Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo XXI: Sentimientos que florecen - segunda parte







El resto de los vástagos iniciaban segundas casas, algunos conservaban el apellido de su padre, aunque el talento fuera distinto y otros incluso teniendo la misma aptitud decidían cambiar el apellido, su talento pasaría al primer hijo varón sucesivamente hasta que un día la marca no pudiera ser traspasada y tuvieran que reiniciar el acervo, o «rellenar» lo perdido.

Raph pensaba que era absurdo que solo por la sangre algunas pudieran ser cedidas y permitir la recolección. Estaba segura de que más que al ADN se debía a algún hechizo que facilitara la transición y asegurase la permanencia, aunque claro, era solo una especulación.

El hilo de sus pensamientos avanzó a Adeline. La evidencia de su talento había sido substraída. Sabía que las marcas podían ser robadas, pero solo las de las cabezas de familia eran conservadas, las demás se borraban en poco menos de un mes y, por más que intentaba hallar una razón lógica en el hurto no la encontraba...

Raphaella no ignoraba que para tal procedimiento se requería que la víctima agonizara lentamente. Solo en los últimos latidos cuando la mente confundida no sabía a qué dar más importancia, si la vida o al talento, era cuando podía hurtarse.

Cambió de hermano y se concentró en el mayor. La marca de Cassian sería el perfil de una llama y brillaría en tonos azules, el fuego de los Marlowe era azul. Escasa tonalidad en su mundo. El fuego más caliente de todos. Por sí sola era sumamente poderosa, pero recibiera la de su padre lo sería todavía más. Sonrió al recordar cuando la vio por primera vez, su hermano había saltado de felicidad y su padre lo había reprendido por tal arrebato.

Volvió al cuarto y se cambió. Acto seguido removió las cosas de su mochila en busca de su celular y allí, en la trivialidad de ese acto, descubrió un llavero en forma de pluma enterrado al fondo. ¿Desde cuándo lo tenía? No recordaba haberlo comprado y ciertamente no recibía regalos de forma asidua como para olvidarlo. Lo examinó primero con la vista, luego lo palpó con magia. Fue un latigazo el percatarse de lo que era: un rastreador, una marioneta.

Bostezó, le echaría la bronca mañana a Dagmar, destruyó el llavero y tiró los trozos por el retrete. No le costó abandonarse al sueño.

Después de planear cómo capturarían a Patrick, la escuela se volvió el reloj de conteo. La ansiedad le quemaba las venas y la única manera que había encontrado de deshacerse de ella fue practicando en el bosque.

Había caminado durante un buen rato, saltado raíces y sorteado precipicios, hasta que consiguió un lugar plano y lo suficientemente profundo para evitar que algún excursionista lo encontrara. Llevaba una semana haciéndolo. Sonrió ante el recuerdo, había sido un reto la primera vez, pero solo bastaron unos días para que se adaptara.

Su consciencia regresó al presente y a la escuela al aparecer una mata rojiza en su campo de visión. Respiró profundo, recordando cuán traicionada se había sentido cuando Dagmar le reclamó los rumores. Era el momento de hablar, siguiendo sus impulsos se acercó a él, aunque no estaba solo.

—Ivar —llamó.

—Hola, Ella.

Desconocía a la hechicera en turno con la que hablaba, seguramente sería de cursos avanzados, pese a que no tenía nada en contra de ella, al esta sonreírle lobuna e intentar intimidarla con la mirada, la nigromante correspondió al gesto extendiendo su presencia. Fraser, quien obviamente percibió la contienda, la corrió con amabilidad, dándoles un poco de privacidad.

Una vez se fue, Raph retrajo su energía y extendió su tan usada burbuja para aislar ruidos. El hechicero frunció el ceño al percatase, pero no hizo intento alguno de romperla.

—¿Cómo te has atrevido? —Cruzó los brazos molesta—. Después de lo que te confesé, ¿cómo pudiste delatarme?

—¿De qué hablas?

—Dagmar, Mitsrael... Estoy segura de que no tengo que usar la palabra traición para darme a entender.

—Raphaella, si me explicaras de qué me acusas, podría responder lo que sea que me preguntes.

—Eres el único que me ha visto con Mitsrael —acusó—, ¿quién si no tú para contarle a Von Lovenberg?

—¿Estás segura? No eres lo que se dice discreta.

Los ojos de Ivar se clavaron en los suyos, ahora era él quien la desafiaba a contradecirlo. Apretó la mandíbula. Al principio cuidó sus pasos, mas luego poco se interesó por cubrir sus huellas.

—Has sido el único.

—Quizá, pero te he confesado mis sentimientos, qué ganaría contándole a Dagmar lo que vi si después tendría que explicar cómo es que lo vi.

La nigromante fue consciente de cómo su rostro se volvía un tomate. Ivar, el hechicero por el que había peleado en el Bosque Maldito, no la traicionaría y no porque le debiera lealtad sino por cuidarse a sí mismo.

—Encontraré al soplón... —finalizó, incapaz de rebatir su argumento.

Fraser alzó las manos en rendición y ella deshizo el camino de vuelta al salón con las ideas revueltas. Habría jurado que Ivar fue su delator.

Se apremió a repasar en algo diferente. La ceremonia de compromiso sería pronto, debía comprar un vestido, sí, sí, después. No tenía cabeza para ello tampoco.

