Lucas, la degradación.
Antes de que comiencen a leer, les comento que este es un capítulo escrito bajo la perspectiva de Lucas, espero que lo disfruten los que hace poco comenzaron con la lectura.
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Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad.
1 Juan 1:9
No puedo creer que se haya ido y me que haya dejado así. Aunque estoy embroncado porque se fue y me dejó de esta manera, siento orgullo por él. Todavía estoy saboreando su semen en mi boca.
Me levanto del suelo y voy hacia la cocina.
Prendo un pucho y reflexiono de lo que acabo de hacer.
Aunque debería sentirme mal, no puedo hacerlo mi culpa amortigua en mi alma oscura.
¿Para qué habrá venido a buscar a Miguel?
Tenerlo cerca y en mi territorio es un lujo que no se me permite todos los días.
¿Debería ir tras él?
¡No!
Lo mejor sería dejarlo solo, Lucas.
El cigarro se consume en mis dedos y voy a la habitación para terminar de ordenar mi ropa.
Nunca debió pasar nada entre nosotros. Pero, ¿quién puede resistirse a él? Su dulzura y su inocencia te hacen querer más, mucho más de él. Hasta tenerlo todo. Hasta saciarte, hasta llenar cada hueco que dejaron en tu alma.
No es un buen pensamiento.
Agarro la biblia el rosario y comienzo con mi oración.
—Dios mío,
tú eres todo bondad,
ten compasión de mí;
tú eres muy compasivo,
no tomes en cuenta mis pecados.
2 ¡Quítame toda mi maldad!
¡Quítame todo mi pecado!
3 Sé muy bien que soy pecador,
y sé muy bien que he pecado.
4 A ti, y sólo a ti
te he ofendido;
he hecho lo malo,
en tu propia cara.
Tienes toda la razón
al declararme culpable;
no puedo alegar
que soy inocente.
5 Tengo que admitir
que soy malo de nacimiento,
y que desde antes de nacer
ya era un pecador.
6 Tú quieres que yo sea sincero;
por eso me diste sabiduría.
7 Quítame la mancha del pecado,
y quedaré limpio.
Lava todo mi ser,
y quedaré más blanco que la nieve.
8 Ya me hiciste sufrir mucho;
¡devuélveme la felicidad!
9 No te fijes en mi maldad
ni tomes en cuenta mis pecados.
10 Dios mío,
no me dejes tener
malos pensamientos;
cambia todo mi ser.
A veces siento que ese Salmo está escrito solo para mí. Me identifica de principio a fin.
Intento hacer lo correcto solo Dios sabe de mi martirio diario, de mi peso en la espalda.
Voy hacia la cocina nuevamente y me siento tan inquieto y tan impotente, en la mesa hay un cuaderno y un lápiz, deben ser de Miguel. Los observo y me animan a escribirle una carta. Son muy malo con las palabras. No sé expresarme bien y todo lo que sé de escritura se lo debo a Miguel.
Querido Jeremías. No. Tacho. Comienzo a escribir otra vez.
Patrón. Sonrío, sé que no le gusta que le diga así. Me decido por "Jeremías" así a secas. Comienzo a escribir y las palabras salen solas.
Jeremías:
Cuando te ví en la parroquia pensé que eras un ángel; con tus cabellos rubios y tu mirada inocente. Me dije, estoy en cielo, él me ha venido a salvar. Él va liberarme de todas mis culpas. Y me enamoré de lo prohibido, me enamoré de un ángel. Ahora, me encomiendo a Dios, pongo todo en sus manos para salvarte, para salvarnos. Tengo que arrancar todos y cada uno mis demonios y lo haré a través de la fe. He sido concebido a través del pecado, desde pibe me han marcado y necesito arrancar todo el odio que envuelve mi alma y a todo aquel que me ha lastimado. Has venido a salvarme a mostrarme el camino correcto. Y es a través del amor. Vos me salvaste y ahora yo te salvo a vos.
¿En serio vas a escribir eso? Arranco la hoja del cuaderno y la hago un bollo.
De nuevo en mi cuarto comienzo a dar vuelta y observo hacia la ventana que da al patio interno del conventillo unos pibes jugando a la pelota hecha de trapo.
Se ven felices con tan poco y todos los pibes de esa edad deberían estar así, con su familia y sin preocupaciones. Prendo un pucho y me siento en el marco de la ventana a observarlos, estoy muy cansado.
