Capítulo IV: Descender al infierno es fácil
Ni bien hubo cruzado el umbral de la casa, Dante la recibió con saltitos a su alrededor. La nigromante lo cogió entre sus brazos y lo llevó hasta su habitación. Cómo disfrutaba de darle mimos y cargarlo.
—Que grande estás —dijo pese a que sabía que no había crecido ni un milímetro—. Creo que deberíamos ponerte a dieta —continuó, aun cuando no pesaba más allá de lo que sus huesos.
Lo acarició por unos segundos más y luego lo dejó en la cama. Sin más ceremonia, buscó en el closet lo que vestiría esa noche; no obstante, por más que revolvió la ropa, no encontró algo que la ayudase a sobrevivir en el Bosque Estigio. Nada que le facilitara resistir noches en la intemperie, escalar, correr e incluso nadar de ser preciso. Escudriñó por segunda ocasión los cajones, deseando que por arte de magia alguna prenda cumpliera con los requisitos y tal como sucedió la primera vez, no encontró más que un par de leggings y camisetas para correr. No eran suficiente. Ni siquiera valían para algo.
Alzó la vista al reloj sobre la pared, quizá pudiera ir a comprar algo, había varias tiendas de camping en el centro, seguro encontraría algo útil. La prueba no iniciaría hasta la media noche y, aunque la ceremonia empezaría cerca de las diez y eran casi las cinco, si salía no tendría tiempo de prepararse. Suspiró agobiada, no se trataba de una Prueba de Sangre Digna, sino de LaPrueba de Sangre Digna, la única en esa generación. Era todo o nada. Más le valía llegar temprano que tarde.
—He de improvisar —murmuró.
Sacó un pantalón negro, un chaleco del mismo tono, una playera blanca y un abrigo. El abrigo serviría para el frío y guardar cosas en los bolsillos; sin embargo, si se veía obligada a nadar tendría que deshacerse de él. Tomó también una mochila pequeña, esa en la que guardaría agua y muchas barras energéticas, no más de lo que tenían permitido llevar.
—Como toda una practicante de magia negra —dijo sin estar satisfecha con la imagen que le devolvía el espejo.
En teoría, Sebastian debería proporcionarle la vestimenta para entrar a la prueba, pero dado que no había tenido la gentileza de notificarle la última modificación, no esperaba mucho. No importaba, se dijo, ella sola podría contra el Bosque Estigio.
—Ya vuelvo, Dante. —Iba al sótano en busca de una reliquia, la última vez las había bajado.
No obstante, al salir de su habitación se encontró con su padre, sostenía una caja roja.
—Ten, úsalo. No es posible una hija Marlowe no vista apropiadamente para la ocasión. —No había amabilidad en su voz, ni tampoco en su mirada.
—Gracias. —Tomó el paquete y cerró la puerta antes de volver dentro.
Colocó la caja sobre la cama, y Dante se acercó a olfatearla.
—No es ningún juguete —le avisó, pero el conejo no se alejó.
Aun sabiendo que no habría problema si rompía la envoltura, la abrió con cuidado. Quizá con la falsa esperanza de hallar evidencias que indicasen que Sebastian se lo había dado por algo más que compromiso y orgullo. Fue un castillo en el aire. No había ningún sentimiento, nota o hechizo oculto; en su lugar, contenía unos pantalones oscuros, reforzados en las rodillas y piernas con cuero, una camiseta negra y una chaqueta con muchos bolsillos internos. Al fondo una mochila, hurgó en su interior y se encontró con cuchillos, comida deshidratada, cuerdas, un encendedor y un ánfora de metal.
Raph frunció el ceño, sabía que tendrían que entrar al Bosque Estigio para conseguir una ofrenda, pero no podía imaginar la utilidad de las cosas mundanas cuando lo que requeriría sería Od en su más puro estado. Necesitaría agua y comida, sí, pero no más que magia para sobrevivir.
Respiró profundo, no había tiempo para pensar, ignoró los motivos de los objetos y se apresuró con el resto. Se aseó con esmero. No sabía cuándo volvería a tener agua caliente. Cuando ya no pudo abusar más, se cambió de ropa y recogió su cabello en una cola alta. Al terminar, descendió al sótano en busca de un catalizador. El conejo saltó tras sus pasos.
Sus tesoros eran guardados en una pequeña caja de madera, pintada de vino y con relieves en las orillas. Iskander se la había regalado en su cumpleaños número doce.
«¿Alejandro o Isabel?»
¿Un líder o una reina? Intentó visualizar las ventajas y desventajas de cada uno, pero al final no se obligó a elegir, aun si su consciencia le dictaba que dejase uno por si los perdía en la prueba. No obstante, nunca sabía cuándo podría ser uno u otro ventajoso, y más le valía ir sobre preparada. Llevó los objetos a su habitación, guardó los gises y los catalizadores en la mochila. Luego, fue en busca de su padre. Lo encontró en su estudio, llamó antes de entrar.
—Casi es hora —avisó.
—Podemos esperar unos minutos más. —Su padre leía una carta.
—Estaré en la sala.
El conejo se subió a sus piernas apenas se acomodó en el sofá. Raph jugó con él por un rato, cayendo una vez más en la interrogante de cuántos días estaría fuera... y si es que regresaría. Magnus había señalado algo importante en el receso, y ella no le había dado la importancia merecida. Quizá debió investigar más, pero ya era tarde.
