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Capítulo III: Un regalo - segunda parte






Viró el rostro para encontrarse con el oro de los ojos Ivar, sus labios esbozaban una sonrisa que correspondió olvidándose por completo de que no se había percatado del acercamiento del hechicero. Ya lidiaría con las deficiencias en la prueba. El hechicero se acomodó a un lado.

—Hola... —La culpa se encendió en su consciencia cual foco en un túnel oscuro, la última vez que hablaron no había sido precisamente cortés.

—Sí irás a la prueba de esta noche. —Una afirmación, no una pregunta—. Al verte en tu habitual burbuja creí que rechazaste la posibilidad. ¡Serías la primera en hacerlo! ¡Las caras de los Domini hubiesen sido dignas de fotografiar al enterarse! —Rio como si no fuera rechazar la prueba una gravísima falta.

«Él, él me...»

Ante esas palabras, su cerebro por poco se desconectaba; sin embargo, logró tomar el mando a tiempo y evitó hacer el ridículo. Otra vez.

—Lo que decida hacer es mi problema, Ivar. —Pese al remordimiento, los escudos no habían bajado y tenía que dejar en claro que no esperaba por nadie—. Sí, participaré, pero no por un heredero.

Ivar abrió la boca para responder a su comentario; sin embargo, las palabras murieron en sus labios. Skårsgard había llegado cargando dos cubetas con agua.

—Marlowe, estoy aquí.

—Bien —contestó y guardó el celular en la mochila sin cuestionar el motivo de los baldes.

Magnus arrojó el agua al suelo.

—Asciende y enfríate —ordenó con voz quedita mientras doblaba los dedos para invocar su magia.

El agua creó pequeños escalones de hielo para subir y saltar la barda. Lucían frágiles.

—Primero tú. —El hechicero le hizo un gesto.

Negó suavemente, ¿y si era una broma?

Skårsgard bufó y subió. Un segundo después de que su cuerpo hubo desaparecido del otro lado de la tapia, se escuchó algo romperse y un golpe sordo reveló que había caído al suelo.

—Voy a saltar a la antigua usanza —avisó.

—Como quieras, Marlowe. —El hielo se descongeló y cayó al suelo, perdiéndose.

Giró hacia Ivar, esperando verlo machar y con ello evitar que atestiguara el ridículo que haría al escalar la barda. Era muy probable que se ganara al menos dos raspones y quizá un moretón en el proceso. No obstante, el hechicero no se movió de su sitio.

—¿Tus habilidades acrobáticas son buenas? —preguntó el naturalista.

Negó.

—¿Y la telequinesia?

—Eso lo practicaremos hasta el siguiente grado —se excusó, lo más que lograba era mover una pelota de un lado a otro.

—Te brindaré apoyo. —Avanzó hacia la barda y ella sintió un aguijonazo en el estómago. Fraser, ajeno a sus tribulaciones, se inclinó entrelazando los dedos para formar un escalón a sólo unos centímetros de la pared—. Vamos.

Lo miró con desconfianza. ¿Y si la dejaba caer?

—Date prisa, o van a descubrirnos —apremió.

Pese a que no confiaba, aceptó la ayuda y apoyó el pie izquierdo en sus manos mientras con el otro buscaba algún hueco en la cantera. Miserables bardas, eran tan altas y ella tan pequeña. Maldita fuera su estatura, medía apenas uno cincuenta y cinco.

Raphaella fue consciente de los pequeños empujones que Ivar le dio con su telequinesia. Manos suaves la sostenían mientras ascendía y una palmada de felicitación sobre su cabeza también cuando hubo alcanzado la cumbre.

—Gracias —susurró sin mirarlo, estaba segura además de que ya se habría marchado.

Se detuvo por largos segundos decidiendo si la altura podría romperle o causarle un esguince en el tobillo. Respiró profundo antes de dejarse ir. La caída fue corta, pero estuvo segura de que mientras duró hubo varios pares de manos invisibles que intentaron amortiguársela, Ivar todavía la ayudaba. Sin embargo, al tocar el suelo, el dolor se hizo presente en sus pantorrillas y se extendió hasta las piernas. Necesitó de unos segundos para recuperarse.

—Te dije que usaras los escalones. —Skårsgard la ayudó a levantarse.

Siguió al hechicero hasta una casa abandonada de dos pisos, las paredes eran de concreto, sin cristales en las ventanas y en obra negra. Casi se sintió en una película de terror, ¿no era así como iniciaban? ¿Con personas haciendo cosas estúpidas?

Eligieron una habitación de la parte superior, la que tenía las ventanas más pequeñas y la amplitud necesaria para dibujar un pentagrama. Llamar a alguien en un baño podía ser considerado una descortesía, pero no tenían mayores recursos así que el padre de Magnus tendría que disculparlos.

