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Capítulo III: Un regalo - primera parte





Acudió a clase como si fuera un día normal. No tenía intenciones de dotar de mayor importancia una prueba que no hacía más que denigrarla como hechicera y que había aceptado solo por la oportunidad de practicar, dudaba que fuera realmente sangrienta si no era la oficializada por los Von Lovenberg. Sin embargo, por lo que veía muchas se habían quedado en casa, supuso que con el objetivo de entrenar intensivamente para lo que acontecería esa noche, o quizá para hacer de sus rostros unos todavía más hermosos. De cualquier modo, era estúpido y fútil, sus habilidades no mejorarían en horas lo que se lograba en meses, y sus caras... Raphaella mordió su labio inferior, muchas eran preciosas desde ya. Aunque eso al final poca relevancia tuviera.

Todos conocían la historia de Irene Von Lovenberg, una hechicera poco agraciada. La mujer había sido tuerta y tenía una malformación congénita en una de las piernas que le impedía caminar con normalidad, de piel blanca cual albino, ojos demasiado juntos y nariz pronunciada. A simple vista no era una beldad, pero obtuvo un talismán omega en el Bosque Estigio y con ello consiguió al primer heredero. Lo cierto era que los genes creadores lucían tan prolijos que dudaba de que en la línea de sangre existiese algún defecto. La belleza importaba, sí, era verdad, pero nunca más que el poder.

Observó en derredor la escuela, en realidad ninguna hechicera había asistido. Arrugó el entrecejo. Eso era raro, la prueba solo sería por un heredero. Ante la falta de mujeres, fue imposible no sentirse fuera de lugar cuando los hechiceros de segundas familias la vieron con el ceño fruncido y susurraron entre ellos. Todo su ser le gritó que algo estaba mal y seguía sin percatarse de qué. Se concentró en ignorarlos mientras se revisaba discretamente la cara por si tenía algo pegado.

Esa noche la mansión de los Von Lovenberg sería en particular un hervidero de hechiceros, ya que incluso las familias de baja alcurnia asistirían. La prueba no era cualquier evento, era el principio de una nueva generación, de una nueva Señora y un nuevo Señor en y de la isla. Nadie querría perderse una demostración de poderes, ni el nacimiento de los futuros gobernantes de las sombras. Pese a que era un desfile de ganado, Raph admiraba la magia que destilaba.

—¿Qué está haciendo la petulante Marlowe en la escuela en lugar de practicar sus habilidades de evocación?

Reconoció la voz de Skårsgard antes de alzar el rostro para mirarlo, y cayó en la cuenta de que había roto la burbuja anti-sonido. No parecía mareado ni tenía cara de asco por lo que dedujo que su hechizo había sido perfecto.

—Nada que te importe —contestó.

—Todas las hechiceras están fuera hoy. —Se acomodó a un lado.

—Quizá sea que no iré.

—¿Quién se creería semejante mentira? —Esperó breves segundos y cuando retomó la palabra había incredulidad en su voz—: ¡Eres tan engreída que crees que no necesitas practicar para obtener al primer heredero!

—No es eso —respondió—. Pero no es que esté dispuesta a casarme con Søren, tampoco.

—¿Søren? Søren es el segundo en la jerarquía —aclaró, confundido.

Eso era verdad, pero era el primer heredero en contraer matrimonio.

—La prueba será solo por él —murmuró.

Magnus abrió los ojos como si a Raphaella le hubiera crecido la nariz.

—La prueba de Sangre Digna se ha avisado, Marlowe. Si todas las hechiceras han faltado hoy es porque esperan conseguir algún heredero, no solo al de la familia Hagebak.

—Mientes. Yo estuve allí cuando el tío de Søren dijo que la prueba sería solo para su sobrino.

—Marlowe, Alexander hizo un comunicado de emergencia ayer por la noche. La prueba se adelantaría debido a las familias Hagebak y Fraser, ambas desean ver a los herederos casados, y para evitar que la tradición se rompiese.

¿Cuándo había pasado aquello? Y más importante, ¿por qué nadie le había dicho?

—¿Ahora entiendes que también está en juego Dagmar Von Lovenberg?

Rio, no le interesaba esa familia. Estaba a punto de refutarle cuando en su campo de visión entró Ivar, intentó ser discreta.

—Ah... buscarás el quinto sitio.

—El cuarto —corrigió por inercia.

El hechicero rio sin mesura y ella se dio cuenta de su error. Agachó la cabeza ligeramente, avergonzada.

—Supongo que no has practicado para no tener que fingir que eres mala en tu talento.

Raph acarició la cubierta del libro sin abrir que tenía en sus manos.

—No quiero ser mediocre. Sé que puedo invocar, he entrenado suficiente para ello, y sé que entre más rápido salga del bosque y mejor sea el talismán que consiga tendré mayores oportunidades de escoger.

—Invocar no basta. Tienes que sobrevivir a ello.

—Lo sé, pero si puedo llamar a un buen cazador del pasado no habrá problema.

—¿Segura? La historia evidencia que muchos talentos raros han perecido en esa tierra.

—Totalmente. No seré yo el sacrificio.

Hubo un silencio prolongado, Raph no perdería más tiempo en la escuela, tenía que prepararse, comenzó a levantarse...

—¿Alguna vez llamaste a tu madre?

