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18

Arcadas. Eso era lo que sentía Ji Min.

Un olor a putrefacción entraba por su nariz. Era sofocante, tanto que llegaba hasta su estómago y entonces recibía una punzada en el costado. Sentía frío en los pies y las manos. Estaba otra vez en ese cuarto, sumido en la penumbra. Una suave brisa recorría el ras del suelo y lo hacía temblar. Tenía miedo, mucho. Odiaba tener siempre ese mismo sueño. Anticipaba siempre lo que ocurriría, y casualmente todo eso acababa por ocurrir.

Pero no esta vez.

Giró su cabeza hacia la cama y vio una sombra negra, sentada. Su cuerpo se paralizó, al igual que sus pupilas.


—¿Qué eres?—preguntó Ji Min, con sus labios temblorosos.


Aquella cosa no dijo nada. Permaneció ahí sentada. Era totalmente de color negro. No tenía rostro ni se podían distinguir con claridad sus manos.

Ji Min pudo reaccionar después de unos segundos y dio un paso hacia adelante. Algo lo hacía querer ir hacia esa sombra, pero él no quería. Su corazón palpitaba atemorizado.

Era un sueño muy real, de verdad sentía que estaba en esa habitación desconocida. Un lugar que le recordaba mucho a un hospital psiquiátrico.

Dio unos pocos pasos más y al escuchar unas voces acercándose se detuvo. Miró hacia la puerta y ésta se abrió de golpe, dejando pasar a una enorme masa extraña de color negra que fue dispersándose hasta formar más figuras al rededor de la cama.

Eran cinco, cuatro... Ji Min no lograba distinguirlas bien porque por momentos se distorsionaban.

Las vio empujar a esa sombra que estaba sentada sobre el borde de la cama. Empezaron a hablar todas juntas diciendo palabras incoherentes. Agarraron a la primera y trataron de inmovilizarla, ya que no se dejaba de mover.

Aquella escena era muy violenta. Ji Min quería ayudarlo, pero su cuerpo no respondía.


—¡Et in me non habet!*

[*Él me tiene.]


Aquella voz sonó una y otra vez, desesperada y asustada. Era como si tratara de pedir ayuda, alguien que le sacara a esas cosas de encima, que al parecer lo estaban dañando.

Ataron sus manos con unas cuerdas y a la vez que lo hacían, las manos de Ji Min fueron también tomadas, pero por otras. Éstas apretaron sus muñecas, casi a punto de cortarle la circulación.

Ji Min se quejó porque le dolía, le ardía...

Cerró con fuerza sus ojos y, al abrirlos, estaba ahora él tumbado sobre la cama, con las manos atadas y siendo observado por un montón de figuras oscuras que susurraban constantemente.

Trató de escapar. Se revolvió sobre ese horrendo colchón sucio y pataleó.


—¡Suéltenme!—gritó.


De nada le sirvió chillar y patalear. Una de las figuras oscuras se acercó hacia su cara y empezó a moverse frenética, como a punto de tener un ataque de epilepsia.

Ji Min temió que fuera su fin. Pero no. Algo rasgó su brazo, atravesó su piel. Vio una jeringa clavarse en una de sus venas, inyectándole un liquido espeso de color amarillento.


—¡¿Qué es eso?! ¡¿Qué me están inyectado?!


Sus sentidos de repente fueron durmiéndose. Un hormigueo recorrió su mano y luego pasó por todo su cuerpo. No podía oír bien, los gritos disminuían, su nariz ya no percibía aquel olor, su lengua se durmió y sus párpados empezaron a caer, rendidos ante el efecto de ese líquido.

¿Qué harían ahora con él? El miedo ya lo había abandonado porque ahora sucumbió al sueño.

Y cuando cayó, se despertó. Abrió de golpe sus ojos y vio como el peligrisáceo lo observaba con una expresión seria.


—Pensé que habías muerto.


Ji Min se sentó y se tomó la cabeza con ambas manos. El costado derecho le dolía y no recordaba por qué estaba en su cuarto. Lo último que sus ojos vieron fue fuego y un destello de luz que lo cegó, nada más.


