V. Casi me convierto en comida de perro del infierno
HALCYON.
capítulo cinco.
❝Casi me convierto en comida de perro del infierno — otra vez.❞
Que sea dicho que vivir en un espacio estrecho y atestado de niños entrometidos es un incordio. Como si la pesadilla y la continua preocupación de Meera que la llevaba a andar revoloteando a su alrededor como una hada madrina hasta arriba de pastillas para los nervios, los hermanos Stoll se habían tomado su silencio y su cara de pocos amigos como una señal en neón de que deseaba atención y compañía. Y creedla, Keva puede ser paciente, ¡realmente puede! Cuando Pamela está en modo acosadora, ¿quién la acompaña y le lleva comida para que no se muera? Servidora. ¿Quién le saca las piedras del fuego a Moisés cuando cabrea a las ninfas? Ella misma. ¿Qué hace ella cuando algún hijo de Atenea se echa a llorar porque tras horas de estudio Keva aún no pilla la diferencia entre Polidectes y Polideuces? Le palmea la espalda y se pone a recitar nombres griegos, lo que, extrañamente, solo le hace llorar más. ¡Pero la intención es lo que cuenta!
—¡Vamos, Kevie! ¡Cuéntales a tus queridos hermanos porque tienes la cara tan larga!
El problema es que, con los Stoll, su intención amistosa está a unos segundos de convertirse en instinto asesino. Suspirando y alzando la vista de la comida que estaba acuchillando con saña, frunció el ceño en su dirección. Ambos sonrieron. Keva juró bajo su aliento y volvió a prestar atención a la sanguinaria muerte de los huevos revueltos.
—Lo haría si tuviera queridos hermanos en alguna parte.
Los dos jadearon dramáticamente, llevándose una mano al pecho como si hubieran sido mortalmente ofendidos.
—¿Estás diciendo que no nos consideras familia? ¿Sangre de tu sangre? ¿Hermanos nacidos del mismo sudor y lágrimas?
Ella parpadeó.
—Eso suena asqueroso.
—Puede que sí, pero es lo que hay. No puedes elegir a tu familia, Kevie —Connor sonrió orgullosamente, como si se hubiera dado de bruces con el mejor argumento del siglo.
—No, ya sé. Si fuera posible, no tendría que aguantar a mis "queridos hermanos". ¡Ni siquiera somos hermanos!
—Podríamos serlo.
—No, yo creo que no.
—¡Claro que sí! —prosiguió Travis—. ¡Podríamos tener el mismo padre divino si lo piensas bien! Stoll & Rose: Hermes extraordinaire.
—Mi padre —Keva masculló, pero no pudo terminar la frase. La pesadilla seguía fresca en su mente, como sangre constantemente brotando de una herida. Respiró hondo—. Ya sabéis que mi padre es mortal, no me metáis en vuestros líos —Los señaló con su cuchillo—. ¿Entendido?
Asintieron, aplacados por el momento, y Keva volvió la vista a su plato. Por un rato, pudo disfrutar el silencio y sus huevos revueltos. Por supuesto, la mesa de Hermes no podía estar en silencio ni aunque les salvara la vida, pero al menos no intentaban involucrarla en sus conversaciones. Parecía que su cara de malhumor había surtido su efecto.
—¿Keva? —Una voz murmuró tentativamente.
O quizás no. Alzó la vista dispuesta a repetir lo que le había hecho a los Stoll el otro día, pero cuando se encontró con la mirada dubitativa del chico nuevo suspiró para sí misma e intentó tomar las riendas de su propio temperamento. No era tan fácil como se pensaba. Pero no parecía estar por la labor de hacer chistes y molestarla como Travis y Connor, de hecho, parecía estar frunciendo el ceño. Decidió darle una oportunidad.
—¿Qué?
Nunca dijo que fuera a darle una cortés oportunidad.
—¿Estás bien? —preguntó, apresurándose a proseguir cuando Keva alzó una ceja y parecía preparada para terminar la conversación—. Es solo que hoy se te ve rara. ¿Es por lo de la daga esa?
Ah claro, el nuevo seguía sin ser reconocido así que estaba en la cabaña de Hermes, ya se había olvidado.
—Algo así —Percy Jackson se limitó a mirarla, así que Keva suspiró y aclaró—: Ya sabes, lo de siempre. Sueños, pesadillas, incordios nocturnos. Lo típico.
—¿Te refieres a terrores nocturnos? —Keva alzó una ceja y él parpadeó, decidiendo ignorar eso—. Da igual. ¿Los sueños son algo normal?
Keva miró hacia él mientras mordisqueaba un trozo de bacon.
—Bueno, sí. Pueden ser simples sueños, o pesadillas. Incluso visiones.
—¿Como del futuro?
