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XII. Pausa publicitaria: ¿le interesan unas tarjetas LotusCash?

HALCYON.

capítulo doce.

❝Pausa publicitaria: ¿le interesan unas tarjetas LotusCash?❞

Caminar de vuelta hacia el restaurante fue un incordio. Todavía le dolía el cuerpo por la caída, pero su brazo se había llevado la peor parte. Annabeth se había acercado hacia ella para revisarlo mientras Grover y el novato hablaban a unos metros por delante, y aunque no era ninguna hija de Apolo, había deducido que no estaba roto, lo que era un alivio. Aun así, le dolía a horrores y lamentaba más que nunca haber intentado parar un poco su caída con su brazo. Mala idea, mala idea, masculló en su mente, mientras la chica búho ponía su brazo herido sobre sus hombros para ayudarla a caminar. Ella era perfectamente capaz de andar sola, sus piernas estaban en mejor estado, pero no dijo nada. Tras haberse quedado de piedra por las dichosas arañas diabólicas, Keva podía ver que la hija de Atenea se sentía mal por su percepción de no haber hecho lo suficiente. Keva no estaba de acuerdo, pero sabía que la otra chica no necesitaba palabras de aliento, solo sentirse útil. Ella estaba dispuesta a hacerla sentir útil, incluso con Annabeth haciéndola beber un sorbo de néctar como si fuera un bebé tomando de su biberón.

—¿Vas mejor? —preguntó entonces.

Keva asintió.

—Hmm —murmuró—. Mientras no me amputen el brazo vamos bien.

Annabeth se rio, rodando los ojos.

—No creo que sea para tanto.

Pero parecía haberse relajado, así que Keva lo consideró una misión cumplida, guardando de nuevo su cantimplora en su mochila. La ropa que había robado – es decir, cogido prestada – había servido como una especie de airbag, por lo que se alegró al ver que las bolas de nieve que se había llevado como souvenirs no habían sufrido ni un rasguño entre tanto tumulto. Annabeth frunció el ceño.

—¿Cuántas llevas ahí?

Keva cerró su mochila con una sonrisa.

—Las suficientes para el centro de evacuación que tengo como cabaña —Ella entrecerró los ojos—, y para algunos más. Luke y Meera se merecen al menos tres por lidiar conmigo.

Annabeth bufó, pero no lo negó. Justo entonces, Grover y el novato se detuvieron mientras doblaban la esquina que los llevaba de vuelta al local. Allí, en el aparcamiento del restaurante, les esperaba el dios de la guerra.

—Bueno, bueno —dijo—. No os han matado.

—Sabías que era una trampa —espetó el chico nuevo.

El dios sonrió maliciosamente. Keva tuvo el casi irreprimible deseo de meterle un puñetazo en su inmortal cara (pero no lo hizo, ¿oyes eso, Percy Jackson?).

—Seguro que ese herrero lisiado se sorprendió al ver en la red a un par de críos estúpidos. Das el pego en la tele, chaval.

El rostro del novato se frunció mientras le arrojaba el escudo. Ahora, Keva no estaba feliz en absoluto sobre su aventura en la emocionante atracción del amor o su consiguiente debut televisivo, pero al menos esperaba que el novato no fuera tan tonto como para decir o hacer algo drástico.

—Eres un cretino.

Bueno, olvídalo... No contuvo el aliento como Annabeth y Grover, limitándose únicamente a soltar un suspiro que empezaba a sonar más como Meera cuando Keva se escabullía de sus prácticas. Empezaba a entenderla – eso no quiere decir que cuando vuelva irá voluntariamente a practicar, por supuesto. Tiene que darle algo de interés a la cosa. Mientras tanto, se aguantaría con ver a Ares agarrando el escudo y haciéndolo girar en el aire, cambiándolo de forma para convertirse en una chaleco antibalas que se colocó en la espalda. Por qué un dios necesitaría un chaleco así, no piensa preguntarlo.

—¿Ves ese camión de ahí? —Señaló un tráiler de dieciocho ruedas aparcado en la calle junto al restaurante—. Es vuestro vehículo. Os conducirá directamente a Los Ángeles con una parada en Las Vegas.

Keva entrecerró los ojos. El camión llevaba un cartel en la parte trasera, que fue más fácil leer porque estaba impreso al revés en blanco sobre negro, una buena combinación para la dislexia (recuerda eso, Tía Eme): «amabilidad internacional: TRANSPORTE DE ZOOS HUMANOS. PELIGRO: ANIMALES SALVAJES VIVOS.» Oh, genial. Porque a ella se le dan geniales los animales.

—Estás de broma.

Ares chasqueó los dedos. La puerta trasera del camión se abrió.

—Billete gratis, pringado. Deja de quejarte. Y aquí tienes estas cosillas por hacer el trabajo.

Sacó una mochila de nailon azul y se la lanzó al novato, quien la cogió al vuelo mientras Keva se acercaba para echarle un vistazo al contenido. Llevaba ropa limpia para todos, veinte pavos en metálico, una bolsa llena de dracmas de oro y una bolsa de galletas Oreo con relleno doble.

—Oh, premio —murmuró Keva, abriendo el paquete de Oreos para llevarse una a la boca. Le ofreció una—. ¿Quieres?

El novato la miró, pero no contestó, más ocupado frunciendo el ceño en dirección del dios.

—No quiero tus cutres —comenzó. Keva tragó su galleta a toda prisa, deseando tener una botella de agua a mano para no atragantarse.

—Gracias, señor Ares —saltó ella, entretanto se limpiaba migajas de galleta de la cara—. Muchísimas gracias, viene de gran ayuda.

Keva le lanzó una mirada de advertencia al chico nuevo, quien se limitó a apretar sus labios con expresión molesta. Era obvio que aceptar un regalo del dios le sacaba de sus casillas, pero terminó por echarse la mochila el hombro, a regañadientes. Annabeth la cogió del brazo, señalando a la ventana del restaurante. Desde allí, la pobre camarera que les había atendido los miraba nerviosamente, incluso sacando al cocinero de la cocina para que se uniese a ella. Hablaron brevemente y el hombre asintió, sacó una cámara y les sacó una foto.

—A este punto deberían ponernos como portada de periódico. ¿Crees que saldremos bien en esa foto? Quizás nos llamen de agencias de modelaje.

Annabeth la miró como si todas las palabras del mundo no le valieran para expresar lo que sentía. Resopló.

—Lo que tú digas.

Dieron de nuevo la espalda a su paparazzi cocinero. El novato seguía mirando a Ares con cara de mal humor.

