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29

Año 1866

Hospital Psiquiátrico.

No era uno de los mejores días en ese horrendo lugar. Pero como siempre, los gritos desgarradores que recorrían los pasillos podían erizar la piel de hasta el más insensible de los seres humanos.

Eran cerca de las 23:00 horas. Los enfermeros ya solían retirar las bandejas de comida de los pacientes: una simple sopa sin sabor que más bien parecía puré y un vaso de agua tibio.

Ahí no se preocupaban por tratar de curar a los pobres enfermos, claro que no. Al director del hospital, el doctor Lu, no le interesaba otra cosa que no fuera observarlos, analizarlos y luego llevárselos hasta ese cuarto al fondo del pasillo.

Una vez que apagaban las luces, los chillidos se intensificaban, como si pidieran que fueran encendidas otra vez porque le temían al no poder ver nada. Muchos tenían la idea de que algo los acechaba, algún extraño ser salido de su propia imaginación.

El doctor Lu estaba acostumbrado a escucharlos durante todo el día. A los más escandalosos los solían dormir con anestesia para que dejaran de molestar, porque siempre en la noche se quedaba en su despacho leyendo un libro. Y cuando terminaba una parte, salía en busca de uno.


—Bien, son las 23:55—dijo mirando el reloj de la pared, ese viejo y tan poco cuidado reloj que ni siquiera se molestaba en limpiar.


Salió de su despacho, con un libro en la mano y se encontró en la puerta con tres enfermeros que lo esperaban para hacer lo mismo de todas las noches.

El hombre pasó por entremedio de ellos y éstos lo siguieron. Fueron por los pasillos, iluminando con un candelabro oxidado hasta una de las habitaciones. Al doctor Lu le fascinaba ese momento de abrir la puerta y encontrarse así con el rostro de felicidad del tan poco afortunado elegido.


—Buenas noches, Park—canturreó e ingresó al cuarto, se acercó a la cama del paciente y fijó su mirada en él, esperando una reacción más.


Park era un paciente de dieciocho años, el más joven de todos los ahí internados. A simple vista no parecía sufrir ningún tipo de desorden mental, pero revisando su historial, las cosas eran diferentes. Su familia decidió dejarlo allí, confiando en que el doctor Lu podría lograr que su hijo se recuperara, pero eso en realidad nunca iba a pasar. Todos desconocían quién era en verdad ese hombre y lo que pasaba de las puertas para adentro.


—Vino a mí... ¡Doctor vino por mí!— gritó con una enorme sonrisa y se levantó de la cama.


—Como te prometí— le devolvió una falsa sonrisa y tocó su cabeza, acariciándolo como un perro—.Ahora debemos irnos, no hagas ruido.


—No, no lo haré doctor— dijo apresurado y con la mirada totalmente perdida.


Park sufría depresión, y a un nivel sumamente grave. Los primeros días en los que estuvo allí intentó suicidarse golpeándose contra las puertas y paredes de su cuarto, pero nunca lo consiguió. El doctor Lu después de observar ese comportamiento decidió ponerle un compañero de cuarto; aquel compañero estaba sedado en ese preciso momento porque era uno de los escandalosos.

El estado de ánimo de Park no se vio muy mejorado, pero tampoco peor. De todos modos, el doctor, lo tenía comiendo de la palma de su mano. Sabía desde el primer día que llegó que podría meterle un montón de ideas y promesas en la cabeza y se las acabaría creyendo; era vulnerable, manipulable y muy sumiso.

Antes de poder salir de aquel cuarto, Park se detuvo en seco. Miró hacia donde su compañero de cuarto se hallaba tumbado.


—¿Él no viene?—preguntó decepcionado.


El doctor lo agarró del brazo para sacarlo del cuarto. En cuanto notó su tono de voz, miró al otro con el entrecejo fruncido.


—Yoon Gi no puede, él está bajo castigo.


—¿Por qué?—lo volvió a mirar, esta vez preocupado —Usted me dijo que iríamos juntos al Paraíso.


Una pequeña risa salió de los labios del doctor. Estaba claro que Park era demasiado ingenuo. En realidad todos lo eran, menos Yoon Gi. Ese chico rebelde que todo contradecía, ese que trataba de convencer a los otros pacientes de que el Paraíso era una mentira, que iban a morir y sus almas se marcharían a un lugar oscuro, sin nada ni nadie, sin esa felicidad y libertad prometida.

Cuando Yoon Gi llegó a ese hospital, el doctor supo que no era ningún enfermo, era inteligente y, si bien su egocentrismo y manera de actuar parecía la de un psicópata, nada tenía que ver con eso. Él era astuto y sabía lo que ocurría en ese lugar todas las noches.

Y si Lu no se deshizo de él todavía fue porque lo reservaba para el grande.

Los pasos de todos alejándose del cuarto lograron despertarlo, o mejor dicho alertarlo. Yoon Gi estuvo consciente desde que empezó a escuchar a Park hablando solo diciendo cosas como: "Quiero llegar al Paraíso, a los brazos de Dios"
Y cada vez que lo escuchaba sentía rabia y lástima por todos los que creían esa basura.

Su cuerpo no estaba muy espabilado aún debido a que fue inyectado, pero no dejaría que se lo llevaran. Se levantó de golpe y corrió hacia Park; agarró su mano y lo volvió a meter al cuarto. Cerró la puerta en la cara de los otros e hizo un esfuerzo por cubrirla con su delgado cuerpo.