«Ojalá pudiera multiplicarme» Si alguien pudiera salvarla de la fiesta, sería la persona más feliz del universo.

«¿No hay algún hechizo para ello?»

«No lo sé. ¡Oye! Pero puedo invocar más espíritus, podría llamar a Da Vinci y que me ayude en los deberes de arte»

«¡Eso sería peligroso para ti, Aishim! Podríamos consumir demasiada energía tuya»

La nota de preocupación en la voz de Diarmuid fue genuina y Raph tuvo un pinchazo de culpa. Tal vez no debería bromear hasta que el lancero fuera capaz de discernir entre palabras serias e ideas al aire.

«Solo jugaba, Diarmuid»

Silencio, un silencio que necesitó llenar.

«¿Qué te parece si vamos al cine?»

«¿Cine?»

«Te veo en el estacionamiento en unas horas»

Cuando las clases concluyeron, salió lo más rápido que sus piernas y compañeros le permitieron. Su corazón latía con fuerza y es que, aun si ir al cine era la cosa más trivial del mundo, lo haría con Diarmuid. Eso de alguna manera lograba entusiasmarla y esperaba que hiciera menguar el anhelo del lancero por volver a su tiempo. El pecho le dolía de solo pensar que se marcharía para siempre porque, aunque ella pudiera invocarlo cada que lo deseara, sería egoísta de su parte alejarlo de su hogar solo para que acompañara a su soledad.

Caminó al aparcamiento imaginando al espíritu recargado sobre su auto, de la misma forma en que el chico galante esperaba a su novia en las películas.

«¿Novia? ¿Pero en qué estoy pensando?»

Por supuesto, el lancero no estaba allí en donde su torpe ilusión lo colocó. Suspiró resignada y subió al auto. Antes de encenderlo esperó unos minutos con los brazos cruzados a que se manifestara. No lo hizo.

«Así que me dejarás varada, Diarmuid»

Incluso en su mente, distinguió una nota de resentimiento.

—Nunca, mi dama.

Saltó por la sorpresa y ahogó un gritito. Estuvo a punto de corregirle la manera en que se dirigió a ella, mas al caer en la cuenta de que había dicho «dama» en lugar de «ama» mordió su lengua, avergonzada.

—¿Tienes pensada la película que te gustaría ver? —inquirió para despejarse.

Entendía que Diarmuid recibía toda la información del mundo actual, supuso que las películas estaban incluidas.

—¿Qué es una película?

Frunció el ceño y volteó a verlo sin dar crédito a su interrogante.

—Creía que cuando yo te llamé... —No continuó por temor a ofenderlo, volvió la vista al frente encendiendo el auto y añadió—: una película es la secuencia de diversas imágenes que en conjunto desarrollan una historia y desde la que... —Su visión periférica le advirtió que el lancero no estaba concibiendo mucho de lo que le decía, arrepentida, lo simplificó—. Es sentarse y ver la vida de otras personas en una pantalla mientras comes y bebes.

Diarmuid rio.

—¿Qué? ¡¿Qué?! —inquirió, temiendo haber hecho el ridículo por razones desconocidas.

—Nada, nada. Cualquiera que elijas estará bien.

Una vez hubieron llegado al centro comercial y bajado del vehículo, el lancero le tendió su brazo a modo de invitación. Aceptó el gesto feliz.

Eligió una película de terror, mientras él compraba las palomitas y bebidas.

Durante el tiempo que duró el filme, Raphaella gritó en diversos momentos, rio sin mesura en varios más y el espíritu saltó constantemente del asiento con cada escena fuerte.

—Qué los dioses celtas bajen y nos protejan —susurró por tercera vez.

—El que vendrá será el demonio de la película. —Se acercó lo suficiente para que solo el lancero la escuchara.

La miró con horror titilando en sus pupilas doradas. La nigromante no pudo evitar soltar una risotada, ganándose en el proceso varios silbidos.

—Eres malvada.

Le sonrió con complicidad en medio de la oscuridad, y recargó la cabeza en su hombro, disfrutando del contacto más que de la película. Al salir, fueron victimas de muchas miradas resentidas.

—Y pensar que mi caballero les teme a los fantasmas —se burló.

—Y que mi dama grita cuando los ve.

El lancero le guiñó el ojo y caminaron hasta el auto hablando de naderías; sin embargo, el regreso fue en cierto modo pesado y una atmosfera que no supo definir se instaló entre ellos. Raphaella no quería que terminase la tarde con él y no deseaba privarse de la libertad que experimentaba en su compañía. Pero, como todo en la vida, acabó y ella regresó a ser la prometida Von Lovenberg encerrada en una casona.

Diarmuid la acompañó hasta la entrada. Las palabras fueron innecesarias, un par de miradas y su conexión mental bastaron.

«Te veo mañana»

«Tengo que confesarte algo»

«¡No me digas que has ensuciado tus pantalones!»

Bromeó. Amaba eso, esa facilidad con la que podía desenvolverse.

«¡No!»

«¿Entonces?»

El lancero negó.

«Táim i ngrá le ri»1

Raphaella frunció el ceño, pero no dotó de mayor importancia sus palabras y lo despidió.









1Estoy enamorado de ti

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro