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Capítulo XXVII: Justicia y venganza son iguales - primera parte



Sus presencias marcaron un antes y un después. Antes se había sentido perdida y débil. Las palabras del acendrado habían mermado su espíritu, y con la culpa corroyéndola apenas podía respirar, pero con ellos allí, con Diarmuid prometiéndole esperanza...

«Estamos aquí»

El mensaje en su cabeza fue una caricia.

Los buscó con la mirada hasta encontrarlos, y sonrió al verlos. El lancero parecía un príncipe de las tinieblas, rodeado de la noche el traje se camuflaba, sus ojos refulgían como oro recién pulido y las lanzas irradiaban mortíferas; su cabello se agitaba en dirección al viento y el aura que exudaba juraba tormento. Pese al lugar y las circunstancias, no pudo evitar pensar en lo atractivo que era.

Tatsuya vestía como cualquier civil, no había vestimenta especial para los que morían sin gloria ni penas, pero sus ojos refulgían por la furia acumulada a través de los años y daban cuenta de cuán peligroso podía ser un espíritu que había asesinado para alimentarse. Sus dedos emitían chispas amenazantes.

Magnus y ella eran niños en comparación. Apenas caminaban cuando los muertos volaban.

—Patrick es mío —declaró el hechicero de agua.

Una risotada brotó de los labios del hombre inmortal, su mirada amenazante dejaba en evidencia que no conocía de compasión y piedad.

—Sabía que se trataba de ti, Tatsuya. —Abrió los brazos como ofreciéndose a estrecharlo—. Viejo amigo, todavía no superas la muerte de Farra.

Observó estupefacta la mofa en las acciones del acendrado, el dolor en el semblante de Tatsuya y, lo nerviosos que estaban ambos bandos por ver quién soltaba el primer golpe.

—Tú no la amabas.

—Y tú no la merecías. Ella era demasiado para estar contigo —rugió antes de mover los dedos para atacar.

No tuvo tiempo de escuchar más, uno de los hombres que acompañaba a Patrick le lanzó un rayo de energía. Diarmuid fue más rápido y la quitó antes de que recibiera el golpe. La tomó en brazos y con un par de saltos la alejó del centro del conflicto.

—Será mejor que te quedes aquí —murmuró el lancero al ponerla sobre sus pies.

—¿Cómo puedo hacerlo si ustedes están allí arriesgando la vida? Fui yo quien decidió participar, no puedo permitir que estés allí sin mí.

—Por favor, Aishim.

Arrugó el entrecejo dispuesta a replicarle. Sin embargo, en su lugar bufó exasperada ante su tono. La impetración en sus palabras la desarmó. Calló sus protestas y asintió.

—Curaré lo mejor que pueda tus heridas.

—Gracias. —Y el lancero comenzó a dar saltos increíblemente largos para regresar a la batalla.

Desde esa distancia le resultó imposible ver la pelea. No perdió tiempo y aplicó el hechizo CV3 para que su vista se aguzara y el CV4 para que fuera capaz de apreciar a detalle la escena que se desenvolvía en la oscuridad.

Varios hechiceros lanzaban conjuros al lancero, brazos invisibles lo aprisionaban y pequeñas joyas explotaban al entrar en contacto con su piel. Pese a los golpes no cedía terreno. Por otro lado, Skarsgård se defendía con dificultad de un hechicero de tierra, el elemento contrario a su talento. A todas luces se le complicaba defenderse de los ataques. Una pesada roca hizo contacto con su hombro y su amigo gritó, no escuchó el hueso romperse, pero vio la astilla blanca sobresalir en la piel.

Tatsuya peleaba con Patrick, por desgracia, la linfa lucía cansada en comparación al acendrado. De su frente escurrían gotas de sudor y los destellos de los dedos no lucían tan intensos como antes. El hechicero se distrajo cuando escuchó a su hijo gritar, lo que consiguió que una esfera de energía blanca se impactara en el pecho.

La culpa la carcomió. Tenía que estar allí, ayudar en lo que fuera posible. En contra del consejo de Diarmuid, avanzó. Conforme sus pasos la acercaron reparó en la sangre que centelleaba sobre la hierba y que había ignorado. El olor a hierro le inundó las fosas nasales.

El lancero asesinó en dos movimientos al hechicero de fuego que había entre ellos, un par de giros y saltos y la lanza roja se hundió en el centro de su pecho. El arma le servía como escudo también. Gracias a su singularidad podía romper los proyectiles evitando que lo golpearan. Luego, clavó la lanza dorada en el pecho de otro hechicero y su vida se esfumó en solo unos segundos, la imagen fue grotesca. Casi con el mismo proceder asesinó a uno más de los cuatro contra los que peleaba. Sin embargo, descuidó su espalda y uno más se acercó con la intención de clavarle una daga a traición.

Raphaella cristalizó una pequeña esfera de energía, el hechizo CV8, y la lanzó al que pretendía lastimarlo. Fue solo un segundo el que le compró, pero bastó para que se moviera antes de ser apuñalado.

«¿Qué haces aquí?»

«Salvarte»

«¡Aishim!»

«De nada»

El hechicero al ver frustrado su ataque se olvidó del hombre y ejecutó el hechizo CV9 para acelerar su cuerpo. En un abrir y cerrar de ojos estuvo frente a ella, daga en mano. La nigromante elevó un escudo, que el hechicero supo deshacer con un solo patrón de manos. Retrocedió un par de pasos incapaz de pensar en qué hacer, era en vano correr. La apuñalaría sin importar qué hiciera.

«Recuerda tu entrenamiento»

La lanza dorada se solidificó en sus manos.

No hubo tiempo de conversar más, su cuerpo reaccionó para protegerse. Un salto atrás le brindó la oportunidad de detener un par de estocadas con la lanza, luego avanzó. No hizo ningún movimiento conspicuo como solía bailar Mistrael cuando le enseñaba, ni tampoco demostró gran destreza al manejar el artefacto, pero cuando dio el golpe final el arma se hundió con facilidad en la carne del hechicero. La punta atravesó su cuerpo y la sangre goteó hasta llegar a sus manos.

La lanza no desapareció y la sangre brilló a la luz de la luna.

«La necesitarás, evita usar magia»

«Posees reservas por ti mismo, no robas mi Od»

«Te debilitarás»

No respondió y aceptó el instrumento. Comprendía perfectamente el miedo del lancero a vaciarla, ojalá entendiera que jamás se había sentido exhausta por mantenerlo en este mundo.

Diarmuid corrió a ayudar a Tatsuya y Raphaella auxilió Skarsgård contra el hechicero de tierra, su amigo no podía conjurar tan rápido con solo un brazo, pero fue él quién le quebró el cuello a los pocos segundos de unirse.

Cuando Patrick fue sometido por Tatsuya y Diarmuid, Raphaella y Skarsgård lo ataron con hilos mágicos que fraguaron y nutrieron con maná para evitar que el hombre escapara. El hechizo HC5, magia básica de los hilanderos.

A su lado, Magnus se veía mal. La sangre manaba con lentitud, pero no se podía negar que el color de su rostro no era el mejor para su estado. Rechazó la ayuda cuando ella y su padre intentaron ver la herida, negándose a dejar a Raphaella como única responsable de los microfilamentos.

Tatsuya se acercó al acendrado cual serpiente a su presa.

—¿Recuerdas cuando las posiciones eran al revés? —preguntó el espíritu.

—Te recuerdo llorando sin voz, te recuerdo arrastrándote como el vil gusano que eres.

—Ella no merecía lo que tú le hiciste. —Enterró las uñas en las mejillas del hechicero blanco.

—Y tú no eras suficiente, tú no eras lo que valía.

—La vida contigo tampoco era lo que debía vivir.

«Tenemos que volver, Raphaella»

«¿Para qué? No podemos dejarlos»

«Aún usas el vestido de la gala. La ceremonia espera por ti»

Era verdad, aunque difícilmente podría regresar así como estaba. La tela tenía salpicaduras de sangre y lodo a partes iguales, e incluso se había rasgado en la parte trasera.

«Solo un poco más»

«¿A que se consume su venganza? ¿A que le rebane la garganta?»

«Sí»

Diarmuid elevó los muros de sus consciencias, sus mentes se separaron, y Raphaella experimentó algo similar al frío en ese momento.

Tatsuya colocó el cuchillo en la piel del acendrado, lo enterró lo suficiente para que una fina línea roja se dibujara. Entonces, Patrick comprendió que el hechicero iba en serio.

—Espera, no me mates —murmuró sin ruego en la voz.

—Esas palabras me resultan familiares.

—Ella está con vida, Tatsuya.

La sorpresa e indecisión se apostaron en el hechicero. Su rostro reveló la lucha interna que se había desatado con las palabras del acendrado. Patrick supo aprovechar la ventana abierta.

—Está en criogenización. Después de que murieras, no pude soportar la idea de verla partir, así que lo solicité. El Eje accedió y ha estado dormida desde entonces en el Castillo de Cristal.

