XV. Luke tiene su plot twist
HALCYON.
capítulo quince.
❝Luke tiene su plot twist.❞
Mirando por la ventana del avión, Keva pensó que quizás debería replantearse lo que le había dicho a las furias. Como si el despegue no hubiese sido suficiente, las turbulencias conseguirían que terminara desmayándose en pleno vuelo. Tiene un mayor respeto por las azafatas ahora. En el asiento de atrás, ella podía escuchar los quejidos de Grover y los intentos de calmarle de parte de Annabeth, pero hasta la chica búho se veía algo verde. El novato estaba peor. Sentado junto a ella, llevaba todo el tiempo aferrado a los reposabrazos, ni siquiera levantándose para ir al baño o aceptar unos de los refrescos que las auxiliares de vuelo iban ofreciendo (+1000 nivel de respeto, imagina tener que caminar con zapatos altos sin que se te caigan las bebidas en medio de todo eso). Keva había lanzado una mirada a la botella de Coca-Cola que le habían dado y decidió por el vuelco que dio su estómago que sería mejor dejarlo para otro momento. Respiró hondo y pensó en otra cosa.
Lo bueno es que al menos ya no es una criminal adolescente molesta abuelas a los ojos del público. Según los noticiarios de Los Ángeles, la explosión en la playa de Santa Mónica había sido provocada por un secuestrador loco al disparar con una escopeta contra un coche de policía. Los disparos habían acertado a una tubería de gas rota durante el terremoto. El secuestrador era el mismo hombre que había raptado a cuatro adolescentes en Nueva York y los había arrastrado por todo el país en una aterradora odisea de diez días. Después de todo, había dicho Keva mientras palmeaba su hombro y él intentaba no vomitar a los pies de una azafata, el pobrecito Percy Jackson no es un delincuente internacional. Para la gente que escuchaba las noticias con atención ese día, Percy Jackson había causado un buen revuelo en el autobús Greyhound de Nueva Jersey al intentar escapar de su captor (a posteriori hubo testigos que aseguraron haber visto al hombre vestido de cuero en el autobús: «¿Por qué no lo recordé antes?»). El psicópata había provocado la explosión en el arco de San Luis; "claro, hombre, ¿cómo podría un chaval cargarse un monumento de tal manera?".
Una camarera de Denver había visto al hombre amenazar a sus secuestrados delante de su restaurante, había pedido a un amigo que tomara una foto y lo había notificado a la policía. Al final, el valiente Percy Jackson (¿dónde está su apodo cool?) se había hecho con un arma de su captor en Los Ángeles y se había enfrentado a él en la playa. La policía había llegado a tiempo. Pero en la espectacular explosión cinco coches de policía habían resultado destruidos y el secuestrador había huido. No había habido bajas. Percy Jackson y sus tres amigos quedaron a salvo bajo custodia policial. Obviamente la idea no fue cosa del novato, gracias a los dioses. Los periodistas fueron quienes les proporcionaron la historia, ellos se limitaron a asentir, llorosos y exhaustos, representando sus papeles de víctimas ante las cámaras mientras Keva exageraba las quemaduras en sus manos como si le fueran a dar un Oscar. Entonces el nuevo había mirado directamente hacia la cámara:
—Lo único que quiero —dijo con lagrimitas en los ojos—, es volver con mi querido padrastro. Cada vez que lo veía en la tele llamándome delincuente juvenil, algo me decía que todo terminaría bien. Y sé que querrá recompensar a todas las personas de esta bonita ciudad de Los Ángeles con un electrodoméstico gratis de su tienda. Éste es su número de teléfono.
La policía y los periodistas, conmovidos, habían recolectado dinero para cuatro billetes en el siguiente vuelo a Nueva York. Y ahí estaban ahora. Con el novato inclinándose peligrosamente. Keva entrecerró los ojos.
—Si vomitas en mis zapatos haré que te los comas —siseó.
Su rostro se volvió más verdoso, pero no dijo nada. Un rato después, por fin aterrizaron sin problemas (lo cual fue una sorpresa, por un momento ahí pensó que el rey de los dioses iba a sacarlos del cielo a base de turbulencias) en La Guardia. La prensa local los estaba esperando fuera, pero consiguieron evitarlos gracias a Annabeth, que los engañó gritándoles con la gorra de los Yankees puesta: «¡Están allí, junto al helado de yogur! ¡Vamos!» Y después volvió con los tres a la recogida de equipajes. Se dirigieron hacia la parada de taxis, donde el novato se giró hacia ellos.
—Ustedes volved al campamento —dijo—. Yo iré a devolver el rayo maestro.
—¿Estás loco? —inquirió Keva—. ¿Piensas ir al Olimpo tú solo?
Grover y Annabeth protestaron, claramente de acuerdo.
—Mirad, es lo mejor. Si las cosas van mal y no me creen... bueno, es mejor que haya alguien quien pueda contarle la verdad a Quirón.
Ninguno de ellos estaba por la labor de irse, pero finalmente le dieron la razón y se subieron a un taxi. Keva se asomó un poco por la ventana para decirle una última cosa.
—Buena suerte, pececito. Te va a encantar el Olimpo. Ve al concierto por mí.
El novato le envió una mirada desconcertada, pero no preguntó, simplemente llamando a otro taxi mientras Annabeth, Grover y Keva desaparecían por la calle. Ella apoyó su mentón en su mano, y jugueteó con su tarjeta LotusCash, que por algún milagro no había perdido. Casi tenía ganas de dormir, lo que era extraño porque con tanta bomba y circunstancia, debería tener más energía. Quizás podría tomarse una cabezadita... No hubo suerte. Nada más doblar la esquina, Annabeth la estaba zarandeado por su manga mientras Grover se giraba hacia ella.
—¿Y? —masculló Annabeth, mirando de reojo al taxista para asegurarse de que no estuviera escuchando.
Keva frunció el ceño.
—¿Y qué?
—¿Qué pasó después de que te esfumaste de la nada? —insistió Grover.
—Ah —dijo Keva, haciendo una mueca—. Voy a tener que explicarle todo esto a Quirón, ¿no podéis esperar?
Grover y Annabeth intercambiaron una mirada.
—No.
Keva suspiró, pero accedió. Les contó todo lo que había pasado después de que los dejara por fuera de la tienda de camas de agua de Crusty, sobre su madre, su charla (y el concierto de las musas al que no logró ir). Cuando terminó, Grover estaba con la boca abierta, pero Annabeth no parecía tan sorprendida, aunque intentó disimularlo.
—Un día movidito.
—Tú ya sabías lo de mi madre —acusó Keva.
Annabeth no lo negó.
—Tenía una teoría. Además, tú también lo sabías. Solo es que no querías aceptarlo, no pensaba meterme en eso.
—¿Tú? ¿Sin querer meterte en algo? Qué mal ejemplo estás dando a todos tus hermanos ahora mismo.
Annabeth rodó los ojos, pero estaba sonriendo. Hubo un momento de silencio.
—¿¡Tu madre es Perséfone?! —exclamó Grover.
Las dos le dedicaron idénticas miradas de exasperación. Afortunadamente para ella, el resto del viaje fue tranquilo. La mayoría del tiempo estuvieron en silencio, el único sonido en el taxi era la música jazz que se podía oír por la radio y las ocasionales direcciones que daba Annabeth. Pronto, llegaron a su destino y mientras Grover se encargaba de pagar al taxista, Keva se quedó observando el bosque frente a sus ojos como si nunca lo hubiera visto antes. ¿Cuántos días habían pasado desde que se había ido? ¿Nueve? ¿Diez? Mucho menos de los que había estado en el campamento, pero se habían sentido mucho más largos, de cierta manera. No iba a mentir y decir que no había encontrado momentos en los que alegrarse de poder ver el mundo exterior entre ataques de monstruos, pero había terminado añorando más el campamento de lo que había esperado.
