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7

Alineados, con una bella corona de flores sobre ellos, se encontraban doce ataúdes frente a centenas de personas a las que era incapaz de ver cuyos rostros, pues, ahora solo podía ver centenas de máscaras.

Las palabras de Freya se cumplieron en la fecha indicada. Tres días después, aparecieron doce cadáveres que tenían en común el mismo año de nacimiento.

- ¡Por favor, guarden silencio! - Exclamó el sacerdote, en el centro de dichos ataúdes. - ¡Qué no cunda el pánico!

Pero el sacerdote no comprendía que las palabras eran insuficientes para hacer ameno el ruido de cada una de las mentes inquietas, temerosas y confundidas que se encontraban frente a él.

- ¡Entonces denos una explicación de lo ocurrido! - Exigía un hombre melancólico, de la mano de su hija pequeña quién admiraba el rostro sin vida de su hermana mayor. - ¿Qué está ocurriendo, padre? ¡¿Por qué mi hija descansa en un ataúd cómo si fuese un número más sin importancia?! ¿Por qué nadie investiga las muertes? ¿Por qué a ustedes no les duele? Es por ello que nadie mueve un dedo para conocer lo qué nos rodea. ¿No?

- Déjeme decirle que está en lo incorrecto Sr. Edwards. - Las puertas de la Iglesia se abrieron demandando nuestra atención. Un oficial caminaba sobre el largo pasillo, hasta regalarle una reverencia al sacerdote, y mostrar su rostro ante todos nosotros. - Soy el oficial Alan Fisher. Mi más sentido pésame.

- ¿Sabe qué está ocurriendo, oficial? - Preguntó esta vez una voz aguda. Una mujer de cabello grisáceo que en sus manos abrazaba una bufanda morada. Deducía que pertenecía a una de las víctimas. - Por favor, sea sincero.

- Hemos estado investigando Y elaboramos una hipótesis. - El oficial trataba de buscar palabras para dar inicio a su explicación. - Es un movimiento suicida que da alojo a quiénes se enfrentan a la décimo octava edad. Es decir, al parecer el creador de dicho movimiento incita a las jóvenes a acabar con su vida antes de cumplir la mayoría de edad, cómo revelación a su salvador.

- ¿Un movimiento suicida? - Su voz hizo que volteara mi cuerpo de inmediato hacia él. Pues, era Ulrich. Un joven de mi misma edad, prometido de una de las chicas que descansa en un ataúd. - Eso es imposible, oficial. Anne nunca cometería tal pecado. Ella Ella sí quería contraer matrimonio, sí quería seguir Viviendo. Era una chica alegre, nunca ha tenido una visión pesimista cómo para quitarse la vida.

- Lo lamento, joven. Pero al recolectarlas, la primera fase es la manipulación.

Su desaparición se debió a dicho movimiento. Fue raptada, o quizá, voluntaria.

Ulrich rechistó. Él no se tragaba sus palabras. Frotaba sus ojos celestes en desesperación.

Ante tanto alboroto, llevé mi mirada a todos los que debatían al unísono, y en uno de los asientos pude contemplar a Catalina haciendo gestos bruscos tratando de recibir mi atención.

- «¿Qué?»- Pregunté en un susurro, elevando mis hombros.

Catalina señaló la puerta de la Iglesia. Indicando que salga.

- «No, no.» - Negué con mi cabeza señalando a mi padre.

Enojada soltó un bufido y señaló la puerta de nuevo. Parecía muy estresada.

- ¿Qué le ocurre a Catalina? - Preguntó mi padre. Catalina cambió de inmediato su rostro enfurecido y le dedicó una sonrisa.

- Tenemos que ir con antelación a la asociación. - Dije, Catalina asentía con la cabeza de acuerdo a mis palabras, aunque ni siquiera podía escucharme, pues su asiento estaba alejado del mío. - Es el cumpleaños de uno de los niños de la asociación, Liam Bailey. Catalina y yo nos propusimos hacerle una fiesta de cumpleaños sorpresa.

- Bien. - Aceptó, pero cuándo traté de ponerme en pie, su mano agarró mi brazo. - ¿Dónde estuviste?

- ¿Qué?

- La noche del suicidio de Maverick, ¿dónde estuviste?

Ambos nos quedamos en un profundo silencio. Nuestras miradas hablaban por sí solas, él notaba mi miedo. Tenía miedo de él.

- Lo siento, Sr. Clark, pero de verdad nos quedamos sin tiempo. - Catalina apareció ante nosotros, agarrando mi mano llevándome consigo. - Tenga buen día.

Pude recuperar el aliento al salir de la Iglesia, fue entonces cuando el rostro alegre de Catalina desapareció por completo y comenzó a correr llevándome a rastras detrás de la catedral.

- ¿Qué? ¿Qué pasa? - Pregunté, confundida.

- ¡No te lo vas a creer!

- Puede ser, ya no sé ni lo que es real.

- ¡Pero esto es un bombazo! ¡Un «BOOM»! ¡Un «WOW»! ¡Un «OH MI SEÑOR»!

- Cuenta, cuenta.

- Vale. - Catalina cogió el aliento suficiente antes de comenzar. - Mis padres y yo fuimos a visitar a la familia de Anne.

- Ajá.

- Anne.

- Sí.

- La prometida de Ulrich.

- Sí, sí, sé quién es. Acabamos de salir de su velorio...

Catalina asintió.

- Fuimos a preguntar por ella a la Sra. Philips, su madre. Total... Que estuvieron hablando de muchas cosas qué no les di importancia y vi sobre una mesilla algo que me dejó sin palabras.

- ¿El qué?

- Un vestido... Pero, no era un vestido cualquiera. Era muy cutre, básico, espantoso, ni siquiera tenía telas de encaje.

En ese momento, mi cara quedó como la pintura de la Mona Lisa. Catalina se mantuvo en silencio, no podía creer que sus nervios se debían a eso, pero su actitud no me ayudaba.

- Ah, no. No es sólo por el vestido, aunque sé que asusta. Lo realmente aterrador es que tenía manchas de sangre y sobre él había una manzana roja mordida y una pulsera digital que ponía ¿Qué ponía? ¡Ah! Sí, ponía cero d, m, a.

- ¿Y eso qué significa?

- No lo sé, yo suelto datos, tú los analizas. - Sus ojos se abrieron de par en par observando algo a mis espaldas. - Oh, ella nos dará la respuesta.

Seguí su mirada, hasta encontrarme a Freya Young. Sentada sobre un banco, observando el lago.

- Podemos hablar con ella, sí. Pero Catalina, no la presiones, no la inquietes, no la alteres. Si queremos una respuesta, debe de ser con una buena actitud y-

- ¡Eh, tú! - Catalina sostenía su vestido, corriendo en dirección a Freya.

Ni caso.

- ¿Catalina? ¿Heather? - Freya se levantó de inmediato del banco, observando nuestros rostros aturdida. - ¿Habéis visto? La ronda del diablo rojo acaba de finalizar.

- Sí, mira... La verdad no me interesan los diablos de colores, más bien, quiénes son. Así que, por favor, hermana Freya... - Catalina le dedicó una reverencia. - O nos dices que pasa, o te acosaré hasta que decidas colaborar.

La respiración de Freya se volvió agitada, ella trataba de mantener la calma.

- No, tranquila, en realidad... Ella no te va a acosar. - Solté, pero Catalina asentía una y otra vez con la cabeza mintiendo mis palabras, por lo que le di un codazo. - Queremos ayudarte. Si decides contarnos lo que sabes, podemos descifrar qué está ocurriendo y tratar de buscarle una solución.

- Lo entiendo, pero... Es que no puedo decir ni una palabra. Puede... Puede que nos estén escuchando. Entender que si os mantenéis en la ignorancia, podéis sobrevivir.

- Si nos mantenemos en la ignorancia, moriremos igual, sin haber intentado descubrir la verdad. Así que, por favor. Dinos quién es el diablo blanco. - Insistí.

- ¡No! - Tras ello, Freya salió corriendo a toda velocidad. Pero, para mí sorpresa, Catalina liberó un grito de guerra y se aventó sobre ella. Ambas cayeron al suelo rodando cómo dos bichos de bola.

- Freya, no quieres que te persiga todo el día, no quieres verme debajo de tú cama, no quieres... - Masculló Catalina.

- ¡No! ¡No! - Freya cubrió sus ojos con sus manos, derrotada. - La clave... La clave está en las iniciales.

- ¿Qué iniciales? - Intervine, ofreciéndole mi mano para ayudarle a colocarse en pie.

Ella aceptó mi ayuda. Una vez en pie se sacudió su vestido. Llevó sus manos a su collar: una cadena de oro acompañada de un corazón dividido por una línea en el centro. Abrió dicho accesorio, en su interior contenía un papel con varios doblados.

- Ahí. En las iniciales. - Susurró.

***

- Deberíamos haberle preguntado sobre la pulsera. - Dijo Catalina, de morros.