—Puede ser —admitió—, del futuro, del pasado. Incluso del presente. Cuando eres un semidiós, tus sueños te pueden llevar mucho más allá que la imaginación de un mortal. Tiempos pasados, lugares lejanos. Futuros inciertos... —Tragó con fuerza—. Recuerdos desagradables.
El novato asintió, una mirada pensativa en su rostro mientras bebía de un extraño líquido azul al que parecía tan aficionado. Keva no quería nada más que terminar su desayuno para poder distraerse con las actividades del día, pero su curiosidad había sido despertada.
—¿Te resulta familiar? —Ante sus palabras, Percy Jackson lucía sobresaltado al alzar la vista—. ¿Los sueños?
El nuevo parecía dubitativo, como si no estuviera seguro de si debía hablar o quedarse callado, y Keva estaba preparada para abandonar el tema y volver a su desayuno, al final y al cabo, no era problema suyo. Pero entonces habló:
—Tuve un sueño extraño el otro día —confesó.
—¿En la enfermería?
—Antes. Fue la noche en la que el monstruo nos encontró —Keva asintió y él prosiguió—. Se sintió muy real, ¿sabes? Había tormenta en la playa, y era como si pudiera tocarla, como si estuviera en el ojo de la tormenta.
—Ese día hubo tormenta, ¿no es así?
Él asintió.
—Sí, lo que me hizo todo más raro al despertar. Pero no es que tuviera mucho tiempo para pensar en el sueño después de eso, no me había acordado hasta ahora.
—¿Pasaba algo más en el sueño?
—En medio de la tormenta había dos animales – un caballo y un águila, creo. Estaban intentando matarse entre las olas de la orilla y, mientras peleaban, la tierra tembló. Pude sentirlo, es como si intentara abrirse o algo, no sé. De repente se escuchó una voz riéndose a carcajadas, pero era una voz monstruosa. Nunca había escuchado algo así. No sé cómo, pero parecía hacer que los animales pelearan con más ganas. Recuerdo correr hacia la orilla sabiendo que tenía que hacer que pararan, pero parecía correr a cámara lenta. Lo último que recuerdo del sueño es ver al águila lanzarse en picado para sacarle los ojos al caballo. Después me desperté en una tormenta real.
Keva se quedó sin palabras. Siendo sincera, no era el peor sueño de semidiós que había escuchado a lo largo de los años, pero no podía evitar recordar los suyos y estremecerse. No podía ser una coincidencia. Si algo había aprendido de sus clases con los hijos de Atenea, es que las coincidencias son simplemente lugares en los que excavar hasta encontrar lo que necesitas. Necesitaba excavar en sus propios sueños. Necesitaba... la sombra. ¿Acaso no había mencionado algo? Algo sobre un robo, discusiones y desastres. Tras la pesadilla y todo lo del oráculo, ella se había olvidado por completo. Pero ahora lo recordaba. Por supuesto, el campamento estaba libre de problemas climáticos. Las nubes de tormenta se deslizaban lejos del campamento sin incidente alguno, la lluvia se detenía únicamente en el campo de fresas, en los jardines, pero nunca en el campamento en su totalidad. Desde que Keva había llegado al campamento hacía seis años, la única ocasión en la que no disfrutaron de un día soleado fue... Bueno, tras la muerte de la hija de Zeus.
No, en el campamento no tenían esos problemas. Pero ella no estaba tan aislada del resto del mundo como se podría pensar. Había oído chismes de los campistas que habían vuelto por sus vacaciones de verano, historias sobre las tormentas que derribaban árboles y casas, inundaciones, incendios provocados por rayos. Muchos hablaban de las tormentas de nieve, vientos tan fuertes que reventaban las ventanas de sus habitaciones y sobre como en clase habían estado estudiando el extraño número de aviones caídos en el Atlántico únicamente ese año. Incluso el cielo en el campamento se había visto oscurecido y furioso el mismo día que Percy Jackson llegó con un minotauro a su espalda.
Un caballo y un águila – inundaciones y tormentas, el mismo clima luchando entre sí. Keva se rehúso a encontrar la similitud. Pero esa voz de la que el novato había hablado... ¿Podía ser la misma que la de su pesadilla? Keva no es tan lista como cualquier orgulloso hijo de Atenea, pero si algo ha aprendido de las películas es que cuando empiezas a escuchar voces la cosa va mal. Ella se encontró extrañando la normalidad en Oakland más que nunca. Su cabeza empezaba a doler, una insistente presión en su frente que no la dejaba pensar con claridad.
—¿Keva? —Apenas podía escuchar la voz del chico nuevo sobre el zumbido en sus oídos, pero se obligó a respirar hondo y alzar la vista de la mesa.
—Todo bien, chico nuevo —contestó, más enseñando los dientes que sonriendo—. Espero que Clarisse no te atraviese con una lanza esta noche, tengo la sensación de que las cosas se pondrán muy interesantes contigo aquí.