Escuchó una puerta cerrándose y un coche marchándose por la carretera, mientras Grover trotaba hacia ellas. Keva se giró hacia sus compañeros con una sonrisa.
—Volvamos a casa.
Cuando entró al campamento, fue como si pudiera sentir la protección del árbol de Thalia como nunca lo había hecho antes. Pronto se sintió más tranquila, más segura. Exhalando a la vez que su cuerpo parecía destensarse. Entonces alguien trató de saltar sobre su espalda. Keva se sobresaltó, inmediatamente agarrando la muñeca de esa persona y tirándola por encima del hombro. El cuerpo cayó contra el suelo con un quejido. Ella abrió los ojos como platos.
—¿Pamela?
La hija de Apolo estaba demasiado ocupada rodando por el suelo como para contestar. Moisés la miraba con la boca abierta.
—¿Desde cuándo sabes hacer judo?
Keva lo ignoró, en su lugar acercándose a Pamela para ayudarla a ponerse en pie.
—¿Por qué hiciste eso? Acabo de llegar de una misión, ¿acaso creíste que era buena idea saltarme encima de la nada como una especie de saltamontes diabólico?
Pamela se irguió entre gimoteos, pasándose la mano suavemente por la espalda.
—No lo pensé.
—Tú nunca piensas —dijo Keva, acercándola para darle un abrazo—, pero me alegro de verte.
Pamela la abrazó de vuelta con fuerza, como si el dolor se le hubiera ido de un momento a otro. A veces, Keva estaba segura de que la chica vivía a base de abrazos en vez de comida. La cabaña de Afrodita solía dar charlas sobre los cinco lenguajes del amor, y aunque ella no estaba segura del suyo, sabía muy bien que el de Pamela sería el contacto físico. Entre quejas sobre sentirse abandonado y dejado de lado, Moisés se unió al abrazo. Debían lucir extraños abrazándose ahí en medio, pero nadie dijo nada. La gente pasaba por su lado y la felicitaba por haber vuelto sana y salva, por haber completado su misión. Keva se quedó quieta, y entonces se zafó de las extremidades que se aferraban a ella.
—Okay —dijo, apartando a Pamela con una mano cuando intentó abrazarla otra vez—, calma. Necesito ir a la Casa Grande para contarle a Quirón todo lo que ha pasado.
—Pero Annabeth y el sátiro ya fueron —se quejó Pamela—. ¿Acaso hacen falta tres personas para contar una sola historia?
—Para lo que tengo que contar yo sí —admitió Keva, dando media vuelta y corriendo hacia la Casa Grande—. ¡Tengo que decirle que conocí a mi madre!
—¿¡Qué?!
Keva siguió corriendo hasta llegar al porche de la Casa Grande, entrando a su interior y casi tropezándose con Grover, que se había levantado de la mesa para coger una lata. Ella lo miró con el ceño fruncido y él volvió a sentarse, masticando ruborizado.
—Keva —dijo Quirón, mirando hacia ella con ojos afables—, me alegro de verte bien. Llegas justo a tiempo. Annabeth y Grover me estaban hablando sobre tu pequeña excursión. ¿Te importaría explicármelo tú mejor?
—Ah —contestó Keva, avergonzada por alguna razón—, claro.
Keva volvió a contar todo lo que había pasado con su madre, esta vez más a fondo y con cuidado de no saltarse detalles. Quirón era bueno escuchando, asintiendo con atención y sin interrumpir en ningún momento. Cuando ella terminó de hablar, el centauro cruzó sus manos sobre la mesa con el rostro pensativo.
—Debo admitir que la idea de Perséfone siendo tu madre es una que se me ha pasado por la cabeza algunas veces estos años. Tus poderes podían pasar como los de una hija de Deméter, pero tu situación... Ni siquiera la relación francamente, digamos... —Quirón dudó—, complicada entre el señor de los muertos y su hermana te traería tantos problemas. Y en ese caso, no serías tú la única en ser afectada. La cabaña cuatro nunca tuvo tales problemas.
—Yo pensé en eso cuando Keva nos contó sobre sus sueños —intervino Annabeth—. Los últimos dos sueños que tuvo sobre un prado y un jardín, sonaban salidos del mito de Perséfone.
—¿Entonces he estado teniendo sueños sobre el pasado de mi madre? —preguntó Keva, confundida—. No me había pasado antes, y estoy segura de que esos sueños no los controlaba mi madre como la sombra.
—El destino es bastante caprichoso cuando quiere —dijo Quirón—, y los sueños de los semidioses son un mundo en sí mismos. Quizás tu subconsciente intentaba que vieras lo que, de alguna manera, tú ya sabías.
Keva frunció los labios, pero tenía que admitir que tenía razón. En cierto modo, ella ya sabía quién era su madre antes de conocerla, simplemente se había negado a verlo. Se había pasado tanto tiempo pensando en Deméter como su madre que la idea de que no fuera ella era demasiado como para afrontarla de golpe.
—Entonces, esto nos deja con una pregunta.
Keva miró hacia Quirón, confusa.
—¿Qué cosa?
—Cuando los hijos de dioses menores son reconocidos, tienen la opción de quedarse en la cabaña once o unirse a una cabaña que tenga conexión con su padre o madre divino. No es algo que suela pasar, pero tú podrías irte a la cabaña de tu abuela si así lo desearas.
Uh. Keva se había pasado los últimos seis años pensando en maneras de enorgullecer a su madre, de hacer que la reconociera para que por fin pudiera cambiarse a la cabaña cuatro y unirse a sus hermanos. Ahora, su madre no era Deméter y ella ni siquiera tenía hermanos esperándola en alguna parte. Era como si hubieran sacado su mundo de su equilibrio.
—¿Puedo pensármelo?
—Por supuesto —contestó Quirón con una sonrisa amable, poniéndose en pie—, tómate todo el tiempo que necesites. Ahora, creo que es momento suficiente de que volváis a vuestras cabañas, niñas. Me parece que os están esperando.
Cuando salieron de la Casa Grande, se encontraron con que lo que parecía ser la totalidad del campamento se había reunido frente a ellos. Campistas, sátiros, ninfas. Incluso las arpías de la limpieza estaban ahí. Cuando los vieron saliendo al porche, vitorearon con fuerza. Keva se encontró sonriendo sin poder evitarlo, entretanto el pobre Grover daba un salto de sorpresa junto a ella y Annabeth se acercaba hacia sus hermanos alegremente.
—Bueno —dijo Keva mientras la multitud se dispersaba—, esto fue todo. ¿Qué harás ahora, Grover?
El sátiro sonrió nerviosamente.
—Iré con el Consejo de Sabios Ungulados.
Keva le palmeó el hombro.
—Buena suerte, flautista de Hamelín —respondió, antes de salir del porche y empezar a caminar lejos de la Casa Grande.
—El flautista de Hamelín ni siquiera es buena persona —escuchó como mascullaba Grover. Keva reprimió una risa, pero no se volteó.
Cuando llegó a la cabaña de Hermes, la puerta estaba abierta de par en par y sus compañeros sentados en las escaleras o caminando por el frente. Nada más verla, hicieron una reverencia gigantesca al mismo tiempo, rompiendo en aplausos al erguirse. Keva rodó los ojos.
—¿Cuánto tiempo habéis estado ensayando esa reverencia?
