VI. We're going on a trip in our favorite rocket ship
HALCYON.
capítulo seis.
❝We're going on a trip in our favorite rocket ship. Zooming through the sky, Little Einsteins.❞
La vida en el Campamento Mestizo parecía haber cambiado tras el ataque del perro del infierno y el reconocimiento de Percy Jackson. No eran cambios moderados ni silenciosos, discreción no era una palabra que los campistas parecieran conocer. No hubo hoguera después de capturar la bandera, no hubo burlas o canciones al fuego, ni intentos de asesinato por parte de los airados campistas de la cabaña de Ares. Solo hubo murmullos y la certeza absoluta que caía sobre sus hombros: las cosas habían cambiado. El campamento siempre había sido un lugar seguro, eso fue lo primero que Keva aprendió al despertarse en la enfermería con el rostro del entonces jefe de la cabaña 7 justo en frente del suyo, sin duda alguna el único refugio para personas como ella. Al principio, ella había pensado que eran todo tonterías, nada menos que exageraciones para hacer que se portaran bien e hicieran caso. Como los cuentos del coco, invenciones de padres para hacer que sus hijos se vayan a dormir temprano. Fue entonces cuando tuvo la sensación de que algo malo había ocurrido, poco después llegó la noticia de que el joven sonriente que la había cuidado hasta sanar a su llegada, el siempre alegre hijo de Apolo había muerto. No había sobrevivido más de una semana lejos del campamento. Keva aprendió la lección entonces, y nunca la olvidó.
Esa era una enseñanza que a todos los campistas se les había sido inculcada, y era un recordatorio en el que ellos se refugiaban. No había ningún cobijo ahora, lo que había ocurrido se sentía como si alguien hubiera abierto las puertas del refugio y las hubiera doblado, dado de sí. No había promesa alguno de que las cosas fueran a salir bien, de que ningún otro monstruo fuera a aparecer de la nada, de que el gruñido de otro perro del infierno no fuera a borbotar por lo que antes había sido sin duda alguna una protección para todos. Y si había algo en la que la mayoría estaba de acuerdo, lo cual no era tarea fácil, es de que todo había empezado con Percy Jackson. Los campistas lo evitaban como la peste, y ni siquiera los Stoll, siempre tan amistosos a su manera, se acercaban a él. Mantenerse fuera de su camino no era exactamente complicado, por así decirse. La mañana tras el incidente, Keva se despertó de un sueño turbulento para ver que las cosas del novato habían desaparecido y averiguó por los murmullos a su alrededor que ya se había mudado a su nueva cabaña.
Keva se sentía culpable y enferma, pues ni ella misma era capaz siquiera de mirarlo a los ojos el día después, viéndolo sentado solo en la mesa de la cabaña de Poseidón. Siguió el día solitariamente, de manera que ni siquiera Clarisse se acercaba a él, se limitaba únicamente a lanzarle miradas furiosas, echando chispas tanto como la lanza que él había roto. Al tercer día, ella se sentía mareada por la culpa. No podía parar de recordar cómo se había quedado paralizada en ese momento, Percy Jackson podría haber muerto... y ella se había quedado quieta. Encima tenía la desfachatez de tratarlo como una enfermedad después de eso, apenas podía creerse a sí misma. Así que ese mismo día lo buscó por todas partes hasta que algo hizo clic en su cabeza, en ese momento se dirigió hacia la playa, y como se imaginaba, ahí estaba. Percy Jackson era poco más que un extraño para ella, pero se sentía como algo más. Un amigo en creces, se podría decir. Alguien que podía entender lo que se sentía al ser perseguido por monstruos del inframundo, quizás. Fuera como fuese, Keva se había hecho una promesa a si misma de ser cordial con el nuevo campista, y quería al menos poder cumplir eso.
Se sentó a su lado e, inmediatamente, él alzó la vista, alarmado. Ella sonrió, lo que esperaba que se viera al menos un poco tranquilizador, aunque no se notaba lo que se dice calmada en ese momento, se sentía fuera de su elemento de una manera que percibía más natural que incómoda.
—Buenas, novato.
Él parpadeó, como si tuviera que acostumbrar a sus ojos a la vista de una persona dispuesta a hablarle.
—¿Qué haces aquí?
Ella alzó una ceja.
—¿Acaso la playa es tu lugar privado? Por muy hijo del dios del mar que seas, esto sigue siendo público.
—Eso no es... no es a lo que me refería.
Él lucía tan torpe en ese momento que no pudo evitar reírse.
—Lo sé, Percy Jackson. Solo me estoy metiendo contigo.
—¿Por qué siempre me llamas por mi nombre completo o novato? Sería más fácil llamarme por mi nombre y ya está, lo has hecho antes.
—También te llamo chico nuevo —añadió.
—Sabes a lo que me refiero.
—Tienes que ganártelo.
—¿Tengo que ganarme que me llames por mi nombre?
—Exacto.
Él resopló.