Me recuesto en la cama y no puedo conciliar el sueño. Tengo en mi mente un pibe con cara de ángel qué a esta altura debe odiarme y tiene sus razones. Cierro los ojos a duras penas y su dulzura se apodera de mi cuerpo tranquilizándome.
***
Me tira del pelo y a mí me duele. Pide que lo bese en la boca. Niego con la cabeza, no quiero hacerlo.
Me duele la panza y tengo hambre. Él comió mi comida.
Hace frío y está oscuro. La iglesia a la noche me da miedo.
Pide que me calle y aprieta mis mejillas con fuerza. Él golpea en mi rostro y a mí me sangra la boca. Sus ojos son de color negro y me dan miedo. Él es más alto que yo. Él tiene olor feo.
La iglesia me da miedo. La iglesia me da miedo.
Está todo en silencio.
Me voltea con violencia, mi cara está pegada al asiento de madera y me duelen las rodillas.
No quiero que me toque. No quiero que lo haga.
Baja mi ropa interior. No quiero hacerlo. Me muevo. No quiero hacerlo. No quiero.
Su peso me hace doler. Tengo miedo.
Va a doler. Siempre duele. A él no le importa. Me duele.
Duele, duele mucho. No quiero hacerlo.
Grito, él tapa mi boca. No quiero...
Me despierto de un salto de la cama. Cuesta distinguir donde estoy y todavía siento el peso de su cuerpo arriba del mío.
Miguel aparece en la habitación.
—¿Estás bien, hijo? Escuché un grito.
—Sí, gracias, Miguel.
—¿Una pesadilla?
Asiento con la cabeza resignado.
—Hace rato que no tengo una —confieso.
—Te voy a traer un vaso de agua.
Al cabo de unos minutos él aparece con el agua y me la entrega.
—Gracias. —Él asiente con la cabeza.
Toma mi mano y comienza a rezar. Y yo deseo que todos mis demonios de exorsicen con su rezo.
Una vez finalizado su plegaria. Me hace la señal de la cruz en la frente.
Él me mira compasivo.
—Gracias.
—No me agradezcas, hijo. ¿Estás seguro de esta desición?
La verdad es que no.
—Sí, estoy seguro.
—¿Te acordás cuando nos conocimos? Estabas en un rincón, apenas hablabas.
—Jamás me voy a olvidar de ese día, Miguel.
—Así de desamparado te noto ahora. Siempre vas a tener mi apoyo. Aunque no esté de acuerdo en las desiciones que tomes.
—Lo sé y te lo agradezco ¿Por qué vino Jeremías a buscarte? —cambio de tema.
—Su hermanita —hace una pausa—está muy delicada. Está internada y no saben que es lo que tiene. No sabía que había venido a buscarme.
—Es que no se quedó mucho tiempo, se fue enseguida —comento.
—Hoy a la tarde estuve con él en el hospital y no me dijo nada.
¿Hoy a la tarde? ¿Tan tarde es?
—¿Qué hora es?
Mira su reloj de muñeca.
—Van a ser las diez.
—¿Por qué me dejaste dormir tanto?
—Te veías muy cansado, Lucas. Hice un poco de estofado ¿Te traigo un poco?
—Te lo agradezco. Pero no tengo hambre.
Miguel se retira y me deja solo con mis pensamientos.
¡La puta madre, Jeremías!
Si él entendiera que todo esto es por su bien. Pero el pibe es terco y tiene carácter. Aunque él no lo ve. Estoy tan orgulloso. Tiene tanto potencial sabe tres idiomas, ¿quién sabe tres idiomas? Apenas puedo hablar y él ... Él me odia. Y me lo merezco no reniego de eso.
La dulzura de sus besos, su inocencia. Lo corrompí. Capaz que sea mejor que esté con María ¡Esa puta! Si tan solo supiera quién es. Pero yo no soy el que tiene que decirle la verdad.
"Vos no sabes nada del amor"
Tiene razón yo no sé nada del amor.
Sus ojos, como me duele cuando llora. Es tan sensible y yo lo lastimo, ¿por qué soy así? ¿Por qué me fijé en él? Ya tenía un camino marcado. Ya todo estaba en orden. Pero él tuvo que aparecer, con su dulce mirada, sus ojos. Su boca.
¡Oh! Su boca. Cómo olvidar el día que lo hicimos por primera vez. Lo hizo tan bien. Estaba tan excitado. Cuando lo hice mío, todo mío.
De tan solo pensarlo ya se me pone dura. Quiero verlo. Quiero tenerlo una vez más, solo una vez más.
¿Es demasiado pedir?
Sonrío.
Creo que Dios me va a dejar verlo una última vez, antes de emprender el viaje. Está muy enojado conmigo. Creo que voy a saber convencerlo. La fe es lo último que se pierde.
Salgo de la pieza y algo me dice Miguel. Creo que como "ve con Dios" o algo por el estilo. De verdad es que no lo sé.
Armo algunos cigarros y los guardo en el bolsillo.
¡La puta madre, Jeremías! Estoy nervioso y demasiado ansioso.
Voy al armario y saco un licor. Le pego un buen sorbo y este quema mi garganta. Tengo que amortiguar un poco el cagaso que tengo de que me rechace.
Salgo del conventillo y hay unos pibes en la vereda. Ignoro sus peticiones y me encamino hacia la finca.
¿Estará solo? Necesito verlo.
Tras varios minutos de caminata llego al lugar.
Relojeo un poco los alrededores y aparenta no haber nadie. Me asomo a la ventana y veo a Delia limpiando unos trastes.
Gracias a Dios es ella.
Golpeó la ventana y ella salta del susto.
—¡Por el amor de Dios! ¡Qué susto! —expresa.
—Vamos Delia, abrame.
—Voy hijo.
Me abre la puerta que conecta al patio. Y me hace pasar.
—¿Qué hace aquí, hijo?
—¿Está?
—Sí, está. Está en su habitación. Estuvo todo el día ahí metido. Temo por él, Lucas. Está muy mal por su hermanita y tú qué te vas.
—Lo sé, Delia. No me lo recuerde. Me hace sentir más culpable aún.
—No es mi intención, hijo. Habla con él. Por favor te lo pido.
Voy a ella y la abrazo se ve tan preocupada por Jeremías. Qué me conmueve.
A veces pienso que hay mujeres que no deberían ser madres. Mi madre es una y la madre de Jeremías es otra.
Pensar en ellas hace que se me revuelva el estómago. Cortadas por la misma tijera. Putas sin corazón que desprecian el amor de un hijo. Esas mujeres merecen castigo. Las odio.
Sé que no es un buen pensamiento. De hecho es atroz. Pero es lo que siento.
—Ve hijo. Ve —pide.
Ella me da confianza.
—¿Hay alguien? —Niega con la cabeza—. Gracias.
Ella me sonríe complaciente. Hermosa mujer; hermosa y bondadosa.
Cruzo la sala, subo las escaleras de dos en dos. Suspiro hondo cuando llego a su puerta.
Golpeo con los nudillos y espero.
Apoyo mi frente a la madera agitado. Tomo aire. Está tan cerca de mí.
No debe verme así de desesperado. Me alejo unos pasos y vuelvo a golpear. Pongo mis manos en los bolsillos.
—No tengo hambre, Delia. Se lo agradezco —grita.
Él siempre tan amable.
Vuelvo a golpear. Siento sus pasos acercarse.
Abre la puerta.
—Ya le... —deja la frase colgada al verme.
Sí, soy yo Jeremías. Está boquiabierto frente a mí y me causa gracia su cara. Reprimo una sonrisa aprentando mis labios.
—Hola. ¿Puede pasar? —pregunto tímido, que por supuesto no lo soy.
Me agarra del brazo y me entra a su habitación.
¡Sí! Piel con piel. Su contacto es demasiado corto.
No hay demasiada claridad, de hecho está casi a oscuras.
Voy a su mesita de luz y prendo el velador.
Todo está hecho un desastre. Su cama, su ropa, su escritorio está lleno de papeles al igual que el cesto de basura. Y la habitación está impregnada a olor a tabaco.
Está en silencio e inmóvil. Tiene ojeras bastantes marcadas que profanan su belleza. Hasta me atrevo a decir que está más delgado.
—Hola —vuelvo a decir.
—¿Qué haces acá? —pregunta con rapidez.
—Creo que la respuesta es evidente, Jeremías.
Se apoya en el escritorio. Está nervioso. Presiona con sus manos la madera en donde está apoyado y para ser sincero yo también lo estoy.
—¿Cuándo te vas?
No, Jeremías. No quiero hablar de eso.
¿Por qué echarte más sal a tus heridas?
—Mañana a primera hora.
—Ah —dice y aprieta los labios.
—¿Cómo está Eva?
—No sé sabe. Todavía está internada y no saben que es lo que causa la fiebre y los vómitos.
—Está en mis oraciones.
Él asiente con la cabeza indiferente.
Se me podría haber ocurrido otra cosa, Lucas.
¿En qué mierda estás pensando?
Pensá Lucas. Él no quiere que estés acá. No tenés mucho tiempo.
—Quería despedirme de vos, Jeremías. No me gustó la última vez que nos vimos.
—A mí tampoco. Yo te quería pedir perdón por lo de hoy.
Sonrío.
No puedo dejar de mirarlo.
—No lo hagas, no es necesario. No sé cómo decir esto —suspiro hondo—. Nunca me despedí de nadie. No sé qué se dice en estas situaciones, pero...
Viene a mí y me sorprende. Me agarra de la cara y me besa con fuerza.
¡A la mierda las palabras!
Su suavidad, su frescura, su inocencia me colman.
Nos besamos con demasiada furia. Sí, te necesito, Jeremías. Te necesito. Y yo se qué vos también a mí.
Desabrocho su camisa desesperado mientras nos acercamos hacia la cama. Sí, hoy te voy a hacer mío. Sos mío, Jeremías. Lo sos. Porque lo fuiste desde el primer momento en qué te ví en la iglesia. Porque te amo.
Lo voy empujando hacia la cama y cae de espaldas a ella.
Los dos estamos agitados.
Su mirada. ¡Oh! su mirada. Esa mirada inocente y siniestra al mismo tiempo me advierte y me obliga a saber más. A fundirme en él. Tengo que hacerlo. Debo hacerlo.
Me subo arriba de él y termino de sacar su camisa mientras lo hago paso mi lengua por su pecho, desciendo hasta llegar a su ombligo.
Su sabor me transporta al cielo. Sí, al cielo. Donde hay ángeles y querubines. Un lugar que jamás voy a conocer. Un lugar que no me es propio.
Nací de una puta y me marcaron como ganado de chico.
El cielo jamás me va a pertenecer.
Sigo intercalando besos. Mi mirada se centra en sus hermosos ojos.
Está muy callado. Seguramente él tiene sus propios demonios.
Solo pienso en poseerlo, en hacerlo mío. Y que se acuerde de mí el resto de sus días. Dejar mi marca en él. Cómo él ha dejado la suya en mí y de esa cicatriz sí estoy orgulloso.
Él se incorpora y me toma de la cara, se me queda mirando y no dice nada vuelve a mi boca desesperado y yo estoy igual que él.
Corro el pelo de su cara y lo beso con más fuerza tomándolo con las dos manos.
—Te necesito, Jeremías —se escapa de mi boca. Es que es la verdad. Y está herido. Sé que lo está y soy el responsable.
Se vuelve a tirar en la cama. Y la pasión se va disipando. No puedo verlo así.
Me siento en la cama refregandome la frente.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—Jeremías, no te puedo ver así.
Él suspira hondo.
—Perdoname —susurra.
—No me pidas perdón. Yo te tengo que pedir perdón por todo el daño que te ocasiono.
—Eso es verdad. Pero... por algo estás acá. Hace un momento me dijiste que me necesitabas. Y si mal no recuerdo también que me amabas, a lo cual yo no respondí nada.
—¿Entonces?
—Estoy tan enojado, Lucas. Quiero romperte la cara a golpes.
Me causa gracia su expresión, es que no me lo imagino a Jeremías peleando, pero no lo interrumpo y escucho atento lo que me dice.
—No entiendo lo que significa "encomendarse a Dios" y te vas mañana a Misiones. Y me llena de rabia, pero entiendo que es algo que decidiste y aunque mi parte egoísta predomina. Quiero que seas feliz. ¿Lo harás? ¿Vas a ser feliz?
Lo dudo mucho. Lejos tuyo es imposible.
—Lo voy a intentar.
—¿Qué es encomendarse a Dios?
—Me entrego a Dios, padre. Me entrego en amor y fe. En esperanza. Aunque esté aquí pecando con vos. Necesito tenerte lejos. Ya sabés que no me puedo contener. No quiero que nadie se te acerque. Qué esté a centímetros de vos. Qué le regales tu sonrisa, tu simpatía y tu dulzura.
Sos mío jeremias.
—Insistís con eso. Te quedarías conmigo si fuese tan tuyo. Pero no, te vas, Lucas. Me dejas. Me llevas hacia el camino de perdición todo el tiempo. Y este momento me siento perdido.
—¿De la perdición? Creo que quedaría mejor perfección.
—¿Qué ves de perfecto en todo esto?
—A vos. Vos lo sos. No vine a discutir. No vine a eso.
¡La puta madre, Jeremías!
—Estamos perdiendo el tiempo en cosas sin importancia. Te expliqué que me tengo que ir. Qué es lo mejor.
—¿Lo mejor para quién?
—Para los dos, Jeremías. Vos te pensas, que podemos salir de la mano y decirle a todo el mundo que estamos juntos. Tu madre nos mataría. O peor aún. Yo seguiría vivo, vería como te vas a otro país. O formas familia con la primer mina que te pongan en frente y vos cómo buen hijo que sos, vas a hacer caso a lo que dice tu madre.
—¿O sea que te estás escapando?
—Nos estoy salvando —corrijo—. Yo ya hice mi voto de castidad. Y aquí me tenés babeando por vos, Jeremías. ¿Querés que me vaya?
Niega con la cabeza.
Qué alivio.
Vuelvo a su boca. Lo tomo con las dos manos y lo inclino más a mí y acepta mi beso abriendo más la boca y recibiendo mi lengua necesitada de él.
Llevo mis manos a su miembro. Necesito tocarlo, su dureza me da la pauta que él quiere lo mismo que yo. Sonrío satisfecho.
—¿Lo querés?
Asiente con la cabeza.
—No te escucho, Jeremías.
—Sí, lo quiero. —Me separo de él. Y lo observo a los ojos. Tiene la boca entreabierta y me mira expectante, pero sus ojos no tiene ese brillo que lo caracteriza, su tristeza me conmueve y me limita. Voy a intentar que se olvide por lo menos un momento que me voy.
Yo también lo quiero.
—No pienses más, Jeremías. Disfrutá, solo disfrutemos de hoy. No sé cuándo se va repetir una noche así. Y yo necesito tenerte —confieso.
—Yo también, Lucas.
Me saco la camisa, los zapatos. Y comienzo a desnudarme frente a él. Él me observa y me sigue con la mirada.
Él comienza a desnudarse también y me saboreo al ver su piel desnuda frente a mí. Tiene lunares por todo el cuerpo sobretodo en su espalda.
Me subo arriba de él, ya desnudo.
—Date vuelta —susurro en su oído.
Él lo hace de inmediato sin pensarlo.
Comienzo a besar su nuca, su cuello. Desciendo por su espalda y paso mi lengua por toda su piel. Él se mueve y comienza a gemir.
¡Sí!
Sus gemidos repercuten directo en mi cuerpo nublandome la razón.
Sí, lo quiero. Y él también. Deseo a este hombre como nunca deseé a nadie.
Me chupo los dedos y los llevo a su orificio.
Él se mueve, está muy excitado. Sé que lo quiere.
—Quieto Jeremías —ordeno.
Juego con sus testículos, llevo mis dedos a su carne enterrando mis dedos. Él gime fuerte.
Llevo mi otra mano a su boca, para amortiguar sus gemidos. Él saca la lengua y comienza a chupar la palma de mi mano. Su lengua repercute directo en mi glande, inflamandolo y pidiendo a gritos penetrarlo.
Sí, lo desea. Me desea.
Me posiciono cerca de su orificio y comienzo a jugar con su necesidad. Comienzo a moverme en círculos, sin penetrarlo.
—Por favor —suplica con la cara pegada al colchón.
—No supliques, Jeremías.
No quiero ser bruto, pero no puedo evitarlo. Me aferro de sus caderas y lo penetro con fuerza. Su interior me consuela, me hace sentir en la gloria. Realmente esto es el paraíso. Se aferra del colchón como lo hace siempre sus gemidos me colman, me rebalsan. Me inclino más a él y él se acopla más a mí. Su interior es una caricia.
—Jeremías quieto —ordeno otra vez.
Apoyo todo mi cuerpo en su espalda. Y él está a mi disposición. Todo para mí. Mis demonios emergen y pensar que él pueda estar así con otra persona me enferma.
¡No!
Saco ese pensamiento de mi mente y me concentro en el ahora.
Sigo penetrandolo con fuerza. Quería estar así con él así, desde mi vuelta a Buenos Aires.
—Te amo, Jeremías —susurro en su oído mientras corro su pelo y sigo metiendosela más adentro. Estoy llegando a un lugar que no había explorado antes y él me deja hacerlo. Él responde con un grito ahogado aferrándose con más fuerza de las sábanas. Siento su cuerpo sudado debajo del mío.
Me incorporo y lo agarro del pelo y lo embisto una vez y otra y otra. El hormigueo en las piernas me dice que es momento de acabar y lo hago depositando todo mi semen en su interior.
Inclino mi cabeza hacia atrás y un sonido ronco sale de mi garganta y pronuncio su nombre casi imperceptible.
—¿Estás bien? —cuestiono con la voz ronca.
Gira su cara y me observa. Los dos nos quedamos frente a frente. Recobrando el aliento. Me levanto de la cama y voy a mi ropa.
—Lucas, necesito acabar —dice suplicante. Observo su cuerpo rendido a mí. Agitado envuelto en sudor y con su pene erecto.
Sonrío, saboreo mis labios y termino mordiéndome el labio inferior.
—Decime que querés, Jeremías.
—Hacertelo.
Mi sonrisa en amplia y sincera.
—¿Cómo en el albergue?
Él asiente con la cabeza tímido.
—Soy todo tuyo, Jeremías —digo extendiendo los brazos.
Él se levanta tambaleante y viene a mí con desespero. Lo que caracteriza a Jeremías es su silencio. Aunque su cuerpo habla por sí solo.
Me toma de la cara con las dos manos y comienza a besarme. Su erección nunca se bajó. Comienzo a acariarlo. Y mis movimientos son lentos y pausados. Él gime en mi boca en respuesta a mis caricias. Mi erección no se hace esperar. Sé que está un poco perdido. Me voy moviendo hacia la cama. Y quedo de espaldas a ella.
Tiro de Jeremías y este cae arriba mío.
Ver su cuerpo desnudo, excitado, sudado es digno de apreciar. Tiene un cuerpo majestuoso. El deporte que le inculca la puta de la madre tiene su recompensa.
Está muy concentrado en su trabajo. Comienza a masturbarse delante de mí. Se lo que está haciendo, es tan buen alumno. Una vez lubricado su pene con su propio líquido preseminal, se posiciona.
Inclina mis piernas y él comienza a penetrarme con lentitud. Diría que es agónica. Pero voy a dejarme hacer lo que le plazca. Él manda en este momento.
No quiero perderme ningún gesto, ningún movimiento de él. Estoy atento a todo lo que hace. No quiero cerrar los ojos. Aunque por el placer que siento me es casi imposible.
Jeremías de a poco comienza a incrementar el ritmo, muy lento, muy suave, muy él.
Se acerca a mí y comienza a besarme, inclina aún más mis piernas y me penetra más a fondo.
¡Sí!
—¡Vamos Jeremías! —digo aprentando los dientes.
El acelera el ritmo, lo tomo de la cara y corro su pelo para observarlo mejor. Apreciar sus gemidos, su excitación, su perfección.
Tira la cabeza hacia atrás y yo me aferro de su cuello.
—Damelo Jeremías
El aumenta su intensidad y está perdido. Perdido en mí y yo en él.
Sus embestidas son suaves e intensas al mismo tiempo me invitan a querer más a querer todo de él. Aunque sé que es imposible.
—Yo también te amo —dice con la voz ronca y culminando en mi interior.
Lo tomo de la cara y comienzo a besarlo. No esperaba su confesión en este momento. Pero lo hizo. Él me ama. Y todo esto tiene un sabor agridulce. No me quiero ir.
Se separa de mí y queda boca arriba en la cama.
Me incorporo y me levanto.
—¿A dónde vas? —pregunta alarmado.
Sonrío.
—¿A buscar un cigarro? —informo.
Voy a mi ropa y busco en los bolsillos de mi pantalón un pucho.
Sigo buscando y no encuentro fósforos.
—¿Jeremías, tenés fósforos? —pregunto llevando mi cigarro a la boca.
Me señala con la cabeza la mesita de luz.
Abro el cajón y me encuentro con dibujos variados uno más oscuro que el otro.
—¿Qué dibujas?
—Nada en concreto. ¿Todavía tenés el dibujo que te regalé?
—No me lo regalaste, te lo robé.
—Sos todo pecado, Lucas. Vas a tener que bañarte en agua bendita todos los días para arrancar todos tus pecados.
Aunque sé que bromea, tiene razón.
Saco los fósforos y prendo el cigarro.
Tomo una gran bocanada y largo de a poco el humo.
—¿Querés? —pregunto.
Asiente y se queda acostado en la misma posición. Le paso el cigarro y pita con fuerza consumiéndolo.
—¿Hace cuánto que empezaste a fumar? —pregunto, ya que no me gusta la idea que lo haga.
—Creo que desde mi vuelta a Mendoza. O cuando me enteré que te encomendaste a Dios. ¿Te olvidaste que vos me enseñaste cuando estábamos en el albergue?
Lo miro serio. No sé si quiere hacerme sentir peor de lo que ya estoy o solo me cuanta la verdad.
Lo corrompí.
—No, esa noche jamás me la voy a olvidar, Jeremías. Yo tengo algo muy importante en mi pasado. Y yo... —suspiro hondo.
—¿Qué?
—Siempre soy yo el que domina, y con vos me dejé hacerlo te dí todo el control y no me decepcionaste.
—¿Para vos también fue tu primera vez? ¿Eso me estás queriendo decir?
—Por voluntad propia, sí.
Sus ojos se iluminan y hace una vez más hace su mirada.
—No me mires así Jeremías —advierto. Me sonríe y su pelo está alborotado, tiene la mirada cansada, está rendido después del sexo. Jeremías es adictivo.
La cama está impregnada de sudor, de semen, de amor. Impregnada de nosotros. Su confesión resuena en mi mente. Me ama.
Me acuesto con él, ya que no puedo estar más tiempo lejos de su piel.
Él me queda mirando y yo hago lo mismo.
Corro su pelo y se lo coloco detrás de la oreja.
—Sos hermoso, Jeremías —confieso.
Él marca una sonrisa solo para complacerme. Sigo acariciando su rostro. Bello y perfecto. Paso mis manos por su mandíbula, por su barbilla y la acaricio con los dedos, apenas le está saliendo la barba. Su mirada es penetrante. No me sorprende que todos le estén encima. Y eso me da mucha rabia.
—¿Me cantás una canción? —pide.
Su petición me hace sonreír aunque en este momento no tenga ganas de hacerlo.
—¿Cuál? —Suspiro hondo.
—La que me cantaste en el auto. Cuando estábamos en Mendoza todavía.
Ya recuerdo cuál.
Aclaro mi garganta y comienzo a cantar. No diría cantar, es más que nada un susurro melancólico de nuestra noche juntos; de nuestra última noche juntos.
—Fue a conciencia pura,
que perdí tu amor,
nada más que por salvarte;
hoy me odiás y yo feliz,
me arrincono pa' llorarte.
El recuerdo que tendrás de mí,
será horroroso,
me verás siempre golpeándote,
como a un malva'o;
y si supieras bien, que generoso,
fue que pagase así,
tu gran amor.-
Sol de mi vida,
fuí un fracasa'o;
y en mi caída,
busqué de echarte a un la'o.
Porque te quise tanto,
tanto, que al rodar;
para salvarte,
solo supe hacerme odiar.
—¿Me odias? —interrumpo mi canto y mi pregunta sale mucho antes de haberla elaborado en la cabeza y no pensé en respuesta. Él dijo hace un momento que me amaba. No, no puede odiarme.
Traga con dificultad y me mira a los ojos. Toma aire para formular su respuesta.
—No, no podría —finaliza.
Sus ojos se llenan de lágrimas y comienzan a caer cruzando su nariz. Jamás aparta su mirada de mí.
¡La puta madre!
—No, por favor no llores, Jeremías.
Su dolor es el mío y me remonta a mi infancia.
—¿Esta va a ser la última vez que estemos juntos?
Asiento con la cabeza.
—No llores, por favor.
—No supliques —replica—. Dejame llorar tranquilo.
Tiene razón, yo soy el culpable que se desahogue conmigo.
Me acerco a él y lo abrazo, él apoya su cara en mi pecho y comienza con su llanto. Y para mí que él sufra, es igual o peor que mis días en el orfanato.
—Llorá todo lo que quieras. Yo soy el responsable de que estés así.