—Tres veces cada día —informó la voz alegre de Connor Stoll.
—Buen trabajo, supongo —logró decir Keva antes de que una figura saliera por la puerta y se abalanzara hacia ella.
Por suerte, esa vez no acabó en truco de judo.
—Has vuelto —dijo Meera, apretándola contra ella.
Keva sonrió.
—Prometí que lo haría.
Oyó pasos por las escaleras y alzó la cabeza, encontrándose con la mirada de Luke. Keva quiso sonreír y saludarle, pero algo en su cara hizo que se quedara callada. La única vez que había visto una expresión tan sombría en el rostro del capitán de su cabaña había sido tras su misión fallida. Pero ellos no habían fallado, ¿cierto? El novato conseguiría convencerlos de la verdad. Como si pudiera escucharla, Luke se animó en un momento, una gran sonrisa haciendo desaparecer la oscuridad en su mirada.
—Me alegro de verte de vuelta, Kevie —dijo Luke cuando Meera dio un paso atrás.
Keva se obligó a sonreír mientras le abrazaba, pero no podía quitarse lo que había pasado de la cabeza. ¿Le ocurría algo a Luke? No podía saberlo, y dudaba de que él le dijera la verdad si se lo preguntaba. Ella aguantó un suspiro y se limitó a respirar hondo en el abrazo de la única persona en el mundo a la que Keva podía considerar un hermano ahora. Lo que fuera que le pasase, Luke lo diría cuando estuviera listo. No tenía que preocuparse por nada.
El novato llegó unas horas después que ellos, reuniéndose los cuatro de nuevo para contarles la versión breve sobre su audiencia con el rey de los dioses, su padre, y la vuelta de su madre, lo que realmente fue un alivio. Cuando las noticias se extendieron, los vitoreos fueron atronadores. Eran los primeros héroes en regresar vivos a la Colina Mestiza desde Luke, al fin y al cabo, así que todos actuaban como si hubieran ganado el premio Nobel de la Paz Mundial Versión Guerra Entre Dioses Olímpicos o algo así. Según la tradición del campamento, ciñeron coronas de laurel en el gran festival organizado en su honor, y después dirigieron una procesión hasta la hoguera, donde debían quemar los sudarios que sus respectivas cabañas habían confeccionado en su ausencia. Keva apostaba que Ellie se había hecho cargo, porque su mortaja era preciosa. De seda azul y estrellas bordadas, era como si hubieran plasmado el cielo nocturno en ella. El novato le había echado un vistazo y comentado que era tan bonita que era una pena no enterrarla con ella. Keva le enseñó la lengua. La mortaja de Annabeth era muy bonita, mientras la del nuevo... no había nadie más en su cabaña, así que la de Ares se había ofrecido voluntaria para hacerla. A una sábana vieja le habían pintado una cenefa con caras sonrientes con los ojos en cruz, y la palabra PRINGADO bien grande en medio. A él no pareció importarle, más bien disfrutó quemarla, pero a Keva no le hizo ni pizca de gracia. ¿Qué hubiera pasado si realmente hubiera muerto en esa misión? Tendría que haber sido enterrado en esa mortaja. Keva los miró de tal manera que la cabaña de Ares fue incapaz de dirigirle la mirada durante el resto de la celebración.
Finalmente, Keva se sentó junto a su cabaña mientras los de Apolo dirigían el coro, el novato pasándole un sándwich de galleta, malvaviscos y chocolate. Estaban rodeados de la cabaña once, la de Atenea y los amigos sátiros de Grover, que estaban admirando la recién expedida licencia de buscador que le había concedido el Consejo de los Sabios Ungulados. El consejo había definido la actuación de Grover en la misión como: «Valiente hasta la indigestión. Nada que hayamos visto hasta ahora le llega a la base de las pezuñas.» Keva no tiene ningún diccionario del lenguaje de los sátiros, pero al menos en algo estaban de acuerdo, le dijo a Grover mientras palmeaba su hombro con una sonrisa. Los que no parecían de humor eran los de Ares, que no paraban de lanzar miradas envenenadas al novato.
—Los convertiré en piñatas —amenazó ella.
El novato se rio.
—No pierdas el tiempo. Ni siquiera lo que sea que vaya a decir el señor D ahora conseguirá amargarme el ánimo.
Keva todavía tenía ganas de encargarse de la cabaña de Ares, pero el señor D empezó a hablar.
—Sí, sí, vale, así que el mocoso no ha acabado matándose, y ahora se lo tendrá aún más creído. Bien, pues hurra. Más anuncios: este sábado no habrá regatas de canoas...
Ella arrugó el ceño. Quizás debería ampliar lo de la cabaña de Ares a dioses molestos también. Keva se despidió de sus compañeros de misión y regresó a su cabaña en la espalda de Luke, quien se limitó a resoplar y reírse entre dientes cuando la chica se lanzó hacia él. Mientras Keva se aseguraba de esconder a buen recaudo su tarjeta LotusCash, Holland se inclinó hacia ella desde su litera.
—¿Qué es todo eso sobre tu madre?
La pregunta llamó la atención de toda la cabaña, que se la quedó mirando entretanto Keva se sentaba en su cama para quitarse las zapatillas.
—Oh, eso —dijo con calma—, sí. Conocí a mi madre. No es Deméter, sino su hija, Perséfone. Oops.
—¿¡Qué?!
—¡Os lo dije! —gritó Moisés.
Los días después de su vuelta al campamento los pasó con Meera insistiendo en asegurarse de que volviera a tener una dieta adecuada para su edad, mientras los campistas buscaban cualquier oportunidad para hacer que se sentara y les contara lo que había pasado con su madre. Francamente, a ese punto Keva había hablado tanto sobre ello que empezó a meter detalles que no existían antes para ver como los diferentes relatos se complicaban. En la cabaña de Apolo hubo un buen revuelto cuando dos campistas empezaron a discutir sobre si el concierto era de las musas o de un resucitado Beethoven, y de alguna manera sus arcos se vieron envueltos. No fue bonito, y Lee Fletcher parecía querer repartir flechas como panes. Una semana tras evitar que el mundo se fuera a la porra, Keva se escabulló de sus amigos y se encontró con el novato leyendo una carta a orillas del mar. Su cara estaba sospechosamente enrojecida, por lo que se acercó con alarma.
—¡Novato! —exclamó—. ¿Te está dando un ataque de calor? ¿Necesitas ir a la enfermería? Porque creo que no es un buen momento, Lee les está echando la bronca del siglo a sus hermanos.
—¿Volvemos con el novato? —se quejó él, pero sonreía—. No podrás llamarme así pronto, ya no contaré como novato.
Keva se encogió de hombros.
—Siempre serás un novato para mí, pero quizás tenga que acostumbrarme a llamarte por tu nombre —contestó, sentándose junto a él en la arena y reprimiendo un falso escalofrío. Él la empujó con una risa y le enseñó la carta en cuanto Keva dejó de intentar hacer que comiera arena.
—No me está dando ningún ataque. Es solo una carta de mi madre.
