Capítulo XIII: Amargos designios y oscuras almas - segunda parte
Fue hasta su habitación, buscó gises y cuando la llamaron para cenar mintió diciendo que tenía dolor de cabeza. Habían pasado muchos días sin entrenar y la culpa comenzaba a carcomerla, así que cuando todos parecieron irse a dormir, movió los muebles con toda la discreción posible.
—Encerrar —murmuró en latín y movió los dedos, el hechizo N3.
Unas barreras se alzaron protegiendo la habitación.
La mansión tenía sus propias salvaguardas, pero estas no actuaron cuando la magia provino del interior.
Uno, dos, tres... Dibujando círculos y estrellas, escribiendo frases y símbolos se la pasó. Esa vez abrió siete portales y los mantuvo por casi toda la noche. El Maná que ocupaba por cada uno era casi igual que el que usaría si mantuviese un espíritu con vida a su lado. Sonrió satisfecha antes de buscar descanso en la almohada.
—Señorita —jadeó Púrpura—, levántese.
No puso objeción cuando la albina la ayudó incluso detrás del biombo, lo cierto era que sentía los ojos tan pesados que apenas podía mantenerlos abiertos. No desayunó y mientras esperaba en el comedor a que Dagmar llegara, un título de grandes letras negras llamó su atención.
Muertos sin ojos
Cogió el diario y lo guardó en su mochila. Unos segundos después entró el hechicero y lo siguió para ir a la universidad.
—No sabía que leyeras los diarios —comentó Skarsgård al tiempo en que se comía la manzana que ella había llevado.
—Son muertes que incumben al mundo de los hechiceros —murmuró mientras se horrorizaba averiguando en qué estado encontraban los cadáveres—. Debe importarnos.
—¿Qué? —Skarsgård le arrebató el periódico—. Quizá exageren, no prestes atención.
Recuperó lo que había perdido. ¡Claro que debía prestar atención! El mundo de la hechicería no se había mantenido oculto por ignorar situaciones de esa índole. Todavía no estaban listos para salir a la luz, menos de esa forma tan sangrienta.
Volvió a clase cuando fue tiempo y una vez en casa, dejó el diario en su sitio.
—Señorita. —Tres toques en su puerta la despertaron.
—Déjame dormir, Púrpura —pidió y enterró la cabeza entre las almohadas, Dante se removió a sus pies.
—Su hermana Adeline ha venido a visitarla.
¿Adeline? ¿Adeline? Se levantó en un respiro, cambió su ropa y salió al encuentro de su hermana. Al fin alguien se acordaba que existía. Bajó a la sala, en donde su rubia hermana esperaba, se levantó al verla.
—Raphaella. —No lucía feliz de estar allí.
Parpadeó desconcertada y no supo identificar qué incordiaba a Adeline, si la presencia de los albinos sirvientes o el tener que salir del hogar que intentaba crear. Se acercó, insegura de cómo asimilar su reacción.
La observó con cuidado, llevaba el cabello peinado como en los años 50, lo que la hacía ver mayor, y maquillaje discreto que resaltaba los enormes ojos azules que tenía. Siempre se había cuestionado de qué lado de la familia los había obtenido, para ir a reclamarle que por qué no se los había legado también. Cassian los tenía grises como su madre, Iskander y ella marrones como Sebastian.
—Hola, Adeline.
—Quiero platicar contigo —soltó sin miramientos a la par que la cogía del codo—. Hay cosas que debes saber acerca del hogar. Debes ser una buena esposa si quieres ser feliz.
Zafó su mano en cuando Adeline la sentó en el sofá con brío.
—Para mi matrimonio faltan al menos dos años.
Las nupcias de su hermana se habían celebrado antes de lo normal. Los hechiceros tendían a casarse a los 21, que era cuando ingresaban al gremio, incluso los había que pasados los tres años para alcanzar la maestría en su habilidad apenas se emparejaban formalmente. Unos más seguían aprendiendo incluso después de casados, claro que, solo aplicaba para los varones esas opciones, casada o no la prometida debía permanecer en casa porque una buena mujer siempre se quedaba en casa y una buena hechicera no sólo hacía eso, sino también fortalecía la línea de sangre.
—Tal vez, pero si tardas tanto en aceptar que sentarás cabeza y tendrás hijos, no lograrás ser la gran mujer detrás del gran hombre que será tu marido. Y eso no es bueno ni para ti ni para Dagmar.
La charla no le estaba agradando mucho.
—¿Has sabido algo de Iskander? —preguntó para desviar el tópico y porque de repente cayó en la cuenta de que en la escuela seguía sin verlo.
Ahora que lo pensaba, tampoco la había ido a visitar.
—No. —Su hermana ignoró sus esfuerzos—. Como te decía, ser la mujer del heredero de los Von Lovenberg será un sueño para ti, por ello debes ser buena y complacerlo para evitar que...
—¿Por qué no ha ido a la escuela?
—Esos ya no son tus asuntos, Raphaella. —Adeline se enfadó.
—¿Qué?
—¡Debes concentrarte en ser una buena mujer! Traje unas revistas que hablan sobre el comportamiento que se espera de nosotras, incluso algunas hablan de los problemas de alcoba y qué hacer para complacer a tu hombre... —Sacó varios ejemplares.
—¡Cállate! —siseó para evitar un escándalo. No era que hablar de sexo la escandalizara; sin embargo, sí que la hacía enfadar que pretendiera que Raph fuera una copia suya—. Muchas gracias por venir, pero creo que me duele la cabeza. Te agradecería que te fueras.
Nunca había sido oneroso pelear con su hermana, así que enfadarse y correrla fue solo una de muchas. De niñas las riñas habían sido asiduas, y solo se calmaban cuando Sebastian amenazaba con el Señor Fuego, pero en ese momento, su padre no estaba para reprenderlas.
—Solo lo hago por tu bien.
—Vete, por favor.
Adeline apretó los labios y se fue despedirse.
Tornó a su habitación hecha una furia, ¿querían que fuera una dama perfecta? ¡Les iba a dar una verdadera dama! Ya verían, una dama que hiciera que la gente volteara a ver a los Von Lovenberg en donde quiera que estuvieran... Cómo habían podido creer que usar a su hermana sería buena idea, era imposible que de todos ella la convenciera de algo.
Preparó una mochila, guardó un rompevientos, gises, una botella de agua y una muda de ropa. Tendría que ser esa noche. Entre más pronto se alejara mejor podría conservar la cordura. Jamás imaginó que casarse fuera semejante martirio. No le importó la posibilidad de ser arrastrada por los perros del Eje, en ese momento su cólera no la dejaba razonar.
Cuando hubo caído la noche, aguardó hasta que consideró a todos dormidos y se dirigió a la cochera, hurtaría un auto. No le gustaba conducir, pero era el medio más rápido para huir si no podía volar, algunos hechiceros lo hacían, y coger algún autobús la retrasaría y haría que la rastrearan más fácilmente.
No obstante, su plan se desmoronó como un castillo de arena ante el agua al encontrarse con Dagmar a mitad de un pasillo.
—¿Raphaella?
—Saldré a dar un paseo nocturno —se excusó y sobrepasó a su prometido como si no nada.
—Entonces démoslo juntos —propuso al tiempo en que se alineaba a ella—, aunque dentro de la casa, en el exterior hace frío. —La tomó de la cintura y la condujo de vuelta.
El alma le cayó a los pies, intentó desviarse en varias ocasiones, pero el hechicero no cedió en ninguna y cada vez la hacía girar por donde él quería. Caminaron en silencio por varias cámaras y salones llenos de pinturas y esculturas, demasiado dinero en forma de vasijas, joyas, perlas y muebles los rodeaban y, aunque estaba acostumbrada al lujo, no podía evitar asombrarse.
Dagmar, en las pinturas familiares, se detuvo a explicarle cómo había servido el talento de los creadores en los Años Crueles.
—Este pasillo es mi parte favorita de la casa —compartió y se acercó a las pinturas—. Nuestra historia se refleja en ellos... —Repasó sus rostros unos segundos antes de continuar—. Fue después de Jesús cuando el mundo de la magia comenzó a unificarse, los hechiceros se clasificaron por habilidades y poco a poco las familias cuyos dones resultaron efectivos contra los cazadores se volvieron poderosas. Somos más fuertes juntos que separados, somos fáciles de cazar si estamos divididos, pero la luz cambia cuando nos unimos.
»En una de las primeras cazas de brujas, Klaus Von Lovenberg, líder de nuestro clan, creó varios homúnculos para evitar que capturaran a los verdaderos hechiceros. Casi diez en una noche, toda una proeza en aquel tiempo. Los seres que hacía aún tenían partes putrefactas y las sanas terminaban en poco tiempo en el mismo estado, pero sirvieron para evitar que nuestra sangre corriera.
—Creía que solo mujeres habían sido cazadas —interrumpió, ella también conocía la historia de sus ancestros.
—Eso fue después, yo hablo de una era más vieja, Raphaella. Han existido tantas cazas de brujas que nuestra sangre podría ser un mar ya. Y en ese entonces no sabían diferenciar. Tampoco es que hayan podido hacerlo después, así que toda cosa sospechosa era mejor quemarla que esperar sus desgracias. A lo largo de los años ha habido muchas cazas, la historia recuerda pocas.
»Los tiempos modernos nos brindan protección, la tecnología y demás hace que la gente en el afán de extender y comprender nuevos horizontes cierre algunos antiguos, como si solo por ser viejos fueran erróneos. —El hechicero la guio hasta una familia de cabello rojo—. Los Fraser se encargaron de que los animales actuaran según lo esperado por los campesinos. La familia Marlowe cada vez que nos acorralaban prendía fuego al lugar y evitaban al mismo tiempo que matara a los hechiceros, aunque su fuego azul siempre les hizo creer a los campesinos que hacían lo correcto, si no hubieran sido tan ignorantes y fáciles de manipular nuestro presente sería muy distinto. La iglesia ya no existiría, por ejemplo. —Dagmar entrelazó sus dedos con los de ella—. Todos tuvieron su papel en esos años, tal vez en diferentes lugares y momentos, pero bajo el mismo estandarte: evitar nuestra extinción. Poco tiempo después tomaron esta isla para hacerla la cumbre de la hechicería, aquí están los mejores gremios —continuó.
Lo sabía, conocía de sobra cuán dura había sido la vida para ellos. Se le escapó un bostezo por error, apenas había descansado una hora esa tarde.
—Supongo que te estoy durmiendo.
—Lo lamento, no pude dormir ayer.
—Mantener portales abiertos es difícil.
El sueño se evaporó al verse descubierta.
—Sí, sentí tu magia. No es algo que se pueda esconder, menos en una casa a la que no entiendes —dijo con amabilidad—. No tienes que preocuparte, oculté los rastros de mi padre.
—Gracias, tendré más cuidado.
Casi pie de su habitación, ya no supo cómo darle fin a la velada sin parecer grosera, así que solo caminó a la puerta. El heredero Von Lovenberg la tomó del brazo e impidió su avance.
—Sé que no hemos hablado nunca por más de cinco minutos, Raphaella, exceptuando hoy. —Hizo un mohín—. Pero quiero que sepas que no soy tu enemigo. Estamos juntos en esto y podemos ser un equipo, el mejor de la historia si nos lo proponemos. No tienes que escapar de mí, ni tampoco pretender que me quieres. Yo sé lo abrupto que ha sido esto...
—No, no lo sabes, Dagmar. —Se alejó de él con brusquedad, como si el tacto quemase—. No sabes lo que es sentirse humillada frente a toda la comunidad mágica, no tienes idea de qué se siente saber que naciste para casarte y que ni siquiera te den la oportunidad de elegir con quién. No sabes ni un carajo de lo que es ser vendida —reveló con desprecio.
El gesto del heredero se endureció.
—Tienes razón, no lo sé. Pero eso no significa que no podamos llevarnos bien, no necesitas escapar si lo que quieres es no verme hasta el día de la boda.
—No...
—Por favor, déjame terminar. —El heredero alzó una mano hasta colocarla en sus labios, los acarició por escasos segundos—. Aunque vivas bajo este techo y tengas que casarte conmigo, no eres una reclusa. Eres más libre de lo que te imaginas, mi apellido y mi posición te garantizan acceso a donde lo desees, la fortuna de esta familia cubrirá tus necesidades si quisieras salir de la isla. No importa si no deseabas nada de esto, porque ya es tuyo.
Resopló indignada. ¿Se suponía que debía sentirse agradecida? ¿Halagada? No hacía más que insultarla al ofrecerle todo, porque realmente no era nada suyo, porque era otra manera de encadenarla con oro y flores. El hechicero no le había declarado amor y, pese a que no la redujo a un vientre de alquiler ambos sabían que al final del camino tendría que hacerlo. Dejar esas cartas ocultas era enmascarar la verdad, disfrazarla de bonanza y comodidad no hacía menos cruel el verdadero propósito.
—No quiero casarme tan pronto me gradúe —confesó, recordando las palabras de su hermana y aprovechando la ventana abierta.
—Lo postergaremos hasta que estés lista.
«¿Y si nunca lo estoy?»
Raphaella lo miró a los ojos, y por primera vez vio algo hermoso en el azul pálido de su mirada.
Tal vez podrían llegar a ser amigos. Con el tiempo.
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