—Me debes algo más —le dijo—. Me prometiste información sobre mi madre.

—¿Estás seguro de que la soportarás? —Arrancó la moto—. No está muerta.

Keva abrió los ojos como platos, lanzando una mirada furtiva al novato. El pobre parecía que iba a desmayarse, y ella repentinamente recordó su conversación en la playa. Cuando le había hablado de su madre decidiendo llevarle a una cabaña en Montauk. Ella hizo una mueca. Si su madre no estaba muerta... ¿Quién había hecho que pensara que sí lo estaba?

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que la apartaron de delante del Minotauro antes de que muriese. La convirtieron en un resplandor dorado, ¿no? Pues eso se llama metamorfosis. No muerte. Alguien la tiene.

Mientras el novato y el dios hablaban, los tres compartieron una única mirada de alarma. Eso no podía ser bueno.

—¿La tiene? ¿Qué quieres decir?

—Necesitas estudiar los métodos de la guerra, pringado. Rehenes... Secuestras a alguien para controlar a algún otro.

—Nadie me controla.

Keva pudo escuchar la mentira en su voz, aunque él mismo no fuera capaz de verla. Toda esta situación había nacido del control que otros tenían en él, en ellos, en los semidioses en general. Ares también podía verlo fácilmente, se rio.

—¿En serio? Mira alrededor, chaval.

La cara del novato se frunció, sus puños apretándose. Keva fue a tocarle el hombro, pero él simplemente se desquitó.

—Sois bastante presuntuoso, señor Ares, para ser un tipo que huye de estatuas de Cupido.

Tras sus gafas de sol, Keva pudo ver el fuego que tenía en sus cuencas vacías ardiendo. Un viento cálido le revolvió el pelo.

—Volveremos a vernos, Percy Jackson. La próxima vez que te pelees, no descuides tu espalda.

Aceleró la Harley y desapareció con un rugido por la calle Delancy. Keva instantáneamente se relajó, su mano alzándose para arreglar sus mechones despeinados con un suspiro.

—Eso no ha sido muy inteligente, Percy —dijo Annabeth.

—Me da igual.

—Bueno, pues no debería —intervino Keva—. Lo menos que necesitas en medio de este misión es otro dios como enemigo.

—Especialmente ese dios —añadió Annabeth.

—Eh, chicos —interrumpió Grover—. Detesto interrumpiros, pero...

Señaló al comedor. En la caja registradora, los dos últimos clientes pagaban la cuenta, dos hombres vestidos con idénticos monos negros, con un logo blanco en la espalda igualito al del camión: «amabilidad internacional.»

—Hay que darse prisa —dijo Keva, aunque la idea no le hacía ni pizca de gracia.

Los cuatro cruzaron la calle corriendo, subieron a la parte trasera del camión y cerraron las puertas. Keva deseó inmediatamente poder abrirlas de nuevo. El interior del camión olía como la fiesta anual de campistas tras haber pasado por la iniciación de Clarisse. Créela, ha tenido que aguantar bastante ese olor teniendo en cuenta que todos los novatos pasan primero por su cabaña. Se tapó la nariz con su manga, ojos pestañeando en la oscuridad antes de que el novato destapara su espada, lo que arrojó una débil luz broncínea. Fue entonces cuando fueron capaces de ver las jaulas, y su corazón se encogió. Las jaulas eran asquerosas, no parecían haber sido limpiadas en semanas, y los pobres animales no habían tenido más suerte. La cebra tenía chicles pegados en sus crines, como si alguien hubiera tenido una competición de escupirlos. En la jaula a su lado, el antílope tenía un globo de cumpleaños atado a uno de los cuernos. Ambos animales tenían una bandeja de carne picada en sus jaulas. Por otra parte, nadie parecía haber querido acercarse demasiado al león, que se removía intranquilo sobre unas mantas raídas y sucias, en un espacio minúsculo, jadeando por el calor agobiante que hacía en el camión. Tenía moscas zumbando alrededor de los ojos enrojecidos, y los huesos se le marcaban.

—¿Esto es amabilidad? —exclamó Grover—. ¿Transporte zoológico humano?

—"Humano" mi culo —masculló Keva, mirando con pena el cuerpo agitado y tembloroso del león.

Grover se veía como si fuera a salir en ese momento otra vez a darle de hostias a los camioneros con su flauta de juncos, y Keva no podía haber estado más de acuerdo, pero entonces el camión arrancó y el tráiler empezó a sacudirse de manera que casi se da de bruces contra Annabeth, así que tuvieron que sentarse. Se apiñaron en una esquina junto a unos sacos de comida mohosos, ella terminó por esconder su nariz en su camisa para deshacerse del hedor (lo cual, francamente, no fue buena estrategia teniendo en cuenta su propia necesidad de tomarse una ducha lo antes posible), pero no había nada que pudiera hacer para deshacerse del calor y de las moscas revoloteando a su alrededor. Estaba debatiendo empezar a ahuyentarlas con su mochila mientras Grover intentaba hablar con los animales, sin resultado alguno. Annabeth y el novato estaban ocupados hablando sobre diferentes planes. La chica búho quería abrir las jaulas y liberarlos al instante, pero entonces él dijo que no serviría de nada hasta que el camión parara.

—Además —le susurró Keva, observando a los animales por el rabillo del ojo—. Por penoso que se vea el león, creo que para él nos vemos como un bufete de cinco estrellas.

Annabeth concedió el punto, y todos se pusieron manos a la obra. El chico nuevo se encargó de llenar los cuencos con una jarra de agua que se había encontrado, tendiéndole la comida equivocada que sacaba de las jaulas con su espada a Keva para que ella la repartiera adecuadamente. El pobre antílope parecía demasiado débil como para hacer nada, pero comió de los nabos con toda la energía que tenía. Grover lo calmó mientras Annabeth le cortaba el globo del cuerno con su cuchillo. Intentar cortarle los chicles a la cebra con todos los tumbos que daba el camión sería una mala idea, así que Keva se pasó más de media hora cepillando sus dedos entre sus crines y despegando partes de chicle. Sus dedos quedaron pegajosos y asquerosos, pero al menos los estúpidos mortales tenían toallitas húmedas. Grover les hizo saber que prometían seguir ayudándolos por la mañana, después se prepararon para pasar la noche. Grover pronto se acurrucó junto a un saco de nabos y Keva se apoyó contra otro mientras descansaba su cabeza en su mochila, la idea de conseguir dormirse con el calor sofocante no le entusiasmaba, pero cuando Annabeth sacó la caja de Oreos que había abierto antes y le pasó una, se sintió algo mejor. Estaba en un camión de transporte zoológico inhumano, sudando como loca en medio de una misión que cada vez tenía más posibilidades de ser mortal, sí, pero al menos tenía galletas Oreo con relleno doble. Pequeñas cosas así, hay que disfrutarlas cuando llegan.

