01
Era otro tedioso día más en el que debía de levantarse a las siete de la mañana para prepararse e ir al infierno.
¿Cuántas veces le había dicho a sus padres que lo cambiaran de escuela?
Miles.
Y aun así, la indiferencia y el poco interés que los señores Park le daban a su maltratado hijo se volvió una costumbre.
Ji Min no tenía ni el más mínimo interés en salir de su cuarto, pero debía seguir asistiendo a clases, era su último año de escuela, pero también el más largo e insufrible que nuca tuvo.
Se preparó. Guardó sus materiales dentro del morral y se lo colocó. Apenas desayunó una taza de café con una simple y triste tostada, su apetito ni siquiera había despertado.
Cuando estuvo a dos pasos de entrar en la institución, se detuvo y cerró sus ojos, suplicando que ese día fuera tranquilo, que por lo menos lo ignoraran. En ocasiones prefería aguantar palabras antes que aguantar golpes.
Ingresó a su primera clase y todo fue raramente bien. Nadie le dijo nada, ni lo miraron siquiera, pero eso siempre lo hacía levantar sus sospechas. Ji Mi estaba constantemente en estado de alerta por cualquier cosa.
En la hora del recreo siempre se juntaba con un muchacho, era un año menor que él, pero acabaron por formar una pequeña amistad después de que ambos fueran golpeados por el mismo chico.
Jung Kook, un muchacho callado y tranquilo, miedoso también, se había convertido en su único apoyo. Al jovencito también lo habían tomado de estúpido y lo solían molestar bastante, pero lo que le hacían no era tan grave como lo que Ji Min sufría. Jeon Jung Kook tenía quien lo defendiera.
Ambos se sentaron juntos, alejados del resto, esperando que nadie fuera a joderles el almuerzo.
—¿Cómo fue tu mañana hoy? —preguntó el pelinegro, sorbiendo un jugo en caja.
—Extraño. Estoy sospechando que me van a hacer algo en cualquier momento—contestó Ji Min con seriedad, mirando hacia donde se concentraban todos los alumnos.
—Ji Min, debes buscar a alguien que te defienda—dijo preocupado—Yo tuve suerte de que Ho Seok me encontrara cuando estuvieron a punto de golpearme. Ahora ya no lo hacen más porque sé que él y su amigo me van a proteger.
El menor tenía suerte. Ese día que un chico llamado Ho Seok lo encontró fue el detonante que lo hizo saber, a partir de entonces, que nadie más volvería a tocarle un solo pelo.
Ji Min en cambio no conocía a nadie más que a Jung Kook. Hablaba con algún que otro compañero, pero nada más. Tampoco nadie lo defendía cuando lo empezaban a molestar, cuando tomaban su morral y lo tiraban o escondían, cuando le quitaban su tarea para copiarse, cuando lo encerraban en el baño en la hora de gimnasia, cuando lo acorralaban entre tres en medio de los pasillos para intimidarlo e insultarlo con frases como:
"¿Qué pasa?¿No estás con tu noviecito? Maldito maricón"
"Te ves como un cerdito, gordo y grasiento"
Y más cosas por el estilo. Había aprendido a ignorarlas, pero el que lo trataran de homosexual sólo por juntarse con el menor lo molestaba bastante. Aquellos tipos eran unos idiotas. También, en algún momento, trataron de toquetearlo y obligarlo a hacer cosas indebidas para según ellos comprobar que era un facilón.
—Hijos de puta—murmuró por lo bajo y dio un gran bocado a su sándwich.
—¿Dijiste algo Ji Min?—el menor lo miró con los ojos entrecerrados, se había quedado por un momento mirando hacia la nada y creía haber escuchado algo salir de la boca de su amigo.
—Sí, maldije—lo miró—Pero tú haz oídos sordos.
—Como si nunca hubiese escuchado un puto insulto—musitó, mordiendo el sorbete de la cajita.
—No repitas esas cosas, no se ven bien en ti.
Para Ji Min escuchar a Jung Kook decir malas palabras era como una abominación. Con aquel rostro de niño tierno e inocente no podía hacer esas cosas. Para él era un hermano pequeño al que debía cuidar.