—Sí, bueno, no me extraña tener que ganármelo todo en este sitio. Pensé que ya había conseguido algo, pero ya veo que no.
Keva no pudo evitar ablandarse inmediatamente, el sentimiento de culpabilidad seguía presente como un aguijón en su garganta.
—Lo siento, novato —contestó, porque era lo único que podía decir sin sentirse insincera.
Lo sentía, y eso era cierto. Pero no podía elaborar. Ella misma había sido una de los muchas personas que lo habían dejado de lado después de lo que ocurrió en el arroyo, ¿qué derecho tenía de actuar como si nada hubiera pasado? No eran tan amigos de manera que él esperara que se mantuviera a su lado sí o sí, pero, teniendo en cuenta sus interacciones anteriores y que literalmente se había peleado con los de Ares para ayudarle, el chico nuevo tuvo que sentirse decepcionado al darse cuenta de que al final, Keva Rose era como todos los demás. Se dejaba llevar por la corriente como cualquiera, y muchas veces creía más en lo que otros decían que en lo que veía con sus propios ojos. Pero quería cambiar eso. Quería ver el mundo por sí misma, y necesitaba empezar ahora o nunca.
—Seguro que lo sientes —masculló por lo bajo, moviendo sus dedos entre la arena—. Eso es lo que dice todo el mundo cuando quiere sentirse mejor.
Keva no supo que responder en ese momento, porque tenía razón. Quizás era egoísta, pero quería ser perdonada. Quería librarse de la angustia y pasar página. Quizás estaba siendo dramática sin razón alguna, pero de solo imaginarse a sí misma en la situación del chico a su lado, sabía que lo que hubiera deseado más en ese momento es haber tenido al menos a una persona de su parte. Ella pudo ser esa persona, y decidió de manera consciente no serlo. Lo sabía, lo que no sabía era como asumir la culpa.
—Tienes razón —admitió, porque no tenía nada mejor que decir—. En parte me disculpo porque quiero sentirme mejor, en otra porque quiero que tú te sientas mejor. Lamento eso también.
El novato suspiró, limpiándose las manos en los pantalones.
—Sí, bueno, estás perdonada o como sea. No es que me sirva de algo estar enfadado.
—No sé yo —Keva se encogió de hombros—, cuando alguien me hace algo hacer que se ganen mi perdón me suele hacer sentir mejor. Pero yo no es que sea un buen ejemplo precisamente.
Él se rio entre dientes.
—No creo que nadie en este sitio sea lo que se dice un ejemplo a seguir.
—No, probablemente no —contestó Keva mientras el novato se quedaba mirando el mar, ella aprovechó para chocar su hombro contra el del chico—. ¿Y bien? ¿Qué tal te va en tu set personal de la Sirenita?
—No está mal. Definitivamente tengo más espacio que en la cabaña de Hermes. Tengo mi propia mesa, puedo elegir mis propias actividades, gritar "luces fuera" cuando me dé la gana y encima no tengo que compartir cabaña con nadie.
Ella suspiró soñadoramente.
—Suena como mi paraíso personal.
—Es algo solitario —confesó en voz baja, como si esperara que el sonido de las olas se llevara sus palabras antes de llegar a los oídos de Keva.
—Lo entiendo —dijo, y en cierto modo lo hacía. Se pasaba el día rodeada de gente, pero no podía evitar sentirse sola de vez en cuando. Cada vez que recordaba lo que le esperaba en Oakland, el sentimiento únicamente se intensificaba hasta que le era imposible hablar sin sentir que si abría la boca lo soltaría todo—. No te preocupes, la gente es así. Seguro que cuando pase algo nuevo se olvidarán de lo que pasó y solo serás conocido como el pariente de los palitos de pescado. Entonces todos querrán que los ayudes en clase de canoa o, yo qué sé, que les presentes al cangrejo Sebastian.
—¿Tienes alguna broma que no haga referencia a La Sirenita?
—¿Aparte de la de los palitos de pescado? —Se tomó un momento para pensarlo—. No, creo que no.
—Ya veo.
Keva dobló su rodilla y apoyó su mentón sobre ella, observando el suave oleaje, el sonido de las olas llegando a la orilla como música de fondo. Se sentía extrañamente tranquila, de una manera que no había experimentado desde que comenzaron las pesadillas, desde que las palabras del Oráculo empezaron a perseguirla incluso en sus sueños... Ella parpadeó y de repente se enderezó, mirando al novato en silencio. Él le devolvió la mirada, confundido.
—¿Qué? —dijo—. ¿Qué te pasa? ¿Tengo algo en la cara? —se restregó la camisa por el rostro, como si pensara que tenía arena pegada o algo por el estilo.