—Chicos —habló Annabeth—, siento haber perdido los estribos. Si al menos pudiera haber hecho algo con la red...

Se detuvo, claramente molesta consigo misma.

—No pasa nada —dijo el novato.

—Está bien —corroboró Keva—, en serio, yo también me asusté y ni siquiera soy hija de Atenea. No hay problema.

—Eran horripilantes, ¿verdad? —se estremeció—. Es que... las arañas...

—¿Por la historia de Aracne? —intervino el nuevo—. Acabó convertida en araña por desafiar a tu madre a ver quién tejía mejor, ¿verdad?

Annabeth asintió.

—Los hijos de Aracne llevan vengándose de los de Atenea desde entonces. Si hay una araña a un kilómetro a la redonda, me encontrará. Detesto a esos bichejos. De todos modos, te la debo.

—Lo mismo digo —declaró Keva, poniéndose un poco más cómoda para poder ver al nuevo mientras se dirigía a él sin hacerse daño en el cuello—-. Gracias, novato. Por lo del agua y... todo eso. Hiciste un buen trabajo.

Él se ruborizó, pero parecía más satisfecho que avergonzado.

—Somos un equipo, ¿recordáis? Además, el vuelo molón lo ha hecho Grover.

Keva pensaba que el sátiro ya estaba en el quinto sueño, pero entonces murmuró desde la esquina:

—¿A que he estado total?

Los tres rieron y Keva se movió un poco para darle una pequeña palmada entre los mini cuernos.

—Por supuesto, no podríamos pedir un mejor piloto. Buen trabajo a ti también, flautista de Hamelín.

Annabeth le pasó otra Oreo, que Keva comió en silencio.

—En el mensaje Iris... —empezó la chica búho—. ¿De verdad Luke no dijo nada?

—¿Dijo algo de Meera? —preguntó Keva—. ¿Algo sobre lo que está pasando en el campamento?

El novato mordisqueó su galleta.

—Dijo algo sobre que te dijera que Meera decía que su amiga decía que tuvieras cuidado con el juego.

Keva parpadeó.

—¿Meera dijo que su amiga dijo qué?

Él se rascó la nuca, encogiéndose de hombros.

—No tengo ni idea, eso es lo que dijo Luke —Miró hacia Annabeth y Grover, dubitativo—. Luke me dijo que él y tú os conocéis desde hace mucho. También dijo que Grover no fallaría esta vez. Que nadie se convertiría en pino.

Oh, ella hizo una mueca. Keva sabía que Luke solo quería que regresaran sanos y salvos, pero, ¿tenía que decirlo de manera tan directa? ¿Y al novato en su primera misión? Debe ser un tema delicado. No podía ver las expresiones de sus otros dos compañeros ni con el débil resplendor de la espada del novato, pero sí pudo oír como Grover balaba lastimeramente.

—Debería haberte contado la verdad desde el principio —Le tembló la voz. Keva se enderezó contra el saco de nabos para acariciar el cabello entre sus cuernos protuberantes con expresión triste, no había mucho que pudiera hacer para curar viejas heridas. Solo dar consuelo—. Pensaba que si sabías lo bobo que era, no me querrías a tu lado.

—Eras el sátiro que intentó rescatar a Thalia, la hija de Zeus.

Él asintió con tristeza, empujando contra la mano de Keva como un afligido perrito.

—Y los otros dos mestizos de los que se hizo amiga Thalia, los que llegaron sanos y salvos al campamento... —Miró a Annabeth—. Erais tú y Luke, ¿verdad?

Annabeth dejó su Oreo sin comer.

—Como tú dijiste, Percy, una mestiza de siete años no habría llegado muy lejos sola. Atenea me guió hacia la ayuda. Thalia tenía doce; Luke, catorce. Los dos habían huido de casa, como yo. Les pareció bien llevarme. Eran... unos luchadores increíbles contra los monstruos, incluso sin entrenamiento. Viajamos hacia el norte desde Virginia, sin ningún plan real, evitando monstruos hasta que Grover nos encontró.

A pesar de que ella había escuchado la historia antes desde el punto de vista de Luke (contado como uno de los cuentos más tristes para dormir), Keva escuchó con atención, frunciendo los labios.

—Se suponía que tenía que escoltar a Thalia al campamento —dijo Grover entre sollozos—. Sólo a Thalia. Tenía órdenes estrictas de Quirón: no hagas nada que ralentice el rescate. Verás, sabíamos que Hades le iba detrás, pero no podíamos dejar a Luke y Annabeth solos. Pensé... que podría llevarlos a los tres sanos y salvos. Fue culpa mía que nos alcanzaran las Benévolas. Me quedé en el sitio. Me asusté de vuelta al campamento y me equivoqué de camino. Si hubiese sido un poquito más rápido...

—Ya basta —lo interrumpió Annabeth—. Nadie te echa la culpa. Thalia tampoco te culpaba.

—Se sacrificó para salvarnos. Murió por mi culpa. Así lo dijo el Consejo de los Sabios Ungulados.

—¿Porque no pensabas dejar a otros dos mestizos atrás? —dijo el novato—. Eso es injusto.

—Percy tiene razón —convino Annabeth—. Yo no estaría aquí hoy de no ser por ti, Grover. Ni Luke. No nos importa lo que diga el Consejo.

—Es verdad —murmuró Keva, cepillando el cabello de Grover entre sus dedos suavemente mientras el sátiro seguía sollozando en la oscuridad—. Si tú no hubieras estado ahí, ¿cómo hubieran sabido ellos sobre el campamento? Hiciste lo mejor que pudiste en esa situación.

—¡Menuda suerte tengo! Soy el sátiro más torpe de todos los tiempos y voy a dar con los dos mestizos más poderosos del siglo, Thalia y Percy.

—No eres torpe —insistió Annabeth—. Y eres más valiente que cualquier otro sátiro que haya conocido. Nómbrame alguno que se atreva a ir al inframundo. Seguro que Percy también se alegra de que estés aquí.

—Sí —contestó—. No fue la suerte lo que hizo que nos encontraras a Thalia y a mí, Grover. Eres el sátiro con más buen corazón del mundo. Eres un buscador nato. Por eso serás el que encuentre a Pan.