Su mente era un desastre, rebosante de preguntas, estaba cansada y ansiosa tras la pesadilla, como si su cerebro estuviera intentando tener una carrera con su corazón. Todo a su alrededor parecía ralentizado, como si el tiempo se detuviera en mitad de un paso para prolongar un suspiro. Algo parecía haber entrado en su cabeza y empezado una construcción, el constante zumbido y dolor casi tirándola a sus pies. En general, ¡Keva no podía esperar a capturar la bandera! Ni siquiera la peor migraña en la historia de las migrañas podía hacer desaparecer su entusiasmo.
—Parece que vas a colapsar al mínimo movimiento —dijo Luke, dirigiendo una mirada poco impresionada a la figura tambaleante de la niña a la mesa—. ¿Por qué no pasas esta vez de capturar la bandera y descansas un poco?
Keva jadeó.
—Eso es lo peor que alguien me ha dicho en mi vida.
—Considerando con quien vivimos lo dudo —contestó él, suspirando—. Mira, has lo que quieras. Pero si te despistas y alguno de Ares va contra ti no me vengas con lloriqueos.
—Ellos no harían nada grave, se quedarían sin malvaviscos.
—Ese no es el horrible castigo que crees que es.
Keva lo miró fijamente.
—¡Sacrilegio!
Luke suspiró y parecía dispuesto a contestar, pero justo entonces los platos fueron retirados y por fin llegó el glorioso sonido de la caracola. Keva se puso de pie junto al resto de campistas, sonriente. Había estado esperando por esto... ¡El momento de su venganza! Esta noche se iría a dormir satisfecha, victoriosa y con los gritos de los críos de Ares en sus oídos. Como si sintiera su estado de ánimo, Meera le lanzó una mirada de advertencia.
—Recuerda, nada de sangre o te quedas sin postre.
La sonrisa de Keva era extrañamente alegre, un brillo perverso en sus ojos que seguramente haría soltar las alarmas en la mente de Meera.
—Puedo trabajar con eso.
Keva apartó la vista de la mirada desaprobatoria de la mayor al escuchar los gritos y vítores de los campistas, observando como los de Atenea y los de Ares entraban al pabellón con los estandartes. Ella sonrió al ver la bandera roja, hoy te vienes con nosotros. Como era ya usual en los juegos de capturar la bandera, Hermes tenía una alianza con Atenea y Apolo, así que Keva no tenía que preocuparse de tener genios maquiavélicos o flipados con flechas conspirando contra ella. Eso, por supuesto, significaba que iban contra todas las demás cabañas. Sin embargo, ella se sentía confiada. La fuerza no se transmite en números, pero de algo tiene que servir tener a las dos cabañas más grandes en el mismo equipo. Sin hablar de la cabaña de Atenea, esos críos son malignos. Ella reprimió un escalofrío.
Pronto, Quirón coceó el mármol del suelo:
—¡Héroes! —vociferó—. Conocéis las reglas. El arroyo es la frontera. Vale todo el bosque. Se permiten todo tipo de artilugios mágicos. El estandarte debe estar claramente expuesto y no tener más de dos guardias. Los prisioneros pueden ser desarmados, pero no heridos ni amordazados. No se permite matar ni mutilar. Yo haré de árbitro y médico de urgencia. ¡Armaos!
Extendió los brazos y las mesas se cubrieron del equipamiento habitual: cascos, espadas de bronce, lanzas, escudos de piel de buey con protecciones de metal. Ya sabes, lo típico en un campamento. Meera se dedicaba siempre a elegir los escudos que les fueran mejor a ambas, así que Keva se limitó a juguetear con su collar y mirar a su alrededor. Ellie y Moisés peleaban por una especie de lanza, y por otro lado Keva podía ver al chico nuevo quedarse con la boca abierta, probablemente friendo a Luke a preguntas. Keva no se preocupó en conseguir armas, tenía una justo entre sus dedos, al fin y al cabo. En cuanto todos estuvieron preparados y Meera le había tirado encima un escudo que parecía pesar mil kilos, Annabeth dio un paso adelante.
—¡Equipo azul, adelante!
Los campistas vitorearon, agitamos sus armas y siguiendo a la hija de Atenea por el camino hacia la parte sur del bosque. El equipo rojo, como era costumbre, se dedicaba a soltar pullas y Luke, como era de esperar, se concentraba en evitar que Ellie empezara la pelea antes de lo debido. Keva suspiró y contuvo un chillido cuando escuchó una voz justo detrás de ella.
—¡Eh! —llamó alguien, y ella giró la cabeza para ver como el nuevo se acercaba corriendo, más arrastrando que llevando a cuestas su escudo.