"El comienzo del que proviene del mar, la vida de la niña de la primavera eterna debe cambiar" recordó entonces, la voz áspera del Oráculo de Delfos invadiendo su mente nuevamente, "A la muerte encontrará, y las respuestas hallará". En ese momento, Keva había pensado que era una tomadura de pelo. Y, en cierto modo, sentía que esa profecía ridículamente corta y sin sentido no era nada más que una pérdida de tiempo. Ahora, todavía ridículamente corta, las palabras empezaban a tener sentido. Así que es eso, se dijo a sí misma, observándole fijamente de manera que sin duda haría que el pobre novato se sintiera incómodo, tú eres el que proviene del mar, el que debe cambiarme la vida. Ella soltó una pequeña risa.
—Debería haberlo visto venir.
—¿Ver qué?
Keva sacudió la cabeza en un intento de despejarse y sonrió, recogiendo arena entre sus dedos.
—¡Esto! —gritó, lanzándole arena a la cabeza y echándose a correr, el viento se agitaba contra su rostro, pero su sonrisa no disminuía en lo más mínimo—. ¡Atrápame si puedes, pececito!
Hubo un momento de silencio (aparte de la risa de Keva que el viento parecía cargar) en el que ella llegó a pensar que lograría llegar al lago sin problemas, entonces el novato parpadeó.
—¿¡Me estás desafiando en mi propia tierra?!
Ella envió una breve mirada hacia atrás. Oh, claro, la playa. Maldita sea. Keva llegó a las clases de canoa empapada de pies a cabeza (algo que empezaba a convertirse en tradición cada vez que se encontraba con el hijo del dios de los váteres – uhm, perdóneme, señor Poseidón) y sintiendo que estaría sacándose arena por el resto de su vida, pero la cara del novato había dejado de lucir oscurecida y apática, así que con una sonrisa compartida entre ellos (y las preguntas de sus compañeros de cabaña sobre qué diablos había hecho esta vez, por todos los dioses, Meera te va a crucificar), lo consideró una victoria.
La sensación de victoria duró poco. Nada más deslizarse entre sus sábanas, finalmente limpia y (probablemente) sin arena hasta en las orejas, la oscuridad la rodeó y tan pronto sucumbió al sueño, se levantó en un mundo en sombras. Suspiró, y el sonido viajó como un eco incesable, prontamente silenciado por el soplido del viento y el murmullo de las hojas. Un aire cálido rodeó su cuerpo, como si unos brazos fantasmales intentaran sostenerla. Debería haberse sentido extraño y tétrico, pero las memorias estaban ahí desde su infancia, y para Keva se sentía más como los abrazos de su tío, como la calidez de una hoguera. Como algo invisible, intangible, pero eterno. Keva no podía recordar un sueño sin sombras en trece años.
—Rosa —murmuró la sombra, la misma voz en su oído—. El reloj se ha puesto en marcha.
Keva frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
—Las decisiones que tomes al despertar... no habrá vuelta atrás.
—¿Qué decisiones? ¿De qué hablas ahora?
Las manos fantasmales parecieron apretarse a su alrededor, la presión de un aire cálido contra sus brazos.
—El señor del cielo ha dado un ultimátum, no hay manera de salir de esta situación ahora. No hay modo de que el hijo del mar no deba actuar acorde...
—No hay forma de que yo no me vea envuelta —terminó Keva, las palabras del Oráculo repitiéndose en su mente. No sabía que se acercaba por el camino de Percy Jackson, pero la profecía había quedado grabada en su piel. A donde sea que el novato fuera enviado, ella lo seguiría. Si quería respuestas, no tenía otra opción—. Eso no suena tan mal, a saber qué haría el novato si lo mandaran a hacer lo que sea que tenga que hacer solo... Espera, ¿has dicho el señor del cielo?
La sombra se quedó en silencio por unos momentos, y eso fue suficiente respuesta.
—Las cosas ya han cambiado, pequeña rosa. No soy vidente, ni menos Oráculo, no tengo manera de saber que pasará ahora. Lo que sí sé es que una guerra desatada entre el Olimpo no puede acabar bien.
—¿Una guerra entre el Olimpo? ¿Qué diablos está pasando y qué tiene que ver el novato con todo esto?
El silencio llenó el oscuro espacio vacío a su alrededor, la sombra demasiado pensativa como para siquiera reprender a Keva por su lenguaje como se había hecho costumbre en sus sueños.
—Lo sabrás cuando despiertes —prometió, lo cual no fue ominoso en absoluto—. Eso es todo lo que puedo decirte.
—Si ni siquiera puedes decirme de qué va todo esto, ¿por qué me hiciste soñar con esto otra vez? ¿Cuál es el punto? —masculló frustrada.
Estaba cansada de preguntas sin respuestas, de sueños sin propósitos y de la sombra que la seguía a donde sea que fuera, como si quisiera fusionarse con su propia sombra. Había estado sucediendo durante demasiado tiempo, mucho antes de que el novato se hubiera acercado siquiera al refugio del campamento. Su paciencia solo podía extenderse hasta cierto punto sin agotarse, se dijo, y había encontrado su límite tanto como su destino cuando conoció al hijo del mar.