Keva oyó un hondo suspiro de satisfacción, Grover moviéndose para estar más cómodo. Ella siguió acariciando su cabeza, riendo suavemente cuando vio el desastre que había hecho de su cabello en todo ese rato. El sátiro murmuró algo y pronto su respiración se volvió más pesada antes de quedarse totalmente dormido. Con una pequeña sonrisa, Keva alejó su mano tras darle una palmadita en sus cuernos, volviéndose a acostar adecuadamente para intentar dormir ella también. Lo último que escuchó fue un "hablaba en serio" antes de caer dormida.

Cuando abrió los ojos, no se encontró con la vista del techo del interior del camión. Suspirando y diciéndose a si misma que ya no era ninguna sorpresa, se levantó de donde estaba acostada y miró a su alrededor. No era su mundo de sombras ni el prado paradisíaco que había visto la última vez, no podía escuchar inmensos caballos negros como la noche relinchando, ni sentir las violetas entre sus dedos. En su lugar, estaba en un corredor iluminado por decenas de velas colgadas en la pared, que daban al entorno un aspecto tétrico pero cálido, dos estilos diferentes chocando entre ellos. Keva acercó su mano a una de las velas, dando un paso atrás cuando no fue capaz de sentir su calor. Entonces, no sería como el último sueño, cuando había sido capaz de sentir cada sensación en su piel como si lo estuviera viviendo fuera de sus sueños. Bueno, mejor acabemos con esto, se dijo, echándose a caminar hacia el final del pasillo y abriendo una puerta.

Keva había visto jardines antes, la cabaña cuatro se había encargado personalmente de enseñarle todo lo que creían que ella debía saber, sacándola a rastras de su cama en la cabaña once para llevarla a los jardines del campamento, pasando horas con sus rodillas en el suelo y dedos hormigueando mientras cavaban en la tierra de las huertas, comiendo fresas cuando los gemelos del señor D y Adelina, la capitana de la cabaña de Deméter, no estaban mirando. Siempre era una experiencia tranquilizadora, por lo que se presentaba voluntaria siempre que podía para ayudar a Castor a recoger fresas y empaquetar para venderlas en nombre del Servicio de Fresas Delphi (y comer algunas a sus espaldas). Sin embargo, nunca había visto un jardín como el que tenía frente a ella en ese momento.

Luces fantasmales flotaban en el aire, con hermosas flores subterráneas brillando en la oscuridad. Los caminos estaban esculpidos con rubíes y topacios, los huertos de árboles cuidadosamente podados mostraban flores con aromas deliciosos y brillante fruta. Un arroyo abría su camino hasta el medio del jardín. Keva no pudo evitar pensar que si Adelina Stuart viera esto, no querría irse jamás. La propia Keva se sentía fija al suelo, una sonrisa de deleite colgando de sus labios. Entonces la vio. En una mesa cercana, había una joven sentada. Todo lo que ella podía ver era su cabellera larga y rubia, flores enredadas entre sus mechones, pero caían al suelo, marchitas y desprovistas de color. Sus hombros se estaban sacudiendo, su cuerpo entero parecía estar temblando. Ella frunció el ceño, instintivamente estirando una mano para tocar suavemente su hombro.

—¿Está usted bien?

La chica se giró y Keva dio un paso atrás, sobresaltado, con el corazón agitándose en su pecho. El cabello rubio claro cubría una cara bonita y gentil, con brillantes ojos azules mirándola directamente. No debería haber nada malo con ella, pero... De sus labios goteaba un líquido rojo, semillas purpura rojizo caían de su boca entreabierta. La chica llevó una mano a su rostro, manchándose las mejillas de rojo.

—¿Quién eres? —dijo, y Keva no podría haber contestado ni aunque quisiera, porque la chica siguió hablando, ojos alarmados yendo de un lado del jardín al otro—. ¿Puedes sacarme de aquí?

Keva no podía musitar palabra. ¿Sacarla de dónde? Sin embargo, antes de que pudiera preguntar, se escucharon unas pisadas acercándose hacia la puerta que los separaba. Instantáneamente, la chica se sentó más recta, lanzando una mirada inquieta al pomo. Entonces la miró a ella.

—Tienes que irte.

—¿Qué? —balbuceó, desconcertada—. Yo...

La puerta se estaba abriendo.

—¡Márchate!

Keva se echó hacia atrás, hasta que las luces fantasmales no eran capaz de iluminarla y las sombras fueron parte de ella. Podía sentir como si algo la agarrara, impulsándola hacia arriba. Hacia la luz que brillaba bajo sus párpados. Lo último que vio fue a la chica escondiendo sus pegajosos dedos púrpura tras ella mientras la puerta se abría, entonces la oscuridad explotó en fulgor y ella se despertó con un sobresalto. Grover, que todavía estaba acostado en el saco de nabos cerca del suyo, la miró con preocupación.

—¿Estás bien?

—Sí —asintió Keva, aún pensando en goteantes líquidos rojos y luces fantasmales—. Estoy bien.

Grover no parecía convencido, pero asintió. Keva podía sentir como el camión iba cada vez más lento hasta detenerse por completo.

—Oh, no —murmuró—. Grover, despierta al novato.

El sátiro se apresuró hacia el chico nuevo, que todavía seguía durmiendo, aunque no parecía estar descansando bien a juzgar por el fruncimiento de su rostro. Grover le sacudió del hombro mientras Keva se ponía en pie, apoyándose contra los sacos para colocarse bien la mochila que había usado como cojín para dormir en la espalda. En ese momento se despertó el novato, alterado.

—El camión ha parado —dijo Grover—. Creemos que vendrán a ver los animales.

—¡Escondeos! —susurró Annabeth.

—Es fácil para ti decirlo —masculló Keva, viendo como se ponía la gorra de invisibilidad entretanto Grover, el novato y ella no tuvieron más opción que esconderse detrás de unos sacos de comida y confiar en parecer nabos. Las puertas traseras chirriaron al abrirse. La luz del sol y el calor se colaron dentro. Keva experimentó nostalgia al poder sentir el sol en su piel, lo cual era extraño teniendo en cuenta que no había pasado más de un día metida en ese camión. ¿Sería por el sueño? Sacudió la cabeza. No era momento de pensar en eso.

—¡Qué asco! —rezongó uno de los camioneros mientras sacudía la mano por delante de su nariz (la cabaña de Afrodita tendría un día de campo con este tío, pero Keva piensa que ni siquiera Drew podría ser capaz de hacer que se viera atractivo)—. Ojalá transportáramos electrodomésticos.

