Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo II: Tan real como los latidos de un corazón vivo - primera parte




Los recesos eran entretenidos, podía observar a la gente e inventarse historias para sus acciones. Como el par de hombres sentados cerca de la fuente que, a juzgar por la cercanía y la forma en que sus rodillas se rozaban discretamente, eran amantes. En su imaginación, ambos eran de familias hija y uno de ellos el heredero mientras el otro un rezagado como Raph. En tal caso no podrían estar juntos porque el primero tendría que por ley procrear, casarse. Entonces quizá pudiese tomar al olvidado como amante, pero a ese olvidado lo que le faltara en habilidad mágica lo tuviera en el orgullo, y prefiriese abandonar a su novio en lugar de ser el segundo. Una perfecta tragedia romántica.

Se preguntó cuántas historias serían así, tanto para hijos padre como para hijos de segundas familias, descubrió en sus cavilaciones que la verdadera pregunta era cuántas vidas no serían así, y si en algún punto habría matrimonios que iniciasen bien y terminasen igual.

Dos amigas reían con fuerza, Raphaella se las imaginó burlándose del hechicero que se habría comido por accidente una manzana podrida en la clase de ilusiones. Qué asco. Mordió su labio inferior, podía distraerse mirando a la gente, era verdad; sin embargo, el verdadero motivo por el que escaneaba el alrededor era otro un poco más vergonzoso y, a pesar de que su mente le decía que no lo buscara, sus traicioneros ojos oteaban para hallar la mata de cabello rojo que le gustaba tanto. Lo hizo, lo encontró y cuando sus ojos dorados dieron con los de Raph, su corazón se aceleró. No perdió tiempo. Se levantó nerviosa y echó a andar sin fijarse por dónde iba. Al final, terminó detrás de unos salones.

Tronó los dedos con nerviosismo y se burló de sí misma. Había prometido que la próxima vez sería menos obvia, si ya se había resignado a que siempre hubiere una próxima ocasión lo mejor que podía hacer era dominar sus emociones y ser más natural.

De pronto, un par de voces llamaron su atención.

—Skarsgård, ¿eh?

—Si se sienten tan inseguros de mi apellido, por qué no van a estudiar un poco más en lugar de molestarme.

Al escuchar las voces apagadas, Raph supo que alguien había lanzado un hechizo para crear una burbuja anti-sonido, similar a las que ella hacía. Por lo visto no se les daba bien si ella podía percibir con tanta claridad su conversación. Siguió el murmullo y se encontró a dos hechiceros molestando a un tercero. No reconoció a ninguno y dedujo que todos serían hijos de familias hija.

Estuvo a punto de marcharse, no se metía en asuntos ajenos, menos cuando los involucrados no pertenecían a las familias padre; no obstante, las voces la mantuvieron en su sitio. Hubo algo en la escena que le resultó familiar.

—Vuelve a hacerme quedar como un idiota y te juro que lo pagarás —amenazó uno de ellos.

El chico que estaba en desventaja numérica yacía en el suelo con la ropa sucia, como la de quien ha sido arrastrado de un lado a otro, tenía el labio inferior roto y una rojez en la mejilla izquierda que anunciaba un moretón. Era innegable que ya se habían desquitado un poco.

—Tú solo puedes hacer eso —se burló al que llamaron Skarsgård.

Sus palabras fueron la sentencia. Los dos matones empezaron a conjurar, balbuciendo palabras y moviendo los dedos. Al principio cuando recién aprendían a hechizar debían susurrar las palabras para lograr los conjuros, era más fácil de recordar los patrones de esa manera. Ella de vez en cuando también lo hacía.

Raph se preguntó si le sería tan difícil al tercer hechicero mantener la boca cerrada en ese momento. Dada su desventaja era lo razonable. No sería un cobarde, sería inteligente. La bravuconería no siempre era la respuesta a los problemas. Cuando reparó en la clase de hechizo que los fanfarrones entretejían, supo que tenía que intervenir; de lo contrario, Skarsgård estaría en cama dos semanas.