Los minutos le parecieron eternos y una sensación de mal augurio se instaló en su nuca, pronto sus pensamientos se volvieron lúgubres, revelándole verdades que deseaba ignorar. Tenía miedo de fracasar y ser el sacrificio, estando a horas de cruzar el portal, la piel se le erizaba y todos sus sentidos se alertaban. Quizá no fue tan buena idea desafiar a su padre. A lo mejor no estaba lista como él señaló. Sin embargo, no había marcha atrás, la prueba oficial comenzaría a media noche, era ahora o nunca. Después de todo, alguna vez en su vida prefirió morir como sacrificio que no ser digna ni siquiera del Bosque Estigio. Ella era Raphaella Marlowe y moriría antes que ser una cobarde.
Cuando su padre salió, depositó a Dante con suavidad sobre los cojines y después de besarlo en la cabeza, siguió dos pasos atrás a su progenitor, subieron al coche. Cassian ya estaba dentro. Su hermano había tenido que dejar momentáneamente el gremio por su culpa, como heredero era su deber acompañarlos.
—¡Esperen! —La voz de Iskander apareció inmediatamente después.
Raphaella miró a su hermano sin dar crédito a sus ojos. Nunca había mostrado interés en presenciar la prueba, de hecho, no había disimulado ni una pizca la aversión que sentía, era casi tanta como la que ella al saber que era su camino.
—Mi hermana entrará al Bosque Estigio, no puedo perdérmelo —explicó encogiéndose de hombros.
Iskander subió con ella a la parte trasera del auto y le apretó el hombro como apoyo moral.
—Serás la última en ingresar. —Su padre encendió el motor.
Suspiró, claro que sería la última.
Cuando llegaron a la casa de los Von Lovenberg, un par de hechiceros le revisaron la mochila con magia para asegurarse de que no metía nada fuera de lo permitido. Solo después del escrutinio fue conducida por una mujer albina hasta una lujosa habitación, en donde el resto de las hechiceras se comían las uñas de nervios. Mientras tanto su padre y hermanos fueron llevados a los palcos donde las familias aguardaban por ver a sus hijas demostrar su potencial. Les dio un último vistazo y se despidió de Iskander agitando ambas manos.
Entre las participantes reconoció a dos más de su generación, hijas de familias padre. Si la memoria no le fallaba, la chica Jinguji era una teletransportadora y la Czajkowski una niebla. La primera podía ir y venir en un segundo a China; la segunda con el aliento podía dormir a todos los presentes e incluso matarlos, y en menor o mayor medida podía influir en el clima. Debido al seno del que provenían, sus poderes eran bastante singulares y fuertes. En su día, la revelación de sus talentos estuvo en boca de todos.
Las habilidades de los hechiceros se adquirían con base en el estudio y la experiencia; sin embargo, a cada uno se le facilitaba una rama a tal punto de parecer un don o un talento como se acostumbraba a decir. En su caso, la nigromancia no era exclusiva, todos podrían practicarla, aunque tuviesen que estudiar más de mil años para ello.
Talentos... algunos eran completamente extraños, no solo por la rareza con la que aparecían sino también por la poca utilidad que les veía, como los hechiceros tósigos, cuya habilidad en particular los volvía inmunes a todo veneno y supuraban ponzoña en ciertas partes del cuerpo. Tener relaciones románticas debía ser un gran problema para ellos.
Comenzó a evaluar a sus contrincantes y se preguntó si las resistencias de las hechiceras de alta alcurnia serían bajas, ya que además de valorar la singularidad del Talento, también lo hacían con la entereza y velocidad a la hora de lanzar los hechizos. Si eran bajas, tendría una oportunidad en el peor escenario donde su Talento fuese inferior en fuerza. Las demás hechiceras eran de baja cuna, no conocía sus habilidades. En total eran, con ella, diecisiete.
La misma mujer que la condujo hasta allí en primer lugar, las llamó y en un orden que desconocía cómo se determinó, salieron. Como dijo Sebastian, Raphaella fue la última.
Fueron arreadas hasta una arena de poco más de veinte metros de largo y diez de ancho. En derredor, sobre lujosos palcos estaban las familias de todas y varias más como espectadoras, pocas tenían tal honor. El resto tendría que conformarse con escuchar sobre la prueba en la radio o ver las noticias en el canal exclusivo de televisión que el Eje poseía.
En el lado corto izquierdo de la pista, las cabezas de familias estaban paradas en el mismo orden que ellas, en la fila tres Domini solamente, esos que pertenecían a las Familias Padre o, mejor dicho, eran las Familias Padre. En el extremo derecho descansaban los herederos en sus mejores trajes, sus miradas las recorrían cada tanto. Todavía no exponían las vasijas receptoras...
Reprimió una mueca de indignación, recordándose que estaba allí para probar su valía como hechicera, no como esposa de ningún heredero.
Alexander Von Lovenberg tomó la palabra.
—Esta noche, honraremos a nuestros antepasados —clamó y Raph juró que las estructuras del lugar vibraron al son de sus palabras—. Esta noche, nuestras hijas entrarán al Bosque Estigio con la promesa de traer una ofrenda digna de su futuro consorte. Nuestra sangre les abrirá la puerta, pero solo su habilidad será responsable de traerlas victoriosas. La tierra sabe qué se merece cada una, el Bosque Estigio es aterrador, pero sabio. No debemos dudar de sus designios.
Otra mujer albina se acercó al Domĭnus y esperó a su lado, cargando una bandeja con diecisiete botellitas, cuyo contenido rosáceo no le dio buena espina a la nigromante. El hombre le indicó con un sutil gesto que se acercara a ellas. Cada una fue cogiendo un frasquito que mantuvo en sus manos hasta que se terminaron.
—Beban y muestren su valía —ordenó Alexander—. Beban y enséñennos su poder.
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