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Capítulo XI: La elección - segunda parte




De pronto, la atención de la sala volvió a la arena gracias un ronroneo que luego fue una vibración; supo qué sucedería, lo había vivido del otro lado minutos antes. Las puertas se materializaron, todos contuvieron la respiración. Poco a poco el roble se abrió revelando a una extenuada Victoria.

Pudo jurar que se veía más delgada que la primera vez, incluso más pálida. La observó caminar hasta la fila. El cabello rojizo de la hechicera se movía sin orden alrededor de su cabeza, tenía los brazos sucios, y las rodillas rojas. La prensora intentó calmar a su agitada quinta extremidad acariciándola, pero esta se rehúso a cooperar. La nigromante vio por el rabillo del ojo como el padre de Ajmátova respiraba tranquilo, y apretaba los puños ante el protocolo que evitaba que las participantes recibieran ayuda de alguien más que no fuera su propio Od.

De verdad esperaba que Isabel tuviera razón, y que fuera una extensión de su magia. De ese modo, Raphaella no habría roto ninguna regla.

Victoria avanzó temblorosa y se colocó a su costado, el suave olor a sudor y sangre que inundó sus fosas nasales le reveló que acababa de tener un subidón de adrenalina.

La nigromante alzó la mirada hacia el número que restaba, había un espacio libre todavía... Sin embargo, su luz duró por escasos segundos y luego fue cero. Nadie más volvería.

El Dómine Jinguji salió de la arena con discreción, los otros hechiceros lo siguieron. Gou había perecido en el Bosque Estigio. Raphaella vio al heredero de la familia apretar los puños sobre las piernas.

—Las hechiceras están aquí. —La voz atronadora del Dómine Alexander rompió el discreto murmullo del lugar, nadie se esperaba que una buena descendiente fuera parte del sacrificio—. No esperemos más, las sobrevivientes merecen darse a conocer. —Hizo un gesto que indicaba a la primera en salir a escoger—. Adelante, Wakana, te has ganado el honor de elegir con todas las posibilidades abiertas.

La nigromante se indignó. ¿No daría las gracias a los padres por la ofrenda siquiera? Aceptaba la pérdida, pero no la indiferencia con la que trataban a las familias. ¡Acababan de morir seis hechiceras! ¡Acababan de perder a sus hijas! ¿Acaso nadie se daba cuenta de ello?

«Es una competencia. En las competencias no agradeces a los perdedores»

La voz de Sebastian volvió a resonar en su cráneo, reforzó sus muros mentales y siguió con la mirada a Wakana, la velocista avanzó hasta quedar frente a los herederos.

—La sangre Nanase ofrece un ágata. —Depositó el talismán en la jofaina de Yuzuru Jinguji.

El hechicero asintió, agradecido. La chica, por su parte, esperó a que la verdad se destapase antes de volver a su lugar. La jofaina brilló de un suave color azul. Se trataba de un talismán beta; no podía discernir si era un amplificador, facilitador o qué, ese secreto solo pertenecía a los herederos.

Cuando la hechicera volvió, Antonina marchó con seguridad.

—La sangre Czajkowski ofrece un ópalo negro. —Dejó caer el talismán en la jofaina de Søren Hagebak con una fatua sonrisa.

La vasija resplandeció ipso facto y el color rojo reveló la categoría alfa del talismán. La multitud jadeó al unísono. Sí, las alfas eran muy difíciles de conseguir. Raphaella se preguntó por qué la niebla había obviado a Dagmar, con ese talismán era imposible ser rechazada, salvo por un omega... pero nadie sabía que había uno.

Frunció el ceño. Casi era una ignominia no ofrecer su tributo al primer descendiente. La hechicera regresó a su sitio.

Fue el turno de Andrea.

—La sangre Espejel ofrece un rubí. —El talismán cayó en el recipiente de Viktor Czajkowski.

El receptáculo emitió una luz azul. Otra beta, pero sin importar eso, el rubí era una joya excelente para obsequiar.

La hechicera más joven avanzó.

