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Capítulo XXVIII: La condena de un corazón mentiroso - segunda parte



Estaba mal...

Continuó con la marcha sin tener rumbo, la cabeza gacha para evitar ser reconocida.

Diarmuid no podría vivir por siempre de esa manera. Tampoco ella lo deseaba. Él merecía vivir libre, merecía otra oportunidad en esta época. La vida le había dado todo, pero también se lo había arrebatado de la manera más cruel posible. Rompió sus ilusiones, y sus sueños jamás se vieron realizados. Amó a un alto precio y lo pagó sin rechistar, aceptando la condena que le esperaría cuando muriese, mas no la que Fionn le decretó.

Por un instante deseó llamar al jefe de Diarmuid y ser ella quien cobrase venganza, no lo hizo, por supuesto, ella no era quién para hacerlo. Y, en honor a la verdad, Raphaella solo era otra versión de Fionn en la vida del lancero. Incluso peor, porque encarnaba ciertas actitudes de Gráinne también.

La noche cayó en la isla antes de siquiera plantearse volver a donde dormía. En ese momento, estaba sentada en medio de la arena. Luego de una larga caminata, fue necesario descansar.

—¿Qué haces en tan solitaria playa y a altas horas de la noche?

Sonrió al reconocer la voz de Ivar, levantó el mentón. El hechicero llevaba una bufanda roja y una chamarra azul, lucía apuesto, a pesar del exceso de ropa.

—Contar estrellas.

El hechicero se sentó a un costado y alzó la mirada al firmamento, por el rabillo del ojo apreció la rojez de su nariz y el cristal en su mirada. El frío había alcanzado la piel del escocés.

—Es una tarea difícil. Imposible diría yo. —Bajó la vista y jugó con la arena bajo sus pies—. Pero lo imposible pocas veces te ha detenido.

El silencio cayó pesado entre ellos. Escuchó a Ivar bisbisear, pero no volteó ni esperó comprender. Llamaba a un animal. Los hechiceros cantantes, como su categoría lo indicaba, solían emplear más la voz que los dedos.

—Su nombre es Coraline —presentó y extendió su brazo.

Una serpiente negra se enroscaba en su brazo, delgada y brillante. El animal sacaba su lengua.

—Un gusto, Coraline —murmuró apreciando el brillo de las escamas y los ojillos profundos que tenía, eran del mismo color que los del hechicero.

La serpiente simuló contestarle y luego centró su atención en Ivar, restregó la cabeza en las mejillas del hechicero y, si no lo hubiera visto, Raph no hubiera creído capaces a las serpientes de acariciar con la lengua.

—No tardes demasiado.

—¿Perdón?

—No desperdicies el tiempo y elije ya, Ella. —Los ojos dorados de Fraser parecían destellar a la luz de la luna, los pocos faroles que había hacían de él un cuadro de contrastes fuertes—. Tardé en entender tu reacción, pero cuando te vi con Mitsrael lo comprendí todo.

—Pues yo no entiendo nada —interrumpió, molesta.

¿Quién era él para decir que la comprendía si ni ella misma lo hacía?

—Lo miras como me mirabas a mí, pero sé que muy dentro de tu corazón todavía hay un sitio que me guarda —dijo apuntando con su índice al pecho de la nigromante—. Elije pronto, que el tiempo se agota, si queremos huir tenemos que hacerlo ya. —Sonrió—. Feliz Navidad, Raphaella.

Se levantó sin permitirle responderle. Volvió a sumirse en la culpa que la acompañaba. Debía ser honesta con Diarmuid y decirle que, por su capricho, no quería verlo marchar.

A los pocos minutos su teléfono vibró. Era un mensaje de Fraser.

Siempre estaré para ti

Suspiró.

—Feliz navidad, Ivar —susurró, incluso si fataltaba para ello días.

Corrió a coger el coche y condujo hasta la casa de los Marlowe.

—¿Si? —preguntó la mujer albina cuando abrió la puerta.

—Busco a Iskander.