—Eh a ti también, Percy Jackson —respondió, divertida—. ¿Sabes ya lo que tienes que hacer?
Él asintió, dudoso.
—Eso creo. Annabeth me dijo que me quedara junto al arroyo, para mantener a los rojos lejos.
—Ahh, patrulla de frontera. No está mal, supongo. Cuando llegué al campamento también estaba en patrulla de frontera, aunque en realidad lo único que hacía era sentarme junto al arrollo y escuchar los gritos de los demás —Se encogió de hombros, palmeándole el hombro de manera que el novato casi se tropieza con su equipamiento. Contuvo una risa—. Pero seguro que te diviertes.
—Ya —respondió, poco convencido—. ¿Qué te tocó a ti?
—No tengo ni idea de que nombre técnico tienes los de Atenea, ¿distracción 101? No sé, básicamente me encargo de despistar y molestar a los de rojo lo máximo posible. Así que me la pasaré montando trampas con Travis y Connor y haciendo cabrear a los de Ares, como de costumbre.
—No creo que eso cueste mucho.
—No, la verdad es que no. Son hijos de la guerra, al fin y al cabo. Oye, ya que estamos en el tema, cuidadito con ellos. Sobre todo, con Clarisse. Ya te tiene ganas, así que mantente alejado.
El novato asintió, pero Keva tenía la sensación de que su advertencia le había entrado por un oído y salido por otro, suspiró. Por el rabillo del ojo pudo ver a los Stoll haciendo gestos para que marcharan a sus puestos, así que dirigió una última mirada al campista.
—Bueno, hora de irse. Buena suerte en tu primer captura la bandera, novato —Le lanzó una sonrisa traviesa—. La necesitarás.
Y con esas últimas palabras de aliento, Keva se giró y corrió hacia el interior del bosque, con el eco de las palabras del novato deseándole suerte de vuelta en sus oídos.
—Entonces, ¿qué hacemos esta vez?
Protegidos y escondidos tras el grueso tronco de un árbol, los Stoll y Keva miraban desde entre los arbustos los movimientos de ambos equipos. Keva podía divisar a Meera, una mancha borrosa y azul que se dirigía velozmente hacia el pobre refugio que había montado los de la cabaña diez. Ella apartó la mirada ante la pregunta de Travis, pero pudo escuchar con facilidad los gritos de sorpresa de las hijas de Afrodita. Sonrió.
—¿Acaso no son ustedes los expertos en trampas? —contestó Keva.
—Au contraire —contestó Connor, una sonrisa inmensa y francamente siniestra adornando su rostro.
—¿Siquiera sabes lo que eso significa?
Él frunció el ceño.
—No soy tonto.
Keva alzó una ceja.
—Podrías haberme engañado.
Conteniendo a Connor con una mano y con la otra a Keva, Travis suspiró de tal manera que ella no pudo evitar recordar que era hermano de Luke.
—Concentración, mis jovencísimos padawans. Guardad esa agresividad para el otro equipo, ¿queréis?
—Si crees que voy a llamarte maestro Kenobi espera sentado —masculló Keva, pero no intentó abalanzarse de nuevo.
—Muy bien, mis jovencísimos aprendices —Travis ignoró fácilmente las miradas fulminantes que ambos le enviaron—. Tengo un plan. Connor, ve por la izquierda, ya sabes que hacer. Keva —Le dirigió una mirada maliciosa—, sigue el camino hacia el arroyo. Hay muchas plantas interesantes por aquí, ¿sabías?
Keva comprendió inmediatamente, una sonrisa igual de macabra iluminando su rostro. Connor tragó.
—Dioses, a veces realmente me alegro de estar en el mismo equipo.
Keva saltaba felizmente por las rocas, dejando atrás rastros de lucha y campistas chillones colgando de plantas. Ella envió una última mirada alegre a la figura escondida por las flores de Jake Mason, quien seguía revolviéndose con furia, sin darse cuenta de que eso solo conseguía que fuera incluso más apretado.
—¡Keva! —gritó—. ¡No vuelvas a pedirme ayuda para entrenar en tu vida!
—¡También te quiero, Mason!
Dejando atrás al furioso hijo de Hefesto, Keva siguió su camino hacia el arroyo. Justo cuando parecía escuchar el sonido de agua corriendo en sus oídos, empezaron los gritos. Reconociendo las voces inmediatamente, la niña gimió, llevándose una mano a la cara. «Oh, ¿por qué a mí?»
—¡Al agua con el pringado! —gritó la distintiva voz de Clarisse.
