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Capítulo 18



25 de noviembre. Ese día a las 11:42 hace diecisiete años había venido a este mundo.

Había pocos días al año que lograban hacerme levantar, sin la necesidad de alarmas, llena de todo tipo de emociones positivas; navidad, último día de clases, Halloween y mi cumpleaños. Nunca tuve un mal cumpleaños, todos los que recordaba habían sido grandiosos, y los que no, las polaroids que mi mamá guardaba reflejaban los buenos momentos que había tenido. Por lo que tenía planeado hacer del cumpleaños número diecisiete otro buen día.

Hacía bastante frío al igual que el Londres, y lo que mis opciones de vestimenta eran muy escasas. Mi guardarropa se limitaba a sudaderas, blusas de manga larga, leggins usualmente negros y jeans. Pero a pesar de mi pésimo gusto por la moda, no me impidió en escoger algo que expresara la felicidad que sentía.

Una sudadera en un tono amarillo pastel con una margarita enorme bordada en el centro fue lo elegido para sustituir a los tonos usualmente oscuros que solía utilizar durante el invierno, y en el otoño en algunas ocasiones. Y por supuesto, los 52° Fahrenheit que estaban presente este día me prohibieron utilizar mezclilla; los leggins eran la única opción disponible para combinar con la sudadera.

Apenas había puesto un pie en el comedor mi vista fue cegada por confeti de diversos colores que mis padres habían tirado en mi cara para después ser cautivada por un cupcake de chocolate con una velita, la cual soplé al pedir mi deseo.

—¿Qué deseo pediste? —se apresuró a preguntar mi mamá apenas la llama de la vela fue extinguida.

—No lo diré —sentencié—, quiero que se cumpla.

No resistí mucho tiempo antes de darle el primer mordisco a mi tradicional postre mañanero que se me permitía comer tan solo una vez al año a plena mañana.

—¡Al menos da una pista! —insistió papá.

Era consciente de que ambos ansiaban que dijera que había deseado una computadora nueva, puesto que ya la habían comprado y ocultado de mi en el ático. Obviamente sin tener éxito, pues la había encontrado a los pocos días. No planeaba quitarles la alegría del rostro al sorprenderme con ella, pero tampoco decirles que eso había sido mi deseo.

—Les daré una pista —cedí al ver la ansiedad ocultada tras una sonrisa por ambos—. Cada año pido el mismo deseo.

Sonreí al apreciar el desconcerto en sus rostros.

—¿Nunca se te cumple? —preguntó mamá con voz afligida.

—¡Al contrario! Siempre se cumple, por eso lo pido cada año.

Ambos intercambiaron miradas.

No planeaba que lo entendieran, tampoco pensaba aclararlo. Si bien no tendía a ser supersticiosa, si había una mínima posibilidad de la existencia del deseo de cumpleaños, no me arriesgaría a perderlo, pues era lo único que hacía de este día cada año algo que recordara con alegría.

—Pero... ¿No hay algo que quisieras?

Acordé conmigo misma darle un poco de felicidad a ambos, y decirles lo que ansiaban escuchar de mí.

—Una computadora —sonreí—, pero entiendo que no esté en nuestras posibilidades en este momento.

Me di la media vuelta para darles un pequeño espacio de reaccionar de manera positiva entre ambos sin que se dieran cuenta que sabía del regalo que recibiría este año.

Terminé de comer el cupcake y me senté a desayunar con ambos. El último año de preparatoria parecía consumir todo mi tiempo, resultando que el desayunar en la mesa fuera cada vez más raro, aun así, no pesaba en dejarlo pasar sin importar que llegara sin tiempo de sobra.

—¿Dillon vendrá por ti? —hizo una pausa mi mamá a medio bocado que había ingresado en su boca.

—No —respondí desanimándola al instante—, papá me tendrá que llevar esta vez. Creo que algo pasó con la llanta de su auto.

