Capítulo 9: El baile
De nuevo en la fiesta me siento fastidiado y preocupado por lo que haya visto Roberto.
Desearía encerrarme en mi habitación y morir por inanición.
-¿Por qué tardaste tanto? -Reprocha mi madre.
No respondo y suspiro con fuerza sentándome de nuevo en la mesa familiar. Juan Cruz, gracias a Dios está en la barra tomando un whisky, deduzco por la forma del vaso y el color del líquido.
La orquesta sube la intensidad de la música y se escucha una pieza de Jazz, la trompeta suena fuerte resaltando de los otros instrumentos.
Algunos se levantan de sus asientos e invitan a sus parejas a bailar. Mi padre invita a bailar a mi madre y ella acepta encantada.
La señorita se acerca a mí. Y me invita a bailar también.
Niego con la cabeza.
De veras que no estoy de humor.
-Preferiría caminar. Si no le molesta.
Ella forma una sonrisa, no la veo muy convencida.
Estiro mi mano y ella la acepta de inmediato.
-Hubiese preferido bailar con usted, Jeremías.
Y yo preferiría encerrarme en mi habitación con Lucas hasta que la muerte y el castigo toquen la puerta, hasta que me digan que seré castigado toda la eternidad por haberme encamado con el Monaguillo de la Parroquia.
-Ya tendremos otra oportunidad, no sé preocupe, María.
Ella me sonríe ampliamente y vuelve a mandar señales difusas. Pensé que habían quedado claras las cosas entre nosotros.
-Si usted lo dice -dice, coqueta. Meneando su cuerpo y mostrándome su hombro-. ¿A dónde iremos?
-A caminar.
Solo a caminar.
-El lugar es amplio, Jeremías. Puede ser un poco más específico.
Niego con la cabeza, sin poder darle una respuesta, ya que por el momento no la tengo.
Mi madre nos dedica una amplia sonrisa llena de satisfacción.
Y yo me la quedo mirando, entendiendo lo que ella busca de mí. Que esté con María, que me encame con ella, que la embarace, que tenga millones de hijos, uno más perfecto que el otro. Que sea un hombre hecho y derecho. Lo que ella tanto añora de mí.
Le daré el gusto. Y culparé al alcohol, mis hormonas en ebullición y a Lucas. Sí, a él por haberme besado de la forma en que lo hizo. De haberme tocado así, tan sutil, tan necesitado de mí.
Cercioraré que no hay nada malo en mí, que el estar con María sería una muy buena opción.
-¿A dónde le gustaría ir? -consulto.
-A dónde usted guste.
Salimos hacia el Parque donde se encuentran unas hamacas y un bello rosedal. Jorge es tan sensible cuidando las flores de mi madre. Ella se enrosca en mi brazo y luego me mira con sus bellos ojos achinados.
Todo aquí huele a rosas.
La noche estrellada y la temperatura es la ideal.
Ella se acomoda en la hamaca y la sigo sentando en la otra. Apoya sus pies en la tierra y apenas se balancea.
-¿Dónde estuviste hace un rato, Jeremías? -pregunta, mirando sus pies.
Con Lucas en el establo, besándonos.
-Ya le dije. Había ido al baño.
-Ah -Muerde sus labios, pero no de una forma provocativa, creo que quiere decir algo, pero no lo hace.
-¿Tiene frío?
Niega con cabeza.
-Ayer... cuando quise besarlo. Su madre me había dicho que yo le gustaba y que usted era muy tímido para poder acercarse a mí. Por eso lo hice. ¿Usted cree que soy bonita?
-Creo que es la señorita más hermosa de por aquí.
-No hay que mentir, Jeremías. Es pecado.
-¿Por qué le mentiría?
-¿Usted miente?
-¿Y usted?
Asiente con la cabeza apenada. Sus ojos se fijan en los míos. Y se la ve afectada. De verás que es muy misteriosa la señorita.
-Pero no le cuente a nadie, por favor.
-Se lo prometo. Yo también miento. Creo que todos lo hacemos.
-Desearía no hacerlo -confiesa.
-Yo tampoco quiero hacerlo. Pero así es la vida. A veces no es tan justa como hubiese querido.
-Usted tiene todo, siempre reniega de lo que tiene. Mire a su alrededor -Ella extiende su mano mostrándome la inmensidad de la finca.
-Reniego de lo que no tengo, María.