Una vez en la asociación, seguimos nuestros mandatos, pues lo del cumpleaños, la fiesta sorpresa... Tan solo era una simple excusa.

- Un poco más y la haces llorar. Te dije que debíamos mantener una actitud agradable. ¿Cambiaste las películas románticas por películas de acción o por qué ese atrevimiento?

- Porque falta poco para mí cumpleaños, y tengo miedo de morir y... Y no terminar de ver la saga de el señor de los anillos.

Intercambiamos miradas en silencio.

- Veamos que esconden esas iniciales. - Cambié de tema de inmediato, agarrando el papel.

- ¿Qué pone? ¿Qué dice? - Insistió Catalina.

- Aún no lo he desdoblado... A ver... Vale. Dice: Heriré en tu flébil...

- ¿Qué? ¿Por qué te quedas en silencio?

- Conozco esta oración por Maverick y Maddison. Es la oración del diablo blanco.

- Déjame ver. - Catalina comenzó a leer. - Pues yo veo muchas iniciales aquí.

Agarramos una pluma, Catalina comenzó su análisis, y su resultado fue el siguiente:

Heriré en tu flébil nombre, arderá mi sendero, liberaré al misántropo, escampará en su último aliento.

- No. No tiene sentido alguno. - Aseguré. - Tras las comas. Es así...

Le arrebaté la pluma y tras ello, mi resultado fue:

Heriré en tu flébil nombre, arderá mi sendero, liberaré al misántropo, escampará en su último aliento.

- ¿Hale? ¿Qué significa eso?

Traté de pensar en una respuesta ante la pregunta de Catalina, pero mis pensamientos se vieron interrumpidos por los llantos de una niña de aproximadamente diez años, que agarraba las faldas de nuestros vestidos en desesperación.

- ¿Qué ocurre, pequeña? - Me arrodillé a su altura, colocando mi mano sobre su hombro.

- ¡Mi padre ha desaparecido! ¡Lleva una noche sin aparecer por casa y me prometió que hoy me acompañaría al parque!

- Oh. ¿Cuál es el nombre de tú papá?

- Peter.

- ¿Y su apellido? - Intervino Catalina.

- Peter Garder.

Catalina y yo compartimos miradas, pues, ¿quién diría que en plena guerra de bandos esto trataría de una simple desaparición?

BLAKE HALE

La mansión de Craven fue construida con el objetivo de ser habitada por varios inquilinos. Es por ello que el sótano contaba con un largo pasillo alrededor de varias habitaciones, pero los Hale somos tan creativos, qué decidimos colocar paredes insonoras en cada una de las habitaciones acompañadas de una puerta metalizada en cada una. Excepto, en el despacho: una habitación tan primordial, que contaba con cinco cerraduras.

Ahí me encontraba. En el despacho. Frente a una pizarra cubierta de imágenes de distintos rostros y varias notas bajo ellos. Pues, ahora ponía una cruz sobre las doce víctimas del diablo rojo y me sentaba frente al escritorio, el cuál era invadido por tantos expedientes.

Sostuve mis documentos de identidad. Sí, en plural. Pues, ¿no había mencionado que los Hale somos creativos?

En Craven, (Inglaterra) era Blake Werner, un joven de diecisiete años de nacionalidad alemana.

En Wagner (Alemania) era Blake Volkov, un joven de veinte años de nacionalidad rusa.

Por motivos de pereza, no leí los veintinueve que sobraban en mis manos.

Una habilidad que me permitía gozar de dichos documentos falsos es mi conocimiento ante múltiples idiomas acompañados de la fluidez del habla. Eso, ante distintas capacidades. Mi favorita era mi excelente puntería con cualquier arma de fuego, la favorita de papá era la manipulación. Aunque, a veces se me hacía insufrible.

Ni siquiera salí de casa en todo el día, al contrario de papá, que llevaba sin hacer acto de presencia desde la hora de comer y eso que eran las cuatro de la madrugada. Me sentía presionado, cansado y con un hambre feroz que se me hacía la boca agua de tan solo pensar en los pasteles de colores que esperaba de la pelirroja, la culpable del sermón que recibí de papá. Aún sentía sus ojos esmeraldas atravesados en mi mente, pues papá me prohibía bajo cualquier concepto establecer amistad alguna con Heather Clark, él decía qué no la convirtiera en mi propio obstáculo, y al presentarse de nuevo en casa en mi búsqueda... Aumentó su pánico. Así que, me obligó a permanecer en casa, y si encontraba en el interior de la mansión cualquier mínimo pelo pelirrojo conocería las consecuencias. Pero si ella estaba dispuesta a tomar el riesgo después de advertirle, ¿por qué me alejaría?