Subió y echó agua de una jarra en los platos de los animales. Keva tiró del novato para que no se le viera la cabeza. ¿Acaso no sabe peinarse con los dedos al menos? Su pelo es un desastre, necesita un corte de urgencia.

—¿Tienes calor, chaval? —le preguntó al león, y le vació el resto del cubo directamente en la cara. El león rugió, indignado—. Vale, vale, tranquilo.

Keva quiso soltar todos los exabruptos que había aprendido durante los años (que, si sabes como se pone Jake Mason cuando una de sus invenciones le sale mal, son bastantes) y miró hacia Grover. Estaba tenso y, para ser un herbívoro amante de la paz, parecía bastante mortífero. Clarisse lo aprobaría. El camionero le lanzó al antílope una bolsa de Happy Meal aplastada. Le dedicó una sonrisita malévola a la cebra.

—¿Qué tal te va, Rayas? Al menos de ti nos deshacemos en esta parada. ¿Te gustan los espectáculos de magia? Éste te va a encantar. ¡Van a serrarte por la mitad!

La cebra, aterrorizada y con los ojos como platos, miró hacia su escondite fijamente. El novato se había quedado mirándola también, estupefacto. ¿Qué le pasaba a este ahora? No tuvo tiempo de preguntar, porque entonces se oyeron unos fuertes golpes a un lado del camión. El camionero gritó:

—¿Qué quieres, Eddie?

Una voz desde fuera gritó de vuelta:

—¿Maurice? ¿Qué dices?

—¿Para qué das golpes?

Toc, toc, toc.

—¿Qué golpes?

El tipo con la nariz fea, Maurice, puso los ojos en blanco y volvió fuera, maldiciendo a su compañero por ser tan imbécil. Un segundo más tarde, Annabeth se apareció ante ellos. Debía de haber dado los golpes para sacar a Maurice del camión.

—Este negocio de transporte no puede ser legal —dijo.

—No me digas —contestó Grover. Se detuvo, como si estuviera escuchando—. ¡El león dice que estos tíos son contrabandistas de animales!

El novato todavía parecía aturdido, mirándose hacia la cebra como si contuviera las respuestas a todas las preguntas del mundo.

—¿Qué pasa contigo? —le preguntó Keva en un susurro. Él parecía demasiado pasmado como para contestar.

—¡Tenemos que liberarlos! —sugirió Grover.

Annabeth y Keva asintieron, y los tres miraron hacia el novato, lo que no hizo que se viera más despierto. Parpadeó. Fuera, Eddie y Maurice aún seguían gritándose, pero podrían volver en cualquier momento y no podían jugársela. Entonces él empuñó su espada y destrozó el cerrojo de la jaula de la cebra. El animal salió corriendo, volviéndose para... Frunció el ceño, ¿acababa una cebra de hacerle una reverencia al nuevo? Tiene tantas preguntas. Grover levantó las manos y le dijo algo a la cebra en idioma cabra, una especie de bendición. Justo cuando Maurice, amo y señor de las narices feas, volvía a meter la cabeza dentro para ver qué era aquel ruido, la cebra saltó por encima de él y salió a la calle. Se oyeron gritos y bocinas. Los cuatro se abalanzaron sobre las puertas del camión a tiempo de ver a la cebra galopar por un ancho bulevar lleno de hoteles, casinos y letreros de neón a cada lado. Maurice y Eddie corrían detrás de ella, y a su vez unos cuantos policías detrás de ellos, que gritaban:

—¡Eh, para eso necesitan un permiso!

—Acabamos de soltar una cebra en Las Vegas —dijo Keva—. Puedo tachar eso de mi lista de deseos.

—¿Tienes una lista de...? No importa —musitó Annabeth—. Este sería un buen momento para marcharnos.

—Los otros animales primero —intervino Grover.

El novato rompió los otros cerrojos con su espada. Grover levantó las manos y les dedicó la misma bendición caprina que a la cebra.

—Buena suerte — dijo el nuevo.

Keva sonrió.

—Asustad a unos cuantos mortales por mí.

El antílope y el león salieron de sus jaulas con ganas y se lanzaron juntos a la calle. Algunos turistas gritaron. La mayoría sólo se apartaron y sacaron fotos, probablemente convencidos de que era algún espectáculo publicitario de los casinos. Uno ambicioso, francamente.

—¿Estarán bien los animales? —preguntaba el novato—. Quiero decir, con el desierto y tal...

—No te preocupes —contestó Grover—. Les he puesto un santuario de sátiro.

—¿Qué significa?

—Significa que llegarán a la espesura a salvo —dijo—. Encontrarán agua, comida, sombra, todo lo que necesiten hasta hallar un lugar donde vivir a salvo.

—¿Por qué no nos echas una bendición de ésas a nosotros?

—Sólo funciona con animales salvajes.

—Así que sólo afectaría a Percy —razonó Annabeth. Keva soltó una risa.

—¡Eh! —protestó.

Keva palmeó su hombro.

—Tienes que aprender a tomar una broma, novato —le dijo—. Ahora, venga. Salgamos de este camión antes de que me de un patatús. Qué asco, por los dioses.

Salieron a trompicones a la tarde en el desierto. Eran cuatro niños hechos un desastre en medio de la calle, con una temperatura que llegaba a los cuarenta y cinco grados, así que también sudaban como si les fuera la vida en ello. Keva casi esperaba que saliera alguien más a sacarle fotos como había pasado en el restaurante, pero afortunadamente, todo el mundo estaba más interesado en los animales salvajes corriendo por la ciudad. Las Vegas no era tan impresionante como se había esperado por las películas, sin embargo, era un sitio nuevo y no podía evitar mirar a todas partes. El novato tuvo que encargarse varias veces de que no se diera de bruces contra farolas o turistas porque ella estaba demasiado ocupada mirando todo a su alrededor ("esto es tan guay, ¿debería llevármela?" "Keva, eso es una piedra"). Pasaron junto al Monte Casio y el MGM. Dejaron atrás unas pirámides, un barco pirata y la estatua de la Libertad, Keva deseó tener una de esas cámaras desechables que llevaban los turistas para poder hacerse una sesión de fotos. Pero 1. no había tiempo y 2. el novato se negaba a dejar que le cogiera prestada a un mortal de las manos ("eso se llama robar y ya tenemos bastante con ser considerados criminales adolescentes por la prensa, ¿quieres mirar por donde vas?").