Desde el anonimato, dibujó patrones en el aire, uniendo puntas y colocándolos en extrañas posiciones para lograr entrar a la burbuja. Pese a que no estaba bien hecha, no descartó la posibilidad de ser aturdida con fuertes náuseas si intentaba abrirse paso por la fuerza física.

—¿Debería advertirles que he creado un espejo? —preguntó, cruzando los brazos.

Los chicos atrapados en un acto prohibido retrocedieron unos pasos y dejaron de conjurar. Uno de ellos la vio con profunda irritación, mientras otro esperaba su reacción para imitarlo.

—Será mejor que se vayan —recomendó con una sonrisa amenazadora a la par que avanzaba hacia Skarsgård para ayudarlo a levantarse—. Y dejen de ser tan cobardes, qué vergüenza sentirse valiente por la compañía.

Los chicos la miraron por encima del hombro antes de reconocerla y obedecer, aunque uno de ellos tuvo la osadía de escupir el suelo antes de marcharse.

Raphaella podía estar coaccionada en su casa, atendía las órdenes de su padre por el castigo que acarrearía no hacerlo; no obstante, era consciente de que no podía permitir que lo mismo sucediera en el exterior porque eso la condenaría a vivir con la cabeza abajo, y era exactamente lo último en su lista de cosas por hacer. Afuera, por muy cobarde que fuese, su apellido hacía de ella alguien a quien temer sin importar si carecía de carácter. Al final era lo único bueno que Sebastián Marlowe le había dado.

—¿Quién eres? —cuestionó Skarsgård mientras sacudía sus pantalones.

Prestó más atención al hechicero en ese momento. Su cabello corto era oscuro como el de ella, de ojos cafés y pestañas cortas y abundantes, tenía labios delgados y la boca pequeña. A pesar de su gran altura, al menos uno setenta y cinco, había sido arrastrado de un lado a otro, se preguntó si no quiso pelear o si en realidad no pudo hacerlo.

Frunció el ceño, era raro que alguien preguntara su nombre, todos la ubicaban.

—Raphaella.

—¿Raphaella?

—Sí, Raphaella —repitió sin dar crédito a su fingida ignorancia.

—Ya, ya. La chica de la que todos huyen, esa tan especial que basta decir su nombre para que las puertas se le abran. —La voz del hechicero estaba impregnada de repugnancia.

Parpadeó perpleja, qué había hecho como para ganarse su desprecio en poco menos de dos minutos. ¿Acaso se ufanó en algún punto de esos ciento veinte segundos de ser una Marlowe? Las hechiceras de ayer habían insinuado algo similar... Por lo que advertía, la mitad de las personas querían aprovecharse de ella, mientras la otra mitad la odiaba por ser quien era.

Las palabras de Skarsgård más allá de ser arrojadas con asco y buscar herirla, la hicieron preguntarse si valerse del apellido estaba mal. Raphaella nunca lo había visto así, porque a ella no se le abrían las puertas que deseara y la única que tenía asegurada era la de la Prueba de Sangre Digna. Para lo que le servía ser el trofeo que potenciaría la sangre de otra familia.

No, no estaba mal usar su apellido según le conviniera. Los méritos eran solo suyos, la habilidad no se la dio el apellido, era ella, era su sangre.

«¿No es el apellido el nombre de la sangre, acaso?»

¡Pero se había esforzado por mejorar! ¡La magia de los Marlowe no era la nigromancia sino la piroquinesis azul! No había relación. Además, qué había de malo en emplear lo que tuviera a su alrededor para conseguir sus objetivos. Todo el mundo lo hacía. El rico compraba lo que quisiera, el manipulador manipulaba para llegar a donde se lo propusiera... En comparación, ella solo usaba su nombre, la fuerza que corría por sus venas era una por la que había trabajado.