—Lo lamento —contestó la sombra, y Keva se quedó tan sorprendida por la repentina confesión que no pudo encontrar las palabras a tiempo para responder—. Tienes motivos para sentirte agobiada, lo admito, esto siempre ha sido más para mí que para ti. Siempre han ido a las cosas a mi favor, siempre he tenido yo todas las cartas.
—Eso no me aclara nada —soltó sin poder evitarlo.
—Esta no es una conversación que mantener entre sombras. Pero te prometo esto: si todo va bien en tu misión...
—¿¡En mí qué?!
La sombra continuó, ni corta ni perezosa:
—Lo sabrás todo, lo juro. Si todo va bien... —se detuvo, una nota ansiosa en su voz—. Te lo contaré todo. Es momento más que suficiente de salir de la oscuridad, parece.
—Siempre ha sido momento más que suficiente de salir de la oscuridad.
—Es posible —admitió—, y el momento se acerca, pero ese momento no es hoy. Ahora... Ahora tienes que despertarte, ¿me oyes? Y tomar la decisión que tú quieras, no dejes que la profecía influya en tu vida.
—Las profecías no funcionan así, ¿no deberías saberlo?
—Sé más que suficiente —dijo, y un sentimiento tan lleno de nostalgia como de luto pareció saturar el espacio, más sofocante que nunca alrededor de su cuerpo—. Despierta, pequeña rosa. Confío en que sabrás que hacer.
Ahí estaba de nuevo, el más suave de los toques, la brisa más cálida contra la piel caliente de su frente, casi podía oír el viento... Un ligero golpe y se despertó con un jadeo fácilmente ahogado por los truenos que vociferaban en las colinas. La luz se filtraba a través de las finas cortinas que cubrían las amplias ventanas, pero estaba diluida y débil como si algo más la atenuara. Exhaló, se avecinaba una tormenta y su corazón latía tan fuerte que casi no podía oír los pasos acercándose a su cama, casi. Alguien la agarró por el brazo, y si pudiera se hubiera removido bruscamente, pero su fuerza la mantenía en su sitio.
—Keva —siseó Meera—, soy yo.
Keva dejó que Meera la sacara medio a rastras, aún algo somnolienta, pero más despierta de lo que había estado antes del susto. Se sentó en la entrada de la cabaña y la miró con cara de mal humor hasta que la mayor empezó a hablar.
—Es el momento —musitó, mirándola fijamente a los ojos.
Keva parpadeó.
—¿De qué diablos estás hablando tú ahora?
Meera parecía que estaba a punto de golpearla en la cabeza, pero terminó refrenándose y respirando hondo.
—Si quieres empezar tu viaje para obtener respuestas, tienes que ir ahora mismo a la Casa Grande.
—¿Cómo sabes tú...?
—Ahora, Keva —la urgió, con la voz más autoritaria que había escuchado provenir de ella, incluso peor que sus discursos sobre alimentación sana y entrenamientos contra Keva hecha papilla de semidiosa—. ¿Qué haces todavía aquí? ¡Ve!
—Estoy literalmente descalza ahora mismo.
Minutos después y provista de los primeros zapatos que Meera encontró (ella estaba bastante segura de que estos eran de una talla menor a la suya y probablemente pertenecían a Ellie), Keva estaba irrumpiendo apresuradamente en la Casa Grande, casi dándose de bruces contra Quirón, agarrándose al mueble más cercano para estabilizarse.
—¿Keva? —dijo el centauro, confundido. Tras él, a un sátiro se le caía un trozo de aluminio de la boca, alzando la cabeza para ver que ocurría.
—¿Qué haces aquí, Kenia Rotonda? —preguntó el señor D, cruzado de brazos junto a la mesa.
—Eso ni siquiera tiene... no importa —dijo ella, apartando la vista del dios para fijarse en Quirón—. Algo está pasando, ¿no es así?
—Francamente, joven Rose, no sé a qué te refieres.
La experiencia le hacía un buen mentiroso, y ella podría haber sido fácilmente engañada si no hubiera pasado años viviendo alrededor de mentirosos compulsivos, si no supiera parte de la verdad antes de haber siquiera entrado por la puerta.
—He estado teniendo sueños —confesó—. No sé exactamente qué está pasando, pero sé que tiene que ver con el señor de los cielos y una guerra entre el Olimpo.
Una extraña mirada cruzó el rostro del centauro, quien la miró como si no pudiera creer lo que oía.
—¿Qué clase de sueños has tenido?
—Eso no importa —insistió Keva—, al menos, no ahora. Sé que le darán al novato una misión, necesito ir con él. Debo ir con él.
El señor D ni siquiera se molestó en preguntar sobre su fuente de información como Quirón al intervenir: —¿Y por qué es eso?
