Capítulo XIX: Las cenizas de una vida - segunda parte
El coche los llevó hasta el parque de la ciudad, bajaron y caminaron un rato entre los adoquines, antes de buscar dónde sentarse. Su mirada se enfocó en las copas de los árboles, ignorando adrede el oro que había en los ojos de su acompañante...
«¡Está comprometido!»
—Raphaella, el Eje te conoce y sabe lo que puedes hacer. Si el espíritu que ha causado esto está relacionado a ti te castigarán.
Todo su cuerpo se heló ante la información.
—¿Qué te hace creer que estoy relacionada con semejante salvajismo?
Su interior se agitaba nervioso ante el peligro, nada más falso que el veneno impregnado en sus palabras. Ivar la miró y ella entendió que no había necesidad de fingir más, que lo sabía. Derrotada, agachó la cabeza.
—Debes parar las muertes.
—Lo sé. —Ya se había encargado de eso, ahora tenía que pasar a la siguiente fase de un plan improvisado.
—Mi padre, el tuyo y Alexander han intentado convencer a los Ficquelmont y los De Luca que no has sido tú, que eres demasiado débil para ello. Demasiado joven para llamar a alguien con una sed de sangre tan grande.
—¿Qué? —Lo miró sin dar crédito a sus palabras.
¿La creían una inútil?
—Es lo que los ha mantenido hasta ahora lejos de ti. Pero tu participación en la Prueba de Sangre no ayuda en nada. Trajiste a Isabel de Francia a la vida, una ocultadora, por si la importancia de la noble no hubiese sido suficiente.
—Gracias —bisbiseó al discernir que lo habían hecho para ayudarla.
El tópico no se extendió más y la conversación se desvió a cosas un poco más triviales; no obstante, Raphaella no quería pasar más tiempo con él del necesario. Estar a solas con Ivar la ponía nerviosa, las manos le sudaban, y un pequeño dolor se instalaba en su estómago. Sentía que en cualquier momento su boca la traicionaría y terminaría pidiéndole un devaneo como muchos otros ocurrieron en la historia.
—Debo irme —se despidió y se levantó de la banca.
—Te llevaré a casa. —Ivar la imitó.
—No, caminaré. Has hecho suficiente, gracias.
—Hay algo más —añadió y la tomó de la muñeca en el momento justo en que daba el primer paso. La nigromante ladeó el rostro, los ojos dorados se clavaron en ella—. Al acendrado se le ha escapado algo mientras hablaba con mi padre, cree que se trata del espíritu de un hombre que murió hace veinte años.
Eso encendió una alarma en su cabeza, se le acababa el tiempo. Si Tatsuya cometía un error y lo capturaban, todo habría sido en vano, y ella desfilaría por el matadero después de él.
—¿Algo más? —musitó con las entrañas atenazadas por el miedo.
—Cuídate —aconsejó y soltó su mano.
Echó a andar agradecida porque Fraser no hubiese insistido en llevarla a casa. El desasosiego de su corazón la habría obligado a abrazarlo y suplicar por ayuda. Necesitó pagar un taxi para ir a casa de su padre. Durante el trayecto aprovechó para informar a Magnus de lo que sucedía.
—¿Cómo es posible que lo sepan? —casi gritó desde el otro lado de la línea.
—El acendrado fue el hombre que mató a tu padre. Las muertes, por lo menos la de Steve Ficquelmont, lo conducen esa lógica conclusión.
—Necesitamos pensar en algo rápido —dijo, apesadumbrado.
—Lo sé. Voy a colgar —avisó.
Al llegar a la casa Marlowe fue recibida por la misma albina mujer. Esta vez su actitud fue más servicial.
—Por favor, sígame —dijo la sirvienta y la condujo a la sala.
No le tomó por sorpresa ser tratada como una extraña. En realidad, siempre lo había sido, mas eso no disminuyó la punzada de rechazo que experimentó sentada allí como una invitada más. Observó en derredor, la casa seguía igual. No había muestras que delataran que había perdido a una residente.
El feo jarrón chino continuaba altanero en la pared del estudio de su padre, brillaba recién pulido. Bajo él, un mueble sostenía diversas figurillas que hacían alusión a distintos dioses. La comunidad mágica era una politeísta, no sabían de dónde provenía su capacidad de acceder a la energía del universo, así que agradecían a cuanto dios conocía.
No tenía favoritos, pero a la nigromante siempre le había gustado creer que los dioses de la muerte tenían algo que ver con ella. Un poco narcisista, lo admitía. Pero si las linfas se ufanaban de haber sido bendecidos por Poseidón o Jemayá, y los hilanderos por Afrodita; por qué ella no podía pensar lo mismo de Hades u Horus. Su madre, al igual que Sebastian, había sido una llama. Su talento habría sido obsequiado por los dioses del fuego, calor o sol, como Apolo quizá. La nigromante nunca había sido fan de la religión así que con trabajo conocía sus nombres.
Recordar a su madre le agrió el regusto. No era la mujer que pensó. Era solo una copia barata de Sebastian.
—Buenas tardes, Raphaella. —Su padre se hizo presente.
—Buenas tardes.
Acto seguido, el hombre la dejó en la estancia sin mayor ceremonia. Suspiró, la verdad no tenía idea de cómo debía actuar frente a él ahora que se suponía ya no formaba parte de la familia. Su hermano apareció en escena, parado al inicio de las escaleras para descender.
—Pequeña traidora. —Iskander la obligó a levantarse del sofá y la abrazó; luego, en un susurro continuó—: mira que traer al idiota de tu prometido a esta casa. No tienes respeto.
—¿Acaso no fue útil?
Se alejó y agitó su cabello como si se tratara de una niña aún.
—Buenas tardes, Raphaella. —Cassian descendía las escaleras con un porte similar al de su padre.
«Pero entre ellos dos aún hay diferencias»
Sebastian Marlowe tenía la mirada severa, la frente curtida y los hombros rígidos. Cassian aún poseía algo de gentileza en los ojos, sus rasgos eran suaves y los hombros incluso rígidos no lucían inclementes. Su hermano mayor continuaba preparándose para heredar la marca de su padre, el Acervo que incrementaría el Od y haría de sus habilidades mejores de lo que ya eran... Él sería la próxima cabeza, y su primer hijo varón lo sucedería.
No le importó mucho que no la recibiese con una caricia, entendía que su lugar no le permitía muestras de afecto. Sonrió y Raph aprovechó no tener tales restricciones; corrió a abrazarlo y a enterrar el rostro en su pecho, él era más alto. Sintió como el cuerpo de Cassian se relajaba paulatinamente.
—Me alegra verte, hermana. —Se separó pasados unos segundos—. Aunque es lamentable que sea por motivos tan funestos, hubiese preferido asistir a tu boda.
La boda. Su boda. Esa ceremonia que Dagmar le prometió aplazar.
Conversó con ellos durante varias horas, su hermano mayor cuidando los modales en todo momento y al mismo tiempo sonriendo con una naturalidad impropia de alguien como él. Iskander dando risotadas sin escrúpulos, beneficiándose de que Cassian los hubiese encerrado en una burbuja que evitaba que el escándalo llegara a su padre. Sebastian Marlowe estaría ocupado en el sótano perfeccionando hechizos, o leyendo sobre hechiceros.
—Vendré otro día —dijo al umbral de la casa.
—Puedo llevarte hasta la casona, traidora.
Durante el trayecto, continuaron hablando de cosas alejadas de Adeline, hasta que Iskander aparcó a medio camino. Enterró la mano en su bolsillo y le extendió una pequeña caja.
—Para mi cumpleaños todavía... —Las palabras murieron en sus labios, reconoció la piedra incluso después de que la hubiera trabajado.
El talismán sugilita ya no era un simple pedrusco irregular. Era una esfera que pendía de una pequeña cadena plateada y giraba ante el mínimo movimiento, había sido perforada en el centro y varios anillos la rodeaban. El otro pendiente era un sencillo círculo con más aros de plata rodeándolo. ¡Le encantaba!
—¡Gracias! —Con todo lo que pasaba, había olvidado el talismán.
—Cayó de tu bolsillo, por eso lo tomé —explicó Iskander—. Pensé que si no habías ofrecido tu tributo a Von Lovenberg, tampoco querrías que este cayera en sus manos. Lo modifiqué, no podías andar con una piedra deforme al cuello.
—Es un talismán en bruto —murmuró.
—No se deformará cuando decidas verter maná. Me aseguré de ello.
—Gracias —repitió.
Iskander la llevó hasta la casona.
Agitó su mano en señal de despida y caminó, la entrada estaba a las afueras y tenía un largo trecho hasta la construcción en sí.
«¿Diarmuid, vendrías por mí?»
El lancero apareció con una sonrisa.
—¿Necesitas transporte? —inquirió juguetón y se acuclilló de espaldas un paso adelante.
Subió con timidez a su espalda, y rodeó la cintura del hombre con las piernas. El espíritu corrió con ella hasta llegar a la mansión, entró sin problemas. No debería hacer eso, usarlo como transporte.
—Es divertido viajar así. —Tenía el corazón agitado y la adrenalina a mil—. Si haces esto siempre ¿por qué gritabas peor que yo en el parque de diversiones?
—Esto puedo controlarlo, a las máquinas no.
—Moriría por volver escucharte gritar como esa vez.
—Eso no es necesario, si quieres escucharme solo debes llevarme otra vez.
—¿Sabes? Podrías ir solo —murmuró, recordando haberle otorgado su plástico—. Basta con que les prestes unos segundos la tarjeta que te di.
Se metió a la ducha y, sin necesidad de pedírselo, el lancero esperó pacientemente a que terminara, aunque solo fuera para despedirse.
—Codladh maith mo aonach —murmuró antes de desaparecer [Duerme bien, hada mía].
Raphaella no tuvo tiempo de preguntar qué había dicho, pues apenas se marchó, llamaron a su puerta.
—Voy —contestó de mala gana, estaba cansada.
No ocultó la sopresa en su cara cuando vio al heredero.
—Querida —susurró Dagmar—, sé que tal vez no sea el momento, pero no podemos permitir que los acontecimientos recientes empañen lo bueno que ha sucedido.
Recompuso su expresión y se obligó a sonreír. Su piel se erizó como si estuviera en peligro.
—¿Qué quieres decir? —Y algo similar al miedo comenzó a enterrarle las garras por la espalda.
—Haremos una fiesta para celebrar nuestro compromiso. Fue demasiado abrupto y con lo que está pasando es perfecto para alegrar nuestros días. Aprovecharemos que tu hermano Cassian se encuentra libre, toda tu familia estará presente.
Dagmar se tomó la libertad de entrar a su habitación, y la rodeó con sus brazos, ofuscada Raphaella dejó los suyos caídos.
—¿De acuerdo, cariño?
Sintió que más que buscar su aprobación era una forma de hacerla sentir sin voz. Asintió con lentitud, ¿acaso tenía otra opción?
—Te encantará, lo prometo —aseguró y la besó en los labios antes de marcharse.
El roce fue tan liviano que incluso dudó de si realmente ocurrió, Dagmar nunca lo había hecho.
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