En resumen: Voy a hacer lo que se me venga en gana.

Aunque no es nada nuevo.

Solté un largo suspiro, observando los expedientes de nuestros preciados inquilinos que se alojaban en nuestro sótano, atados de manos y pies con cadenas oxidadas, - no juzguen, hay que reciclar. - alguno que otro con collares de acero, en sillas de tortura, o cadavéricos. La verdad, es que la última opción agradaba a todos, pues todos acababan así: muertos.

Varios toques en la puerta interrumpieron el profundo sueño de Dark, quién se levantó de inmediato.

Perezoso, acompañado de un largo bostezo, me dirigí a la puerta y tras deshacerme de la seguridad me encontré el rostro pálido de Azael. Sus ojos cansados eran acompañados por sus ojeras violáceas, sus pómulos estaban más marcados haciéndose notar su pérdida de peso. - Sabes que no puedes estar aquí abajo. - Le recordé, cruzando mis brazos.

- No podía dormir y vi que no estabas en tú habitación. - La atención de Azael la recibía los expedientes sobre mi mesa. - Pero, ya me voy. - Fue entonces cuándo cabizbajo, subió las escaleras, saliendo del sótano sin decir nada más.

Compartí miradas con Dark, sabiendo qué era lo siguiente. Acaricié su cabeza antes de salir del despacho, coloqué la seguridad y salí del sótano. Llegué a la cocina y agarré de la nevera dos batidos de cacao antes de poner rumbo al cuarto de Azael.

Ahí estaba él, observando el techo, tumbado en su cama. Al ver como me adentraba en su habitación, se sentó de inmediato elevando sus hombros confundido. Me senté en su cama, en compañía de Dark.

- Toma. - Le ofrecí un batido de los dos que sostenía en mis manos. - Para ti el vencido.

- Pues qué lujo. - Dijo en un tono sarcástico mostrándome una sonrisa que desapareció por instantes. Desconfiado, le echó un vistazo a la fecha de caducidad, al comprobar que no estaba vencido volvió a mostrar su sonrisa.

Le mostré una tableta de anfetaminas antes de dejarlas sobre su cama. - Es tú deber y yo no soy nadie para obligarte a que las tomes. Pero tú decides si descansar o sobrepensar.

- Es de igual manera. Si descanso, tengo pesadillas, si no descanso, todo se siente una pesadilla. - Sus ojos grisáceos no se apartaban de los míos. - ¿Por qué no puedo ser cómo tú? ¿O cómo papá? - Lágrimas acariciaban sus mejillas. - ¿Por qué siempre soy yo el que llora? ¿Por qué nunca te he visto llorar? ¿Por qué siento? Ni siquiera parezco ser uno de vosotros, no merezco ser un Hale. Es vergonzoso, todos... Todos me ven llorar.

De dos tragos vacíe el batido, observando las paredes de su cuarto con sus llantos de fondo. ¿Quién en su sano juicio querría ser como yo? Él no podía comprenderlo. Porque éramos lo opuesto del otro.

- ¿Crees que es un privilegio no gozar de lo que nos hace humanos? ¿O no recuerdas las veces en las que me hice daño para ver si era yo el extraño? Soy dirigido por alguien que conlleva la venganza y quién logró sentir, alguien que me ha establecido normas, creencias, conocimientos... Cómo a una máquina, para llenar un vacío que se me hará eterno una vez acabe esto. A veces me pregunto si podré llorar al enterrar los cuerpos de quiénes me han acompañado toda mi vida, o me limitaré a acomodarme en mi vacío cómo cuando falleció mamá, porque mi única manera de demostrarle que de verdad me importaba, a pesar de que ya no pueda verlo, es haciendo sangrar a los que la destruyeron. Esa es mi única manera de demostrar que me siento unido a alguien, matando por él si así lo desea, siendo su siervo. Deberías considerar tus habilidades, valorar que sientes en exceso, y recordar cuál es tu apellido.

Sus llantos cesaron, es más, me miraba en silencio con una leve sonrisa compasiva. Agarró la tableta de pastillas y se tomó una acompañada del batido.

Mientras traté de hacerle pensar en otras cosas en el tiempo que la medicación tardaba en realizar su efecto, analizaba su rostro de manera inevitable. Pues, no teníamos parecido alguno.

No hacia falta mirar a Azael dos veces para saber que Darek no era su verdadero padre.