—La sangre Cienfuegos ofrece una tanzanita morada. —Se inclinó sobre Cassian y le sonrió débilmente.

La vasija emitió una luz roja. La multitud jadeó todavía más fuerte que la primera vez. Dos alfas en una misma generación era... simplemente demasiado.

Sofía retrocedió hasta su lugar y sus miradas se encontraron, la hechicera verde le sonrió con timidez, pero Raphaella no fue capaz de corresponderle. Estaba congelada admirando lo que había conseguido y recordando su primer encuentro.

Denisse se paró frente a los hechiceros.

—La sangre Strickland ofrece un cuarzo dorado. —El talismán fue depositado en el recipiente del heredero de los Marlowe.

No hubo sorpresa por parte de nadie. Eran nueve hechiceras, uno de los herederos recibiría dos ofrendas. El receptáculo emitió un suave resplandor amarillo. Una gama. La nigromante se preguntó si aquello había sido un deliberado sabotaje hacia sí misma. ¿Se consideraba desde antes perdedora o no tenía interés en pertenecer a las familias padre? No había forma de que una gama le ganase a una alfa, salvando el hecho de que la cualidad ofrecida por Sofía fuera una en abundancia para los Marlowe y la de Denisse una rara, lo cual era una nimia probabilidad y una apuesta arriesgada. Era mejor tener muchas alfas.

Cuando volvió al presente Naira ya estaba a un paso de los herederos.

—La sangre Zini ofrece una turquesa. —La jofaina de Lancelot Ficquelmont recibió el talismán y emitió luz azul.

Luego alguien más.

—La sangre Duchamps ofrece un olivino. —Francesca dejó caer el talismán en la jofaina de Alessio De Luca.

La vasija resplandeció en azul, la nigromante consideró una bonita coincidencia el tributo de la hechicera, una piedra cuyo nombre también provenía del francés. El hechicero le agradeció con una inclinación y entonces ella volvió a su sitio.

Era su turno, Raphaella lo sabía.

Respiró profundo y apretó con fuerza el topacio. Gracias a la flor de Sofía había podido darle una forma más refinada a la antigua. El óvalo palpitó en su mano.

Caminó, no sin cierta torpeza y lentitud, hasta ellos. Todavía no decidía.

—La sangre Marlowe ofrece un topacio imperial —bramó con la mano alzada, al igual que todas las hechiceras habían hecho minutos antes, luego se tomó largos segundos vacilando sobre qué hacer.

«Piensa en grande, Raphaella Marlowe. Dagmar es la opción correcta. Piensa en el poder, en las riquezas... Piensa en todo el conocimiento al que podrías acceder»

La inclinación de su padre era obvia, y todo lo dicho cierto. Ella misma una vez se juró ir por el heredero creador si era lo que debía hacer para no ser olvidada. Pero de algún modo no se sentía correcto. Respiró profundo y dejó caer el talismán sin detenerse a pensarlo una segunda vez. Solo había dos opciones.

Lo hizo tan rápido que, cuando la piedra resonó sobre el jade, no lo había terminado de procesar. Ivar la veía con sorpresa dorada, su pecho retumbó con fuerza y al mismo tiempo se sintió en calma. Estaba bien, había sido lo mejor, lo que quería.

—Gracias —susurró.

Era hasta ahora el único heredero en mediar palabra.

«¿Te sorprendí?»

Concentró toda su energía en enviarle ese pequeño mensaje, fue una suerte que Ivar no tuviese los muros mentales gruesos en ese momento. Las palabras le llegaron como un tsunami por la expresión de su rostro. Quizá había exagerado.

«Me alegra que lo hayas hecho»

Entonces, un halo de luz rosa explotó entre ellos. Los herederos exclamaron antes de poder cubrir su boca, el gentío jadeó. Inmediatamente después dos cosas sucedieron: la primera, Alexander y Dagmar se levantaron a la par de sus asientos y, la segunda, un montón de gente albina salió de quién sabe donde creando un mini ejército en un costado de la arena en donde se hallaba el padre del heredero.