Keva suspiró, tenía el extraño presentimiento de que sabía exactamente que pringado estaba siendo abordado. Echó a correr de manera automática, acercándose cada vez más y más al comienzo del arroyo. Aún podía escuchar lo que parecían ser gritos de guerra y pisadas. Definitivamente Clarisse no estaba sola, lo cual no era ninguna sorpresa. Los de Ares eran ridículamente intensos y agresivos, pero no eran estúpidos y conocían la fuerza de un grupo. Al menos, la fuerza de un grupo de sus propios hermanos. Bien es sabido que el trabajo en grupo no les va bien fuera de su propia cabaña.
Pronto llegó hacia el lugar donde los arbustos se perdían en un riachuelo y, como se temía, ahí estaba. El novato estaba rodeando por Clarisse y cuatro de sus hermanos, en ese momento se estaba echando hacia atrás, el brazo en el que sostenía el escudo estaba entumecido y con una única mirada hacia la lanza de la hija de Ares, Keva pudo averiguar por qué. Se tragó un exabrupto, justo en el momento en el que uno de los chicos le daba un golpe en el pecho al chico nuevo y él se desplomaba en el suelo. Ella dio un involuntario paso hacia delante, pero los de Ares estaban demasiado ocupados echándose unas risas a costa del novato como para patearlo cuando ya había caído.
—Sesión de peluquería —dijo Clarisse—. Agarradle el pelo.
El novato se puso en pie justo cuando los de Ares daban un paso hacia adelante, únicamente para encontrarse flotando en el aire un momento después. Keva respiró hondo y salió de la sombra que la había estado ocultando hasta entonces, cruzando los brazos e ignorando los gritos y amenazas de los que colgaban de cabeza.
—Percy Jackson —siseó ella—. ¿Acaso no te dije que te mantuvieras alejado?
El novato lucía cansado y agarrotado, el escudo cayéndole del brazo entumecido y acalambrado, pero sonrió.
—Nunca he sido bueno no metiéndome en problemas.
Dirigiendo una breve mirada a las figuras retorciéndose en el agarre de sus enredaderas, ella arqueó sus cejas.
—Me doy cuenta.
—Clon enano de Poison Ivy —espetó entonces Clarisse, ondeando amenazadoramente su chispeante lanza. Keva tragó, le gustaba pensar que es valiente, pero no tanto, muchas gracias. Se había encontrado monstruos del inframundo con miradas menos feroces que la de la hija de Ares en ese momento—, última y única oportunidad. Vuelve por donde viniste ahora mismo o únete al pringado, tú decides.
Keva miró hacia el chico nuevo, el chico nuevo la miró, ella miró hacia Clarisse, Clarisse la miró de vuelta. Suspiró.
—Parece que me quedo.
Los ojos de Clarisse se entrecerraron, mientras sus dedos se aferraban más fuerte a su arma.
—Mala idea, princesita.
Ella sonrió débilmente.
—Al parecer estoy llena de ellas.
Dos cosas pasaron en ese momento: una, el novato consiguió ponerse de pie y levantar la espada; dos, los otros hijos de Ares consiguieron deshacerse de sus enredaderas a espadazos, así que Keva se encontró cara a cara con cuatro furiosos hijos de la guerra. «Genial, ¿dónde hay hiedra venenosa cuando la necesito?». Keva apretó los dedos alrededor de su colgante, llamando nuevamente a cualquier planta que estuviera cerca, enviándolas a deslizarse lenta y silenciosamente por el suelo... Su atención se vio resquebrajada por el quejido del novato y el chisporroteo de una lanza, ella lanzó una mirada hacia el otro lado. El novato tenía entumecidos los dos brazos ahora.
—Uy, uy, uy —se burló Clarisse—. Qué miedo me da este tío. Muchísimo.
"Sí, hombre, seguro que es material de los Tres Grandes" recordó entonces con un resoplido. Las plantas habían vuelto a contestar a su llamada, de tal manera que los hijos de Ares distraídos por la pelea de su hermana ni siquiera pudieron reconocer.
—La bandera está en aquella dirección —dijo el novato.
—Ya —contestó el más cercano a su enredadera, sus dedos picaban por hacer que volviera a sentir la altura en su máximo esplendor. Quizás esta vez lo lanzaría a algún árbol, no se quedarían sin postre por eso... probablemente—. Pero verás, no nos importa la bandera. Lo que nos importa es un tipo que ha ridiculizado a nuestra cabaña.
Keva podía escuchar los movimientos suaves de sus plantas sobre las hojas, acercándose cada vez más y más... Sigue así, novato, se dijo a sí misma, puede que salgamos vivos y todo.
—Pues lo hacéis sin mi ayuda.
Ella palideció. Bueno, olvídalo, masculló por lo bajo, e inmediatamente apretó sus dedos alrededor del deslizamiento en su mente de las enredaderas, frenando el movimiento de los dos de Ares que intentaron abalanzarse sobre el novato. Su collar se deslizó en sus dedos como agua, convirtiéndose nuevamente en la daga que había visto por primera vez en sus sueños. La lanzó casi a ciegas hacia el resto de los hermanos, y al escuchar un gruñido supo que funcionó. Bien, ahí va su oportunidad de comer malvaviscos en la hoguera. Keva retrocedió hacia las sombras mientras veía como el novato se echaba hacia tras, hacia el arroyo, intentando levantar el escudo. Clarisse fue más rápida y lanzó un movimiento veloz hacia sus costillas con su lanza. Otro de los de Ares consiguió darle un tajo en el brazo, la sangre brotando inmediatamente. Al menos no seré la única sin malvaviscos esta noche.
—No está permitido hacer sangre —farfulló el novato.
—Anda ya. Supongo que me quedaré sin postre.
Lo último que vio Keva fue como lo empujaban al arroyo, porque pronto estuvo demasiado ocupada recuperando su daga y deteniendo la tajada a su pierna de uno de los de Ares. Empujó su espada contra su daga con tanta fuerza que se tambaleó hacia atrás, pero logró mantener el equilibrio y girar justo antes de que la espada le llegara. En su lugar se clavó en el tronco de un árbol y ella aprovechó para patearle el estómago, rápidamente atando sus pies al suelo, las plantas respondiendo velozmente a su petición. Apenas tuvo tiempo de tomarse un respiro antes de que un casco casi le diera de golpe en la cabeza, agachándose justo a tiempo y echando una mirada apurada hacia el arroyo. Se quedó boquiabierta.
No tenía ni idea de donde había sacado el novato las fuerzas, pero de pronto parecía saber exactamente que tenía que hacer. Había derrumbado de un golpe a uno de los de Ares, y en ese momento le estampaba el escudo en la cara a otro. Tanto ella como las plantas se quedaron quietas entonces, observantes. El campista restante no parecía por la labor de contraatacar, pero Clarisse no parecía compartir su opinión, dirigiéndose embalada hacia él. En cuanto atacó, el novato atrapó la lanza entre su escudo y su espada y la rompió. Keva parpadeó. En todo el tiempo en el que había conocido a Clarisse, ella y su lanza eran un dúo temible. Incluso los Stoll eran lo suficientemente listos como para dar media vuelta y correr si la veían acercándose de mala leche. Y ahí estaba el novato, rompiéndole la lanza como si no fuera más que un juguete. La impresión le hizo perder la concentración, y las enredaderas se deslizaron lejos del hijo de Ares al que había capturado, pero incluso él estaba demasiado absorto en la pelea como para prestar atención a su liberación.
—¡Jo! —exclamó Clarisse—. ¡Idiota! ¡Gusano apestoso!
A Keva no le hubiera sorprendido que siguiera insultándole, pero entonces el chico nuevo le golpeó en la frente con la empuñadura de su espada y la envió tambaleándose fuera del arroyo. El hijo de Ares a su espalda se deslizó silenciosamente hacia sus quejumbrosos hermanos, justo cuando Keva empezó a oír gritos de alegría, dándose la vuelta inmediatamente para ver a Luke correr hacia la frontera con el estandarte del equipo rojo en sus manos, sonriente. Ellie y Moisés le cubrían la retirada, mientras quienes parecían ser Lee Fletcher y una de sus hermanas se enfrentaban a los de Hefesto. Los de Ares se levantaron, tambaleándose en el agarre del único que seguía medianamente lúcido, y Clarisse maldijo.
—¡Una trampa! —gritó—. ¡Era una trampa!
Keva estaba agotada a ese punto, pero no pudo evitar sonreír. "Atenea siempre tiene un plan", vaya que sí. Quizás debería darle más crédito... no iba a pasar, pero era una posibilidad. Era demasiado tarde para que el otro equipo pudiera atrapar a Luke, y todo el mundo se reunió junto al arroyo cuando él cruzó el territorio, el equipo azul estallando en vítores y aplausos. El estandarte rojo brilló y se volvió plateado. El jabalí y la lanza fueron reemplazados por un enorme caduceo, el símbolo de la cabaña 11. Los del equipo azul agarraron a Luke y lo alzaron en hombros. Quirón salió a medio galope del bosque e hizo sonar la caracola. Captura la bandera había finalizado oficialmente. Habían ganado. Keva estaba deseosa de celebrar, pero primero debía asegurarse de que el novato estuviera bien. No tenía sentido que hubiera conseguido fuerzas de la nada, pero la adrenalina podía ser muy poderosa cuando quería. Se acercó chapoteando hacia el arroyo.
—Buen trabajo en seguir vivo, novato.
Él sonrió.
—Igualmente. Y gracias, ya sabes, por ayudarme y eso.
Se rio de su torpeza al hablar, pero asintió.
—No hay problema. No podía dejar que te convirtieras en brocheta en tu primer captura la bandera, ¿qué diría eso de la hospitalidad de la cabaña once?