Keva no estaba segura de que alguno de ellos supiera realmente a donde iban o qué estaban buscando, pero ella solo podía pensar en un lugar fresco donde poder tomarse algo y librarse del calor sofocante para poder pensar en un nuevo plan, tenían que llegar a Los Ángeles de alguna manera. Pero, ¿cómo? Un taxi sería lo más fácil, pero con lo que les había dado Ares no les bastaba, y con el novato mirándola como si fuera a robar un banco no se le ocurrían más cosas ("¡es por una buena causa!" "voy a dejar que te comas esa farola por una buena causa, no me tientes –"). Debieron de girar en el lugar equivocado mientras Keva observaba ensimismada una estatua de Elvis Presley, porque de repente se encontraron en un callejón sin salida, delante del Hotel Casino Loto. La entrada era una enorme flor de neón cuyos pétalos se encendían y parpadeaban. Nadie salía ni entraba, pero las brillantes puertas cromadas estaban abiertas, y del interior emergía un aire acondicionado con aroma de flores: flores de loto. Keva dio un paso hacia delante inconscientemente, inhalando con fuerza. Olía a casa, añoraba las tardes en el campo más que nunca. El portero miró hacia ellos, sonriendo.

—Hey, chicos. Parecéis cansados. ¿Queréis entrar y sentaros?

Okay, bien. Será sincera: ¿deberían haber sospechado? Posiblemente. Sobre todo teniendo en cuenta todo lo que les había pasado en la última semana, el recuerdo de su reencuentro con su tutora de piano convertida en monstruo seguía fresco en su mente. Ahora sí, ¿sospecharon? Pues no, la verdad es que no. El tipo se veía tan normal y buena gente que Keva casi lloró de alegría. El novato parecía estar sintiendo lo mismo, asintiendo y diciendo con aliviada que les encantaría entrar. Así que eso hicieron. Dentro, echaron un vistazo y Keva se quedó boquiabierta. Annabeth le cerró la boca, aunque ella también se veía impresionada.

—¡Uau! —exclamó Grover.

—Real —exhaló Keva.

El recibidor entero era una sala de juegos gigante. Y no esos juegos cutres que te encuentras en los bares, no. Había un tobogán de agua que rodeaba el ascensor de cristal como una serpiente, de una altura de por lo menos cuarenta plantas. Había un muro de escalar a un lado del edificio, así como un puente desde el que hacer puenting. Y cientos de videojuegos, cada uno del tamaño de una televisión gigante. Era como el paraíso de la cabaña once. Había algunos chicos jugando, pero no mucho. Ni siquiera había que esperar para ningún juego. Por todas partes se veían camareras y bares que servían todo tipo de comida.

—¡Eh! —dijo un botones. Llevaba una camisa hawaiana blanca y amarilla con dibujos de lotos, pantalones cortos y chanclas—. Bienvenidos al Casino Loto. Aquí tienen la llave de su habitación.

—Esto, pero... —masculló el novato.

—Estamos pelados, señor hawaiano —dijo Keva, aunque estaba llorando por dentro al solo pensar en tener que irse sin tirarse por ese tobogán o comer de los nachos que una camarera estaba sirviendo.

—No, no —dijo el señor hawaiano sonriendo, que no parecía hawaiano, pero Keva estaba demasiado ocupada observando comida mientras se le hacía la boca agua como para preguntar por su nombre—. La cuenta está pagada. No tienen que pagar nada ni dar propinas. Sencillamente suban a la última planta, habitación cuatro mil uno. Si necesitan algo, como más burbujas para la bañera caliente, o platos en el campo de tiro, lo que sea, llamen a recepción. Aquí tienen sus tarjetas LotusCash. Funcionan en los restaurantes y en todos los juegos y atracciones.

Les entregó a cada uno una tarjeta de crédito verde. Keva parpadeó, tenía que ser una broma.

—¿Es de mentira? —murmuró, moviéndola entre sus dedos—. Oh, di inmortales, es de verdad.

—¿Cuánto hay aquí? —preguntó el novato.

—¿Qué quiere decir? —inquirió el señor hawaiano, ceñudo.

—Quiero decir que... ¿cuánto se puede gastar aquí?

Se rio.

—Ah, estaba bromeando. Bueno, eso mola. Disfruten de su estancia.

Keva se aferró a su tarjeta.

—Y usted de sus camisas hawaianas, señor.

Subieron al ascensor y buscaron su habitación. Era una suite con cuatro dormitorios separados y un bar lleno de caramelos, refrescos y patatas. Línea directa con el servicio de habitaciones. Toallas mullidas, camas de agua y almohadas de plumas. Una gran pantalla de televisión por satélite e internet de alta velocidad. En el balcón había otra bañera de agua caliente y, como había dicho el señor hawaiano, una máquina para disparar platos y una escopeta, así que se podían lanzar palomas de arcilla por encima del horizonte de Las Vegas y llenarlas de plomo. ¿Era eso legal? Ni lo sabe ni le importaba, pero suena tan guay. La vista de la Franja, la calle principal de la ciudad, y el desierto era alucinante, aunque Keva no iba a perder tiempo observando cuando tenía todo un casino y una tarjeta para disfrutar.

—¡Madre mía! —exclamó Annabeth—. Este sitio es...

—Genial —concluyó Grover—. Absolutamente genial.

Keva no podía estar más de acuerdo, metiéndose en su habitación para ver un enorme jacuzzi. A este punto, iba a llenar el jacuzzi con sus lágrimas de alegría.

—Oye, chicos —dijo, saliendo de su habitación con una sonrisa enorme en su cara—. Hay un... ¿Qué te pasa ahora, novato?

Él estaba mirando el armario con cara de extrañeza.

—Hay ropa de mi talla aquí.

—¿Okay? —contestó Keva—. Es un armario, es donde se supone que va la ropa.

—Pero es...

—Eso no importa —le dijo, tomándolo de los hombros antes de que pudiera seguir protestando—. ¿Has visto mi jacuzzi? ¿A que es enorme? ¿Crees que podría nadar en él? Yo creo que se podría nadar en él. ¿Dónde hay dinero? ¡Chicos, voy a nadar en un jacuzzi de dinero!

Dejó al ceñudo novato atrás y decidió dejar el baño de dinero para otro momento, necesitaba tomarse una ducha de agua a presión, gel y champú con urgencia. Cuando terminó su ducha oliendo a vainilla y flores de loto, se tiró a su cama gigante y decidió comerse una bolsa de patatas mientras se bebía un batido, sorbiendo alegremente. La cama era tan cómoda y suave que prácticamente le estaba rogando que se tomara una siesta, pero... ¿Acaso se estaba olvidando de algo? Había algo importante... Se rascó la frente, tomando otro sorbo de batido.