—Dime, en qué te ayudo.

—Busca con qué cubrir las ventanas, no queremos que nada salga. —De su mochila extrajo dos gises y después la arrumbó en una esquina, terminaría sucia de todos modos—. ¿Qué tienes de tu padre? —inquirió al tiempo en que se agachaba y comenzaba a dibujar el círculo, símbolos, runas y demás.

—Traje su bufanda —respondió mientras acomodaba un par de tabiques en las ventanas.

—De acuerdo. —Terminó las puntas de la estrella—. He leído que se puede invocar a los muertos bajo diferentes palabras o movimientos. Un pequeño cambio podría potenciar sus habilidades en la hechicería, en caso de que fuera un hechicero, o neutralizarlas por completo. ¿Tu padre era uno?

—No estoy seguro, nadie me habla de él.

—Supongo que pudo haber sido un humano cualquiera y representar una vergüenza. —Se encogió de hombros, incluso para las familias hija tener esa clase de relaciones era tabú.

Continuó dibujando a la par que decidía cómo llamaría al espíritu. Si había sido un gran guerrero se podían reforzar esas habilidades, incluso conducirlo a la locura al proporcionarle demasiado poder. O tan solo evocarlo como una vez fue, con o sin habilidades en el mismo nivel. En cualquier caso, dotarlo de poder era algo innecesario, no iban a la guerra y solo se trataba de una reunión familiar, pero ¿y si era alguien violento? No, no debía imaginar los peores escenarios. Lo llamaría tal cual una vez fue. Además, experimentar con el padre del chico no parecía ser lo mejor.

—Vaya, ¿alguna vez has llamado a alguien bajo ciertas condiciones?

—No —admitió y se levantó para observar su creación, sacudió sus manos—. Evocaremos a tu padre sin ninguna restricción. Si fue un hechicero significará que podrá continuar ascendiendo, si fue un humano no generará ninguna diferencia. Dame la bufanda y aléjate.

Colocó la prenda en el centro del círculo y ella salió de él. Elevó el brazo derecho y olvidó todo para concentrarse.

Escucha mi llamado

Tu cuerpo yacerá bajo mi verseo

Obedece mi comando

Tu destino será mi deseo

Juntó las manos y elaboró formas precisas con sus dedos. Así, mientras unos se doblaban otros se estiraban y dibujaban en el aire. La manera en que la magia comenzó a actuar le causó un hormigueo por la piel, siempre lo hacía, pero solo duraba unos segundos. Era como un fiel recordatorio que por su cuerpo estaba dando vida a lo imposible. Raphaella admitía que podía volverse adicta a esa sensación.

El círculo brilló primero en el perímetro y poco a poco se extendió al interior. La luz creó una barrera que pronto le impidió ver el centro. Conforme los segundos corrieron, se fue desvaneciendo hasta dejar a la vista a un hombre hincado sobre una rodilla. Alzó la mirada y sus ojos le recordaron a Skårsgard, eran rasgados, aunque los del hijo en menor medida.

—Serviré a tus propósitos, ama —declaró—. Mi existencia está por completo a tu merced.

¿Ama? La voz huyó de su garganta y no pudo responder.

—¿Papá? —llamó Magnus, rompiendo el momento.

El hombre pasó de ella y buscó al emisor, su rostro se transformó de la solemnidad a la confusión en un latido.

—¿Papá? —repitió y lentamente la voz se le rompió al reconocer al hechicero—. ¿Magnus?

—¡Papá! —Skårsgard corrió a abrazarlo.

Los cuerpos se tocaron. Raphaella proveía de Od al padre de Skårsgard así que era tan sólido como un hombre vivo. Sonrió contenta, el momento la conmovió. Ojalá pudiera replicar el llamado con Teresa. Estaba tan enternecida por su encuentro que no se percató que por respeto debía dejarlos solos, y no lo hizo hasta que Magnus se aclaró la garganta. La piel del rostro le ardió.

—Yo... tengo que irme. —Levantó su mochila y ajustó innecesariamente las correas—. Incluso si estoy lejos seguiré proveyéndote de energía y sustancia, pero no puedo permitirlo. Hoy inicia la prueba, te brindaré lo suficiente para que te mantengas en este mundo unas horas. Después volverás al tuyo. —Miró a Skårsgard con una disculpa en los iris, lo sentía.

Se acercó con parsimonia al espíritu, temiendo de algún modo asustarlo tomó su mano por el antebrazo con delicadeza, ipso facto él la imitó y la trasferencia inició. Hileras de humo negro pasaron de ella a él, luego se detuvieron y se despidió agitando la mano. Bajó las escaleras con celeridad, revisó la hora en su teléfono. Aún tenía tiempo de volver a la escuela, fingir que no había salido y esperar a Iskander para regresar juntos.

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