—¿Que es todo una farsa?
Le golpeó suavemente la frente con dos de sus dedos.
—Calma, novato. Somos todos muy hospitalarios, lo sabrías si no intentaras que te echaran a cada momento.
Parecía dispuesto a contestar, pero justo entonces escucharon la voz de Annabeth:
—No está mal, héroe. ¿Dónde demonios has aprendido a luchar así?
Keva entrecerró los ojos en dirección a su voz, pero no había nada. Suspiró. Ya le gustaría a ella que su madre le diera un regalo tan chulo como la gorra de Annabeth Chase, en su lugar tenía pesadillas, sombras en sus sueños y problemas emocionales. Yay. En ese momento el aire pareció estremecerse y Annabeth apareció. Curiosamente, el novato parecía más cabreado que alucinado al verla aparecer de la nada.
—Me has usado como cebo —le dijo, y Keva hizo una mueca. Eso era algo usual en las estrategias de Atenea, pero el chico nuevo no tenía por qué saberlo, o siquiera aceptarlo—. Me has puesto aquí porque sabías que Clarisse vendría por mí, mientras enviabas a Luke por el otro flanco. Lo habías planeado todo.
Annabeth se encogió de hombros, Keva contuvo un suspiro de exasperación. La chica podía ser muy lista, pero las emociones no eran lo suyo.
—Ya te lo he dicho. Atenea siempre tiene un plan.
—Un plan para que me pulvericen.
—Vine tan rápido como pude, pero... —Se encogió otra vez de hombros—. No necesitabas ayuda. Además, Keva ya había acudido a tu rescate para entonces —La miró de reojo, y fue entonces cuando la hija de Atenea se fijó en el brazo del novato—. ¿Cómo te has hecho eso?
Keva miró hacia él frunció el ceño, porque, ¿qué diablos? Ella había estado ahí, sabía que le había herido. Entonces, ¿dónde estaba la herida? La sangre no estaba siquiera seca, había desaparecido por completo. Lo único que quedaba en ese momento era un largo rasguño que también estaba esfumándose.
—Es una herida de espada.
—No —murmuró Keva, alzando entonces la voz para poder ser oída—. Mira otra vez, novato.
Percy Jackson observó atentamente lo que antes había sido una herida, sus ojos como platos mientras el rasguño se convertía en una pequeña cicatriz y entonces se desvanecía finalmente.
—¿Cómo has hecho eso? —dijo, confundido.
—Nosotras no... —empezó Keva, pero Annabeth interrumpió.
—Sal del agua, Percy.
—¿Qué...?
—Hazlo y calla.
El novato hizo caso y fue como si las fuerzas que antes le había avivado en la batalla desaparecieran por completo, casi derrumbándose, pero Annabeth consiguió sujetarle a tiempo.
—Oh, Estigio —maldijo—. Esto no es bueno. Yo no quería... Supuse que habría sido Zeus.
Keva frunció el ceño, preguntándose de que diablos estaba hablando ahora, porque realmente es difícil seguirle el ritmo a su hilo de pensamientos, pero antes siquiera de poder preguntarle, se escuchó lo que parecía ser un gruñido. Uno muy familiar para sus oídos. Los vítores de los campistas se desvanecieron de forma inmediata, y ella alzó la cabeza de manera automática. No era posible, simplemente no podía ser lo que ella pensaba...
—¡Apartaos! ¡Mi arco! —gritó entonces Quirón en griego antiguo.
Keva apretó el agarre alrededor de su daga, preparándose para llamar a cualquier planta de la zona, aunque dudaba de que fuera de mucha utilidad en esa situación. Nunca lo era. A su lado, escuchó como Annabeth desenvainaba su espada. Se escuchó el mismo gruñido, brotando grave desde una garganta monstruosa, con tal fuerza que parecía querer partir el bosque en dos. Alzó la vista y se encontró con la visión que la había perseguido desde niña, más ahora que nunca. En su mente no estaban sus propios encontronazos, solo su sueño... el apartamento... su padre... nieve oscura y escarlata... el hosco sonidos de huesos quebrándose... No era posible que Hades lo hubiera enviado por ella, ¿cierto? No podía ser. El Campamento Mestizo era un lugar seguro, el único lugar seguro para ella en el mundo. Si ya no lo era... ¿qué iba a ser de ella? Sus garras rasgaron la roca, y fue entonces cuando se dio cuenta de que sus ojos rojos no la miraban a ella. Estaban fijados en Percy Jackson.
—¡Percy, corre! —reaccionó Annabeth, sacándole de su estupor.
