Capítulo XXI: Sentimientos que florecen - primera parte
Skarsgård golpeaba la punta del pie derecho en el suelo empedrado, nervioso. Por su lado, ella tenía las manos húmedas ante la expectativa de lo que acontecería, ambos estaban ansiosos y no podían ocultarlo. Respiró profundo una última vez antes de llamar a la puerta.
La decisión de ir a casa de los Czajkowski había sido tomada de improvisto a mitad del receso. Magnus se negó al principio, pero terminó convenciéndolo al tentarlo con la familia de su madre. En ese presente, Raphaella se arrepentía, sabía que sin querer había creado ilusiones en él. Estuvo fatal.
Una mujer regordeta, de rostro afable y con uniforme abrió la puerta.
—Buenas tardes —saludó—, buscamos al Dómine Czajkowski.
La servidora los inspeccionó para asegurarse de quiénes eran. Sus ojos brillaron en reconocimiento por un instante. Era claro que la habían provisto con magia de todos los rostros importantes en la isla.
—Claro, por favor, síganme.
Atravesaron por un extenso patio. A Raph no le sorprendió ver el tamaño ridículo de la casa, era de esperarse. Las familias padre no eran lo que se decía modestas, ni escatimaban en gastos, quién lo haría si tenía el efectivo del mundo a su disposición. Los condujo hasta la sala.
—Esperen aquí, ya llamo a mi señor, ¿desean algo mientras aguardan? —ofreció.
—Un poco de agua, por favor —Tenía la boca seca.
Skarsgård rechazó su amabilidad, distraído; sus ojos recorrían vivaces los portarretratos que descansaban sobre los muebles, su mirada ansiosa delataba la ausencia de lo que buscaba: una fotografía de su madre. La culpa carcomió a Raphaella.
—No hallarás nada —susurró cuando la mujer se fue—. Los condenados por el Eje no merecen un sitio en la mesita de la sala.
—Mi padre dijo...
—Créeme, sé lo que te digo.
Skarsgård abandonó la búsqueda con un bufido de frustración, pero era la verdad. Si la historia era cierta, la familia Czajkowski no podía arriesgarse a despertar la furia del Eje colocando una foto de Farra en un espacio público. Por muy amada que hubiese sido en el pasado, su recuerdo tendría que mantenerse en privado.
Unos minutos después, el gran hechicero apareció. Apenas fue consciente de él, Skarsgård lo miró con esperanza, pero el Dómine lo pasó por alto y ella pudo sentir su decepción.
—¿A qué debo la visita, heredera Von Lovenberg? —El recién llegado se mantuvo erguido por breves segundos, luego se sentó y los invitó a imitarlo.
El hechicero vestía un traje gris y en la mano derecha llevaba un vaso de whiskey, su cabello aún conservaba algo del oro antiguo y sus ojos eran azules, para su edad seguía teniendo buen aspecto.
Verlo con una actitud tan despreocupada y relajada la hizo dudar del talento que Tatsuya había descrito en su relato. Estaba acostumbrada a la acrimonia en la actitud de Sebastian Marlowe y Alexander Von Lovenberg que imaginó que todos los Dómines serían más o menos iguales: con rostros serios y posturas tensas.
—Raphaella, por favor —pidió y, sin circunloquios, añadió al tiempo en que se sentaba—: hemos venido a hablar de Farra.
El hombre los miró sin inmutarse y por largos segundos no hizo más que eso. Raph no pudo descifrar, por su semblante, en qué pensaba ante su atrevimiento; sin embargo, le extrañó que no luciera atónito. ¿Acaso había leído su mente? No lo creía, hubiese reparado en ello. Diarmuid le habría avisado.
—No parece sorprendido, Dómine Czajkowski —observó, rompiendo el silencio.
Raph necesitó morderse la lengua para poder hablar, dirigirse a una cabeza de familia tenía su protocolo si no se era de la misma condición o estirpe. Nunca lo había hecho con su padre, y tampoco había tenido la necesidad con Alexander, por lo que le resultó embarazoso.