—¡Yoon Gi!—exclamó el doctor al otro lado de la puerta—Abran esa puerta y saquen a Ji Min de ahí —les exigió a los enfermeros.


El cuerpo de Yoon Gi no iba a lograr retener por mucho la puerta cerrada. Miró al estático de su compañero y le gritó.


—¡No creas lo que te dice!


—Pero...


Park miraba a su compañero confundido. Él creía en el doctor Lu, pero también en Yoon Gi, porque lo quería. Su cuerpo no reaccionaba, lo único que hacía era estar ahí de pie, mirando como un idiota cómo su compañero lo trataba de salvar.

Según Lu, él sería parte de un ritual en el que acabarían sanando su depresión y donde su alma podría ser bien recibida en el cielo. Y claro, Park creyó en sus palabras, pero no tenía idea de que todo era una jugada sucia.


—Yoon Gi, vamos juntos al Paraíso—.Park dio unos leves pasos hacia él y tiró de su brazo para alejarlo de la puerta.


—¡No, es mentira! ¡Ese hijo de puta sólo te está lavando el cerebro!


Después de aquel grito, los enfermeros empujaron la puerta, tirando el cuerpo de Yoon Gi sobre el otro.


—¡No lo toquen!—Yoon Gi abrazó el cuerpo del chico con todas sus fuerzas.


—Es suficiente —el doctor Lu entró al cuarto y mandó a los enfermeros a separarlos—.No creí que llegaras a esto Yoon Gi, ¿te enamoraste de tu compañero? Que patético... Deberías saber lo que te espera, las puertas del infierno están abiertas para recibirte. ¿Lo sabes?


Uno de los enfermeros agarró a Park y lo sostuvo no con mucho esfuerzo ya que el chico no se movía; miraba la escena totalmente perdido, desorientado.

A Yoon Gi tuvieron que sostenerlo los otros dos ya que no dejaba de moverse, pataleando e intentando golpearlos de alguna manera.


—¡Maldito bastardo!—le escupió con ira—¡Es un manipulador de mentes, se aprovecha de todos estos pobres enfermos mentales!


—Siempre supe que no eras ningún idiota. Pero no puedes ir en mi contra—dio unos pasos hacia él y le apretó el rostro con la mano—,ellos saben que el Paraíso los espera, que serán libres. Ellos creen en mí. Les prometí una vida mejor, curar sus enfermedades y así será. ¿Verdad Park? ¿Usted cree en mí?


El joven, dudoso por aquella pregunta, no contestó. No entendía lo que ocurría, ni por qué Yoon Gi le decía que todo era mentira y que sólo trataba de engañarlo. Park estaba ensimismado con que su vida tendría un fin alentador, que sus pensamientos pesimistas acabarían en cuanto el doctor lo llevara hasta ese lugar. Pero también, a pesar de creer que eso era totalmente cierto, quería a Yoon Gi; él fue el único que no lo trató como enfermo, le dio ánimos en sus peores momentos y acabó formando una amistad con él, una muy fuerte.

Todos esperaron respuesta, pero sólo recibieron silencio. Park agachó su cabeza y dejó que el enfermero lo llevara afuera del cuarto.


—Creo que eso lo dice todo—sonrió el doctor, dando la vuelta para salir de allí. Dio una última señal con su mano y uno de los que sostenía a Yoon Gi sacó un frasco con un líquido—.Que duerma un rato más.


—¡Suéltenme!—se removió de forma brusca para intentar huir, pero su cuerpo no era muy fuerte y acabó siendo sedado. Sus ojos empezaron a ver borroso y a los lejos lo vio a él, su figura poco a poco se fue distorsionando hasta que todo se tornó negro—Ji Min...


El doctor Lu y los enfermeros dejaron el cuerpo de Yoon Gi tirado en el suelo, cerraron la puerta y se llevaron al joven hacia el cuarto al final del pasillo. Éste caminaba con la cabeza gacha, viendo sus pasos avanzar y pensando en su compañero.

¿Por qué no había hecho nada para defenderlo? Era un cobarde y un traidor. Eso fue lo que lo torturaba en su cabeza y, antes de llegar hasta la puerta del cuarto, maldijo y se escapó de los brazos de quien lo encaminaba. Empujó al doctor y a los otros dos que estaban a su lado para volver con él. Su cabeza hecha un lío, contradictoria en creencias, eligió a último momento volver. No debía dejar a Yoon Gi solo, no podía irse y llevarse esos malos pensamientos con él.


—¡Agárrenlo!—ordenó una vez más el doctor.


Los enfermeros lograron tomar al menor para encaminarlo hacia su destino.


—¡Quiero ir con Yoon Gi! —gritó desesperado.


—Ya es tarde para eso, Park. No puedo creer que ahora estés traicionándome de este modo... Te prometí un lugar mejor ¿y tú haces esto? 


—No, yo...


—¡Silencio!—golpeó su mejilla con la palma de la mano, haciendo que volteara su cara—No te lo perdonaré.


La puerta del final fue abierta, los enfermos, el doctor y Park ingresaron. Una sala pequeña sin nada más que un símbolo dibujado en el suelo y velas alrededor se presentaba ante los ojos del menor, quien sintió un horrible pavor.

Esa noche, al final del pasillo, lo que se pudo escucharse fue el grito desgarrador de Park Ji Min nombrando a Yoon Gi y suplicando porque lo dejaran salir. En definitiva, su Paraíso iba a convertirse en el Infierno.

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