Mientras la leía, Keva se encontró preguntándose si el novato había salido más a su madre que a su padre como había asumido. La mujer mortal hablaba sobre la misteriosa desaparición de Gabe (el padrastro asqueroso del chico nuevo que ella había visto por la tele); de hecho, el hombre había desaparecido de la faz de la tierra. Lo había denunciado a la policía, pero tenía el extraño presentimiento de que jamás lo encontrarían. En otro orden de cosas, acababa de vender su primera escultura de hormigón tamaño natural, titulada "El jugador de póquer", a un coleccionista a través de una galería de arte del Soho. Había obtenido tanto dinero que había pagado la fianza para un piso nuevo y la matrícula del primer semestre en la Universidad de Nueva York. La galería del Soho le había pedido más esculturas, que definían como «un gran paso hacia el neorrealismo superfeo». «Pero no te preocupes —añadía ella—. La escultura se ha acabado. Me he deshecho de aquella caja de herramientas que me dejaste. Ya es hora de que vuelva a escribir... —Al final incluía una posdata para su hijo—: Percy, he encontrado una buena escuela privada en la ciudad. He dejado un depósito, por si quieres matricularte en séptimo curso. Podrías vivir en casa. Pero si prefieres quedarte interno en la Colina Mestiza, lo entenderé.»
—Ah, por los dioses —dijo Keva, limpiándose una lagrimita que se le había escapado por la risa—. Tu madre es genial. Aunque no sé yo si debería haber terminado su negocio de la escultura tan rápido, parece algo próspero.
—Volver a escribir la hará más feliz —respondió él, con la seguridad y satisfacción de un hijo que finalmente vería a su madre avanzar en la vida de la manera que ella deseaba.
—Hmm. ¿Y tú qué? ¿Piensas irte o te convertirás en un rondador por año?
—No lo sé —contestó honestamente, dirigiéndole una mirada—. Tú eres una rondadora por año, ¿no?
—Sí —confirmó, guardándose el "por ahora". Su madre le había dicho que haría que Keva pudiera volver con su tío, pero prefería no hacerse ilusiones—. ¿Por qué? ¿Piensas irte para no tener que vértelas conmigo?
—No sé yo —dijo él, lanzándole una mirada entretenida—, no eres tan mala cuando no amenazas con atravesarme con la lanza de Clarisse por arruinar tu camisa.
—Era mi camisa favorita —se quejó Keva.
—Todas las camisas del campamento son iguales.
—Aun así.
Él soltó una carcajada y Keva no pudo evitar unírsele. Y ahí se quedaron durante un buen rato, riendo sin aliento por algo que ni siquiera tenía gracia. Cuando volvió a su cabaña bajo el cielo oscurecido, se sintió un poco más ligera.
Como cada 4 de julio, todo el campamento se reunió junto a la playa para asistir a unos fuegos artificiales organizados por la cabaña 9. Keva se sentía especialmente entusiasmada esa vez, agarrándose a Jake Mason mientras el hijo de Hefesto ayudaba a sus hermanos con los preparativos, fastidiándolo con preguntas y peticiones ("¿Podéis hacer otra vez esa en la que Ariadne le patea el culo a su hermano medio toro y a Teseo?" o "Porfaporfaporfa, creo que a los de Ares les vendría genial ver como el novato le pateó el culo a su padre en versión voladores"). Cuando Jake se zafó de su agarre para cargar la barcaza con cohetes tamaño misil Keva se acercó hacia Annabeth y el nuevo con un puchero. Sus compañeros de misión estaban extendiendo la manta de picnic, y en cuanto la hija de Atenea alzó la vista para verla resopló y dio una palmadita en la tela para que se acercara. Keva se sentó junto a ella, haciendo que el novato se echara hacia un lado mientras ella se sentaba en el medio. Keva se giró hacia él para sacarle la lengua, pero entonces vio a Grover acercándose hacia ellos.
Vestía sus vaqueros habituales, una camiseta y zapatillas, pero en las últimas semanas parecía haber crecido, luciendo casi como si fuera al instituto. La perilla de chivo se le había vuelto más espesa. Había ganado peso y los cuernos le habían crecido tres centímetros, así que ahora tenía que llevar la gorra rasta todo el tiempo para pasar por humano. Keva solo esperaba que no se olvidara de sus zapatos, habían tenido bastantes sustos con tener que ocultar sus pezuñas mientras dormía en el tren.
—Me voy —dijo—. Sólo he venido para decir... Bueno, ya sabéis.
Keva sonrió suavemente. Desde su noche en el camión, ella no había podido evitar sentirse mal por el sátiro. Aunque realmente no creía que fuera su culpa, era obvio que Grover seguía martirizándose por lo que había ocurrido hacía años con la hija de Zeus. Y ahora se marcha. El viaje sería peligroso, y la búsqueda sería difícil, pero ella está segura de que Grover será el sátiro que encuentre a Pan. Quizás entonces pueda verse a sí mismo con buenos ojos.
—¿Dónde buscarás primero? —preguntó el novato después de que tanto Annabeth como Keva lo abrazaran y recordaran que tuviera cuidado con no quitarse los pies falsos.
—Es... ya sabes, un secreto —contestó—. Ojalá pudierais venir conmigo, chicos, pero los humanos y Pan...
—Lo entendemos —le aseguró Annabeth—. ¿Llevas suficientes latas para el camino?
—Sí.
—¿Y te acuerdas de las melodías para la flauta? —insistió entonces Keva—. Un remix de Walking On Sunshine sigue siendo Walking On Sunshine.
—Jo, chicas —protestó—. Parecéis tan controladora como mamá cabra. Ahora por eso volveré con remixes de A Thousand Miles.
—Making your way downtown —asintió Keva.
Él se rio mientras agarraba su cayado y se colgaba la mochila del hombro.
—Bueno —dijo—, deseadme suerte.
Les dio otro abrazo y una palmada en el hombro al novato, luego se alejó entre las dunas. Los fuegos artificiales surgieron entre explosiones en el cielo: Hércules matando al león de Nemea, Artemisa tras el jabalí, George Washington (que, por cierto, era hijo de Atenea, algo que la cabaña seis no les deja olvidar) cruzando el río Delaware.
—¡Eh, Grover! —gritó de pronto el nuevo. Grover se volvió en la linde del bosque—. Dondequiera que vayas, espero que hagan buenas enchiladas.
Él sonrió y al punto desapareció entre los árboles. Keva volvió la vista hacia sus compañeros de misión, las explosiones de los fuegos artificiales iluminando sus rostros en colores.
—Volveremos a verlo —dijo Annabeth.
—Lo haremos —prometió Keva, con la mirada fija en la figura de Ariadne con el hilo entre sus dedos.
El resto del verano transcurrió tan rápido que se sentía como si el tiempo se le estuviera escapando de las manos. El aire era limpio y fresco, y los campistas parecían más animados de lo que Keva los había visto alguna vez. Era como si la sensación de una misión cumplida por primera vez en años siguiera en el ambiente. Sin embargo, Keva no podía evitar sentir una especie de presentimiento extraño, como una presencia que nadie podía ver. Se dijo a si misma que estaba siendo ridícula y en lugar de perderse en sus pensamientos, se unió a Meera y a Luke en sus nuevos planes de entrenamiento. Meera era la misma de siempre, regañando su alimentación y arrastrándola cada mañana para practicar con su daga. Luke, por otra parte... Lucía como siempre lo había hecho, pero parecía que algo iba mal. Mientras entrenaban y Luke hacía ejemplo de su título como mejor espadachín del campamento al hacerle morder el polvo todo el tiempo, Keva lo observaba. Todavía creía en que Luke hablaría cuando se sintiera listo, pero le preocupaba. Miraba a sus ojos y no encontraba nada. Ni diversión, ni enfado, o satisfacción cuando ganaba otra pelea. Antes, ver a Luke era como mirarlo en un pedestal. Ahora, se sentía más como estar al filo de un barranco, ojos vidriosos al ver una nada sin fondo. Su mirada parecía vacía. Keva se preguntó si las memorias de su misión habían vuelto, como las pesadillas que había sufrido tras volver al campamento con una nueva cicatriz. Luke la instó a recoger su daga, y entonces se centró en seguir entrenando.