—¿Qué pasó?—preguntó desorientado.


—Vaya, te golpeaste fuerte en la cabeza—rio el otro—¿No recuerdas nada?


—No...


—Te refrescaré la memoria —se sentó junto a él, demasiado cerca y posó una mano sobre su cabeza—Cuando intentaste escaparte de mí, corriste como loco para cruzar la calle y un auto te chocó. Fin.


—¿Me chocó un auto?—incrédulo, apartó la mano del otro de su cabeza y trató de levantarse, pero su cabeza dolía demasiado—Agh, mierda...


—Agradece que te traje y no te dejé tirado en la calle, porque esa era mi primera opción.


—Eres de lo más...


—Sí, lo sé. Me cansa oír siempre lo mismo, muchos cumplidos me abruman, ahórratelos—concluyó y se apartó de su lado.


Yoon Gi se asomó por la ventana y miró hacia en cielo. Estaba nublado y a lo lejos se veían unos relámpagos. El pelinegro aún estaba agitado por culpa del sueño. Respiró con calma, pausadamente y se sentó en el borde de la cama.


—Tienes muchas pesadillas últimamente —habló el otro, sin mirarlo —¿Qué es lo que ocurre en ellas?


—Nada que te importe—se levantó con cuidado, mirando hacia sus propios pie y cuando levantó la mirada, Yoon Gi estaba parado frente a él.


—Te levantas siempre muy agitado —torció su boca hacia un lado—, ¿son pesadillas excitantes acaso? ¿Sueñas conmigo?


—Eres un cerdo—espetó el menor, empujándolo para poder caminar hacia el cuarto de baño—Antes muerto que soñar contigo.


Yoon Gi rio divertido y se tumbó sobre la cama, poniendo ambas manos tras su cabeza.


—No lo dirás en serio... Debes tener cuidado con lo que sueltas de esa boquita, Ji Min.


El pelinegro aceleró sus pasos y entró en el cuarto de baño, encerrándose. Se apoyó sobre el lavamanos y volvió a respirar agitado. Se sintió mareado, como si esa inyección le estuviese afectando realmente.

Algo estaba pasando. Las pesadillas suponía que tenían algo que ver. Nunca soñó cosas tan macabras y extrañas; esa habitación en la que siempre se encontraba le resultaba desconocida, pero a la vez creía que en algún momento de su vida estuvo allí. No comprendía qué era lo que pasaba. Necesitaba ayuda, alguien que lo guiara en sus momentos de crisis y confusión mental. Y no pensaba en ningún psicólogo. Todo eso iba más allá.

Porque...¿Cómo explicaría a un médico, psicólogo o lo que fuera, que el Diablo convivía con él? ¿Cómo explicaría que en sus pesadillas le hablaban voces en un idioma desconocido?

Le dirían que estaba loco y, seguramente, lo internarían; acabaría como en su pesadilla. Eso era lo que no quería que ocurriese.

Levantó su mirada, viéndose al espejo. Su cara se veía mal. Otra vez tenía ojeras y sus ojos estaban rojos. Ya no sabía qué hacer con eso. Quizás si empezaba a tomar algún tipo de pastillas podía dormir mejor y las pesadillas acabarían. Era cuestión de probarlo.

Llevó ambas manos a su cara y las dejó resbalar por ésta, hasta llegar a su cuello, el cual masajeó un poco. Abrió luego el grifo del agua caliente para mojar su cara. Tenía frío y no pensaba usar agua congelada.

Inmediatamente se hizo un pequeño vapor a su alrededor. Lavó su cara rápidamente y dejó un rato sus manos bajo el agua. Se secó con una toalla las manos y cara y después llevó la tela hasta el espejo para quitar lo empañado. Pero antes de hacerlo, se detuvo a mirar con atención algo. Había unas letras.

Se acercó para descifrar mejor lo que ponía ahí y trató de leerlo en voz baja.


Et in me non habet...


No sabía qué significaba, ni cómo pudo leerlo, pero los vellos del brazo se le erizaron de inmediato.

Algo raro estaba ocurriendo y debía averiguar qué era.



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