—Bueno, primero que todo, no creo que nadie en esta sala confíe en que el novato sea capaz de hacer una misión solo —Miró a su alrededor como si esperara que refutaran, el sátiro apartó la vista y se limitó a morder su lata—. Segundo, no voy a actuar como si no tuviera mis propias razones personales porque las tengo. Sea a donde sea que nos lleve esta misión, por fin encontraré lo que busco. Necesito estar ahí, no sé si tendré otra oportunidad.
El señor D se veía raramente solemne.
—La misión es de Pierre Jensen, pero no creo que tengas problemas en que te acepte como acompañante.
Eso fue todo lo que necesito, Keva exhaló y se sentó en la silla junto a la del sátiro hambriento, sentía como si le hubieran quitado un peso del encima. Si el señor D estaba de acuerdo, la decisión estaba hecha. El novato no le diría que no, no es como si tuviera una fila de campistas dispuestos a irse de misión con el hijo de Poseidón.
—¿Dónde está el novato?
—Arriba —contestó Quirón—, atendiendo a su audiencia con el Oráculo.
Keva no pudo contener su escalofrío.
—Bueno, esperemos que salga cuerdo de su audiencia.
Como si hubiera esperado al momento perfecto para hacer una entrada triunfal, el novato entró en la sala. Tambaleaba levemente y estaba pálido, así que no estaría en el top 10 de entradas triunfales de Keva, pero el potencial estaba ahí. Todos los semidioses tienen el sentido dramático, al fin y al cabo. El pobre campista se derrumbó en la silla junto a la mesa de pinacle.
—¿Y bien? —preguntó Quirón.
—Suéltalo, novato —urgió Keva.
Si estaba sorprendido por su repentina presencia, ciertamente no lo demostró. Hubo un ligero ensanchamiento de sus ojos, una breve sorpresa en su mirada, pero claramente había algo más importante en su mente en ese momento. El chico nuevo respondió:
—Me ha dicho que recuperaré lo que ha sido robado.
El sátiro se adelantó en su silla, mascando nervioso los restos de una lata de Coca-Cola light.
—¡Eso es genial!
Quirón no parecía tan convencido, y Keva dudaba. Las cosas nunca podían ser tan sencillas para los semidioses, ciertamente no cuando tenía que ver con profecías.
—¿Qué ha dicho el Oráculo exactamente? —inquirió Quirón—. Es importante.
El novato presionó sus dedos contra su frente, como si estuviera intentando retener el crecimiento de un dolor de cabeza. Ella podía recordar cómo se había sentido tras su propia audiencia con el Oráculo, como la voz de reptil seguía sonando en su cabeza como un eco incluso días después, no podía culparlo por no tener la mente clara.
—Ha... ha dicho que me dirija al oeste para enfrentarme al dios que se ha rebelado. Recuperaré lo robado y lo devolveré intacto.
—Lo sabía —intervino el sátiro. Quirón no parecía satisfecho.
—No puede ser tan fácil —Keva frunció el ceño, el centauro parecía estar de acuerdo.
—¿Algo más?
—No —respondió el novato—. Eso es todo.
No necesito siquiera mirarle a la cara para saber que eso era una mentira, suspiró mientras observaba a Quirón observando atentamente el rostro del chico nuevo.
—Muy bien, Percy. Pero debes saber que las palabras del Oráculo tienen con frecuencia doble sentido. No les des demasiadas vueltas. La verdad no siempre aparece evidente hasta que suceden los acontecimientos.
—Bueno, eso no suena ominoso en absoluto —murmuró Keva, el sátiro sentado a su lado la miró curiosamente, pero ella se limitó a agitar su mano como si dijera que no importaba.
—Vale. ¿Y adonde tengo que ir? ¿Quién es ese dios del oeste?
—Piensa, Percy. Si Zeus y Poseidón se debilitan mutuamente en una guerra, ¿quién sale ganando?
—Alguien que quiera hacerse con el poder —supuso.
—Pues sí. Alguien que les guarda rencor, que lleva descontento con lo que le ha tocado desde que el mundo fue dividido hace eones, cuyo reino se volvería poderoso con la muerte de millones. Alguien que detesta a sus hermanos por haberle hecho jurar que no tendría más hijos, un juramento que ahora han roto ambos.
—Oh, no me gusta por donde está yendo esto —dijo Keva, casi podía sentir la sangre drenándose de su rostro, dejándola tan pálida como angustiada empezaba a sentirse.
—¿Hades?
Quirón asintió. Keva juró bajo su aliento.
—El Señor de los Muertos es el candidato seguro.
A Grover se le cayó un pedazo de aluminio de la boca, pero Keva estaba demasiado ensimismada en sus propios pensamientos como para prestar atención a la situación a su alrededor. ¿Era esto a lo que se refería la sombra en sus sueños? ¿Era este el camino que debía emprender para conseguir respuestas? ¿Debía tomar las decisiones que la llevaran a las puertas del Señor de los Muertos? ¿Uno de los Tres Grandes? ¿El mismísimo dios que había intentado matarla desde bebé y que, al parecer, había puesto su mirada en su sobrino ahora? Keva no sabía que pensar, sentía que si seguía ese sendero lo único que encontraría sería la muerte segura, no las respuestas que la sombra le había prometido. Un presentimiento nubló su mente, no había manera de que esta misión acabara bien, y ni siquiera había comenzado aún.