La mujer albina asintió y cerró la puerta en su nariz. Esperó pacientemente a que su hermano saliera.

—¿Desde cuándo esta casa parece una cárcel?

—Desde siempre, Raph, solo que como tú eras la reclusa no te dabas cuenta.

—Yo, Raphaella... —Se detuvo a pensar un segundo en el apellido con el que debía presentarse—. Von Lovenberg, te liberaré con la condición de que me brindes tu ayuda.

Iskander soltó una risita y le revolvió el cabello por encima del gorro.

—En qué puedo ayudarle, mi Noble Dama.

—Es una misión casi suicida, navegaremos en un mundo carente de magia y lleno de oscurantismo, pero hemos de encontrar el regalo perfecto para un amigo. Es una ardua tarea, mas aceptaré tu sacrificio, gustosa.

Iskander achicó los ojos, sopesando la propuesta.

—Ten cuidado —resolvió antes de cerrar la puerta tras de sí y avanzar al auto blanco.

El motor ronroneó cuando Raphaella pisó el acelerador. Iskander no paró de burlarse de tu técnica de conducción y los ocasionales volantazos que dio. Una vez en el centro comercial, visitaron todas las tiendas que había.

—¿Qué tal una bufanda? —Abrigó su cuello con una negra que tomó del escaparate.

—Claro, si quieres que te odie regálale una bufanda —respondió Iskander.

—¿Entonces qué? Ya descartamos ropa, accesorios, electrónicos, no sé qué dar —refunfuñó molesta y aventó la bufanda sin consideración.

Sintió en la espalda las miradas iracundas de los empleados del lugar.

—No conoces sus gustos.

—Es que no creo que algo de eso le agrade. Además, es genérico, quiero algo único.

—Si quieres que sea especial, hazlo tú misma.

—¿Qué?

—Créalo. Deforma el cristal, invoca a un ser amado de tu amigo, dale una tarjeta, no sé... Hazlo, no lo compres.

Calló por unos instantes... ¿Qué podría crear? ¿Podría invocar a la amante de Diarmuid? ¿Eso le agradaría? Por lo que escuchó del lancero no terminaron en los mejores términos, a pesar de que ahora fuesen buenos conocidos.

«En realidad, nunca terminaron»

Pero no. Pensarlo solo la hacía sentir mal, porque la Raphaella egoísta y celosa no concebía cómo soportaría semejante reunión.

«Debo decirle la verdad»

Tanto por él como por ella, porque no quería continuar sintiendo que debía enmendar errores.

—¡Eres un genio! —gritó, llamando la atención de varios individuos dentro de la tienda.

—Lo sé.

—Me tienes que ayudar, Iskander.

—¿Por qué debería hacerlo?

—Porque yo digo —soltó categórica y lo tomó del brazo—. Iremos a la casa de los Von Loveberg.

—Ah, no. Yo a ese sitio no vuelvo nunca más.

—Cobarde.

A pesar de las protestas su hermano, no se resistió al subir al coche, tomó su actitud como un sí y lo llevó hasta la casona. Entraron sin ningún problema y condujo a su hermano a su habitación.

Púrpura esperaba al pie de la puerta.

—Hola, Púrpura.

—Hola, Raphaella. —La mujer albina sonrió.

Iskander soltó un par de imprecaciones al ver el tamaño descomunal de la recámara. La falta de pertenencias y personalización hacía que las paredes lucieran más lejanas de lo que en verdad estaban. Cogió de su tocador varios pendientes de rubíes y los colocó en la mesa que utilizaba para hacer los deberes.

Iskander alzó las cejas inquisitivo.

—Me ayudarás a reformarlos —explicó.

—¿Sabes lo duro que es? —Se quitó los guantes, y extendió sus manos sobre las joyas.

—Me dijeron que eres un excelente joyero.

—¿Qué quieres que sean?

No había pensado en ello. Debían significar algo para el lancero, un objeto especial.

—Alas —respondió pasados unos minutos.

Su hermano frunció el ceño, pero no dijo nada. Comenzó a ejecutar los patrones del hechizo 13J, Raphaella, aunque los conocía, carecía de la fuerza y habilidad para hacerlos funcionar.

—Espera —pidió segundos después.

Iskander le dirigió una mirada exasperada.

—Es que no sé si deberían ser rojas, o azules... porque tengo también zafiros, o translucidas, creo que tengo un dije de diamante. Tal vez podrían ser negras, pero tendríamos que ir a comprar las gemas, no tengo nada negro...

—Decídete ya, Raphaella.

—Rojas —concluyó—, sí, rojas. Pero ponle un perímetro de esto... —Corrió a su tocador y volvió para poner sobre la mesa el colgante de diamante—. Haz que sea un colgante, por favor...

—Estas piedras son más difíciles. —Examinó el dije, se trataba de una flor de loto—. ¿Por qué quieres deshacerte de ellos?

—Creo que no me sirven.

—¿Crees? —Viró para clavar su mirada en Raph.

—Dagmar los compró, pero nunca me los dio. Estaban aquí cuando llegué. No es como que representen algo especial. Es inútil que sigan guardados.

—Pero él los eligió para ti, Raph. No es correcto.

Arrugó el entrecejo, tampoco era correcto que el heredero le gritara y prohibiera las salidas, pero no lo mencionó.

—¿Debería comprar las gemas?

—Sí, no pienso ayudarte si se trata de destruir lo que tu prometido te obsequió.

La nigromante pensó que era lo mismo. El dinero que usaría provendría de los Von Lovenberg.

—Vale, de acuerdo. Las llevaré a casa cuando las tenga, y trataré de dibujarte lo que quiero —aceptó.

—Sí, las llevarás a casa de Sebastian Marlowe.

Se percató de lo que su hermano había hecho, dejar en claro que la casa Marlowe no era más su casa. Supo que no había malas intenciones en las palabras, solo pretendía ayudarla a aceptar su nueva vida, pues del compromiso marital hacía ya varios meses y continuaba sin admitirlo del todo, aun así, tuvo un acceso de dolor.

Iskander fue llevado a la casa Marlowe por Azul.

Volvió a sus aposentos y llamó a Púrpura después de encender la computadora. La albina se acuclilló a un lado sin recargarse en el mueble, y Raphaella la instó a acomodarse con ella en la cama.

Visitaron distintas páginas en las que buscaron gemas de la mejor calidad y lo bastante grandes para su propósito, siempre pidiendo su opinión. Hecho el pedido, puso la computadora sin apagar en el suelo.

—¿Cómo pasan Noche Buena? —preguntó y se acomodó boca arriba.

Sabía que la navidad pretendía unir familias, y pasarla con los seres queridos, pero siendo homúnculos, no tenían y entre ellos tampoco se consideraban cercanos.

La albina la imitó.

—Servimos a la familia Von Lovenberg, y cuando ya no somos requeridos nos marchamos a dormir.

—¿Hay algo que te gustaría como regalo? —preguntó Raphaella.

—Nada en especial.

—¿Segura?

—Sí.

Caía en cuenta en ese momento de lo joven que era, no podía rebasar los veintitrés años y eso era demasiado. Era casi una niña cuidado a una familia déspota.

Pronto se excusó para marcharse.

Raphaella pasó gran parte de la noche dibujando las alas que quería.





Palabras de la autora: 

Bueno, este ha sido el último capítulo. Lo siguiente que subiré será el epílogo. 

Les agradezco a todos quienes iniciaron esta historia y a quienes se mantuvieron hasta el final <3 

Espero que haya sido de su agrado y por favor, no duden en dejar sus impresiones y comentarios. ¿Tuvieron teorías en algún punto? ¿Quién fue su personaje favorito? (Justifique su respuesta xddd) ¿Odiaron a alguien? ¿Qué pareja les agradó más? ¿Con quién creen que Raphaella debería quedarse? GGGG


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