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Capítulo XXIII: Un corazón oscuro - segunda parte






Abrió los ojos y la luz quemó sus pupilas. Los cerró en el acto. Figuras blancas iban y venían, ruidos metálicos y voces apagadas se colaron hasta sus oídos. Se forzó a habituarse.

«¿Diarmuid?»

Advirtió la intravenosa en el brazo.

—Por favor, descanse. —Un hombre de blanco la obligó a recostarse de nuevo.

—¿Dónde estoy?

—En la Casa Blanca.

Estaba en problemas. No era un hospital sin importancia. Era la Casa de Sanación de los hechiceros. Además de los padecimientos humanos, cuando los problemas tenían que ver con el corazón y el Od, la Casa Blanca era el lugar indicado.

«Estoy afuera, tu prometido está en la sala de espera»

Hablar y pensar le costaba una barbaridad, así que cerró los ojos y sin darse cuenta volvió a sumirse en la oscuridad. Cuando recuperó la consciencia el cielo estaba oscuro y Dagmar dormitaba sobre el blanco sofá en la habitación. Prestó mayor atención al entorno, salvando los grabados en las puertas y los tótems podía lucir como un hospital humano. Casi gritó al descubrirse dentro de una estructura de cristal.

Estar encerrada no era algo que le hiciera gracia, pero comprendió que se trataba de un Lector de Od cuando en la cara superior diversos símbolos bailaron.

No comprendió ninguno.

Volvió a dormir. Estuvo en la Casa Blanca tres días.

El silencio de vuelta a la casona era ominoso. Sabía lo que le esperaba, aunque Dagmar no había hablado desde que abandonaron la Casa de Sanación. Raphaella a partir de ese instante engrosó las paredes mentales que la separaban del lancero. Lo último que necesitaba era que se enterase de sus problemas premaritales.

Entraron a la casona. Helen pasaba cerca como quien no quería la cosa y, Púrpura y Dante corrieron a ellos. La albina tomó la maleta de ropa que en algún punto fue requerida y se colocó atrás, mientras el conejo daba saltitos alrededor.

Avanzaron a su habitación.

—Por favor, desempaca por mi —le pidió a la doncella.

—Sí, señorita. —Púrpura tomó la delantera.

Abrió la puerta y se volvió al heredero, su rostro lucía impertérrito, pero las orejas rojas y los ojos furiosos no hicieron nada por ocultar sus emociones.

—Muchas gracias por cuidar de mí —dijo con una inclinación, más le valía quedarse larga en cuanto al protocolo—. Los sanadores dijeron que debía descansar, seguiré las indicaciones al pie de la letra.

Estaba por cerrar cuando Dagmar chocó su palma con la madera de la puerta, impidiéndoselo. El ruido la sobresaltó.

—Casi mueres —siseó con los dientes apretados.

—Lamento haberte importunado con mi casi defunción —contestó altanera, el protocolo olvidado en quién sabía dónde—. Habría sido un relajo para ti conseguir nueva prometida.

Eso no hizo más que desencadenar la cólera del heredero, empujó hasta abrirse paso y entrar a la habitación.

—Largo —ordenó a la albina.

—Sirvo a la señorita, Raphaella es mi ama —repuso sin moverse ni un centímetro.

Intuyó el miedo y la valentía que había tomado de Púrpura responder de ese modo. Toda su vida había sido esclava de los Von Lovenberg, revelarse no podía sencillo.

—Está bien, Púrpura. —Asintió para indicarle que estaría bien.

La mujer obedeció y tomó a Dante, gesto que agradeció.

—Te lo pedí antes... Te ordené que no rompieras las reglas. Te expliqué cuán importante era la imagen de esta familia. —Su prometido esperó apenas lo suficiente para que la albina saliera—. Pero siempre encuentras la manera de burlarte, ¿verdad? ¡Lo haces adrede!

Tembló. Algo dentro de ella se encogió de miedo y no entendió por qué. ¿Qué era diferente ahora que su cuerpo se erizaba y el desasosiego la invadía en cuando Dagmar alzaba la vos? ¿Estaba convirtiéndose sin querer en la esposa sumisa que el heredero Von Lovenberg deseaba?

—No fue mi intención.

—No, claro que no lo fue. Nunca lo es. Y aunque tropieces con la misma piedra siempre corres a ella. Helen es ciega, pero comienzo a pensar que eres tu la que tiene una discapacidad.

—Creo que es mejor que salgas. —Apretó lo dientes, todo su cuerpo exigía sumisión, pero su mente era incapaz de obedecer sus instintos.

—Estoy en mi casa, Raphaella, la que tendría que irse eres tú.

—Si es lo que quieres. —Temblando, pasó al lado del heredero.

Dagmar aprovechó la cercanía. Justo en el momento en donde sus cuerpos estuvieron a punto de alinearse, la tomó del cuello y la aventó a la cama.

—A partir de hoy serás el modelo de prometida que debiste ser desde el principio. —Se colocó a horcajadas sobre ella, y atrapó sus muñecas con una mano sobre su cabeza; con la otra le apretó ambas mejillas, lastimándola.

—¿O qué? —Dioses, realmente no podía cerrar la boca.

—Desearás jamás haber hecho esa pregunta, querida. —La besó, en el gesto no hubo amor, ni siquiera pasión; no se trataba de eso, sino de establecer sin palabras que ella era suya como lo era el jardín de su casa.

El heredero abandonó la habitación dando un portazo al salir. Púrpura entró corriendo y la revisó en busca de algún golpe. Se detuvo en su cuello, probablemente estaba rojo.

Se incorporó solo para ir al baño y vomitar la bilis en su estómago, se hizo bolita intentando controlar las reacciones de su piel. Las arcadas impedían que respirara con normalidad. Concentrada en serenarse, olvidó cuidar las barreras mentales y las emociones del lancero la invadieron.

Diarmuid apareció en un segundo, encontrándola con el rostro en el inodoro. Le quitó el cabello de la cara. Tenía la piel perlada de sudor.

—Me mantuviste fuera. —Había una nota de resentimiento en su voz.

—Lo hice para protegerte. Una persona vomitando es suficiente.

—No necesito que me protejas, Aishim. Ese es mi trabajo.

—No es el momento para un sermón. —Sufrió otra serie de espasmos.

—No lo entiendo —murmuró el lancero—, ¿qué causa esto?

Negó con la cabeza. Ella tampoco lo comprendía, solo sentía terror irracional cuando Dagmar se enojaba.

—¿Qué sucedió? —inquirió para distraerse.

—El hechicero pelirrojo sugirió que te lleváramos al la Casa Blanca, al ver que sus hechizos no funcionaban. Tú no despertabas.

—¿Fraser también estuvo internado?

—Él pudo regenerarse sin problema —negó—, es bastante hábil.

Diarmuid la tomó en brazos y la llevó a la cama. Estaba exhausta.

Magnus la alcanzó antes de sentarse en su árbol.

—Supe lo que pasó, ¿cómo estás?

—Bien —respondió, insegura de a qué se refería.

—Me alegra.

Sonrió sin mostrar los dientes y continuó masticando su manzana. Sentía a Diarmuid presente en la cabeza. El lancero se había negado a elevar los muros que los separaban después de esa fatídica noche.

Su teléfono vibró y ella lo sacó del bolsillo extrañada.

Hola, ¿cómo sigues?

James

Leyó el corto mensaje.

Bien, gracias

Respondió a la pregunta, pero su consciencia no quedó tranquila; así que, para calmarla, envió un mensaje más.

¿Y tú?

¿Qué tal si hablamos? Estoy en la cafetería.

En la cafetería siempre había gente y la privacidad no existía. ¿De qué podrían hablar en medio de todos?

Ya estamos hablando.

Envió el mensaje. Casi de inmediato vibró.

Voy para tu árbol.

Frunció el ceño, y guardó el celular. Ivar llegó a los pocos minutos, Magnus pareció incómodo y se despidió. El hechicero naturalista se sentó en su lugar.

—Escuché que tus circuitos están lastimados —murmuró.

—No mucho. —Se encogió de hombros, se había sentido cansada los últimos días y no había practicado de nuevo por lo mismo, pero nada que no tuviera solución.

Y, existía otro problema más acuciante... el hechicero con el que se casaría comenzaba a aterrarla y la nigromante no quería terminar atrapada en una casa donde los golpes fueran habituales. Había visto cuánto le había costado a su prometido resistirse, una vez que cruzara ese límite, no habría vuelta atrás. Una imagen suya con la nariz rota y las mejillas moradas sacudió su mente.

«Jamás lo permitiré»

«No es algo que puedas impedir»

«Lo mataré»

«Ojalá fuera tan simple»

Tuvo que regresar a Fraser.

—¿Quién era, Raphaella?

—Dijo llamarse Aamón —respondió feliz de cambiar de tema—. Mencionó algo de ser un príncipe. —Bufó, con seguridad era una mentira.

Los enormes ojos de Ivar se abrieron todavía más.

—¿Sabes quién es? —interpeló, receloso.

Negó y mordió de nuevo la manzana.

—Es un demonio, Ella. Dejaste entrar a nuestro mundo a un demonio. —La voz contenía notas de admiración, luego tomó otro matiz, uno más oscuro—. Por dios, pudiste... ¡Pudimos morir!

Fue su turno de asombrarse, no por ella, había hecho algo bien en lo que se suponía debía ser buena, así que no había sorpresa en ello; lo que la maravillaba era que Ivar hubiese sido capaz de contener a un demonio.

—Tu eres un naturalista —dijo en un susurro—. ¿Cómo es posible que puedas ser también un titiritero?

Por el gesto del hechicero, supo que él no había pensado en ello.

—Debe ser el amuleto.

—Sabes bien que del amuleto no depende todo. El hechizo es solo tan fuerte como el hechicero mismo. ¿Hubo Damas Nobles titiriteras en tu familia? —Una vez casadas, las hechiceras de la Prueba Digna se volvían Damas, y Nobles por descender de una familia padre.

Cada que dos familias padre se enlazaban, existía un lapso de al menos 4 generaciones para que pudieran unirse en matrimonio con otra familia padre de nuevo. El incesto no era algo grave en las buenas familias, pero intentaban disimularlo. La familia Von Lovenberg no se había unido a la Marlowe en 500 años. Con la familia Fraser tenía más de un milenio, los Fraser rara vez tenían más de un hijo si el primero era varón. Era quizá la familia más pura en ese sentido.

—No lo sé.

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