Mi papá volteó hacia el reloj en la pared de la cocina, levantándose al instante y terminando de beber su jugo tan rápido como un deportista después de una carrera olímpica.

—En ese caso hay que irnos, necesito estar a las ocho y media en la oficina —avisó dándome unos golpecitos en el hombro.

Tomé una de las panquecas que quedaban en mi plato y antes de tomar mi mochila la enrollé cual taco para después sumergirla en Nutella.

Me despedí de mi mamá con un rápido beso en la mejilla y mi papá y yo corrimos al auto al sentir la presión del tiempo.

Todo parecía ser normal ante mis ojos al momento de pisar la escuela. Me esforzaba de encontrar felicidad por todas partes para aumentar mi estado de ánimo, el cual estaba por las nubes, pero por desfortuna el cansancio en los rostros de algunas personas, los murmullos quejumbrosos por la acumulación de tareas al igual que el estrés que se percibía en el ambiente seguían presentes. A pesar de eso, pretendía ignorar todo y concentrarme en hacer cumplir mi deseo de esta mañana.

Dejé todas mis pertenencias en mi casillero a excepción de mi bolígrafo y mi cuaderno de matemáticas, puesto que lo utilizaría por las primeras dos horas. Al cerrar mi casillero, un pequeño ramo de varios tipos de flores lilas acaparó mi campo de visión, estando detrás de ellas Dillon.

—¿De nuevo quemaremos más flores? —me lamenté tomando el ramo.

Sentí lastima por ellas.

No recordaba ningún tipo de las flores en el ramo en ninguno de los libros que Gwenhwyar me había dado a estudiar cuando recién había comenzado mi entrenamiento. A comparación de las otras amarillas que habíamos utilizado para obtener las cenizas que protegían nuestras casas, estás eran muy bellas.

—No, estas son para ti. Feliz cumpleaños.

Lo abracé sin darle un anuncio previo como agradecimiento por mi primer regalo del día.

A los pocos segundos, sentí en peso de otra persona sumarse a nosotros. Traté de mover mi cabeza hacia un costado para descubrir al responsable de la falta de circulación de oxígeno en mis pulmones, logrando ver la distinguida mochila negra con parches bordados de destinos personajes de anime que resaltaba entre la multitud.

—Darren, quítate. Necesito respirar —le imploré.

—¡Por favor! —exigió Dillon—. Odio las demostraciones afectivas que invaden mi espacio personal —justificó.

Inhalé todo el aire que mis pulmones me permitieron al instante en que Darren se alejó de nosotros y me recargué en mi casillero.

—¡Feliz cumpleaños! —gritó Darren extendiendo sus brazos en busca de otro abrazo.

Tuve la intención de darle un breve abrazo al igual que a Dillon, pero nuevamente fui sofocada a tal punto de no poder decir palabra alguna.

—Gracias —le dije a ambos una vez Darren me había dejado en libertad—. ¿Cómo supieron que era mi cumpleaños?

Darren desvió sus ojos hacia Dillon, quién sonrió tímidamente.

—Ya sabes... lo usual —respondió Dillon.

—¿Investigaste sobre mi cuando nos hicimos amigos y lo anotaste en tu calendario para que no se te olvidara?

Su sonrisa fue disminuyendo conforme las palabras salían de mi boca.

—Dije lo usual. No lo que haría un acosador —insinuó.

—No es raro, es lo que todos hacen ¿Verdad? —busqué respaldarme en la respuesta de Darren—. Es completamente normal —sentencié al momento en el que Darren se exentó de nuestro debate al bajar su mirada.

Facebook me lo recordó —aclaró Dillon—. Por eso mentí sobre mi auto, para poder comprar las flores.

Apreciaba el detalle de que no había utilizado sus poderes para encontrar la manera de presentarse con un regalo. A pesar de ser tan solo unas simples flores eran especiales por el hecho de que se había tomado el tiempo de ir a comprarlas y no de hacerlas crecer de último momento.

—Gracias.

La campana sonó y poco a poco los pasillos se fueron despejando. Antes de ir a mi clase me despedí de ambos.

Lo primero que hizo el profesor al entrar al aula fue repartir los exámenes que habíamos presentado hace dos semanas. Los rostros de mis compañeros demostraban la inconformidad al recibir las hojas del examen. Si bien me sentí nerviosa al realizar el examen, confiaba en el deseo que había pedido al soplar la vela, razón por la cual no me intranquilizaba recibir mi nota.

Al momento en el que el profesor colocó mi examen sobre mi escritorio sonreí ampliamente, satisfecha con el noventa que había obtenido.

No pude evitar dejar de sonreír durante toda la mañana, cosa que intranquilizó a Darren y Dillon cuando tuvimos geografía. En el pequeño descanso para el almuerzo, Darren compró una barra de granola en la máquina expendedora como obsequio, y a pesar de que eran las que siempre se quedaban por su aborrecedor sabor, la acepté con gusto.

—¿Que harás después de clases? —preguntó Darren con cierta curiosidad en su tono.

—Dillon y yo tenemos clases con Gwenhwyar.

Mordí la esquina de la barra regresándola al envoltorio casi al instante, y sin importarme el que Darren estuviese viéndome, la tiré al contenedor más cercano.

—Lo siento, solo quedaban barras de granola —se excusó.

—Mis padres siempre hacen una pequeña cena para celebrar mi cumpleaños. Siempre invitaba a Poppy y Olivia, pero supongo que ustedes pueden reemplazarlas este año.

El nivel de emoción en Darren se hizo notar a través de los pequeños saltos que había dado, y el descontento de Dillon por su expresión facial.

—Gracias por invitarnos a ser el reemplazo de tus amigas —pronunció Dillon con sarcasmo.

—No te quejes, es comida gratis —trató de reconfortarlo Darren—. Supongo que los veré a las siete.

—¿Pasamos por ti? —le preguntó Dillon.

—No, ayer en la tarde me entregaron mi Pick-Up —chilló—, y quedó como nuevo —nos aseguró.

Comprendí el porqué de su apego emocional a ese vehículo, y sabía lo triste que se pondría cuando se le agotara el tiempo con el, pero lo único que podía hacer era sentirme feliz de que nuevamente recibiera su carcanchita.

—Bien, entonces te veremos en mi casa.

Mi última clase había sido una de las más fáciles: Ciencias sociales. Y como si la suerte hubiese decidido ponerse de mi lado, mi profesora estuvo distraída con los mensajes continuos felicitándola por su compromiso, del cual nos los hizo saber al entrar al salón presumiendo su enorme anillo.

Con el propósito de perder clase, las preguntas de mis compañeros hacerca de su próxima boda fueron dichas de manera continua, haciéndola olvidar que su obligación era impartir un tema. Afortunadamente, la descripción de su vestido de ensueño fue lo suficientemente extensa para perder los últimos veinte minutos.

Al darse cuenta de que la clase había terminado, se despidió de nosotros y sin importarle no habernos dejado tarea, se retiró del salón.

Antes de ir hacia el estacionamiento para esperar a Dillon, saqué mis cosas del casillero para guardarlas en mi mochila y una vez lo hice, salí a esperarlo.

—¿Lista? —preguntó Dillon, tomándome por sorpresa.

—Supongo.

Habían pasado casi dos semanas desde que Dillon y yo habíamos intentado encontrar lo que Gwenhwyar buscaba en aquel bosque sin tener éxito alguno. En las clases que habíamos tenido con ella en ese tiempo ninguno de los dos mencionó cosa alguna sobre aquel pequeño viaje en dónde, por primera vez, logré despegar mis alas. Cada vez que formulaba mis propias teorías comenzaba a dudar sobre la confiablidad de Gwenhwyar, pero cada vez que la veía se me hacía imposible creer que nos ocultaría algo que nos pondría en peligro.

—¿En qué piensas? —indagó Dillon ante el primer semáforo en rojo.

—Hemos fingido que todo está bien con Gwenhwyar desde que fuimos a aquel bosque, y ella ha fingido que nada sucede.

No necesitaba preguntarle sobre si deberíamos depositar nuestra completa confianza en ella; Dillon ya sabía lo que pasaba por mi mente.

—Ela, la conozco desde hace años. Tal vez solo quiere protegernos —respondió de una indirecta manera.

—¿Tal vez? —le cuestioné—. ¿Eso quiere decir que crees que hay una parte de ti que no confía plenamente en ella?

Dillon permaneció en silencio. y volvió a avanzar apenas el semáforo cambió a verde.

—No lo sé —confesó ante un tiempo sin contestar a mi pregunta—. Pero no quiero preguntarle algo hasta que sepamos que hay en ese bosque y por qué los Goblins están ahí ¿Podrías aguantar un poco más en guardar el secreto?

¿Podría seguir aparentando mi ignorancia ante la misteriosa situación del bosque? No lo sabía. Mi boca y mi cerebro se desconectaban cuando algo realmente me molestaba, y por ello llegué a soltar imprudencias y acusaciones.

Aún asi debía intentarlo.

—Eso creo.

A pesar de quedar insatisfecho con mi respuesta, no me exigió una promesa de mi parte.

Como siempre, Dillon parqueó su auto unas cuadras antes de adentrarnos al camino que guiaba hacia la casa aislada de Gwenhwyar. Y antes de proceder a tocar la puerta, sus ojos me imploraron una confirmación de mi silencio, a la cual accedí.

—¡Qué bueno que llegan! Necesito su ayuda —fue lo primero que salió de Gwenhwyar tras abrirnos al llamar a su puerta.

Sin darnos tiempo de preguntarle el porqué de su desesperación, ella se encargó de forzarnos a entrar.

Al poner un pie dentro de su sala de estar ambos comprendimos la razón de su impaciencia.

Había agua esparcida por todo el piso, lo que hacía un poco más lento movernos ante la precaución de un resbalón.

—¿Qué es esto? —le preguntó Dillon.

—Se reventó una tubería en el baño —contestó—. Por suerte logré sellarla hasta que el plomero venga mañana. Pero necesito que me ayuden a limpiar esto.

Gwenhwyar nos entregó a ambos dos mapeadores, los cuales nos rehusamos a utilizar.

Retiré mi brazalete dejándolo sobre la mesa del centro y comencé a juntar el agua del piso encapsulándola en una esfera. Al ver la funcionalidad positiva de mi método, Dillon copió mis movimientos. Y en tan solo algunos minutos, logramos juntar toda el agua, la cual desechamos en el jardín.

—Creo que ser un hada no es tan malo después de todo —dije al ver el piso completamente seco.

—Gracias —se acercó Gwenhwyar a nosotros—. Supongo que podrán comenzar sus duelos más rápido.

Dillon me dedicó una sonrisa tras las palabras de Gwenhwyar, presumiendo el recordatorio de su victoria en la última pelea que tuvimos.

—Borra esa sonrisa, te gané las primeras dos veces y no dejaré que ganes en el día de mi cumpleaños —le aseguré.

—¿Hoy es tu cumpleaños?

—Si —le respondí a Gwenhwyar.

—Oh. En ese caso creo que tengo un regalo para ti.

La miré con cierta curiosidad a la vez que desaparecía de nuestra vista adentrándose al pasillo lateral. La escuché abrir una puerta y cerrarla casi al minuto. Cuando se devolvió a nosotros, me entregó una pequeña caja hecha de mármol puro con una apariencia rustica. En su interior permanecía un delicado anillo, aparentemente de oro, con una pequeña esfera cristalina sujetada por hojas de oro que se incorporaban al anillo.

Insistí en devolvérsela, pero se rehusó. Había declarado que era mía.

—Luce antiguo —dije sin dejar de admirarlo.

Tanto la caja como el trabajo del metal aparentaban tener al menos un par de siglos. No era prolijo, pero igual era hermoso.

—Le perteneció a mi hermana —confesó aclarando la antigüedad exacta del anillo—. Se decía que la perla de cristal protegía a las hadas de la mala suerte de las pixies. Me entregó el anillo cuando escapé con su hijo al mundo de los humanos.

—¿Perla de cristal? —repetí con curiosidad.

La piedra no parecía ser un cuarzo, ni un diamante. Estaba perfectamente lisa y era transparente cual vidrio.

—Si, solo se conseguían con los leprechauns, y hacer que uno te diera una de sus perlas era prácticamente imposibles. Las perlas de cristal eran un lujo entra las hadas.

Mi atención se quedó atrapada en la rara palabra que había pronunciado al inicio. Desconocía si era algún ser vivo o un lugar, pero a excepción de mí, Dillon parecía no sorprendido ante lo que había mencionado Gwenhwyar.

—¿Que son los lepre... esas cosas? —pregunté.

Leprechauns —repitió Dillon—. Son los duendecitos que salen en la caja de Lucky Charms.

Gwenhwyar volteó a verlo para reprenderlo con su mirada, como si hubiese sido una ofensa lo que Dillon había respondido.

—¡No son duendes! —se apresuró a contradecirle a Dillon—. Son hadas solitarias que se encargan de darle lecciones a los niños con problemas de comportamiento mediante bromas— aclaró.

—Pero si son los que salen en la caja de cereal —agregó Dillon a pesar del descontento de Gwenhwyar.

—¿Por qué mejor no se van a practicar en vez de seguir discutiendo el por qué la mercadotecnia ha insultado a los de mi mundo? Será de mejor provecho para ustedes... y para mí —agregó a modo de confesión.

No protestamos ante su indicación y ambos salimos al jardín.

El tratar de vencer a Dillon en cada duelo era más divertido que leer sobre plantas e historia a pesar de terminar sin energía y de cierto modo adolorida por los golpes que recibía cuando caía. Aunque no ganaba cada vez, Dillon no salía libre de moretones por las caídas que le causaba; en ocasiones era gratificante descargarme de ese modo, y otras veces me sentía un poco mal de verlo exhausto.

En esta ocasión había sido yo la que di el primer paso, haciendo que la acumulación de aire que había formado y guiado hacia él de manera brusca lo llevase hasta la barda impactándolo fuertemente y haciendo que cayera al piso, en dónde permaneció por más de algunos segundos.

Sin decir nada, se reincorporó y trató de sorprenderme con un truco de agua del cual tomé control y lo desvíe de nuevo hacia él, haciendo que quedara inmóvil al congelarla.

—¿Como es que aprendes tan rápido? —cuestionó a la vez que trataba de obtener el aire faltante.

—Es mi cumpleaños y haré que mi deseo se cumpla —respondí mostrando una genuina sonrisa que proyectara la emoción que sentía.

—¿Y qué deseaste? ¿Que terminara en el hospital?

Descongelé el agua que lo cubría impidiéndole moverse dejándolo en libertad.

—No, pero si interviene con lo que pedí entonces tendré que enviarte al hospital.

Dillon trató de atraparme en un perímetro alto en llamas que me impedía ver más allá. Al lograr extinguir el fuego que me rodeaba, sentí como mis piernas quedaban inmóviles, y como poco a poco todo mi cuerpo se inmovilizaba debido a la piedra que me sepultaba.

Después de unos segundos, tan solo mi cuello y mi cabeza estaban libres. Mis manos estaban inmóviles, por lo que usar mi magia era imposible.

—Creo que gané —proclamó Dillon—. Otra vez.

No pensaba dejarlo ganar una cuarta vez de forma seguida y que presumiera esa sonrisa victoriosa hasta el sábado.

Liberé mis alas rompiendo al instante la prisión improvisada de piedra a la que Dillon me había atado, y antes de permitirle reaccionar, lo envié al piso con una ráfaga de aire la cual intensifiqué a tal punto de hundirlo bajo tierra cual muerto.

—¿Seguro? —cuestioné su victoria.

Me adelanté antes de permitirle mencionar palabra alguna y lo cubrí de enredaderas obligándolo a quedarse en el hoyo que había formado.

—¡Tú ganas! —gritó sin abrir los ojos.

Al escuchar lo que deseé oír desde que habíamos comenzado le ayudé a Dillon a salir de ahí. y con su ayuda, intentamos dejar el pasto como si nada hubiese pasado.

—Espero que mi mamá haga pastel de chocolate, creo que necesitaré dos rebanadas —dije a la vez que me sentaba bajo uno de los árboles.

—Ela... tu sudadera —advirtió Dillon.

No pregunté qué sucedía con mi sudadera, sabía que se había rasgado.

—¿Tienes algo que prevenga a Gwenhwyar de saber que a prendí a usarlas?

Ocultar mis alas era otro de los secretos que ocultábamos para todos a excepción de Darren, pues si Gwenhwyar se daba en cuenta nos cuestionaría a ambos como es que había logrado controlarlas.

—Chamarra de deportes —respondió con una mueca ladeada.

—Tráela —acepté con resignación.

Lo esperé en el mismo lugar sin moverme. Y tan pronto apareció con la prenda, cubrí mi sudadera con ella.

Ambos decidimos inventar una excusa para irnos en ese momento de su casa, y la comida por mi cumpleaños fue lo más razonable en lo que pudimos pensar. Al obtener su permiso ambos nos retiramos.

—¿Se cumplió tu deseo? —preguntó Dillon a la mitad del camino.

—Se está cumpliendo.

No desapartó la mirada de la calle, pero aun así podía verse su confusión ante mi respuesta.

—¿Qué es lo que pediste?

Me quedé en silencio por unos segundos.

—Te lo diré mañana, no me arriesgaré a perder mi deseo.

Dillon de limitó a sonreír.

Aún era temprano, dudaba que mi mamá estuviese en casa a pesar de haber prometido que cerraría temprano para dedicarse a mi cena de cumpleaños. Por ello pensaba en malgastar mi tiempo en videojuegos, no sin antes exigir una videollamada con mis amigas quienes tan solo me mandaron un mensaje apenas abrí los ojos esta mañana.

Lo primero que hice al llegar a mi casa fue dejarme caer en el sofá, aventando mi mochila al piso sin importarme el contenido dentro de ella. Había creído verdaderamente que mi mamá permanecía en la panadería, pero me di cuenta de que no era así al escuchar sus protestas sobre poner mis pies arriba del sofá y el cómo no debería de recostarme sobre ellos.

Por fortuna, su actitud cambio de manera drástica al notar la presencia de Dillon.

—¡Dillon! ¡Un gusto verte! ¿Te quedarás a cenar por el cumpleaños de Ela? —cambió de tema, olvidándose de su discusión conmigo.

—Si ustedes me lo permi...

—¡Claro que sí! —se adelantó a responderle sin dejarlo terminar.

Me levanté del sofá y caminé hasta la cocina arrastrando mis pies. Me serví un poco de jugo y regresé a la sala, en dónde mi mamá seguía charlando con él.

Era sorprenderte como Dillon podía escucharla sin demostrar la necesidad de alejarse, ni siquiera yo o mi papá teníamos una resistencia tan alta como la de él. Aún así, sentía que era mi deber como amiga intervenir, terminando con el sufrimiento que ocultaba.

—Mamá —le llamé obteniendo que desviara su atención hacia mí— ¿No deberías de meter el pollo al horno?

—¡Cierto! —mamá se dio la media vuelta dudando en ir a la cocina, pero finalmente volvió a contentarse en mi— ¿Que llevas puesto? —preguntó al notar la chamarra negra que portaba encima de mi sudadera

—Hacía frio y Dillon me prestó una sudadera que tenía en su auto —mentí.

Mi mamá asintió, y se adentró a la cocina sin hacer más preguntas.

Desde la sala le anuncié que subiría a cambiarme, y sin recibir alguna respuesta de su parte, subí a mi cuarto.

La puerta permanecía entreabierta, y las familiares voces de mi Adeline y la hermana de mi mamá se escuchaban vagamente desde afuera. Ansiaba por abrir la puerta por completo he interrumpirlas para después echarlas de mi cuarto, pero las palabras divorcio y dinero del seguro pronunciadas por mi tía fueron suficientes para hacerme escuchar detrás de la puerta.

—¿Entonces cuando regresaremos? ¡Tengo casi un mes que no subo nada a Instagram ni a Tik Tok! ¡Mis amigos piensan que he muerto! ¡Hasta peor! —gritó mi prima—. Creen que nos hemos escondido porque estamos en bancarrota.

Me contuve reír al instante de escuchar las prioridades de mi prima.

—Lo estamos —afirmó mi tía con su frío tono que deja callado a cualquiera—. Su corazón está fallando y no encuentran a un donador. Deja que reciba la llamada y tan pronto pueda cobrar el dinero nos vamos de aquí —le aseguró—. Pero si logran encontrarme tendré que firmar el divorcio y nos quedaremos sin nada ¿A caso quieres que las propiedades y la fortuna se vayan a organizaciones benéficas?

Era sorprendente el ver como mi tía armaba sus planes, también lo era el hecho de que ambas estaban en bancarrota siendo que mi tía había pasado de dos divorcios previos en donde había obtenido más que lo suficiente para no trabajar por el resto de su vida, pero era más grandioso aún el que yo obtuviera, la información sobre la situación por la cual pasaban.

—No —gimoteó Adeline.

Mi peso me traicionó al querer acercar más mi oído al espacio entreabierto, haciendo que abriera la puerta y expusiera mi presencia hacia ellas.

—¡Ela! ¿A caso no tenías... tu clase de plantas? —indagó mi tía ocultando su nerviosismo.

—Sali temprano —me limité a responder— ¿A caso usted no tenía millones en su cuenta de banco? ¿Como fue que agotó tan rápido el dinero?

Sus gestos de sorpresa pura eran aún mejor que el pastel de chocolate que mi mamá preparaba. Por fin había obtenido algo para sobreponerme a ellas, y lo mejor de todo era que ellas lo sabían.

—¿Cuánto quieres? —se apresuró a preguntar mi tía si dejarse doblegar ante su nerviosismo.

Miré hacia Adeline y sonreí.

—Ninguna cantidad en específico —afirmé—. Pero sería asombroso poder apreciar la amabilidad de Adeline conmigo.

MI prima rodó los ojos.

—¿Qué más? —me cuestionó mi tía ante su insatisfacción con mi demanda.

—Le llamarás a la abuela y le dirás lo de las fotos cuando éramos pequeñas —me dirigí a Adeline—, y a mi mamá lo de la llamada de la universidad.

—¿O qué?

Le dirigí una mirada rápida a mi tía quien de mostraba inexpresiva para después volverme a concentrar en mi prima.

—O le haré saber a la secretaria del dueño de una de las compañías telefónicas más grandes de Europa que la esposa del dueño se esconde en esta pequeña ciudad —le advertí a ambas.

Las había dejado sin opción, siendo eso uno de los momentos más gratificante de mi vida.

Al ver que no decían nada, tomé brevemente una sudadera de uno de mis cajones y salí de mi cuarto, dejándolas en él.

Me cambié rápidamente en la habitación de mis padres y bajé al comedor, encontrando a Dillon comiendo un emparedado.

—¡Ela! ¿Saludaste a tu tía y a tu prima? Recibieron una llamada y pidieron un poco de privacidad. No te molestes por dejarlas usar tu cuarto —dijo mi mamá apenas notó mi presencia.

—No te preocupes —la tranquilicé—. Me alegra tanto que las dejaras hablar en mi cuarto.

Mi mamá asintió con cautela, y no pude evitar poner la sonrisa más amplia que mis labios me permitieron.

—¿Estás bien? —preguntó Dillon en voz baja.

—Perfecta —le aseguré.

Decidí aprovechar el tiempo que mi tía y Adeline permanecerían arriba y llamé a Poppy y a Olivia, exigiéndoles una videollamada.

Volver a verlas mejoraba todo aún más, las historias que tenían sobre lo que sucedía en mi antiguo colegio me hacía extrañar Londres y desear volver a verlas en persona. Pero no sería asi hasta el momento de la universidad. Al momento de preguntarles hacerca de su viaje a Clifden, obtuve la única noticia que iba en contra de mi deseo de cumpleaños, no había modo de viajar si no conseguían un lugar confiable en dónde quedarse por dos semanas, por lo que realmente sería una imposibilidad grande en tenerlas para navidad.

Las tres conversamos por horas, había ignorado la presencia de mi mamá y olvidado la de Dillon hasta el momento en donde nos despedimos y terminamos la llamada.

—Las extrañas ¿Cierto?

—Un montón —le respondí a Dillon sin dejar tiempo entre su pregunta y mi respuesta.

Al poco tiempo, mi papá había llegado, y mi tía y mi prima habían bajado de la planta de arriba. y tan solo un par de minutos después, Darren se hizo presente sosteniendo una caja mediana perfectamente envuelta.

—¡Felicidades por tus...! ¿Cuántos años cumples? —preguntó Darren al momento de entregarme mi regalo.

—Diecisiete —ante mi respuesta, frunció su entrecejo—. Cumplo en noviembre —le recordé aclarando el porqué de retraso de mi edad.

—Cierto, eres de las personas que cumplen al último que todos —se burló para después darme un pequeño abrazo.

Sobre la caja envuelta residía una pequeña nota deseándome un feliz cumpleaños con la firma de Darren y Dillon, quien sonrió al momento en que volteé a verlo.

—¿El regalo es de ambos?

Dillon asintió.

—Si. Yo también puse dinero —nos hizo saber Darren.

Comencé a desempacarlo encontrando una caja completamente negra, adentro de ella una caja un poco más pequeña de una cámara instantánea y suficientes empaques de rollos que durarían un buen tiempo.

—Gracias, en un lindo detalle —le agradecía ambos.

Mis padres no esperaron más y pusieron frente a mí una caja grande también envuelta. Sabía lo que era, pero aun así fingí estar sorprendida al desempacar la computadora.

Cuando por fin terminamos la cena, mi tía y mi prima se retiraron y Darren insistió en unas cuantas partidas del nuevo videojuego que había conseguido, y por el hecho de ser mi cumpleaños, mis padres no se negaron. Las pocas partidas que supuestamente jugaríamos duraron unas cuantas horas, y si no hubiese sido por el recordatorio de mi padre ante la hora, estaba segura de que hubiéramos visto el sol ascender desde la sala.

Por suerte ninguno de los dos parecía cansados, por lo que el conducir a esta hora no era algo debía preocuparme.

—¡Espero que hayas tenido un feliz cumpleaños Ela! —chilló Darren— el mío es en julio asi que espero también un regalo —dijo antes de dirigirse a su auto.

Al momento de voltear hacia Dillon no evitamos reír.

Dillon fue el último en despedirse, pero antes de entrar a su auto, se devolvió a mí.

—Ya es otro día —me recordó—. ¿Cuál fue tu deseo?

—El mismo que pido cada año. Tener un día perfecto.

Dillon sonrió.

—¿Y se cumplió?

—Creeme que si —afirmé. 

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