El tiempo que no pasaba entrenando con Luke o Meera lo dedicó a practicar con la cabaña cuatro. Desde que la identidad de su verdadera madre había sido fruto de cuchicheos por todo el campamento, los que Keva alguna vez pensó que eran sus hermanos se volcaron más en asegurarse de que ella fuera capaz al menos de hacer crecer un rosal. Su relación con la cabaña de Deméter nunca había sido tan estrecha como en ese momento, a pesar de que todos ellos se habían encargado de instruirla cuando la llevaban a los jardines. Siempre habían sido buenos con ellas, pero la tensión se podía haber cortado con un cuchillo. Keva no los culpaba, ella tampoco sabría cómo actuar alrededor de su supuesta hermana que nunca había sido reconocida. Ahora que se sabía que Keva no era ninguna hija de Deméter, sino su nieta (súper extraño de pensar, aún intenta acostumbrarse a la idea), esa tirantez se había desvanecido y el novato decía que parecían haber salido de una serie familiar "de esas de campo, no sé. ¿La casa de la pradera?". Adelina Stuart, la capitana de la cabaña, lo encontraba todo muy divertido, sujetándola en un abrazo y diciendo que era la sobrina más mona que tenía (a pesar de no tener ninguna otra sobrina). Adelina "la pirada de las hierbas medicinales" y su banda de ecologistas como sus tíos, reprimió un escalofrío. Otra cosa a la que acostumbrarse.
Entre todo eso, apenas tenía tiempo que matar, pero ella encontraba la manera de ir a reírse un rato de los intentos del nuevo de subir al rocódromo sin quemarse con la lava, o de molestar a Annabeth mientras leía un libro de "Philip Jodidio, es básicamente el escriba de la arquitectura contemporánea, es tan guay". Keva se pasó más de diez minutos riéndose del apellido del pobre hombre y Annabeth la echó de una patada del umbral de su cabaña. El tiempo seguía su curso, y pronto llegó la última noche del curso estival. Los campistas cenaron juntos por última vez, quemando parte de su cena para los dioses como si no fueran a volver a hacerlo. Keva había pasado por "la última noche" varias veces, así que no sentía ningún tipo de aprensión. Fue con el resto del campamento a la hoguera, donde los consejeros mayores concedían las cuentas de «fin de verano».
Keva se quitó el collar para poder añadir la nueva cuenta, que era totalmente negra, con un tridente verde mar brillando en el centro. Ella sonrió, lanzando una mirada furtiva al novato que estaba sentado a su lado. Su rostro se veía rojo, pero no podía saber si era por su propio sonrojo o por el resplandor del fuego.
—La elección fue unánime —anunció Luke—. Esta cuenta conmemora al primer hijo del dios del mar en este campamento, ¡y la misión que llevó a cabo hasta la parte más oscura del inframundo para evitar una guerra!
El campamento entero se puso en pie y vitoreó. Keva le dio una palmadita al nuevo en el hombre antes de levantarse ella también, viendo con satisfacción como la cabaña de Ares tuvo que hacerlo también. Entonces escuchó un grito cerca de su oreja:
—¡No nos olvidemos de la primera hija de la tía esa del Inframundo!
Los campistas estallaron en más aplausos y carcajadas, Keva miró hacia atrás para intentar matar con la mirada a quien fuera que hubiera dicho eso, pero entre tantos rostros traviesos de su cabaña, era imposible saberlo. Refunfuñó, pero pronto se unió al novato y a Annabeth, a la cual la cabaña de Atenea había empujado hacia delante para que compartiese el aplauso. Keva se desenvolvió en reverencias, con el calor de la hoguera y de las risas de sus amigos haciéndola sentir más cálida en el aire nocturno. Mirándolos a todos ellos en ese momento, sintió que las cosas realmente irían bien. En ese instante, tuvo esperanza. Cuando volvió a su cabaña, se sentía tranquila y feliz, acurrucándose en su litera y durmiéndose inmediatamente.
Al abrir los ojos en un prado, ni siquiera tuvo ganas de mandar a las Moiras al diablo, limitándose a estirarse con un sonido de regocijo y empezar a caminar entre las flores hasta que se encontró con la figura de una mujer. Su cabello estaba trenzado con flores que ni siquiera sabía nombrar, y su sonrisa pareció brillar con la luz del sol cuando se giró a mirarla.
—Mamá —dijo Keva.
La sonrisa de Perséfone pareció ensancharse.
—Rosa —respondió, mientras se arrodillaba para recoger margaritas—, traigo buenas noticias.
—Ah, ¿sí? —contestó ella, sentándose junto a su madre para recoger su propia pila de flores en su regazo. Su madre se volvió hacia ella, girando una flor entre sus dedos antes de instarla a inclinar la cabeza. Keva le hizo caso, agachándose levemente y sonriendo cuando sintió como la diosa deslizaba una margarita detrás de su oreja. La niña alzó la cabeza, mirando a su madre arreglar su cabello para que quedara detrás de la flor.
—Puedes volver a casa —musitó, dejando caer un mechón rubio de sus manos.
Keva se quedó en blanco por un momento.
—¿Qué?
—Lamento no haber podido avisarte antes. No había tenido oportunidad de hablar con mi marido y, bueno... —dudó—. Hemos tenido una conversación que hemos estado dejando pasar por más tiempo del que tú has estado viviendo, rosa, así que nos tomó su tiempo. Pero sí. Puedes volver a casa. Te prometo que no pasará nada malo si lo haces, o al menos, que mi marido no tendrá nada que ver en ello. Eres un poco revoltosa tú, ¿no? Los problemas vendrán a ti, aunque yo no lo quiera así.
Su madre se estaba riendo, pero Keva se había quedado inmóvil. Podía volver a casa. Sabía que Perséfone le había dicho que conseguiría que pudiera volver a casa sin temor a que algo le pasara a ella, o peor, a su familia. Incluso se lo había prometido por el Estigio. Aun así, había intentado no ilusionarse. Pero ahí estaba ahora, la oportunidad de ver de nuevo a su tío colgando ante sus ojos, reluciendo en la sonrisa de su madre.
La risa de la diosa se detuvo abruptamente cuando su hija se lanzó hacia ella, abrazándola con fuerza.
—Oh —dijo su madre con voz sorprendida, como si no estuviera segura de lo que una muestra de afecto significaba—. Está bien.
Su madre sonaba como si se estuviera dando ánimos a sí misma, y Keva contuvo la risa entretanto la diosa pasaba sus brazos alrededor de la chica y le daba palmaditas en la espalda como si fuera un perro. Sí, bueno, puede que su madre necesite algo de práctica, lo que es algo de esperar de una persona que pasa tanto tiempo en el Inframundo, pero al menos se ve que tiene el instinto. Al menos, eso podía deducir Keva teniendo en cuenta lo fuerte que la diosa la estaba abrazando de vuelta. Ella escondió su rostro entre las flores que decoraban el cabello de su madre y sonrió, dichosa.
Al despertar la mañana siguiente, lo hizo felizmente y con el pétalo de una margarita en su almohada. La tomó entre sus dedos con una sonrisa, dejándola de nuevo donde estaba y recogió la típica carta formal que dejaban todos los años en su mesilla de noche. Solo que esta vez tendría una respuesta diferente. Lo que no era distinto era la obsesión del señor D por escribir mal su nombre:
"Apreciada Kebab Rosales: Si tienes intención de quedarte en el Campamento Mestizo todo el año, debes notificarlo a la Casa Grande antes de mediodía de hoy. Si no anuncias tus intenciones, asumiremos que has dejado la cabaña o has muerto víctima de un final horrible. Las arpías de la limpieza empezarán a trabajar al atardecer. Tienen permiso para comerse a cualquier campista no autorizado. Todos los artículos personales que olvidéis serán incinerados en el foso de lava. ¡Que tengas un buen día!
Sr. D (Dioniso) Director del Campamento n.° 12 del Consejo Olímpico."
Ni siquiera ser llamada por una comida (deliciosa, si debe ser sincera) le arruinaría el día. Salió corriendo de su cabaña a codazos, dirigiéndose hacia la Casa Grande. Quirón no pareció sorprendido cuando la vio marchar hacia la sala de reuniones y luego volver para sentarse junto a él en el porche, comiéndose un sándwich de pavo y balanceando su lata de Coca-Cola Light en su rodilla. Alzó la vista de su libro para mirarla por un momento.
—¿Va todo bien, Keva?
Keva tragó costosamente y asintió de manera efusiva.
—Sí. Solo vengo a contestar a la carta.
—Entiendo —dijo, volviendo la mirada a su libro para cambiar de página—. No te preocupes, ya te anoté en la lista de rondadores por año.
—Esta vez me voy —aclaró Keva, y el centauro levantó la cabeza de golpe.
—¿Te marchas? ¿No crees que será peligroso? Ya sabes, niña, lo que pasó la última vez que intentaste irte.
—Lo sé —murmuró Keva, dando un último sorbo a su bebida y levantándose para tirar la lata y el envoltorio del sándwich en la papelera—. Pero esta vez será diferente, mi madre me lo prometió.
Quirón tenía una expresión pensativa en su rostro.
—Bien, si Lady Perséfone lo promete personalmente... —Sonrió—. Aunque será una pena no tenerte todo el año aterrorizando a las fresas, me alegra saber que podrás volver con tu familia. Iré ahora a cambiarte de lista y avisar a tu tío.
El centauro le dio una palmada en el hombro antes de adentrarse en la Casa Grande. Keva se quedó mirando a los campistas que arrastraban sus bolsas con ayudas de sus amigos, despidiéndose a gritos y sonrisas. Ella era uno de ellos. Por fin volvería a casa. Nada podía arruinarle ese momento (por supuesto, nada puede ir bien en la vida de un semidiós. Francamente, ¿acaso no había aprendido ya que la esperanza absoluta era como un desafío al destino?).
La respuesta llegó a ella como un puñetazo en el estómago. La dejó tambaleándose y teniendo que apoyarse en Moisés como soporte. El hijo de Hermes la sostuvo, alarmado. Estaban haciendo las maletas junto al resto de la cabaña entre conversaciones ruidosas y risitas, pero cuando Keva volvió en si lo único que llegó a sus oídos fue un zumbido. Se quedó quieta, porque sabía lo que eso significaba. Se había despertado así más veces de lo que le gustaba recordar, a veces le había llegado de la nada. James de Apolo, Miriam de Atenea, Kyla de Afrodita. Nunca había sido de manera tan brusca, tan fuerte, pero conocía su origen. Alguien estaba muriendo. Salió disparada de su cabaña, ignorando como sus compañeros gritaban detrás de ella, porque sabía que algo malo estaba pasando. No pudo salvar a ninguno de ellos antes, pero esta vez lo lograría. Tenía que lograrlo. Porque tenía la oscura sensación de saber exactamente quién necesitaba ayuda. Corrió hacia la cabaña tres, sin embargo, por mucho que tocara la puerta nadie contestaba. Se apresuró en llegar hasta el primer campista que vio.
—¿Has visto a Percy?
El campista que había cogido por los hombros titubeó ante la urgencia de su voz, pero asintió torpemente.
—No sé donde estará ahora, pero la última vez que lo vi estaba hablando con Luke en el estadio de los luchadores de espada.
Le dio las gracias y se echó a correr. Pensó que sentiría alivio al saber que al menos el novato estaba con Luke, pero el zumbido en sus oídos solo parecía sonar más fuerte. Si el nuevo se estaba muriendo, ¿dónde estaría Luke? ¿Estaría él solo sin ayuda? No había visto a Luke por ninguna parte, pero no hay manera de que esté con su compañero de misión. Si lo estuviera, ya lo hubiera llevado a la enfermería. Entonces, ¿qué estaba pasando? Keva se obligó a dejar de pensar en los "¿y si?" y centrarse en encontrarlo primero. Cuando llegó al estadio no había ni rastro ni del novato ni de Luke, solo algunos campistas de Ares y otros indeterminados practicando. Soltó un gruñido de frustración, ¿dónde diablos está el nuevo?
—¿Buscas a Percy?
Keva se sobresaltó, girándose para encontrarse con Pamela, que la miraba con una sonrisa mientras sorbía de un jugo de manzana.
—¿Lo has visto?
Se encogió de hombros.
—Lo vi con Luke en el bosque mientras recogía piedras. ¿Sabes que hay una súper guay que se parece a Abraham Lincoln? Es aluci –
Su voz se fue apagando a medida que Keva se daba la vuelta y empezaba a correr como alma que lleva al diablo. Pamela tomó otro sorbo.
—Y yo que pensaba darle la que se aparece a Anjelica Huston.
Por otra parte, la mente de Keva no podía estar más alejada del asunto de piedras que se aparecen al tremendo crush que le provocó una actriz en su papel como Morticia Addams, deslizándose entre ramas y esperando que el calor bochornoso que hacía ese día evitara que se encontrara con algún monstruo. No llegó a su destino, antes encontrándose con dos ninfas del bosque que arrastraban con dificultad a un cuerpo. Solo tuvo que mirar su mata de cabello negro y fue como si se le hubiera detenido el corazón. Corrió hacia las ninfas, que dejaron que el novato se desplomara contra ella mientras iban a buscar ayuda. Keva lo sostuvo lo mejor que pudo, mirando su rostro verdusco tornándose gris y sudoroso con desesperación.
—¡Percy! —gritó—. ¡Novato, despierta!
Él no se movió, Keva podía sentir su frente ardiendo. Miró frenéticamente por alguna fuente de agua, cualquier cosa que le sirviera para hacer lo que había conseguido en su primer captura la bandera, pero no encontró nada. Pudo escuchar la voz de Lee, el consejero de la cabaña de Apolo, acercándose hacia ellos. El sonido de la caracola. Pero lo único que podía pensar era en lo inmóvil que se había quedado el cuerpo del campista junto a ella.
Keva miró de nuevo a la camilla donde el novato permanecía dormido, como si esperara que la quinta vez que se había acercado hacia allí en menos de tres minutos sería la definitiva. Suspiró, pasándose una mano por el cabello rubio hecho un desastre. Meera se había ido hacía menos de diez minutos, desistiendo en intentar que se marchara o al menos que hablara. Podía escuchar a Annabeth preparando un vaso de néctar al otro lado de la enfermería, ver a Quirón sentado junto a los pies de la cama, pero no pudo animarse a entablar conversación. Entendía que debía contar lo que había pasado, sin embargo, no sabía que había pasado. Lo único que sabía era que... Dioses, pensó con angustia, las lágrimas rebosando en sus ojos. Luke, ¿dónde estás? El zumbido en sus oídos había desaparecido, aunque todavía podía sentir un nudo en su estómago. No podía decirlo en voz alta. ¿Acaso eso no lo haría real y tangible? Tenía que estar equivocada.