—¡Oh, claro! —exclamó, levantándose de golpe de su cama—. Qué tonta soy. ¡No me he montado en el tobogán!

Salio de su habitación justo cuando el novato se quejaba de que Annabeth pusiera el National Geographic con todos los canales que había. Los tres ya se habían bañado y cambiado de ropa, Grover comía patatas, estirando en el suelo como una estrella de mar. Keva se sentó junto a él para robarle patatas y terminar su batido.

—Me siento bien —comentó Grover—. Me encanta este sitio.

Sin que reparara siquiera en ello, las alas de sus zapatillas se desplegaron y por un momento lo levantaron treinta centímetros del suelo. Keva lo agarró de un pie para que no subiera demasiado alto mientras masticaba sus patatas y terminaba su batido, tirándolo desde el suelo a una papelera.

—¡Canasta!

—¿Y ahora qué? —preguntó Annabeth—. ¿Dormimos?

Grover, el novato y Keva se miraron entre ellos, sonriendo. Los tres levantaron sus tarjetas de plástico verde LotusCash.

—Hora de jugar.

Keva nunca había oído palabras más dulces. Había pasado los últimos años en el campamento, y aunque no quería decir que fuera aburrido entre muros de escalada con lava y juegos de captura la bandera, el Casino Loto estaba completamente en otro nivel. Keva llegó a bajar por el tobogán varias veces con el novato, pero después los perdió a todos de vista. El nuevo se había ido a hacer puenting en el recibidor, Grover pasaba de juego en juego y Annabeth estaba ensimismada en un juego enorme de simulación en 3D en el que construías tu propia ciudad y podías ver los edificios holográficos levantarse en el tablero. La chica búho parecía estar teniendo el mejor día de su vida, y Keva siguió recorriendo el lugar. Estuvo un rato jugando a "construye tu propio jardín botánico", haciendo crecer plantas de la nada sin que nadie a su alrededor siquiera pestañeara. Incluso llegó a hacer tropezar a varias camareras, pero ellas simplemente sonrieron y siguieron con su camino, deseándole una buena estancia. Después de eso, se encontró con una tipa que la invitó a unirse a su grupo de rebeldes para luchar en una simulación de guerra en el espacio, así que aceptó y le enorgullece decir que estás leyendo las aventuras de la Primera Capitana de La Federación Interestelar. Pilotó su nave espacial y terminó por unirse al resto de su tripulación para una expedición en un planeta desierto. Tras ganar la guerra y ser coronada por la tipa que la había invitado, decidió que era momento de cambiar de juego, dejando atrás la simulación con un último saludo.

—¡Descansen, tripulación! Primera Capitana, fuera.

Estaba corriendo hacia un juego de tiro al blanco del FBI cuando se dio de bruces contra alguien, tropezando con un pie y cayendo al suelo con la otra persona, un sombrero y cartas derramándose por todo el suelo.

—¿Estás bien? —dijo, ayudando a la niña a levantarse del suelo.

La niña llevaba el pelo oscuro suelto, tapándole la cara. Se apartó un mechón de los ojos con un resoplido, dejando ver un puñado de pecas esparcidas en torno a la nariz. Keva le pasó el sombrero y ella se lo puso a toda prisa.

—Sí, gracias —contestó, moviendo sus ojos oscuros hacia un punto detrás de ella—. ¡Nico, te dije que tuvieras cuidado con las cartas!

Un niño se acercó corriendo entonces. Tenía el mismo cabello oscuro y la piel de color oliva que la niña, pero se veía más sonriente mientras se agachaba a recoger las cartas.

—Ya, perdona —respondió, metiéndose las cartas que iba cogiendo en los bolsillos de su chaqueta. Keva le pasó el montón que había recogido—. Oh, gracias.

Ella sonrió. ¡El niño era tan lindo! Ahora entendía porque algunas personas quieren hermanos pequeños.

—No hay problema.

El niño le sonrió de vuelta y tan rápido como había llegado, se fue, metiendo sus manos en sus bolsillos para que no se le cayeran de nuevo, corrió de vuelta a un juego de pistolas láser.

—¡Nico! Juega a otra cosa. No me importa si te gusta ese, es muy violento. Ve al tobogán si quieres —exclamó la niña, sin quitar la vista de Nico hasta que el niño desapareció de vuelta al tobogán, se imaginó Keva. Entonces suspiró—. Este niño va a ser mi perdición.

Keva ladeó la cabeza.

—¿Estás segura de que estás bien?

La niña alzó la cabeza, sus ojos oscuros brillando.

—Sí, solo... Creo que necesito un descanso.

Ella sonrió.

—Eso es algo en lo que estamos de acuerdo. ¿Por qué no juegas conmigo al juego ese del FBI mientras él está en el tobogán?

La niña pareció más aliviada, asintiendo con una pequeña sonrisa.

—Suena bien —dijo, estirando una mano—. Soy Bianca Di Angelo. Y él que acaba de irse es mi hermano pequeño, Nico.

Keva le estrechó la mano.

—Keva Rose. Un placer, Bianca Di Angelo.

Bianca y Keva se lanzaron al juego de tiro al blanco con ganas. Por mucho que Bianca luciera algo frágil y gentil, parecía haberse llenado de energía, y acababa con tropas de criminales como si hubiera nacido para eso. Por otra parte, Keva no era una jugadora nata, pero las dos hacían un buen equipo. Las mejores agentes del FBI en este lado del charco, si se le permite decirlo. Keva no sabe cuanto tiempo estuvieron terminando con grupos de criminales, pero un rato después volvió Nico, goteando agua por todo el lugar. Bianca suspiró y Keva fue a buscar dos toallas, una para que el niño se tapara y otra que su hermana usó para secarle el pelo mientras se sentaban en una mesa cerca del juego y el niño le enseñaba sus cartas.

—Las figuras las tengo en nuestra habitación —decía Nico—, pero las cartas también son geniales. Por ejemplo, mira. Esta carta es la de Dionisio, el tipo del vino. Solo tiene unos quinientas puntos de ataque, pero a mí me parece que sus poderes molan un montón. ¡También tengo su cromo holográfico! Bianca, tenemos que ir a buscarlo. Y las figuras. Y los otros cromos. Y las otras cartas también. Y –

Bianca la miró como si le preguntara "¿puedes creerle"? Keva se encontró sonriendo.

—Está obsesionado con ese tonto juego de mitomagia, honestamente.

—¡No es tonto! —exclamó Nico, y eso lo envió a otro discurso sobre lo divertido que era el juego, las reglas y los diferentes puntos de ataque de cada carta, con los poderes adicionales que le daban los cromos holográficos y demás.

Keva simplemente se dedicó a escucharle con una sonrisa, entretanto Bianca terminaba de secarle el pelo con una toalla y la dejaba a un lado. Ella se levantó entonces, diciendo que iría a dejar la toalla a algún empleado.

—No hace falta, en serio —dijo Bianca.

—No pasa nada. Ya de paso iré a buscarnos unas bebidas. ¿Ustedes qué queréis?

—¡Pídeme un jugo H! —gritó Nico, entusiasmado—. Los camareros sabrán qué es, es alucinante. Tienes que probarlo. ¿Verdad, Bi? ¡Pide jugos para los tres!

Keva accedió con una sonrisa y se marchó hacia el bar. Estaba dándole la toalla a un empleado que pasaba por ahí justo cuando alguien la agarró de los hombros, sacudiéndola para que se girara. Frunció el ceño.

—¿Novato? Qué sentido de la oportunidad que tienes. ¿Quieres un jugo H? No tengo ni idea de que es, pero este niño –

—¡No hay tiempo para eso!

—¿No hay tiempo para tomarse un jugo? —jadeó Keva, mortalmente ofendida—. ¿Cómo te atreves?

—¡Keva! —gritó él, sacudiéndola otra vez, lo que... Vaya, qué grosero—. ¡Tenemos que irnos!

—¿De qué estás hablando? —se quejó ella, quitando sus manos de sus hombros—. ¿Por qué tendríamos que irnos? Aún no he pedido el jugo. Además, tengo que volver con los –

—¡El jugo no importa!

—Ahora, escucha aquí, tú. Pequeño trozo de –

—¡Esto es una trampa! ¡Todo esto! ¡Una trampa!

Keva se detuvo.

—¿Qué?

—Conocí a un niño de los 70 que decía que solo llevaba aquí dos semanas. Uno del 85, otro del 93. Todos decían lo mismo, que no llevan aquí mucho tiempo. Keva, tenemos que irnos.

Un sentimiento horrible se apoderó de ella.

—Oh, por los dioses.

Se echaron a correr. Keva no sabía que pensar. En primer lugar, ¿cuánto tiempo llevaban ellos aquí? No había manera de que la misión hubiera fallado sin que ellos supieran nada, ¿cierto? Ni siquiera un sitio como este aguantaría una guerra de los dioses, ¿verdad? Ya no estaba segura de nada. Encontraron a Annabeth todavía construyendo su ciudad.

—Venga —le dijo el novato—. Nos marchamos.

No hubo respuesta. Keva se acercó para sacudirla por los hombros, como el nuevo había hecho con ella.

—Chica búho, es hora de irse.

—¿Irse? ¿De qué estás hablando? Si acabo de construir las torres...

—Este sitio es una trampa.

No respondió hasta que Keva volvió a sacudirla.

—¿Qué pasa?

—Escucha. Tenemos una misión, ¿recuerdas?

—Oh, chicos, venga. Solo unos minutos más.

—Annabeth, aquí hay gente desde mil novecientos setenta y siete. Niños que no han crecido más. Te inscribes y te quedas para siempre.

—¿Y qué? —replicó—. ¿Te imaginas un lugar mejor?

Keva se cansó y la agarró de la muñeca, apartándola a rastras del juego.

—¡Eh! —gritó, intentando pegarle. Keva la detuvo.

—Escúchame bien, señorita sabelotodo, como intentes hacer eso otra vez te quedarás sin manos para construir torres.

Annabeth frunció el ceño, pero algo de eso pareció haberla sacado de su ensoñación. Se le aclaró la mirada.

—Oh, santo Olimpo —musitó—. ¿Cuánto tiempo llevamos...?

—No lo sé —dijo el novato—, pero tenemos que encontrar a Grover.

Tras buscar un buen rato, lo vieron jugando al cazador cazado virtual.

—¡Grover!

Él contestó:

—¡Muere, humano! ¡Muere, asquerosa y contaminante persona!

—¡Grover!

Se volvió con la pistola de plástico y siguió apretando el gatillo, como si sólo fuera otra imagen en la pantalla. Se miraron, y entre los tres lo agarraron por los brazos y lo apartaron. Sus zapatos voladores desplegaron las alas y empezaron a tirar de sus piernas en la otra dirección mientras gritaba:

—¡No! ¡Acabo de pasar otro nivel! ¡No!

El señor hawaiano se acercó presuroso.

—Bueno, bueno, ¿están listos para las tarjetas platino?

—Nos vamos —le dijo el novato.

—Qué lástima —repuso él, y sonaba sincero, como si su partida le doliese en el alma—. Acabamos de abrir una sala nueva entera, llena de juegos para los poseedores de la tarjeta platino.

Les mostró las nuevas tarjetas. Keva pensó en su habitación, en los juegos, en los hermanos Di Angelo aún esperando por sus jugos H. Podría ser feliz aquí, sin monstruos, ni muerte, ni dioses locos. Entonces recordó todo lo que perdería si lo hiciera. Sacudió la cabeza, pegándole un tirón a Grover cuando tendió un brazo hacia la tarjeta.

—No, gracias. Espero que se divierta con sus camisas, señor hawaiano.

Caminaron hacia la puerta y, a medida que se acercaban, el olor a comida y los sonidos de los videojuegos parecían más atractivos. Keva miró hacia los nachos que una camarera le mostraba. Podrían quedarse por un rato, alimentarse por última vez para irse con energía... Salieron a toda prisa del Casino Loto y corrieron por la acera. Era por la tarde, aproximadamente la misma hora del día que habían entrado en el casino, pero algo iba mal. El clima había cambiado por completo. Había tormenta y el desierto rielaba por el calor. El novato llevaba la mochila que les había dado Ares colgada del hombro, lo que era raro, porque Keva juraría que la había tirado en la habitación. Ella juró por lo bajo, se había dejado su mochila ahí arriba. Pues bien, allí se quedan los souvenirs. Fueron hasta el quiosco más cercano para mirar la fecha de un periódico. Por algún milagro, seguía siendo el mismo año en que habían entrado. Entonces leyó la fecha: 20 de junio. Habían pasado cinco días en el Casino Loto. Solo quedaba un día para el solsticio de verano. Un día para completar con éxito su misión. Juró de nuevo, ni siquiera el Casino Loto tenía una tarjeta que pudiera salvarles ahora.

—Hora de salvar el mundo, chicos.








📍 it's missing bianca di angelo hours.

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