—... Pendo —murmuraba el novato en cuanto Keva fue capaz de prestar atención nuevamente a la conversación—. Ahora quieren matarme dos de los dioses principales.
Ahora eso es mala suerte, pensó Keva, si así es la vida del hijo de uno de los Tres Grandes creo que prefiero ser una semidiosa no reconocida a la que uno en vez de dos de los dioses principales le tiene manía.
—Pero una misión al... —el sátiro tragó saliva—. Quiero decir, ¿no podría estar el rayo robado en algún lugar como Maine? Maine es muy bonito en esta época del año.
—Hades envió a una de sus criaturas para robar el rayo —insistió Quirón-. Lo ha escondido en el inframundo, sabiendo de sobra que Zeus culparía a Poseidón. No pretendo entender las razones del Señor de los Muertos, o por qué ha elegido este momento para desatar una guerra, pero hay algo que es seguro: Percy tiene que ir al inframundo, encontrar el rayo maestro y revelar la verdad.
—Espera, espera, espera —Keva alzó las manos—. Rebobina. ¿De qué va todo esto? ¿Rayo robado? ¿El Señor de los Muertos envió qué cosa a robar el qué?
Quirón le dirigió una mirada paciente, lo cual, francamente, no la ayudó en lo más mínimo. Necesitaba respuestas y menos oportunidades de muerte segura, no la paciencia del director de actividades del campamento.
—El rayo maestro de Zeus ha sido robado —respondió Quirón, y Keva sintió inmediatamente un peso en su estómago—. La teoría más acertada sería que el Señor de los Muertos decidió ordenar a una de sus criaturas que robara el rayo y lo llevara al inframundo. Él sabría que Zeus culparía a Poseidón, y que una guerra sería inevitable, a menos que...
—¿A menos que...?
—A menos que Percy se embarque en una misión para recuperar el rayo robado del Señor de los Cielos y así tanto demostrar que ni su padre ni él tuvieron algo que ver como desenmascarar al verdadero ladrón del rayo.
—¿El Señor de los Cielos cree que el novato tiene algo que ver?
—Zeus cree que el novato – que Percy robó el rayo —aclaró Quirón.
La respuesta la dejó sin palabras. ¿De eso la sombra en sus sueños cuando mencionó una guerra entre el Olimpo? Si realmente se desataba una batalla entre dos de los Tres Grandes, el mundo estaba condenado. Si esta era realmente la misión que la llevaría a conseguir respuestas... Retuvo un suspiro, ya sabía que no tenía suerte, pero un recordatorio no era necesario.
—Mire, si sabemos que es Hades —intervino finalmente el novato—. ¿por qué no se lo decimos a los otros dioses y punto? Zeus o Poseidón podrían bajar al inframundo y aplastar unas cuantas cabezas.
—Sospechar y saber no son la misma cosa —repuso Quirón—. Además, aunque los demás dioses sospechen de Hades (y supongo que Poseidón no será la excepción), ellos no podrían recuperar el rayo. Los dioses no pueden cruzar los territorios de los demás salvo si son invitados. Ésa es otra antigua regla. Los héroes, en cambio, poseen ciertos privilegios. Pueden ir a donde quieran y desafiar a quien quieran, siempre y cuando sean lo bastante osados y fuertes para hacerlo. Ningún dios puede ser considerado responsable de las acciones de un héroe. ¿Por qué crees que los dioses operan siempre a través de humanos?
Porque somos armas fáciles, pensó Keva para sus adentros, obviamente.
—Me está diciendo que estoy siendo utilizado.
—Estoy diciendo que no es casualidad que Poseidón te haya reclamado ahora. Es una jugada arriesgada, pero el pobre se encuentra en una situación desesperada. Te necesita.
Keva no era alguien que se atreviera a juzgar las decisiones de los dioses, al menos no de manera consciente (al menos no cuando no concernía a su madre), pero poniéndose en los zapatos del novato... Sus personalidades eran demasiado diferentes como para saber si se sentía contento o molesto por las razones del dios del mar, pero solo imaginar cómo se sentiría si de repente su madre la reconociera únicamente porque la necesitaba la hizo sentir disgustada. Pero ella no sabía lo que se sentía al saber que su madre reconocía su existencia, no sabía lo que se sentía al saber que su madre la necesitaba, ni siquiera sabía por seguro si su madre era una diosa de la agricultura demasiado ocupada como para preocuparse por reconocerla como suya, o alguien desconocida para ella. No podía caminar en los zapatos del novato, ni siquiera era capaz de caminar en los suyos propios.
—Usted sabía que era hijo de Poseidón desde el principio, ¿verdad? —preguntó el campista.
