7
Gulf soportó hasta la hora del postre. Simuló una de sus jaquecas frecuentes. Prometió a sus padres que iría al desayuno a la nueva casa del Senador, que colindaba con la de ellos. Y entonces lo dejaron retirarse de la mesa sin ningún reproche.
Gulf sabía que, al mediodía siguiente, en un partido de golf entre su padre y el Senador quedaría sellado su compromiso.
Subió las escaleras sintiendo en su rostro las primeras lágrimas. No se dio cuenta de que equivocó el camino hasta que se halló frente a una de las habitaciones de huéspedes. La misma en la que supuestamente iba a dormir Mew.
Aún vestido, Gulf se escondió bajo la cobija, imaginándose que eran los brazos de Mew los que lo abrazaban. Era casi medianoche cuando recién pudo dejar de llorar. Pero sabía que no sería capaz de concebir el sueño. Temblaba como si fuera un niño pequeño. Porque era así cómo se sentía: como un niño pequeño, indefenso y abandonado.
Se destapó un poco el rostro para mirar hacia una de las ventanas. Un viento frío rugía entre los árboles. Gulf oía los quejidos lastimeros del viento en el techo, las ventanas y hasta en la puerta. Y sintió que afuera, el mundo parecía estar tan triste como él.
—Hagamos un trato...— escuchó Gulf de repente muy cerca suyo— Si compartes conmigo tu cobija, yo te contaré una historia...
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