Epílogo
Uno, dos, tres... que no haya un cuarto.
Termina, no hagas ruido.
Cese el compás de tu movimiento.
Que mi corazón sea un reloj roto
Raphaella hechizó el obsequio. Luego, lo hizo con el otro dije.
Respira al igual que tu reflejo.
Si se acelera o ralentiza.
Siente su latir como un espejo.
Vive y muere lo que tu gemelo.
Se trataban de hechizos simples, mas poderosos al mismo tiempo. El suicidio no era algo que se enseñara en las escuelas, pero un poco de investigación y ensayo bastaron para entender cómo conjurarlo y hacerlo funcionar.
Era la mañana del veinticuatro. Miró una vez más el trabajo de Iskander. Tal como le había pedido deformó los rubíes hasta convertirlos en alas. La orilla resplandecía de un color distinto, y en lugar de un par hizo dos. La diferencia con el segundo era que el perímetro era oscuro, hecho de diamante negro. Por su cuenta había corrido encontrar las cadenitas que sujetaran; su hermano era un excelente joyero, pero no trabajaba los metales.
Su celular vibró.
Me encontrarás, solo cuando estés lista
Frunció el ceño. El mensaje de Ivar no tenía ningún sentido. Así que como respuesta envió escuetamente signos de interrogación. Después guardó las joyas en una pequeña caja blanca. Suspiró intentando reunir todo su valor. Salió de la casa.
En medio de la nada, sentada en un pequeño valle entre la casona y la ciudad, decidía si continuar o no con sus planes. Había pedido a Púrpura que encargase comida suficiente para alimentar a una familia, no sabía cuánto comía el lancero y más valía que sobrara a que faltara.
Respiró hondo tres veces. No había vuelto a hablar con él desde la vez en la playa, Raphaella no encontraba excusas que no lo parecieran para hablarle. Bajó los muros de su mente.
«Hola»
La timidez, el miedo y la culpa no permitieron que su voz saliese natural, ni tampoco que dijese lo que pretendía.
«Hola, Aishim»
Su nombre como una plegaria, todo su ser se removió ante el mimo, pero enseguida se lamentó al recordar que mantenía a Diarmuid alejado de su verdadero hogar.
«¿Podrías venir?»
Quiso golpearse. Estaba nerviosa y no podía evitarlo... Una faceta que no deseaba que él viera.
—Llegué. —Estaba justo a un costado con una sonrisa afable.
Vestía con pantalones de mezclilla y una sencilla playera blanca. Lucía bien, no aparentaba estar enfadado ni tampoco triste, pero la nigromante sabía que solo era amabilidad. Tenía la cortesía de ocultar sus sentimientos para no molestarla...
—¿Desayunamos? —Comenzó a destapar y a desenvolver la comida—. Hay sándwiches, verduras, fruta, jugo, café...
Diarmuid la ayudó con el resto, y entonces comieron en silencio. Fue un tanto incómodo, o al menos para ella. Su visión periférica no le advertía de mucho sobre el lancero. Sus piernas daban a la misma dirección, de tal guisa que el lugar servía como mirador de la ciudad. Cuando terminaron, necesitó enterrarse las uñas en las manos para ser sincera y decir lo que debía. Habló sin atreverse a mirarlo, con qué cara.
—Tengo un obsequio para ti. —Sacó de la cajita una de las cadenitas, la jugó nerviosa entre sus dedos, su corazón latía temeroso y un nudo se instaló en su garganta. Precisó de unos segundos que parecieron horas—. Antes, debo confesar y explicar algo: mentí... No tenemos que ayudar a Tatsuya, y mi ambición por aprender no es lo bastante grande como para pedir que te quedes ... Yo solo no quería enfrentarme a tu partida, porque resultaba dolorosa, más de lo que llegué a pensar, más de lo que podría importarme ver marchar a un amigo... Es que tú significas algo más que todo eso. —Raphaella tomó una gran bocanada de aire—. Tú eres lo que quiero llamar amor. —Juntó las piernas y las abrazó, todo en un pobre intento de esconder su vergüenza.
Terminó por enterrar la cara entre las rodillas, y extendió el obsequio en pos del lancero.
—Lo he hechizado —dijo aún con el rostro escondido—. Solo necesitas sostenerlo cerca del pecho y decir «acepto el regalo». Tu corazón dejará de latir... —Raphaella por fin alzó la cara.
Tenía la mirada empañada, la figura del lancero se distorsionaba.
Diarmuid tomó la cadenita, y ella extrajo la segunda. La observó con cuidado. Sonrió, consciente que sus ojos estarían conteniendo muy mal las lágrimas. Llevó una de sus manos al pecho y sintió el regalo de Dagmar, el rubí que la conectaba con el lancero y por el que fue capaz de llamarlo. No se lo había quitado desde esa noche.
—No quiero ser testigo de ello, pero quiero compartir tu dolor, ayudarte con ello. He hechizado un segundo dije. Para comprender que has decidido partir —continuó—. Son alas... Porque quiero que seas libre de elegir. No pienses en mí, ni tampoco en lo que habrían deseado aquellos a quienes crees lastimaste. Elige por y para ti.
Diarmuid salvó la distancia entre ellos y limpió las lágrimas que ya corrían abiertamente por sus mejillas. Raphaella se concedió sentirlo por completo, ser consciente de su respiración, del calor de su piel y, del brillo de sus ojos. Quiso memorizar todo para recordarlo cuando se fuera.
—Conservaré el obsequio. No porque desee marcharme, sino porque tú me lo has dado y ahora es parte de mí... Me alegra saber que tampoco quieres que me vaya, yo no tenía el coraje para pedirte que me permitieras seguir aquí.
—No eres egoísta como yo.
—Tal vez no sea tan valiente como tú.
La nigromante buscó sus labios.
—¿Sabes que no podrás conjurar a nadie más mientras yo esté?
—¿Por qué? —Frunció el ceño—. Creo que podría mantener a dos espíritus con vida, he practicado bastante.
—Es... peligroso. —Diarmuid se situó a su lado.
—Me arriesgaré —respondió, aunque en sus planes en el corto plazo no incluían la invocación de ningún otro ser.
Entonces, los tópicos se desviaron a temas de nula trascendencia, salvo las vivencias del lancero en su época. Raphaella disfrutó cada una de sus hermosas carcajadas y el brillo en su mirada al relatarle cada aventura suya. Conversaban animadamente cuando Vincent Ficquelmont apareció; en cuestión de nada, Diarmuid materializó la lanza roja con la punta amenazó el cuello del hechicero. El chico de ojos dispares los miró sin dar crédito a la escena.
—Ivar ha desaparecido —informó—. Tenía la esperanza de que estuviera contigo.
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