—Tenía mis sospechas. Como he dicho... también yo he hablado con el Oráculo. Intuí que me estaba ocultando buena parte de su profecía, pero decidí que ahora no podía preocuparme por eso. Después de todo, también yo me estaba guardando información.
Keva parpadeó, ¿Quirón había hablado con el Oráculo? Realmente estaba más perdida en esta situación de lo que había percibido inicialmente, pero el semblante del chico nuevo estaba serio y ella sabía que no era el momento de hacer sus propias preguntas.
—Bueno, a ver si lo he entendido. Se supone que debo bajar al inframundo para enfrentarme al Señor de los Muertos.
—Exacto —contestó Quirón.
—Y encontrar el arma más poderosa del universo.
—Exacto.
—Y regresar al Olimpo antes del solsticio de verano, en diez días.
—Exacto.
El novato miró hacia el sátiro, quien había terminado sus latas y ahora estaba masticando nerviosamente el as de corazones.
—¿He mencionado que Maine está muy bonito en esta época del año? —preguntó con un hilo de voz.
—No tienes que venir —le dijo el novato—. No puedo exigirte eso.
—Oh... —Arrastró las pezuñas—. No... es sólo que los sátiros y los lugares subterráneos... Bueno... —Inspiró con fuerza y se puso en pie mientras se sacudía pedacitos de cartas y aluminio de la camiseta—. Me has salvado la vida, Percy. Si... si dices en serio que quieres que vaya contigo, no voy a dejarte tirado.
Keva no pudo contener una leve sonrisa, así que ese era el sátiro que había encontrado al novato, el que había estado llorando por las esquinas el día de su llegada al campamento. Había un obvio vínculo entre ellos, forjado entre momentos difíciles, Keva deseaba haber tenido eso en sus primeros días en el campamento, alguien que la conociera a ella y su historia. Al final, había conseguido un montón de niños de Hermes diabólicamente amables y de alguna manera, eso funcionó aún mejor para ella. Estaba contenta con lo que tenía y feliz de que él también tuviera a alguien más a su lado. Se lo merecía, después de todo por lo que había pasado para llegar al campamento.
—Pues claro que sí, súper G.
Keva apoyó sus codos en la mesa de pinacle y miró hacia el chico nuevo.
—Parece que ya somos tres, novato.
Él parecía confundido.
—¿Dé que estás hablando?
—Tú, el sátiro y yo. En el Inframundo calentando malvaviscos con el fuego eterno de los condenados, ¿qué te parece?
Él parpadeó, Keva sonrió. Hizo clic.
—¿Vienes con nosotros?
Ella chasqueó los dedos.
—Ya lo pillaste. Francamente, chico nuevo, aún no eres capaz de lanzar flechas sin que terminen en la cola de Quirón, no me fío de que seas capaz de hacer esta misión tú solo sin hacer el mundo arder. Necesitarás más que un sátiro para esto —miró hacia el sátiro masticando cartas como ella devoraba sus costillas a la barbacoa—. Sin ofender.
El sátiro se tragó el as de copas.
—No me ofendo.
Ella asintió y volvió la vista hacia el novato, quien la miraba fijamente de manera que casi la hacía sentir incómoda. Esa era una mirada de batalla ahí mismo, ¿estamos seguros de que no es hijo de Ares o también es algo característico de los hijos del dios de los váteres? Perdón de nuevo, señor Poseidón. Él finalmente esbozó una pequeña sonrisa de alivio, Keva se encontró sonriendo de vuelta involuntariamente.
—Gracias, clon enano de Poison Ivy.
Keva rodó los ojos.
—Ese es el apodo de Clarisse. Sé creativo, Percy Jackson. Espero tener un apodo chulo de tu parte al final de esta misión —lo apuntó con sus dedos y el novato asintió, aún sonriendo levemente.
—Lo tendrás, Keva Rose.
Keva se reclinó en su silla mientras él se volvía entonces hacia Quirón.
—¿Y a dónde vamos? El Oráculo sólo ha dicho hacia el oeste.
—La entrada al inframundo está siempre en el oeste. Se desplaza de época en época, como el Olimpo. Justo ahora, por supuesto, está en Estados Unidos.
—¿Dónde?
Quirón pareció sorprendido.
—Pensaba que sería evidente. La entrada al inframundo está en Los Angeles.
—Piensa, novato. ¿Dónde podría estar el Inframundo sino en el epicentro de la industria del cine? —Keva insistió, aunque ni ella sabía que la entrada al reino del Señor de los Muertos estaba en Los Angeles de todos los sitios en Estados Unidos. Si eso, se había imaginado que estaría en Arizona, con esas temperaturas ya era como si vivieran en el infierno de todos modos.
— Ah —dijo el novato—. Naturalmente. Así que nos subimos a un avión...
—¡No! —exclamó el sátiro—. Percy, ¿en qué estás pensando? ¿Has ido en avión alguna vez en tu vida?