Detuvo sus movimientos y viró hacia al hechicero. Su lengua cosquilleaba con palabras agresivas. No era asunto suyo si lo hizo o no en el pasado, no tenía por qué preguntar tampoco, mas extrañamente calló el mordaz comentario y volvió a sentarse.

—Lo hice una vez —compartió sin saber muy bien la razón, quizá haber estado sin amigos tanto tiempo pasaba finalmente factura—, pero fueron apenas unos segundos, no tenía poder suficiente, ni el conocimiento.

—¿Por qué no volviste a intentar?

—No lo sé —mintió—. A lo mejor lo hago antes de ir a la prueba.

—¿La extrañas?

—Ella murió cuando yo tenía dos años. —Ignoró la pregunta y desvió el tópico.

—Ayúdame —pidió Skårsgard como si eso explicase la intimidad de sus preguntas—, hay una persona con quien me gustaría hablar.

Raphaella bufó e hizo ademán de incorporarse. Allí estaba de nuevo eso de lo que había intentado huir toda su vida. La gente la buscaba por lo que podía hacer por ellas, no porque estuviera interesada en conocerla como persona o como amiga.

—Lo siento —se apresuró el hechicero al tiempo en que la sujetaba del brazo por sobre la ropa—. No quise...

—¿Qué? ¿Molestarme? ¿Sonar aprovechado?

Nadie ni siquiera su padre le había hecho aquella solicitud, exceptuando cuando fue por los Von Lovenberg, pero ellos no contaban.

—Ofenderte... —corrigió—. Marlowe, no quiero tu poder... o sea sí, ¿quién no lo querría? Pero no es lo que intento decirte. —El hechicero cerró los ojos, soltándola, y respiró profundo antes de continuar—. Te lo pido como un favor... y prometo que te lo recompensaré. A ti. No a tu padre, ni a tus hermanos ni a cualquiera que las personas intentaron llegar alguna vez en el pasado.

—¿Por qué tendría que ayudar a alguien que no sabe decir gracias? —replicó al recordar el momento en se conocieron.

—Vale, siento no haberte dado las gracias antes.

—Sigues sin decirlas.

—Gracias, Raphaella, por haberme ayudado cuando yo podía solo. —Resopló.

Puso los ojos en blanco, aun así, terminó cediendo.

—¿De quién se trata?

—De mi padre. No lo conocí.

Raph encontró en sus palabras sus propios anhelos. Conocer a su mamá era algo que deseaba desde lo profundo de su corazón. Cuando su habilidad se reveló, creyó erróneamente que podría evocarla todas las noches, pero descubrió que las fotografías y pertenencias de su madre habían desaparecido de la casa, y sus pensamientos no eran suficientes. Tuvo la osadía de cuestionar a su padre por ello en su momento, pero la gélida mirada que obtuvo por respuesta le impidió volver a tocar el tema.

Mordió su labio, indecisa. Skårsgard y todos sabían de su pérdida, ¿quién le aseguraba que no estaba aprovechándose de su desgracia para hacer que aceptara? Intentó leer su mente para descubrir si mentía, pero se encontró con férrea seguridad. No había modo de comprobarlo.

—No puedo hacerlo aquí, la escuela está protegida y tu padre se esfumaría en menos de tres minutos. —Si el hechicero mentía, quedaría en él, Raph solo habría hecho lo correcto.

—Podemos ir a una casa abandonada —sugirió.

Lo pensó una fracción de segundo.

—Terminando las clases —concordó.

—Tiene que ser ahora, Marlowe, te marcharás después y no sabemos cuándo volveremos a tener la oportunidad. Puede que termines casada y encerrada.

—No será así.

—No lo sabes. —Skårsgard la tomó de la mano sin ninguna protección por parte de la ropa, permitiéndole a Raphaella sentir la tristeza y esperanza bajo su piel—. Por un día que te saltes las clases no pasará nada, ellos creerán que te has ido a practicar.

Se alejó de su agarre. El flujo de emociones era en doble sentido. Asintió. Tenía razón, su ausencia por ese día no estaría mal vista y no sería reportada a su padre.

—Iré por mis cosas, te veo en la puerta.

—¿Nunca te has saltado las clases? —En la voz del hechicero había una nota burlona.

«¿Dónde ha quedado el chico vulnerable?»

—No.

—Si vas a romper huevos, tienes que esconder los cascarones —respondió.

Frunció el ceño. Iba a invocar, no a cocinar, e incluso así por qué debería esconderlos, era ridículo. El hechicero negó con suavidad, como rindiéndose ante un enigma imposible.

—Te veo detrás del laboratorio de química cuando termine el descanso —indicó Skårsgard antes de levantarse.

Raphaella lo imitó y caminó hacía su salón, recogió sus cosas y las guardó. Nadie se atrevió a cuestionarla, de hecho, unos pocos se atrevieron a desearle suerte. Les agradeció.

Llegó al lugar acordado unos minutos antes de que el descanso finalizara, así que se acomodó sobre una improvisada banca dispuesta a esperar. Sacó el móvil de la mochila y jugueteó con él. Ese celular era casi un estorbo, no tenía números guardados más allá de los de sus hermanos y la casa, números que no usaba tampoco porque su padre se comunicaba a través de la magia, y ella nunca llamaba a nadie.

—Hola.

Aun sin verlo, supo quién era. Imposible confundirlo. Se trataba de una voz cálida, una que por desgracia y fortuna conocía.

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