—Raphaella... —La voz del padre de Dagmar fue condescendiente—. ¿Estás segura de tu elección?

Sopesó la segunda oportunidad que le ofrecía el hechicero. Tal vez todavía podía remediarlo. Quedarse con el talismán.

—Sí —respondió tensando el cuerpo, todo su ser le gritaba que estaba en peligro—. Mi talismán es para Ivar Fraser. —La nigromante se preguntó de dónde salía la seguridad en su voz cuando hacía minutos no se decidía.

Alexander Von Lovenberg extendió su presencia por la arena, la fuerza de su magia la asfixió y la forzó a doblar las rodillas. Volteó hacia los herederos, el único que no estaba afectado era su hijo. Cassian intentó levantarse para ayudar, pero ella negó, Sebastian no le perdonaría que rompiese la etiqueta.

En su lugar, Ivar acudió a auxiliarla y colocó las manos bajo sus brazos para alzarla, mientras la tigresa le daba empujoncitos con la cabeza. El esfuerzo fue inútil, tenía toneladas de acero sobre los hombros y grilletes en los tobillos y muñecas. La magia que la mantenía en el suelo era pesada. ¿Por qué Ivar resistía tan bien? Comprendió la razón cuando sus ojos reposaron de nuevo en Alexander, no era que su presencia fuera asfixiante, era que la estaba subyugando solo a ella. El hombre avanzó hasta quedar enfrente, con un solo movimiento lanzó al hechicero cantante y, su familiar gruñó antes de salir despedido en la misma dirección. El Dómine se acuclilló y acercó la boca hasta su oreja.

—Intenté darte una salida fácil, ¿por qué tienes que ser tan necia? Siempre se lo dije a tu padre... —Se irguió, aclaró su voz y la elevó por encima de la cacofonía—. Raphaella Marlowe fue prometida a mi hijo desde que era una niña. —Movió los dedos hacia el cielo y un enorme pergamino se manifestó, con letras de sangre estaba firmado por su madre, Sebastian y Alexander—. La naturaleza del acuerdo no me está permitida desvelar, y les pido disculpas a todas las familias fundadoras por un secreto de tal magnitud, no creí que esto fuera necesario, pero las circunstancias me obligan. —Tomó una gran bocanada de aire—. Conocen la magia que ata los contratos de sangre, saben lo difícil que es faltar a uno. Confío en que entiendan que es imposible para mí no seguir lo que una vez fue estipulado.

Observó estupefacta el pergamino, su cerebro se negaba a reconocer lo que sus ojos le transmitían. Su corazón se rebelaba ante la idea. Abrumada por la declaración no era consciente de lo que sucedía en su interior, hasta que ese algo caliente y violento tomó forma, y la impulsó a levantarse y gritar. Estaba enfadada y se sentía humillada. ¿Cómo habían podido jugar con sus ilusiones?

Lentamente, un movimiento a la vez, Raphaella se fue parando. Iracunda por el engaño y falsas esperanzas de tener voz en su propio destino, elevó las manos y comenzó a conjurar. Era un hechizo que una vez había visto en los libros, uno tan grande que de no lograrlo moriría en el intento. Muchos lo habían hecho. La opción no pareció tan mala en comparación con lo que sucedía.

Escuchó a Ivar gritar y, a su hermano llamarla e incorporarse solo para ser devuelto a su lugar con fuerza abrumadora. Cassian había sido sometido por Sebastian.

La magia se agolpó en el recinto, cada vez más pesada, cada vez más rabiosa, buscando por algo que golpear, que romper. Sonrió satisfecha y comenzó a darle forma... rayos y ondas surgieron, uno cayó en medio de las gradas, rompiendo el mármol, otros más sobre el suelo que pisaba. Estaban acercándose. No tenía miedo, la nigromante estaba decidida, aun si su cuerpo rogaba por un descanso y sus circuitos mágicos imploraban más energía. Ardía, su piel ardía, estaba por romper los límites...

Pero algo lo impidió. Algo la derribó.

—¿Qué? —gruñó.

Iskander le sonrió con los ojos cristalizados.

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