—Me habían advertido que vendrías. —Cabizbajo, jugó con el vaso entre sus dedos.
—¿Perdone?
El hechicero tomó de un sorbo el whiskey y se reacomodó en el sofá.
—El acendrado.
Su corazón palpitó con fuerza, y una mano fría le acarició la espalda como recordatorio de que jugaba al filo de una navaja. Patrick había previsto sus movimientos, y cómo no iba a hacerlo si resultaba lógico una vez conocida la identidad del espíritu asesino. Eso le arrebataba opciones, la estaba acorralando.
—Dijo que vendría la nigromante, pero no me advirtió nada de ti, muchacho. —Los ojos de Sergei se posaron en Skarsgård y por un instante lo analizó.
—¿Entonces, nos ayudará? —Magnus lo miró esperanzado.
—No puedo... —Se levantó y fue hasta el pequeño bar que se encontraba en una esquina, rellenó el vaso—. Él tiene algo que me importa mucho.
El rostro de su amigo se contrajo colérico y en sus ojos el abatimiento se dibujó, abrió la boca para reclamarle por el rechazo, pero Raph fue más rápida y colocó la mano en uno de sus hombros. Magnus entendió el mensaje.
—¿Puedo pedirle al menos su discreción? —La solicitud terminaba sobrando si el acendrado ya había previsto sus movimientos; aun así, no quiso correr el riesgo.
—Por supuesto.
Ralph se levantó.
—Muchas gracias por su tiempo.
El hechicero mayor asintió y los acompañó hasta la salida.
—Sé que no tengo derecho a pedirles nada, pero comparto sus sentimientos... el pasado fue injusto. Hagan que ese mal nacido pague por lo que hizo —solicitó, melancólico—. Yo no puedo actuar en su contra, pero ustedes sí.
Asintió y se puso en marcha para regresar; no obstante, Skarsgård no la siguió. Giró para ver qué sucedía, su amigo miraba a Sergei con indecisión.
—Usted, Dómine Czajkowski, ¿no me reconoce?
El mentado sonrió con tristeza y sus ojos se cristalizaron, extendió la mano para colocarla en el hombro de Magnus.
—Eres el fruto del vientre de Farra, lo sé. Tú deberías vivir bajo mi techo y comer en mi mesa. Lamento todo lo que has tenido que pasar. —No había más que sinceridad y arrepentimiento en su gesto—. Mi familia tiene prohibido acercarse a ti.
La respuesta no complació a Magnus, y se alejó de él como si su toque quemara. En un parpadeo obtuvo una ventaja de cinco metros. Iba a seguirlo cuando la voz de Czajkowski la retuvo.
—Raphaella, busca a quién el crimen beneficia y tendrás la respuesta —aconsejó—. Lamento tu pérdida.
—Que tenga buenas tardes, Dómine —respondió.
Alcanzó a su amigo y sin pronunciar sonido se acopló al ritmo de sus pasos. Ninguno miró atrás, probablemente estaban tan conmocionados como para preocuparse por los pensamientos del otro.
—Hemos recibido la invitación —comentó Skarsgård una vez fuera del distrito, haciendo referencia a la ceremonia de compromiso—. Bastante suntuosa, debo añadir.
En otro momento habría desviado el tema o imprecado sobre tan ostentosa e innecesaria fiesta, o tal vez maldecido porque no habían solicitado su opinión y Dagmar no hizo más que avisarle, pero no ahora. Había cosas más importantes que resolver.
—Te estaré esperando.
Pronto, cada uno tuvo que marchar por rumbos diferentes. Volvían a casa. Saludó a Púrpura quien diligentemente yacía a la puerta de su habitación.
Una vez dentro, se dejó caer en la cama y viró el cuerpo para dar la cara a la ventana. Desde esa posición no lograba apreciar el jardín, pero sí los rayos del sol que se filtraban por el cristal.
«¿Sabes lo que pasó?»