—¿Estás orgulloso de eso? —pregunta con la voz repleta de congoja.
¿Por qué me lastiman tanto sus palabras?
—No, me hace sentir más miserable de lo que ya soy, Jeremías
—No sé si estuve a la altura de la circunstancia —expresa con su voz quebrada.
—Lo estuviste, lo estás. Lo estás siempre.
Me gustaría decirle un montón de cosas, de lo especial qué es, lo inteligente. De lo orgulloso que estoy de él, pero sería echar más leña al fuego.
—No llores más. Odio cuando lloras. Cuando te dije en mi casa que te amaba era verdad, es verdad. Te amo, Jeremías como nunca amé a nadie.
Agarro su cara con las manos y lo obligo a mirarme.
—Te amo. —Lo beso en los labios. Están salados y suaves.
Creo que es momento de irme. Creo que me excedí en mis palabras y mucho más en mis actos.
No sé cómo irme realmente. No quiero hacerlo.
Me incorporo y me levanto de la cama. Voy hacia mi ropa y comienzo a vestirme.
—¿Es por mi madre que te vas, Lucas?
Agacho mi mirada y me refriego los ojos. No contesto a su pregunta.
—¿O no soy suficiente para vos?
¡No!
¿Cómo piensa algo así?
Salgo de la habitación con los zapatos en las manos. No aguanto un minuto más ver su sufrimiento. Ya no interesa quién me vea. Esta va a ser la última vez que pise esta casa.
Al salir de pasillo me cruzo con Juan Cruz. Algo dice por lo bajo y voy directo a él.
—Repetí lo que dijiste —ordeno lleno de ira.
—¿Y quién sos vos para darme órdenes?
Creo que nos estaba espiando.
—¡Repetí lo que dijiste! —me dirijo a él y aprieto mis dientes—. Si sos tan machito. ¡Repetilo! ¿O acaso querés estar en el lugar de tu hermano? Le tenés mucha envidia, pibe. Se te nota.
—Del puto ese.
Le pego una trompada haciendole sangrar la boca. Él se agacha y comienza a chillar.
Me agacho y me pongo a su altura.
—Tu hermano es mucho más macho que vos. Seguramente lo aprendiste de la puta de tu madre ¡Asco me das! —Escupo cerca de su pie. Él sigue agachado y llorisqueando.
Bajo las escaleras a toda prisa. La rabia me consume al mismo tiempo que el dolor.
¿Por dónde debería salir?
Ya no me interesa.
Salgo por la puerta principal.
Gregoria se paraliza al verme.
—¿Qué haces acá?
—Vine a despedirme.
—Pensé que teníamos un trato.
—Y lo estoy cumpliendo. Mañana a primera hora me voy. Cumplí con lo que prometiste —ordeno.
—No me digas lo que tengo que hacer.
—¿Lo vas a emparentar con esa puta? ¿No te da asco?
—Yo te iba a preguntar lo mismo. ¿No te da asco revolcarte con mi hijo?
—No hables así de Jeremías.
—Es mi hijo y puedo hacer lo que me plazca con él.
—Gregoria cumplí lo que prometiste. O voy a volver y no te conviene que lo haga. Nada de represalias contra él.
—¿Qué le dijiste a Miguel?
—Eso a vos no te incumbe. —Salgo de la finca y retrocedo un paso—. Atendé a tu hijo que se golpeó la boca.
—¿A Jeremías?
—No, al inútil de Juan Cruz, alguien tenía que ponerlo en su lugar.
Sigo descalzo caminando por el barro, como todo negro. Así debe ser. Solo como al principio como cuando nací, cuando me dejó en ese infierno llamado orfanato. Comienza a llover y la angustia se apodera de mí. Aunque prometí no volver a llorar, no volver a eso. No puedo evitarlo. Separarme de él son de las cosas más difíciles que pasé en mi miserable vida. Lamento en el alma todo el sufrimiento que le ocasiono. Sigo caminando con los pies llenos de barro, limpiando mis lágrimas, la lluvia no da tregua al igual que la culpa.
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Espero que hayan disfrutado del capítulo. Tenía mucho miedo de escribirlo. Lo confieso. Lo publiqué a esta hora porque después el internet se tilda más que nada porque es Navidad y esas cosas.
Les deseo de corazón que pasen unos hermosas fiestas.
Los quiero mucho. Y gracias por estar siempre. 💖💖💖
Gi 😈
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