirigió su mirada hacia la mía. — Mamá no respira.
Mi silencio fue una respuesta. Pudo entender qué Kora nos había dejado.
Caminó hasta a mí, su cabeza llegaba a la altura de mis rodillas. — Buenas noches, papá. — Su mirada era fría, incapaz de mostrar alguna emoción. Luego salió de la habitación y cerró la puerta tras él.
Quiero que acabes con todos ellos.
— Lo haré Kora, los mataré a todos.
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