«Lamento que no haya salido como esperabas. ¿Tatsuya y yo no seremos suficientes para contener al acendrado?»
«El acendrado no irá solo, y Tatsuya aun siendo un espíritu que se ha alimentado en este mundo, no supondrá gran obstáculo»
«Creía que sin importar qué, nosotros éramos más fuertes»
«No» Raphaella se acomodó boca arriba. «Tú lo eres, fuiste alguien poderoso antes de morir y al llamarte potencié tus habilidades, pero Tatsuya no. Bastarían un par de hechiceros para retenerlo»
«No tienes nada que temer, te protegeré»
Sonrió y cambió de tópico.
«Ven»
«Por el momento creo que será mejor mantener la distancia, hemos hecho enfadar a tu futuro esposo»
Algo similar a la frustración se instaló en su estómago. Se sentía una drogadicta que pasaba por la desintoxicación.
«¿Y qué?»
«No quiero causarte problemas»
«Detesto la idea de casarme con él»
Acusó la verdad en sus pensamientos, y parte de ella se liberó al aceptarlo como algo absoluto: no quería casarse nunca y menos con él.
«Siempre hay alternativa, Raphaella. Por honor muchas veces se consiente que las personas pasen por alto nuestros deseos. Nunca deja nada bueno. Vivirás honrosa, pero infeliz»
«Entonces ven, olvida tu honor como caballero y ven»
«Hace tiempo que lo hice, Aishim»
«¿De verdad?» Arrugó el entrecejo, ella no se había enterado.
«Te causó problemas»
Rio, y Diarmuid se percató.
«¿Qué es gracioso?»
«Tú... Tus mejillas coloreadas la primera vez que viniste»
El recuerdo acudió enseguida a su memoria, solo habían sido unos pocos minutos, pero el lancero evitó mirarla directamente en todo momento y rehuía de su mirada, como si temiera que al hacerlo la profanaría. Raph tuvo que plantarle cara para que abandonase aquellas actitudes.
«Estar en los aposentos de una doncella en mi época era algo impensable, podía ser una deshonra para la mujer si no eran pareja»
«Pero ahora es distinto»
«Yo no diría eso»
Su vínculo disminuyó de intensidad, los muros volvieron a engrosarse.
Suspiró y fue a la ducha, había sido un largo día.
El vapor empañaba el espejo cuando terminó, pasó la palma sobre el cristal para limpiarlo. Sus ojos lucían cansados y bajo ellos unas marcadas ojeras se apreciaban. Tenía las mejillas hundidas y la piel sonrojada por el calor, se preguntó si siempre habría tenido esa apariencia cansada o si era producto del estrés al que se había visto sometida recientemente. Agachó la visión a sus manos, los dedos largos parecían los de un cadáver y, aunque pudieron haber sido útiles en el piano, para ella que no sabía tocar nada salvo la caja de música eran un desperdicio. Giró los brazos revelando el interior y tocó la marca de su muñeca derecha. Un simple círculo de tres centímetros de diámetro y poco menos que dos milímetros de ancho. Oscuro y brillante. Discreto y sencillo.
No sabía de una marca similar, pues todas hacían referencia al talento que despertaba en el huésped. El círculo no era lo que se decía emblemático de los óbitos... El símbolo que nacía cuando el primer talento se manifestaba y en el que la fuente de Od se revelaba era algo decisivo en sus vidas. Para las mujeres auguraba un buen futuro si era poco común y, para los hombres que no eran herederos proveía de un trabajo en los más altos puestos burocráticos o académicos.
Era hereditaria solo para los primeros hijos. Pasaba de padre a primogénito, de generación en generación. Los segundos, terceros y muy raros cuartos hijos también la tenían, pero no podía legarse y moría cuando el cuerpo lo hacía. Contados habían sido los casos en que, al fallecer el primogénito, el siguiente varón debía asumir la marca y perder la propia si el talento era distinto al del progenitor. Se volvía entonces una generación perdida.
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