Lo había conocido hacía unos meses y se habían vuelto bastante cercanos. Se juntaban en las horas libres, no siempre, pero se hacían mutua compañía. Ji Min esperaba que algún día pudieran marcharse juntos caminando hacia sus casas porque sabía que al menor lo acompañaban los otros dos y quería sentirse también protegido.
Estaba cansado de que la gran mayoría de las veces que finalizaban las clases, al grupo que siempre lo molestaba, se le antojara perseguirlo o simplemente encerrarlo en el aula.
Nunca consiguieron esto último, pero era uno sus mayores propósitos, dejar a Ji Min encerrado en el aula hasta el próximo día.
—Ya es la hora de volver a clases—dijo el menor, levantándose y sacudiéndose el pasto de sus pantalones.
Ji Min se incorporó también y lo siguió para ingresar nuevamente a sus clases. Al llegar al pasillo, el menor se despidió agitando su mano levemente para dirigirse hacia las escaleras que llevaban al segundo piso.
—No... mierda—pensó Ji Min al ver a lo lejos una figura que conocía de sobra—No me mires, no me mires...
Trató de desviarse por otro lado, pero antes de hacerlo ya le habían pegado el grito.
—¡Eh, Park!
—Joder—murmuró, cerrando los ojos con fuerza.
—Hola, pequeño cerdito. Te estuvimos buscando por todos lados, ¿te crees que es divertido andar jugando a las escondidas tú solito?
El tono de voz con el que hablaba el joven lo hacía sentir repulsión. Algún día estaba dispuesto a darle un puñetazo de lleno en la cara, y así romperle su estúpida nariz. Pero claro, no podía hacer nada porque siempre iba acompañado de dos chicos más.
¿Y a él lo llamaba marica?
—Vamos, contesta—lo empujó con su mano mientras los otros dos reían.
—No estoy jugando—dijo en voz baja.
—¿Eh? Habla más fuerte, no murmures en mi presencia.
Ji Min hizo lo posible por no gritarle, rogó en su mente porque alguien lo salvara, pero los pasillos ya estaban medio vacíos. Todo aquel o aquella que pasaba camino a su aula solamente los miraba de reojo.
—Dije que no estoy jugando—alzó más su voz, sin llegar a gritar.
—Entonces vamos a jugar ahora—lo agarró con fuerza del brazo y lo arrastró con él.
—Suéltame...
El joven hizo oídos sordos y dibujó una sonrisa maliciosa en su rostro. Los otros dos lo seguían, riéndose. Ji Min estaba cansado de que aquellos tres imbéciles se empeñaran en molestarlo, así que intentó zafarse del agarre y ambos empezaron a forcejear en medio del pasillo.
—¡Estate quieto cucaracha inmunda!
—¡No!
Los otros dos ayudaron a su líder a que el más bajo se quedara quieto. Estuvieron a punto de golpearlo, pero para la suerte de Ji Min, una puerta se había abierto. Alguien se asomó y los observó.
—¡Oigan ustedes! —gritó un hombre—¿Qué están haciendo? Vayan a clase ahora mismo.
—Joder...—murmuró uno de los chicos, soltando a Ji Min.
Eso era lo que Ji Min llamaba un golpe de suerte. El profesor de literatura lo había salvado y eso que no le caía muy bien. Lo cierto era que muchos de los profesores no prestaban la atención suficiente a quienes cometían tales actos abusivos y, eso, a Ji Min lo ponía muy furioso, al igual que ver la indiferencia de sus compañeros. Muchos miraban asustados y otros solamente se reían como si fuera realmente divertido ver a alguien sufrir por bullying.
Los tres se decidieron a marcharse hacia sus respectivas aulas, no sin antes, pasar por al lado de Ji Min. El líder lo empujó con su hombro de forma violenta y se quedó a milímetros de su oído para finalmente susurrarle de forma amenazante.
—Te salvaste, sólo por esta vez, Park.
Los ojos de Ji Min en ese momento denotaban cansancio. Se había salvado, sí, pero sabía que seguramente al finalizar las clases algo iba a pasar, por eso planeó inmediatamente buscar al menor e irse junto a él.
Jung Kook era la única forma que tenía para escapar de las garras de aquellos tres bullies que no hacían otra cosa más que joderle todas las mañanas, amargándole la vida.
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