Estuve en silencio, en los pies de su cama mientras él se adentraba en un profundo sueño, pues, a veces me sentía impulsivo por no poder devolverle un abrazo sin sentirme extraño, así que cuidaba de él dedicándole toda mi atención, todo lo que él deseaba. Esperé a que se durmiese para irme de su lado, y de nuevo adentrarme en el sótano.

Caminaba sobre el largo pasillo, mi silbido hacía eco y una vez frente a la habitación númer doce toqué la puerta. - ¿Puedo pasar? - Pregunté a pesar de que ya había abierto la puerta metalizada, dedicándole una sonrisa maliciosa a aquel hombre cuarentón atado de manos y pies con cadenas oxidadas.

- ¿Qué piensas hacerme? ¡¿Eh?!

Pasé mi mano sobre mi cabello desordenado, mostrándome pensativo. - Buena pregunta, aún no me decido. ¿Qué método de tortura te gusta más? Quizá compartamos el mismo gusto y todo, ¿buena forma de conocerse, no crees?

- Lo único que creo es que eres un demente. - Escupió, su rostro estaba tan húmedo por su sudor que cualquiera diría que le lanzaron un cubo de agua.

- Otra cosa en común. - Chasqueé los dedos. - En otra vida, hubiésemos sido buenos amigos. ¿Sabes? Te mereces vivir. Digamos que estoy lo suficientemente cansado para malgastar mi tiempo con alguien tan insignificante cómo tú, y tampoco quiero mancharme de tú sangre ya que me eché una mascarilla para el rostro. ¿Qué te parece si contestas a mi pregunta y te largas de mi vista? Así, sin más. ¿Un buen trato, verdad?

- ¿Qué quieres?

- Las coordenadas. Dime dónde se encuentra el diablo rojo.

Él apartó su mirada de la mía. Por lo que comencé la exposición.

Di unos cuantos pasos hasta llegar a una mesilla donde teníamos materiales para poder acabar con la vida de una persona de diferentes maneras, cogí una jeringuilla y la llené de una sustancia plateada, luego la observé con una sonrisa perversa y me dirigí a él.

- ¿Sabes qué es esto? - Pregunté acercando la aguja a su cuello. - Es mercurio, cuándo se introduce en la yugular produce un exceso de adrenalina y provoca taquicardias, hipertensión...

- ¿Me dejarás sa-salir? ¿De verdad lo harás?

- Pues claro, ¿qué te hace dudarlo?

Bufé. Mostrándole una sonrisa.

- Está... En la Casa Sagrada, pero no conozco las coordenadas puesto que no soy uno de los hijos del diablo rojo, uno de sus siervos. Solo ellos saben las coordenadas, solo ellos saben la ubicación.

- Ah, bien. - Dije, liberándolo de las cadenas. - ¿Ves cómo no era tan complicado? Venga, largo de aquí.

Él se mostraba confundido, pero a la misma vez alegre. Se puso en pie con cautela y caminó frente a mí sin apartar su mirada de la mía.

- Con más rapidez, por favor, que son las cinco de la madrugada.

Una vez que alcanzó la salida trató de correr, hasta que Dark se aventó sobre él mordiendo su brazo, lanzándolo así sobre el suelo, de nuevo al interior de la habitación frente a mis pies.

Le dediqué una sonrisa maliciosa mientras contemplaba la jeringuilla en mi mano.

- Peter Garder, cuarenta años, profesor de un centro católico... - Explicaba sin parpadear mientras decía su expediente el cuál me aprendí de memoria. - Abuso sexual a 5 de sus alumnas menores de edad, para ser exactos 2 de 14 y 3 de 16 años de edad... Homicidio, Leah Dunbar logró escapar y usted la persiguió, luego, la apuñaló 2 veces en el pecho y 4 en el vientre acabando con su vida.

Me arrodillé hasta estar a su altura, de nuevo la jeringuilla acariciaba su piel. Dark se encontraba sobre él mostrando sus dientes afilados.

- Peter... Voy más allá de vuestro sucio juego, ¿sabes? Por cada ronda, me dedico a estudiar y a conocer la oscuridad que aguarda quién descansará en este sótano. Me aprendo vuestros crímenes, vuestras perversidades y os asigno vuestra tortura, asegurándome de ser la personificación de vuestro propio karma. Soy más que un líder en vuestro tablero, Peter... Nunca subestimes a un Hale. - La jeringuilla penetró en su piel, encontrándose con su yugular. - Nunca subestimes al diablo blanco.

Nota de la autora

Muchos enigmas al descubierto, (y los que quedan, que no son pocos) ¿qué os ha parecido este capítulo? Os leo. 👀

Jolie
🖤

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