El novato meneó la cabeza, claramente avergonzado.
—Percy, piensa —intervino Quirón—. Eres hijo del dios del mar, cuyo rival más enconado es Zeus, Señor del Cielo. Así pues, tu madre fue suficientemente sensata como para no confiarte a un avión. Estarías en los dominios de Zeus y jamás regresarías a tierra vivo.
Por encima de sus cabezas, refulgió un rayo. El trueno retumbó. Keva juró bajo su aliento, otra vez.
—Vale —dijo él, manteniendo la vista firmemente lejos de la tormenta—- Bueno, pues viajaré por tierra.
—Bien —prosiguió Quirón—. Técnicamente puedes ir con dos compañeros. Grover es uno. Keva es la segunda. Pero alguien más se ha presentado ya voluntaria...
Keva se irguió en su asiento.
—¿Oh?
—Caramba —contestó el novato, con un tono claramente fingido de sorpresa—. ¿Quién puede ser tan tonta como para ofrecerse voluntaria en una misión como ésta?
El aire resplandeció tras Quirón. Annabeth se volvió visible quitándose la gorra de los Yankees y la guardó en el bolsillo trasero. Keva ni siquiera lo tenía en sí misma para estar sorprendida. El novato realmente era material de uno de los Tres Grandes, la entrada al Inframundo estaba en la ciudad de Los Angeles, esas cosas pasaban.
—Llevo mucho tiempo esperando una misión, sesos de alga —espetó—. Atenea no es ninguna fan de Poseidón, pero si vas a salvar el mundo, soy la más indicada para evitar que metas la pata —Ella miró hacia Quirón—. Sé que el límite de personas en una misión es de tres, pero debo ir. Necesito ir.
Antes de que el centauro pudiera responder, el novato replicó: —Anda, si eso es lo que piensas, será porque tienes un plan, ¿no, chica lista?
La hija de Atenea se tornó roja.
—¿Quieres mi ayuda o no?
Keva alzó la mano.
—Si él no la quiere yo sí. Los dioses saben que vamos a necesitar toda la ayuda posible para salir de esta con vida.
Annabeth sonrió, un pequeño y breve levantamiento de sus labios, y se giró hacia Quirón. El centauro suspiró y miró hacia el señor D, quien no podía lucir más desinteresado si lo intentaba, se encogió de hombros. Suspiró, de nuevo.
—Muy bien, está claro que necesitaréis más ayuda de lo normal en esta misión. Podéis ir los cuatro.
—Un cuarteto —dijo el novato—. Podría funcionar.
—Excelente —añadió Quirón—. Esta tarde os llevaremos a la terminal de autobús de Manhattan. A partir de ahí estaréis solos.
Refulgió un rayo. La lluvia inundaba los prados que en teoría jamás debían padecer climas violentos, Keva se quedó boquiabierta. La única vez que recordaba haber visto una tormenta como esa llegando a las tierras del campamento fue tras la muerte de la hija de... Tragó saliva, el Señor de los Cielos debía estar furioso. El señor D miró por la ventana, poniéndose de pronto en pie.
—Realmente lo han cabreado esta vez —miró directamente hacia el novato—. Me voy al Olimpo para una reunión de urgencia. Si el chico sigue aquí cuando vuelva, lo convertiré en delfín. ¿Entendido? Y Perseus Jackson, si tuvieras algo de cerebro, verías que es una opción más sensata que la que defiende Quirón. Pero parece que es una causa perdida.
El señor D tomó una carta y con un gesto la convirtió en un rectángulo de plástico. Algo que parecía un pase de seguridad, Keva no estaba segura. Chasqueó los dedos. El aire pareció envolverlo. Se convirtió en un holograma, luego una brisa, después había desaparecido y dejó sólo un leve aroma a uvas recién pisadas. Parpadeó.
—No hay tiempo que perder —dijo Quirón—. Deberíais empezar a hacer las maletas.
📍 22 páginas y más de 6000 palabras en word, i truly hate it here. como en el anterior capítulo, estoy subiendo esto como a las 1am lol. esto se está haciendo costumbre.
📍 en fin, primero que todo: se me olvidó por completo que el señor d se había ido incluso antes de que percy subiera a hablar con el oráculo, my bad. me di cuenta un rato después, pero ya lo había añadido y no tenía ganas de cambiar toda la escena lol. no worries tho, prometo que no llegó tarde a la reunión de urgencia. lo menos que necesitamos es que su padre se cabree más <3
📍 realmente tenía ganas de escribir sobre halcyon y poder actualizar de una vez, así que ni voy a editar antes de subir este capítulo lol. si veis que os llegan más notificaciones de esta historia ya sabréis que es porque me he puesto a editar. ahora sí, gracias por leer y si sigues leyendo también esta nota, cuídate mucho <3 recuerda lavarte las manos, usar mascarilla, mantenerte alejad@ de grupos numerosos y todo eso que ya debes saber. ¡adiós, adiós!
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