Confundida por su comportamiento, decidió obviar sus palabras. No era el momento ni el lugar para tener un debate existencialista consigo misma.

—Tal vez haya más Raphaella's.

—Lo que digas. No vuelvas a intervenir en mis asuntos. —Dio media vuelta y se alejó.

Quedó atónita. En su corta vida jamás había recibido como despedida o agradecimiento la espalda de nadie. Eso de algún modo logró enfurecerla. ¿Quién se creía si tan solo era un hijo inferior? La sociedad mágica sabía de las jerarquías, debía conocer el protocolo frente a los superiores. No existía alma que lo ignorara. Él no tenía ningún derecho a tratarla como si no fuera más que una humana.

—No deberías darle la espalda a ninguno de sangre noble. —Movió los dedos para conjurar, cuando terminó, el hechicero colisionó contra una pared invisible.

Esa barrera era apenas lo bastante fuerte para resistir dos intentos de ser atravesada, pero él no lo sabía y tampoco se lo iba a contar. Le debía una disculpa sucedida por una palabra de gratitud.

El hechicero rio con fuerza.

—¿Sangre noble? —preguntó burlón.

—Skarsgård —dijo el apellido como si fuera indigno de sus labios—, no es correcto de tu parte darme la espalda, ¿es que tus padres no te enseñaron modales?

—Supe desde el principio que no eras cualquiera —admitió aún con una sonrisa ladina en los labios—. ¿Tan malo es ser Marlowe que buscas ocultarlo para poder conversar con un chico?

—¿Ah? —Había veneno impregnado en su réplica, no iba a consentir le hablara de forma tan irrespetuosa—. No he ocultado mi apellido, Skarsgård. Tú no lo has preguntado.

Antes de que el chico pudiera responder, el recesó concluía. La nigromante dio media vuelta y se fue por otro camino, pagándole con la misma moneda.

—¡Mi nombre es Magnus! —gritó—. ¡No Skarsgård, fenómeno!

Raphaella hizo caso omiso de su vulgar provocación y no volteó a encararlo. Siguió avanzando. Otra lección aprendida: no intervenir en ninguna riña si no deseaba un bofetón de guante blanco, aunque fuese lo correcto. Refunfuñó aún incrédula. ¡Solo había ayudado! No tenía por qué haber sido un completo cretino, quién se creía si no era más que otro hechicero de octava.

Pero algo en su corazón no la dejaba en paz y, en honor a la verdad, debía admitir que más que molestarle el comportamiento de Skarsgård lo que la incordiaba era la semilla que había sembrado en su cabeza. La idea estaba plantada y ahora invadía todas sus cavilaciones, ensuciando cada recuerdo, cada logro.

No podía discernir si valerse del apellido estaba mal. En cualquier caso y por más que se justificaba en que no lo hacía de forma irresponsable, admitía que despertaba actitudes serviciales muchas veces. Sin embargo, no todo era perfecto como él creía. Su apellido y talento la habían alejado de los niños cuando quiso jugar, sumiéndola absoluta soledad.

Raphaella desde muy niña acunó su situación como un obsequio. Luego de varias lecciones de vida se hizo de un escudo para evitar ser usada. El estigma se convirtió en su fortaleza y soportó calificativos como petulante, engreída y otros menos amables que esos para no pasar vergüenza o dolor. Era mejor pretender ser altanera que sentirse como un objeto.

Pese a todas sus justificaciones y desvíos, sabía que el meollo del asunto tenía como centro a su padre. Eso la conducía a la terrible solución de que lo que era, todo lo que había logrado y conseguido, había sido gracias a Sebastián Marlowe, nada le pertenecía y eso no dejaba de quemar por dentro.

Para cuando dio la hora de salida, no había llegado a un acuerdo consigo misma.

—Estúpido Skarsgård —murmuró mientras esperaba a que su hermano apareciera. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro