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Capítulo 13

La mitad de la semana había pasado demasiado rápido. Atender la panadería durante las mañanas, y practicar mi magia en la tarde, con Gwenhwyar los días que me había impuesto y con Dillon el resto de los días, era simplemente agotador, tanto que en ocasiones olvidaba que eran vacaciones.

La mañana había sido una de las más duras que habíamos tenido en los cuatro días anteriores que habíamos comenzado a hacernos cargo de la panadería.

Por alguna razón, los miércoles eran los días en los cuales la panadería solía llenarse, y los pedidos telefónicos no paraban durante horas. A veces me preguntaba cómo es que mamá podía atenderlos todos sola y llegar a casa llena de energía cuando ni siquiera Dillon y yo podíamos mantener el ritmo dividiéndonos las tareas.

Salí de la cocina cuando me di cuenta de que la hora del almuerzo había llegado, lo que significaba, que podíamos cerrar la panadería por media hora. Le avisé a Dillon casi al instante, y cuando terminó de atender al último cliente dentro de la tienda, volteamos el letrero de abierto a cerrado y colocamos el seguro a la puerta.

—¡Al fin! —exclamó Dillon, dejándose caer sobre uno de los pequeños sofás individuales de las mesas—. Un minuto más y estoy seguro de que me hubiese vuelto loco.

—Intenta estar todo el día horneando hojaldres y pasteles —dije, tomando asiento frente a él.

Me había sorprendido en la mañana cuando abrir el refrigerador encontrado el triple de cantidad de pasteles que mamá solía dejar listos las tardes previas. Pero tan solo habían bastado tres horas para comprender el porqué de la excesiva cantidad de productos, y no fue hasta la cuarta hora después de haber abierto la panadería en que me vi obligada a empezar a hornear.

—¿Cuántos pasteles hiciste?

—Uno extra de limón, dos extras de chocolate y cuatro extras de pastel de frutas —le respondí.

Nunca logré comprender el porqué de la alta demanda del pastel de frutas. Al igual que en Inglaterra, en Irlanda parecía se igual de popular. Durante las fiestas navideñas, tanto como la familia de Poppy como la de Olivia, solían tener ese especifico pastel como postre principal. También era el más vendido en panaderías y supermercados.

—¿Sabes que me molesta del pastel de frutas? —preguntó Dillon.

—¿La fruta?

Ambos reímos.

—Si —respondió entre risas—. ¿Cuál es tu pastel favorito?

—Limón —respondí sin dudar— ¿Y el tuyo? ¿Es chocolate?

Dillon negó.

—Zanahoria.

No evité poner una cara de disgusto. Cuando era pequeña tenía categorizado al pastel de zanahoria como un postre para adultos, puesto que miraba a mi papá comerlo junto con una clásica taza de café expreso. La primera vez que me sentí lista para probarlo, a los doce, proclamé no volver a comer ningún bocado de cualquier pastel de zahoria al sentir las nueces, las pasas y las delgadas rayaduras de zanahoria.

—¡Ese es igual de malo que el pastel de frutas! —exclamé—. ¿Qué clase de pastel lleva verduras?

—¿A caso el limón no es una verdura? —cuestionó.

—¡No! ¡Es una fruta! —grité, sin contener mi risa.

Un resonante sonido proveniente de la puerta comenzó a escucharse. Me asomé por la ventana, sin éxito de lograr visualizar a la persona tocando la puerta. No me quedó otra opción y me levanté del asiento para caminar hacia la puerta. Antes de abrirla, miré por la pequeña ventana de la puerta, logrando ver a Darren, quien me saludaba con su mano.

—Diles que está cerrado —imploró Dillon.

—Es Darren —le dije a Dillon, para después abrir la puerta.

Tan pronto entró Darren volví a cerrar la puerta.

—¿Sabías que hay personas esperando afuera? —me preguntó Darren, mientras tomaba asiento en el lugar en el que me había sentado.

—Lo sé, por eso pongo la puerta con seguro ¿Qué haces aquí?

Caminé hasta la mesa del fondo y tomé una de las sillas, para colocarla en la mesa en la que Darren y Dillon estaban.

—Vine por Scones, a mi abuelo le gustaron. Y a preguntarles si querían comer cuando su turno termine —contestó Darren.

—No hay Scones, no los vendemos.

La desilusión podría reflejarse en la cara de Darren. Pero a diferencia con su madre, estaba demasiado cansada como para hacerlos.

—Pero si podemos ir a comer —dijo Dillon.

—Me vendría bien una hamburguesa —confesé.

Otros toques a la puerta se hicieron presentes. Evité levantarme y tan solo incliné mi cabeza hacia adelante para poder ver por la ventana, pero resoplé al no lograr ver hacia el exterior de la puerta.

—Diles que está cerrado —se quejó Dillon.

Resoplé.

—No, esta vez te toca a ti —le contesté.

A pesar de sus protestas, Dillon se levantó de su asiento y caminó hasta la puerta, arrastrando sus pies.

—¡Mamá! —exclamó Dillon después de abrir la puerta—. ¿Qué haces aquí? ¿No se supone que llegarías el viernes?

Darren y yo nos paramos casi de inmediato y caminamos hacia Dillon. Y su madre entró apenas le dimos el pase, para después cerrar la puerta con llave nuevamente.

Ver a la madre de Dillon era como hojear una revista de moda. El día que la conocí, los colores neutros la hacían ver elegante. Pero el abrigo rosa eléctrico junto con el corto vestido negro al igual que los tacones que vestía, la definían como vanguardista.

—Mellie y Armand llegaron a un acuerdo en la custodia de sus perros. Vine a comprarte pastel de zanahoria y strudel de manzana—explicó su madre—. No tenía idea de que estabas aquí.

—Trabajo aquí, solo durante la semana de descanso —dijo Dillon.

Los ojos de su madre comenzaron a reflejar una combinación de felicidad y orgullo. Y no pasó mucho tiempo para que lo envolviera en un fuerte abrazo que obligo a Dillon a solicitar ayuda hacia mí y Darren. La cual le negamos retrocediendo un paso.

—¡Eso es asombroso! —gritó con emoción la madre de Dillon, separados del abrazo—. Creo que mudarte Dublín no fue tan malo después de todo ¿Te contrató la señora Glendalough?

Dillon volteó a verme. Desconocía si su madre y la mía habían intercambiado palabra alguna vez, lo cual no era imposible si ella había comprado en la panadería antes de irse a parís.

—Si ¿Cómo lo sabes? —le preguntó Dillon.

—Mi mamá solo compraba el pan aquí cuando vivíamos en Clifden. Tu abuelo solo compraba el strudel de manzana en esta panadería. De hecho la señora Glendalough fue la que le dio a tu abuela la receta que te gusta de Colcannon.

Su respuesta había aclarado que se refería a mi abuela y no a mi mamá. Me sentí feliz cuando contó su vínculo con la panadería que habían fundado mis abuelos, y un poco molesta a la vez cuando confesó que mi abuela había compartido con su familia uno de los platillos que hacíamos en navidad el cual jamás compartió con nosotros.

—¿Conoció a mi abuela? —me limité a preguntar, evitando reclamar la receta del platillo.

—¿Tu abuela es la señora Glendalough? ¿Tu padre es Ronan Glendalough? —preguntó con entusiasmo.

Asentí.

—Si, mi abuela era la señora Glendalough. Falleció hace ocho meses —aclaré al notarla un poco confundida.

—Ela, enserio lamento escuchar eso. Tu abuela fue una buena amiga de mi mamá.

¿Cuáles eran la probabilidades de que mi padre fuera despedido del banco del padre del chico cuya abuela era amiga de la mía y a la vez resultaba que él era el única hada en la misma ciudad a la cual nos habíamos mudado casi al mismo tiempo?

La clásica frase "El mundo es un lugar tan pequeño" había decidido burlarse de mí, pero había logrado comprenderla a la perfección.

—Gracias —le dije— ¿Quiere el trozo del pastel y el strudel? —le pregunté a la madre de Dillon con el fin de cambiar de tema.

—Si. Dos rebanadas de pastel de zanahoria, tres de chocolate y dos strudels de manzana —pidió.

—Bien. Dillon, ese pedido no se empacará sólo —le dije a la vez que aplaudía con mis manos.

Comencé a hacerle la nota a la madre de Dillon, y él a empacar el pedido sobre una de las cajas para después ponerla dentro de una bolsa. Su madre me entregó el dinero, permitiéndome quedarme con el cambio.

—Muchas gracias —dijo la madre de Dillon—. Te esperaré en casa Dillon.

—De hecho... ¿Puedo ir a comer con ellos? —se apresuró a preguntar.

—¡Claro! Planeaba que me ayudaras a averiguar cómo funcionaba el asador que está en el patio pero creo que podremos hacerlo mañana.

Darren dirigió su mirada hacia mí, caminando rápidamente hacia el mostrador, empujándome hacia a un lado, poniéndose al lado de Dillon.

—Ela ¿No dijiste que querías hamburguesas a la parrilla? —preguntó Darren, colocando su mano en mi hombro y sin despegar sus ojos de la madre de Dillon.

—Si, pero nunca dije que la quería a la...

—¡Entonces podemos hacer las hamburguesas en tu asador! —exclamó Darren, interrumpiéndome.

Intenté sonreír tratando de apoyar la idea de Darren. No era en lo absoluto una mala idea ir por comida gratis a la casa de Dillon, lamentablemente no todos pensaban lo mismo.

Las facciones de la cara de Dillon se habían contraído al momento de la propuesta de Darren, y a pesar de que su madre parecía estar feliz con la idea, Dillon parecía querernos lejos de su casa.

—No creo que sea buena...

—Hijo, no sea amargado ¡Usen el asador! —le interrumpió su madre—. Es más, puedo ir al mercado a comprar lo que necesiten.

Sin cuestionar la seguridad de la madre de Dillon, Darren arrancó una de las hojas del cuaderno en donde llevábamos un registro e improvisó una lista, la cual puede observar vagamente su contenido.

—Con esto bastará —le dijo Darren, entregándole la lista.

Sin revisarla, la señora la guardó en su bolso.

—¡Perfecto! Los veo después.

La madre de Dillon se despidió de nosotros y salió de la panadería.

—Supongo que esperaré a que terminen su turno —anunció Darren, saliendo del mostrador para tomar asiento en una de las mesas.

—Entonces... ¿Llevo un pastel a tu casa? —ante mi pregunta, Dillon rodó los ojos.

Durante pocos segundos vi a Dillon abrir y cerrar la boca para finalmente quedarse callado.

El alarma de mi teléfono había sonado indicando la finalización del breve descanso que teníamos, avisando que era hora de reabrir la pastelería.

Los clientes entraron tan pronto quitamos el seguro de la puerta, y las dos horas restantes de nuestro turno nos habían llenado las manos, a Dillon con órdenes y a mi pedidos de más hojaldres.

Las lágrimas amenazaban con salir al momento en el que mi mamá entro a la cocina. Abandoné de manera inmediata la masa que preparaba y me apresuré a tomar mi mochila.

—Gracias por llegar mamá, me voy —le avisé, saltándome el saludo.

—Alto —me detuvo—. No puedes irte nomás asi, termina al menos la masa.

—Es que iré con Darren y con...

—Entiendo —dijo antes de que terminara mi explicación—. Solo te pido que termines la masa, son unos cuantos minutos.

—Pero no hemos comi...

La puerta de la cocina fue abierta por Dillon, interrumpiéndome.

—Ela, me mandó mensaje mi mamá, dijo que ya está todo en la casa —avisó Dillon, acercándose.

Miré hacia la inconclusa masa que había comenzado a preparar unos minutos atrás. Había medido todos los ingredientes pero sabía que me tomaría al menos veinte minutos en combinarla, y ni mi estomago como cabeza tenían paciencia para eso.

—¿Qué es lo que está en tu casa? —le preguntó mi mamá a Dillon.

—A Darren se ocurrió hacer una parrillada en mi casa para los tres. Claro, si es que deja ir a Ela.

La actitud de mi mamá cambió al instante ante la respuesta de Dillon, engrandeciendo la sonrisa que había puesto al momento en el que Dillon había entrado a la cocina.

—Lo siento Dillon, pero tengo que terminar de...

—¡Claro que puede ir! —me interrumpió mi mamá nuevamente— ¡Que estás esperando! Tus amigos quieren ir a comer ¡Ve con ellos!

No me había resultado extraño el cambio drástico tan repentino de actitud de ella, puesto que le que le agradara Dillon no era un secreto que ocultaba de mí, por lo que no me detuve a cuestionarle su permiso o recordarle lo de la masa.

—Sigo sin entender por qué le agradas a mi mamá —le dije a Dillon a medida que lo empujaba afuera de la cocina.

Dillon se limitó a reír.

Tanto él como yo ignoramos a los clientes formados y salimos de la panadería junto con Darren.

El trayecto a la casa de Dillon había sido diferente a las anteriores. Esta vez, Darren se había tomado la libertad de poner música, reemplazando el silencio habitual que creaba Dillon al no hablarnos mientras conducía.

Al llegar a su casa, tanto Dillon como yo abandonamos nuestras mochilas en su recibidor para después los tres caminar hacia la cocina, en donde se encontraba su madre.

—Hola mamá —le saludó Dillon, sin emoción alguna.

—Qué bueno que llegaron —nos saludó—. Les tengo algo que les traje de parís.

Darren yo volteamos hacia Dillon quien se limitó a encogerse de hombros.

Su madre caminó del otro lado de la barra que permanecía el centro de la cocina, y tomó del piso tres bolsas medianas de cartón las cuales puso sobre la barra.

—¿Qué es eso? —le preguntó Dillon a su mamá.

La madre de Dillon sacó de una de las bolsas cuatro cajas empacadas en papel blanco y un listón negro con un sello dorado. El contenido de las cajas era un misterio, a excepción para Dillon quien sonreía ampliamente, pero a simple vista se podía descifrar que contenían algo costoso.

—Te traje tu favorito —le dijo su madre, entregándole una de las cajas.

—¡Me trajiste una más de las que te pedí! ¡Gracias! —chilló Dillon con entusiasmo.

La señora caminó hacia nosotros, entregándome a mí y a Darren dos de las bolsas.

Debatí por unos segundos sobre si era prudente ver el contenido de la bolsa o esperarme al llegar a casa. Sin embargo, al mirar a Darren, él se encontraba se encontraba poniendo los objetos sobre una de las sillas de la barra.

—¿Son chocolates? —le preguntó Darren a la madre de Dillon, sosteniendo una caja cristalina con esferas coloridas en su interior.

—Chocolates persas —respondió con entusiasmo.

La madre de Dillon concentró su mirada en mi esperando una reacción de mi parte por el regalo. Con cuidado comencé a abrir la bolsa, sacando de ella la mima caja de chocolates que contenía la de Darren, velas aromáticas, una caja de macarrons, llavero de la torre Eiffel, un peluche de un pato con una boina, bufanda roja y una camiseta blanca con líneas azules, y una taza.

El contenido de las bolsas no eran diferentes, a excepción de un empaque café que permanecía al fondo de mi bolsa, el cual Darren no tenía.

—¿Qué es esto? —le pregunté a la madre de Dillon, sacando el empaque en papel café.

Sin recibir una respuesta de su parte, ella dirigió su mirada hacia Dillon.

—Ábrelo —me pidió Dillon.

Comencé a quitar el envoltorio, siendo cuidadosa.

Lo primero que se hizo visible fue una tarjeta con el nombre Shakespeare and Company Paris. Al retirarla, el título del libro que el perro de Poppy había destruido se dejó ver.

—¡Me compró el libro! —exclamé, mirando a la madre de Dillon—. ¿Cómo supo que me gustaba este libro?

—Dillon me pidió que consiguiera El Principito, mencionó que era importante para ti —contestó su madre.

—Dillon, muchas gracias —le dije.

—¿Saben que es importante para mí? —preguntó Darren, sonriendo—. La comida... ¿Podemos ir a comer?

Dillon resopló. Por otro lado, su madre solo reía.

—Vayan a comer —dijo la madre de Dillon al dejar de reír—. Darren, todos los ingredientes de tu lista están en la cocina exterior.

Los ojos de Darren radiaron entusiasmo, y no bastó mucho tiempo para que corriera hacia la puerta corrediza de la sala de Dillon que guiaba hacia el exterior. Sin mucho entusiasmo, Dillon siguió a Darren al igual que yo después de agradecerle a su madre.

Al perderse en el jardín de Dillon, Darren esperó a quien fuera él quien nos guiara hasta la cocina exterior, la cual era enorme. La piscina podía apreciarse desde el quiosco en donde se encontraba la cocina, al igual que la cancha de tenis y el área de descanso en el jardín.

Varias bolsas se encontraban sobre la barra, entre la parrilla y lo que parecía ser un horno de leña. Darren comenzó a desembolsar los ingredientes, separándolos en grupos, carnes, salchichas y verduras; mientras que Dillon y yo nos sentábamos del otro lado de la barra.

—Dillon ¿Estas bien? —le pregunté, al notar su malhumor a un porcentaje mayor.

—¿Por qué no podía ser un almuerzo normal? —cuestionó sin dejar de mirar a Darren.

—¿A qué te refieres?

—¿Me dirás que no fue obvio que Darren aprovechó la situación? —volteó a verme.

Sabía a qué se refería. Parecía ser una excusa para disfrutar de las comodidades a las cuales Darren y yo no teníamos acceso, y en parte era cierto. Pero desde la vista de Dillon, esa parecía ser la razón principal.

—Si, lo hizo —contesté, observando a Darren cocinar—. Pero es Darren, es curioso y le gusta la comida. Sólo míralo. Está emocionado.

—Si... eso parece.

Darren parecía estar en una burbuja, ignoraba nuestra presencia y tan solo cocinaba. Parecía saber exactamente lo que hacía.

—Dillon, nos agradas, creeme —le aseguré—. A pesar de que estés de malhumor el noventa por ciento del tiempo.

Escuchar a Dillon reír en ese instante había sido lo más inusual que había sucedido. Y la capa de negatividad que usualmente lo rodeaba había comenzado a agrietarse.

—Ela, eres rara.

No sabía que responder en aquel momento. Pero a pesar de eso, sonreí.

—¡Hey! ¿Quieren brochetas? —preguntó Darren.

Desvíe mi atención de Dillon enfocándola en el plato que Darren había puesto frente a nosotros. Dillon volteó a verme esperando a que tomara una, y al darle una mordida, Dillon tomó la segunda.

—¡Estan buenas! —le aseguré, dándole otro mordisco—. ¿Es camarón?

—Es carne ¿No? —cuestionó Dillon.

—Tiene camarón, pollo y carne —aclaró Darren—. ¡Haré la trucha! —chilló con entusiasmo, dándonos la espalda.

—Te dije, está entusiasmado —le dije a Dillon, quien asintió.

Los platillos que Darren cocinaba seguían saliendo. Trucha, vegetales, hamburguesas, salchichas y filetes, había sido lo que Darren había hecho para nosotros. Cuando todo en las bolsas se había terminado de asar, Darren se sentó con nosotros.

—Ok. Admitiré que esto fue mejor que ir a comer fuera —confesó Dillon, tomando una segunda hamburguesa y una cuarta salchicha.

—¿Entonces podemos venir a comer sobras mañana? —preguntó un esperanzado Darren.

—Si quieren.

—Oye Dillon ¿Cuántas veces has utilizado la cocina exterior? ¿O la piscina? ¿O la cancha de tenis?

—Nunca —le respondió a Darren.

La sonrisa que Darren reflejaba anunciaba una idea.

—¿Competencia acuática? —propuso Darren.

Por unos momentos había creído que Dillon se negaría poniendo alguna excusa, pero fue así. Sin decir nada Dillon bajó del quiosco y caminó hacia el borde de la piscina. Al igual que él, Darren dejó su plato lleno y siguió a Dillon hasta la piscina.

Al ver las señales que ambos me dedicaban para que los acompañara, le di una mordida más a mi hamburguesa y me uni a ellos en la piscina.

—¿Enserio van a nadar? ¡Darren no traes ropa extra! —le recordé al ver la disposición de ambos.

—Hay sol, eso basta —se conformó Darren.

Ambos se desprendieron de sus camisetas lanzándolas hacia atrás de ellos sin cuidado alguno. Ante su petición, coloqué el cronógrafo en mi teléfono, esperé a su señal para comenzar a correrlo y Darren y Dillon comenzaron a nadar.

Los dos eran veloces, pero como lo supuse al basarme en la gran condición física de la cual Dillon gozaba gracias a sus poderes funcionales, él había ganado.

—Nunca había visto a alguien nadar tan...rápido —dijo Darren al salir de la piscina, tratando de recuperar el aire.

—Lecciones privadas —contestó Dillon, siendo eso una sencilla mentira.

—Tiene sentido... ¡Falta Ela de mojarse! —gritó Darren con entusiasmo a mi costado.

Los segundos que había tardado en reaccionar fueron suficientes para darle la oportunidad a Darren de empujarme hacia el agua. Cuando abrí los ojos la silueta de ambos se miraba distorsionada, indicando que me encontraba sumergida. Nadé hacia la superficie para después quitar el exceso de agua de mi cara.

La risa de ambos me molestaba más que saber que estaría empapada por unas cuantas horas. Salí de la piscina y traté de exprimir la mayor cantidad de agua de mi camiseta.

—¡Eso no fue divertido! ¡¿Sabes lo incómodo que es la ropa mojada?! —le grité a Darren, quien dejó de reír al instante.

—Ela...

—¡No puedo irme a mi casa toda empapada! —interrumpí la futura disculpa de Darren.

—Ela, cálmate —pidió Dillon.

¿Exageraba? Era muy posible que sí. Pero ningún taxi dejaría que me subiera estando de ese modo y Dillon no mojaría el interior de su auto. Y el esperar así, sería una tortura.

—¡Tú serás quien me lleve a casa sin importar que tus asientos queden mojados! —le advertí a Dillon.

—¡Fuego!

Escuché gritar a Darren.

Volteé de manera inmediata hacia dónde su mano señalaba. Las llamas permanecían sobre el agua, rodeando el perímetro de la piscina.

Me quedé en blanco tratando de encontrar la respuesta sobre cómo era posible que el agua se incendiaría, y sobre cómo había ocurrido, pero la respuesta a mi segunda duda fue aclarada al sentir mi muñeca libre, sin el brazalete que Gwenhwyar había dado.

—¡¿Cómo es eso posible?! —le cuestioné a Dillon, exigiéndole una respuesta.

—Solo cálmate ¡No entres en pánico!

Suplicó, pero era demasiado tarde. Había entrado en pánico.

¿Dónde estaba mi brazalete? ¿Qué sucedería si la mansión de Dillon se incendiaba? ¿Cómo lo paraba si no podía controlarlo? ¿Cómo se lo explicaría a Darren?

Las preguntas no permanecían por más de un par de segundos en mi mente antes de que otra cuestionando otro problema apareciera.

—¡Haz algo tú! ¡No tengo el brazalete! ¡No puedo!

Tanto Dillon como Darren comenzaron a retroceder, y el medio en la miraba de ambos aumentaba.

—¿Esas son estalactitas de tierra? —preguntó Darren, retrocediendo aún más que Dillon.

Miré hacia mis costados. Astillosos picos de tierra flotaban en el aire a la vez que apuntaban hacia ellos. Sin embargo, a medio camino antes que impactar contra ellos dos, cayeron al piso y deshaciéndose al instante. Seguido de eso, una ráfaga de aire se hizo presente, volteando las sillas que permanecían al lado de la piscina y extinguiendo el fuego.

Me quedé inmóvil, intentando que mi única acción fuese respirar. No me atrevía a ver la reacción de Darren ante todo el desastre que había creado, pero noté como Dillon avanzaba hacia mí, no deteniéndose hasta entrar a la piscina una vez más. Al salir de ella, tomó mi mano y colocó el brazalete en mi muñeca.

—Se había caído... dentro de la piscina —aclaró.

—Que... fue... ¡¿Lo que acaba de suceder?! —gritó Darren histérico.

Mis labios permanecieron inmóviles, y mis cuerdas vocales parecían estar dormidas, impidiéndome hablar.

—¿A qué te refieres? —preguntó Dillon.

—¡A lo que acaba de suceder!

El tono en la voz de Darren había aumentado, y era claro que exigiría una respuesta.

—¿Podrías ser más específico?

—¡El fuego...! ¡Las estalactitas de tierra...! ¡Tu haciendo eso...! ¡Y Ela...!

La incapacidad de Darren por completar las palabras era una clara señal de que permanecía aterrado. Y el esfuerzo de Dillon por fingir no saber a qué se refería Darren era inútil.

—No sé a qué te refieres pero creo que te intoxicaste con la trucha. Eh escuchado muchos caso en el cual las alucinaciones pueden...

—¡Basta! —le interrumpió Darren—. Ela incendió el agua y creó estalactitas flotantes con tierra ¡Y tu acabaste con eso! —Darren caminaba de un lado hacia otro sin dirigirnos la mirada—. ¿Qué fue eso? —exigió saber.

El aire que salía con pesadez de la boca de Dillon demostraba resignación. Ambos sabíamos que no existía ningún modo de disfrazar la situación.

—Darren, de casualidad... ¿Crees en las hadas?

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