Raphaella frunció el ceño, asqueada. ¿Era tal su obsesión que pretendía en un futuro descongelar a Farra para imponerle a casarse con él? ¿El Eje estaba dispuesto a cumplir semejantes caprichos? Su estómago se apretó al imaginarse cien años después viva solo para cumplir sus obligaciones... Sin embargo, había un rayo de luz que podía indicar que el acendrado mentía. ¿Castillo de Cristal? Solo había escuchado de él en libros de mitología, no había nada real en el nombre. Nada confirmaba su existencia. Tatsuya parecía saber lo mismo.

—Eso no existe, ¿me crees estúpido, Patrick? —Enterró más el cuchillo en su piel.

—Si no me crees lo eres. ¡Ella está viva! La hermana gemela de Sergei Czajkowski duerme entre esos muros mágicos. —Rio.

—¿Por qué habría de creerte?

—Ella es la razón de todo esto, no tengo por qué mentirte.

—Tampoco tienes motivos para ser sincero.

—Saber que eres consciente de su existencia, y que te es imposible llegar a ella me basta. Quiero verte con la maldita frustración tatuada en el rostro. La vida no fue justa contigo, tentarte con Farra era más de lo que cualquier hombre pudiese resistir. Me alegra que volverás al mundo de los muertos conociendo la verdad y sin poder hacer nada. Y todo gracias a mí.

Tatsuya clavó y rodeó con la daga el cuello del acendrado. Murió ahogado en su propia vida, buscando una última carcajada.

La sangre aún corría por su piel blanca cuando el peso de todo lo ocurrido cayó en hombros de Raphaella. Las manos comenzaron a temblarle sin que pudiera detenerlas, sus piernas flanquearon y pronto encontró difícil respirar. Había sido cómplice de un asesinato y, más aún, había asesinado a un hechicero a sangre fría. Quiso mentirse que lo ocurrido fue en defensa propia, pero muy en el fondo era consciente de que había elegido ese destino.

—¿Estás bien, Marlowe? — La voz de Skarsgård sonaba distante.

De pronto, ya no estuvo más en el suelo. El aire frío rasguñaba su piel y la hacía tiritar, miró abajo y la altura la abrumó por un instante. Luego dejó de importarle.

—¿A dónde vamos, Diarmuid?

—Te llevo a tu casa, necesitas descansar.

—Será lo último que haga, hoy es la gala para celebrar los compromisos de los hijos herederos. Yo soy una invitada de honor.

El lancero no respondió y continuó brincando de árbol en árbol hasta que la casona estuvo a la vista. Raphaella envidió su equilibrio. Después, Diarmuid entró con la nigromante hasta su habitación. Púrpura acudió deprisa a socorrerlos.

—Señorita, ¿qué le ha pasado? —preguntó mientras la tomaba de los brazos de Diarmuid.

¡Qué fuerte era!

—Soy Raphaella, soy Raphaella —murmuró atropelladamente.

Púrpura la recostó en su cama y la analizó con celeridad. Al terminar encaró al lancero. Raphaella de no haberlo visto no lo hubiese creído. La mujer albina lo abofeteó. Rio por lo bajo, la leyenda de Irlanda siendo víctima de una chica que en apariencia resultaba insignificante.

—¿Cuál es la razón de su arrebato? He pagado por algo que no me es claro. —No había amenaza en su voz, tampoco enfado.

—Era su deber mantenerla a salvo, señor —dijo a modo de explicación—. Y ha fallado.

Púrpura buscó en su habitación hasta dar con un botiquín de primeros auxilios. Raph no supo de su existencia hasta ese momento.

—Lo coloqué en su armario por si algún día era necesario, esperé que nunca lo fuera —murmuró al tiempo en que comenzaba a limpiar los cortes que desconocía tenía en el rostro y brazos.

Se quejó un par de veces antes de que la albina comenzara a desvestirla. Raph notó por el rabillo del ojo el sonrojo que cubría el rostro de Diarmuid. No entendió si se debía a su inminente desnudez o al sentimiento de ser un inútil en la situación y no poder abandonarla sin parecer un desgraciado.

—Debería esperar fuera. La señorita necesita bañarse antes de enfrentarse al bullicio.

Diarmuid asintió agradecido y salió de la habitación como cualquier humano.

Raphaella volvió a la vida cuando se sumergió en el agua caliente, todo su cuerpo cantó aliviado y se dejó hacer por las suaves manos de la albina. Al cabo de un rato, abandonó el baño a regañadientes. Esta vez después de secarse fue ataviada con un sencillo vestido azul marino, su rostro no recibió mayor atención y su cabello fue sostenido en una coleta.




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