Intentó interponerse entre el perro del infierno y el novato, mientras Keva se quedaba paralizada. No por miedo ni estupefacción, sino por recuerdos. Se sentía sujeta al suelo, como si algo la agarrara, la arrastrara hacia abajo. Veía con ojos vacíos como el monstruo saltaba por encima de la hija de Atenea y saltaba sobre el chico nuevo, cayendo hacia atrás, sus garras perforando su armadura como si no fuera nada más que fino papel. Escuchó, más como sonido seco que otra cosa, como las flechas se clavaban en su cuello. Se desplomó en el suelo, y fue como si Keva pudiera respirar de nuevo. Tomó aire, honda y profundamente, sintiendo la sangre que corría por sus manos, las uñas aún clavadas en su piel sin que se hubiera dado cuenta. Se limpió la sangre en los pantalones, distraídamente. Las Moiras parecían estar de parte de Percy Jackson en ese momento, porque, de alguna forma, seguía vivo y respirando. El tiempo había vuelto a correr y ella quería asegurarse de que los cortes no fueran muy profundos, pero no era ninguna hija de Apolo, y sus pies seguían sujetos al suelo.
Fue entonces cuando Quirón trotó hacia ellos, con un arco en la mano y una expresión preocupada en su rostro sombrío.
—¡Di inmortales! —exclamó Annabeth—. Eso era un perro del infierno de los Campos de Castigo. No están... se supone que no...
—Alguien lo ha invocado —dijo Quirón—. Alguien del campamento.
Luke se acercó entonces, con el rostro serio pero gentil. Keva lo sintió por él, Luke se esforzaba más que nadie en que los campistas de la cabaña once estuvieran a salvo, fueran o no sus hermanos. Y no había podido hacer nada entonces. Casi podía sentir que le picaban los ojos, pero su pecho se sentía aún demasiado vacío como para experimentar algo así.
—¡Percy tiene la culpa de todo! —gritó entonces Clarisse, Keva estaba demasiado metida en sus propios pensamientos como para siquiera poder reír ante tal teoría—. ¡Percy lo ha invocado!
—Cállate, niña —le espetó Quirón.
Todos los campistas observaban con atención el cadáver del perro, y Keva apenas parpadeó al ver como se derretía en una sombra oscura y viscosa (o quizás eso era su activa imaginación), para luego fundirse con el suelo y desaparecer. Keva exhaló.
—Estás herido —dijo Annabeth—. Rápido, Percy, métete en el agua.
—Estoy bien.
—No lo estás, novato —habló Keva por fin, sin expresión, mientras Annabeth proseguía.
—Quirón, mira esto.
El novato resopló por lo bajo, pero no discutió y regresó al arroyo mientras todos se reunían a su alrededor. Keva miró fijamente como las heridas que le había hecho el perro del infierno en el pecho empezaban a cerrarse, justo como había pasado con la tajada que tenía en el brazo. Fue entonces cuando, justo encima de su cabeza, apareció un refulgente símbolo. El holograma de un tridente, brillando con un fuerte verde, girando. Por alguna razón, Keva no se sintió tan sorprendida como debería. Quizás era demasiado en muy poco tiempo, quizás las emociones volverían después de manera atropellada, pero en ese momento solo se quedó mirándolo. Apenas podía escuchar las exclamaciones de sorpresa de los demás campistas, o ver como algunos se quedaban boquiabiertos. Percy Jackson lucía incómodo y extrañamente arrepentido, como si no se hubiera dado cuenta de lo que acababa de pasar.
—Bueno, yo... la verdad es que no sé cómo... Perdón...
—Percy —dijo Annabeth, señalando al tridente.
Entonces él alzó la mirada, mirando absorto el símbolo que ya se iba desvaneciendo, quedando menos y menos verde brillando. Keva no podía discernir las emociones en su rostro, no podía reconocer si estaba sorprendido o feliz. Molesto o aturdido. Su expresión se veía raramente neutral, pero ella lo dudaba.
—Tu padre —murmuró Annabeth—. Esto no es nada bueno.
—Ya está determinado —anunció Quirón, un tono de finalidad en su voz.
Todos los campistas empezaron a arrodillarse, y Keva posó su mano sangrante sobre su rodilla, aún sin saber exactamente como debía reaccionar. Incluso los campistas de la cabaña de Ares se veían confundidos, pero nada contentos, lo cual no era una sorpresa.
—¿Mi padre? —preguntó, y Keva pudo notar una emoción finalmente. Perplejidad. Comprensible.
—Poseidón —respondió Quirón—. Sacudidor de tierras, portador de tormentas, padre de los caballos. Salve, Perseus Jackson, hijo del dios del mar.
Y mientras el niño se quedaba boquiabierto, Keva se quedó mirando la sangre seca de su mano, sintiendo un extraño peso en su estómago, un ardor. Tenía el presentimiento de que algo grande se acercaba. Apretó las manos y respiró hondo. Tenía el presentimiento de que nadie estaba preparado. Y mucho menos ella.
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