Se secó el rabillo de los ojos y se puso en pie, acercándose para sentarse junto a Annabeth, que se había puesto frente a la camilla con el vaso en sus manos, para intentar pensar en otra cosa y pasarle al novato un paño húmedo por la frente. Como si hubiera estado esperando hasta el momento indicado, él abrió los ojos lentamente, el verde tan vívido como siempre contrastando con lo pálida que aún estaba su piel.
—Aquí estamos otra vez —dijo.
—Cretino —respondió Annabeth, el alivio en su voz era casi palpable—. Estabas verde y volviéndote gris cuando Keva te encontró con las ninfas. De no ser por los cuidados de Quirón...
—Bueno, bueno —intervino la voz de Quirón—. La constitución de Percy tiene parte del mérito.
El novato lo miró como si no se hubiera dado cuenta de su presencia hasta ese momento. El centauro sonrió, pero se le veía pálido y cansado, reclinado en su silla de ruedas.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó.
—Como si me hubieran congelado las entrañas y después las hubieran calentado en el microondas.
—Bien, teniendo en cuenta que eso era veneno de escorpión del abismo. Ahora tienes que contarme, si puedes, qué ocurrió exactamente.
Entre sorbos de néctar y los toques cuidadosos de Keva con el paño a su frente, él les contó la historia. Ella casi trató de desconectarse, sintiéndose enferma en su interior al escuchar el discurso de odio de Luke en la voz del novato, pero no pudo. Cuando finalizó, hubo un largo silencio, todos aparentemente tratando de reponer la compostura. Keva se sintió extrañamente vacía. Se preguntó si así se había sentido Luke cuando ella lo había mirado a los ojos durante el entrenamiento y solo había encontrado la entrada a un abismo sin fondo. ¿Estaba sorprendida? ¿Dolida? Quería tanto salirse de si misma, al menos para sentir algo más que un hueco en su interior.
—No puedo creer que Luke... —A Annabeth le falló la voz. Keva no alzó la mirada de donde seguía intentando distraerse con pasar el paño húmedo por el rostro del novato, pero podía escuchar su enfado y su dolor como si fueran sus sentimientos propios. Quizás lo eran—. Sí, sí puedo creerlo. Que los dioses lo maldigan... Nunca fue el mismo tras su misión.
¿Y acaso no sabía ella eso? ¿No se había despertado en medio de la noche mientras todos dormían con una sensación de malestar para encontrarse con que Luke lo estaba pasando mal? Había empezado a tener pesadillas poco después de volver de su misión, y ella lo sabía, pero Luke le había dicho que no se preocupara, que no era nada y que hablaría con Quirón si hiciera falta. Ella le hizo caso, y le abrazaba todas las noches antes de irse a dormir como si esperara que eso manteniera a raya las pesadillas, diciéndole que estaba segura de que él saldría de eso. Estaba equivocada. O puede que sí tuviera razón. Luke había salido de eso. Luke se había marchado en más de un sentido.
—Hay que avisar al Olimpo —murmuró Quirón—. Iré inmediatamente.
—Luke aún está ahí fuera —dijo el novato—. Tengo que ir tras él.
Quirón meneó la cabeza.
—No, Percy. Los dioses...
—No harán nada. ¡Zeus ha dicho que el asunto estaba cerrado!
—Percy, sé que esto es duro, pero ahora no puedes correr en busca de venganza. Primero tienes que reponerte, y después someterte a un duro entrenamiento.
Hubo un momento de silencio antes de que él volviera a hablar.
—Quirón, tu profecía del Oráculo era sobre Cronos, ¿no? ¿Aparecía yo en ella? ¿Annabeth y Keva?
Keva no habló ante la mención de su nombre, dejando el paño húmedo en una mesa mientras Quirón se revolvía con inquietud.
—Percy, no me corresponde...
—Te han ordenado que no me lo cuentes, ¿verdad?
—Serás un gran héroe, niño. Haré todo lo que pueda para prepararte. Pero si tengo razón sobre el camino que se abre ante ti...
Un súbito trueno retumbó haciendo vibrar las ventanas.
—¡Bien! —exclamó Quirón—. ¡Vale!
Exhaló un suspiro de frustración y añadió:
—Los dioses tienen sus motivos, Percy. Saber demasiado del futuro de uno mismo nunca es bueno.
—Pero no podemos quedarnos aquí sentados sin hacer nada —insistió.
—No vamos a quedarnos sentados —prometió Quirón—. Pero debes tener cuidado. Cronos quiere que te deshilaches, que tu vida se trunque, que tus pensamientos se nublen de miedo e ira. No lo complazcas, no le des lo que desea. Entrena con paciencia. Llegará tu momento.
¿Eso era lo que Cronos buscaba al enseñarle la muerte de su padre en esa pesadilla? Parecía haber ocurrido hace mil años, pero Keva podía recordar perfectamente como le había hablado sobre su padre pagando su nacimiento con su sangre. "¿¡Quién mató a tu padre, Keva Rose?!" Se había sentido atormentada, pero ahora... El mundo rojo, las columnas doblegándose y rompiéndose ante un peso invisible, la casa hundiéndose bajo la tierra, el grito de un bebé. ¿Cómo podía estar segura de que era real, y no una simple artimaña? La mente de Luke había sido plagada de pesadillas, y entonces había llegado la voz de Cronos. ¿Cómo podía confiar en su visión? Eso no había sido el sueño de un semidiós, había llegado hasta ese momento por la guía del titán. ¿Cómo podía saberlo?
—Suponiendo que viva tanto tiempo —decía el novato.
Quirón le puso una mano en el tobillo.
—Debes confiar en mí, Percy. Pero primero tienes que decidir tu camino para el próximo año. Yo no puedo indicarte la elección correcta... Tienes que decidir si te quedas en el Campamento Mestizo todo el año, o regresas al mundo mortal para hacer séptimo curso y luego volver como campista de verano. Piensa en ello. Cuando regrese del Olimpo, debes comunicarme tu decisión. Regresaré en cuanto pueda —prometió—. Argos te vigilará.
Miró a Annabeth.
—Oh, y querida... cuando estés lista, ya están aquí.
—¿Quiénes están aquí? —preguntó el nuevo.
Nadie respondió. Keva había escuchado a Annabeth hablar con Quirón, pero no había prestado suficiente atención para saber de qué iba la cosa. El centauro salió de la habitación mientras Annabeth estudiaba el hielo en la bebida del novato.
—¿Qué pasa?
—Nada —Dejó el vaso encima de la mesa—. He seguido tu consejo sobre algo. Tú... ¿necesitas algo?
—Sí, ayúdame a incorporarme. Quiero salir fuera.
—Percy, no es buena idea.
Él sacó las piernas de la cama, Keva se apresuró en sujetarle antes de que se derrumbara en el suelo.
—Hazle caso a la sabelotodo —habló Keva por primera vez en todo ese rato—, puede ser algo pesada, pero normalmente tiene razón.
Annabeth refunfuñó por lo bajo, pero no dijo nada.
—Estoy bien —insistió el novato, agarrándose instintivamente a su brazo mientras daba un paso.
Después otro, aún apoyando casi todo su peso en Keva. Annabeth se acercó para ayudarla, Argos siguiéndoles a prudente distancia. Cuando llegaron al porche, él tenía el rostro perlado de sudor, Keva casi deseó haberse llevado el paño húmedo con ella. El novato se agarró a la balaustrada con fuerza. Cuando estuvieron seguras de que no estaba a punto de caer por las escaleras, Annabeth y Keva dieron un paso hacia atrás y miraron hacia el frente. Estaba oscureciendo y el campamento parecía abandonado. Las cabañas estaban a oscuras y la cancha de voleibol en silencio. Ninguna canoa surcaba el lago. Más allá de los bosques y los campos de fresas, el canal de Long Island Sound reflejaba la última luz del sol. En todo ese silencio, Keva no sabía si se sentía más en paz o menos en control.
—¿Qué vais a hacer? —preguntó Annabeth.
—No lo sé. Tengo la impresión de que Quirón quiere que me quede todo el año para seguir con mi entrenamiento personalizado, pero no estoy seguro. En cualquier caso, al menos no estaréis solas, ¿no?
Keva apoyó sus codos en la baranda, sosteniendo su rostro sobre sus manos.
—Yo me voy con mi tío.
Los dos se la quedaron mirando.
—¿Con tu tío? —Annabeth fue la primera en reaccionar.
—¿No es que te convertiste en un rondadora por año porque es muy peligroso para ti salir del campamento? —se extrañó el novato.
—Sí, pero mi madre habló con... —dudó—. Bueno, ya sabéis, nuestro amigo de muy abajo. Me prometió que no pasaría nada malo. Quiero intentarlo, al menos por última vez.
El nuevo silbó, impresionado.
—Tienes al señor del Inframundo como padrastro. Empiezo a sentirme mejor con mi vida.
Keva no le metió un codazo porque temía que saliera rodando por las escaleras.
—Me marcho a casa a pasar el año —anunció Annabeth con los labios apretados.
Keva y el novato se giraron hacia ella. Keva no estaba muy segura de la historia de Annabeth, pero sabía que tenía algo que ver con problemas con su padre. Que ahora decidiera volver... parecía ser un año de cambios en el campamento.
—¿Quieres decir con tu padre? —preguntó el nuevo, mirándola a los ojos.
Ella señaló la cima de la colina Mestiza. Junto al pino de Thalia, justo al borde de los límites mágicos del campamento, se recortaba la silueta de una familia: dos niños pequeños, una mujer y un hombre alto de pelo rubio. Parecían estar esperando. El hombre sostenía una mochila que se parecía a la que Annabeth había sacado del Waterland de Denver.
—Le escribí una carta cuando volvimos —les contó Annabeth—, como tú habías dicho, Percy. Le dije que lo sentía. Que volvería a casa durante el año si aún me quería. Me contestó enseguida. Así que hemos decidido darnos otra oportunidad.
—Eso habrá requerido valor.
—Espero que todo te vaya bien, sabelotodo.
Annabeth les sonrió, pero pronto apretó los labios y los miró con fiereza.
—¿Verdad que no vais a intentar ninguna tontería durante el año académico? O al menos no sin antes enviarme un mensaje iris.
Se rieron.
—No voy a buscarme problemas. Normalmente no hace falta.
Keva se encogió de hombros.
—No puedo prometer nada, pero intentaré no apoderarme del mundo sin decirte nada antes.
Annabeth rodó los ojos.
—Cuando vuelva el próximo verano iremos tras Luke. Pediremos una misión, pero, si no nos la conceden, nos escaparemos y lo haremos igualmente. ¿De acuerdo?
—Parece un plan digno de Atenea.
Los tres chocaron las manos.
—Cuídate, sesos de alga —dijo—. Mantén los ojos abiertos.
—Tú también, listilla.
Annabeth se giró hacia ella.
—Se tardaría en llegar unas cinco horas desde Richmond a Oakland —informó—. Quizás podamos vernos para revisar esos planes tuyos de apoderarte del mundo.
Keva sonrió.
—Eso espero, sabelotodo.
La vieron marcharse colina arriba y unirse a su familia. Abrazó a su padre y miró el valle por última vez. Tocó el pino de Thalia y dejó que la condujeran más allá de la colina, hacia el mundo mortal. Menos de un día después, Keva se despidió de todos. Fue difícil, no solo porque era la primera vez en años que dejaría el campamento, sino por el estado en el que lo dejaba atrás. La traición de su consejero había destrozado a su cabaña, pero los pocos campistas que quedaban para oír de su marcha se limitaban a sonreírle y decirle adiós. Por la tarde, el novato la acompañó hacia la entrada del campamento. Podía ver el cabello rubio de su tío desde la lejanía y su corazón dio un vuelco. Pero todavía... se giró hacia su compañero.
—Entonces, ¿tienes todo preparado?
Él asintió. Keva sabía que se había encargado de preparar sus bolsas para volver a casa con su madre después de la ida de Annabeth.
—Todo listo —contestó—. ¿Y tú? ¿Te sientes preparada?
Keva no paraba de levantarse sobre sus talones, nerviosa.
—Eso creo. Ah, no sé, siento que ha pasado tanto tiempo...
—Pero es tu familia.
Sonrió.
—Sí, por eso sé que todo irá bien —En un momento de debilidad, Keva se acercó para abrazarle con tanta fuerza que casi se caen hacia atrás. Él se estabilizó con una risa—. Cuídate, Percy.
Si pensó algo sobre su decisión de llamarle por su nombre en vez de "novato", no dijo nada.
—Tú también, fruto del demonio.
Keva se alejó para mirarle con el ceño fruncido.
—¿Qué? —dijo en tono inocente—. Dijiste que querías tener un apodo chulo de mi parte al final de la misión.
—Eso... —balbuceó, golpeándole de pronto con su mochila—. ¡Eso no cuenta como un apodo chulo en absoluto, Jackson!
—¡No, pero escúchame! —Se rio entre mochilazos—. Técnicamente eres un fruto del demonio, con todo eso de ser hija de la señora del Inframundo y demás.
Keva dejó de pegarle con su mochila para mirarle fijamente a los ojos.
—Eres un desgracia para Nemo y todo por lo que él ha luchado.
Entre risas y preguntas sobre "¿Nemo lideró la batalla por la liberación del océano? ¿En qué película sale eso?" se dieron un abrazo final y entonces Keva empezó a caminar hacia su tío. Respiró hondo. Eso era todo. Echó una última mirada al campamento, a su segundo hogar. Las cosas habían cambiado más de lo que se podría haber imaginado en su primer día. Percy dijo adiós con la mano y Keva se dio la vuelta, dirigiéndose hacia el nuevo capítulo de su vida.
FIN DE LA PRIMERA PARTE.
📍 esto es todo, gente!!!!!!! ya se acabó el ladrón del rayo (sobs into my fist). perdona por tardarme tanto en actualizar, justo ahora acabo de terminar el capítulo a las 3am lol. he estado ocupada estudiando u.u ah, se me hace raro terminar la primera parte. el ladrón del rayo es como mi comfort pjo book. es donde empieza la historia y antes de que todo se vuelva realmente loco lol. me encanta. aunque también tengo ganas de escribir sobre el mar de los monstruos <3
📍 no tengo mucho que decir, principalmente porque tengo sueño y no me fío de escribir una buena nota de autora a estas horas. así que... muchas gracias a todos los que han leído y disfrutado de esta historia hasta ahora. espero que disfrutéis también del segundo acto. mucho amor, cuidaos. nos veremos en la segunda parte. adiós!!
📍 (el capítulo no está editado porque... son las tres de la mañana, intentaré ponerme a ello cuando despierte. por ahora, disculpad mis errores pls. love y'all, bye).
📍 14/06/21: me acabo de dar cuenta de que puse que la familia chase ya estaba viviendo en san francisco pero eso pasa en el tercer libro alv. no sé si en algún momento se dijo donde vivían originalmente, pero haré que sea richmond (virginia) porque allí es donde se conocieron luke, annabeth y thalia lol. es un buen trecho hasta oakland si google no me está tomando el pelo, but who cares.
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