El amor de mi madre es una de ellas, sé que es mi culpa. Sé que soy el culpable de su pesar y de su malestar diario.
Ella se levanta de la hamaca y se agacha frente a mí.
-No quise ponerlo mal. Solo que me cuesta entender algunas cosas.
Fijo mi mirada en ella y no sé el motivo que me invita a querer besarla. Verla hincada frente a mí, con preocupación en su rostro. Llevo mis dedos a sus mejillas y me acerco a ella para hacerlo.
Apenas rozo mis labios, solo un poco. Y ese poco me da la pauta de que esto no está bien. No está bien para mí, para mis adentros. Me hace sentir en falta conmigo mismo.
Irónico.
-No debería de ser así, -susurro separándome de ella-. Lo lamento.
La tomo por la cintura y la alejo de mí retirándome.
Vuelvo a la fiesta y veo a Lucas a lo lejos, Miguel le dice algo al oído y él le asiente sonriéndole, haciéndome sonreír a mí también.
Levanta la vista y me observa a lo lejos, levantándome una ceja. Yo agacho la cabeza jugando con mis pulgares un poco intimidado por la intensidad de su mirada.
Tras varios minuto de tranquilidad. Corta pero tranquilidad al fin. María se me acerca y se sienta a mi lado.
-¿Le gustaría bailar? -Levanto la vista y la observo, creo que estuvo llorando.
-¿Se encuentra bien?
Asiente con una sonrisa en el rostro, suplicante.
Tomo valor y me levanto del asiento.
-Está bien -expreso, cabizbajo.
La tomo de la mano y me dirige al centro de la sala, donde hay varias parejas también bailando. La señorita conduce mi mano a su cintura.
-Trate de no pisarme -sugiere y sonríe, mostrando su pequeña dentadura.
A unos escasos metros visualizo a Lucas que me mira sin ninguna expresión en el rostro.
Aproximo el cuerpo de la señorita María y siento sus pechos en el mío, la señorita reprime un grito.
Nos comenzamos a mover dando pequeñas vueltas, al compás de la música. Y mi atención se centra en el hermoso morocho de ojos color almendra.
-Sabe bailar -afirma encantada.
-No, solo estoy improvisando.
-Se mueve muy bien.
Observo a Lucas y él saca a bailar a una señorita, no la conozco creo que es pariente de algún invitado de mi madre.
La señorita María busca mi mirada y la encuentro al instante.
La música culmina y cambia de ritmo. Ahora están tomando una Milonga.
-Aguarde aquí -digo, a la señorita. Voy a mi mesa y tomo un gran sorbo del alcohol-. Lamento haberla hecho esperar.
-No hay problema ¿Recargó energías? -pregunta, con gracias y yo asiento sonriente.
Los acordes comienzan a sonar. La señorita de nuevo me guía y a diferencia de antes lleva su mano más hacia abajo llegando al final de su columna, mi miembro hormiguea. Levantamos la vista y todos nos animan a bailar.
-Sígame. Cuando yo voy adelante, usted retrocede -susurra, en mi oído haciendo contacto con sus tibios labios y a mí se me eriza la piel-. ¿Listo?
Miro hacia adelante y Lucas hace lo mismo que yo. Vuelve con la señorita. Y ellos también comienzan a bailar. Él mantiene su mirada en mí. Desafiante, penetrante.
No lo hagas, Lucas. Suplico en mis adentros.
La señorita María me guía y como muy buen alumno que soy, hago lo que me dice. Se detiene cuando la música también lo hace y hace un pequeño latigazo en medio de mis piernas. Vitorean a la señorita María.
Lucas por lo pronto, sigue con su ritmo y la señorita se la ve afectada por él. Su peinado se ha desarmado. Y creo que así me veía yo hace un rato en la caballeriza.
La señorita María lleva todo su cuerpo al mío, rozándose en mi miembro, y ese hormigueo crece cada vez más depositándose en mi glande.
La música culmina y todos aplauden llenos de vigor y emoción y a esta hora de la noche creo que el alcohol todo lo permite.
Mi madre aplaude encantada por el espectáculo que montamos con la señorita María, en cambio mi padre niega con la cabeza y aprieta los labios en forma de reproche, llevando sus manos a la cintura.
¿Qué le carcome?
Lucas besa en la mejilla a la señorita que lo acompaña y también los vitorean a ellos. Su mirada en ningún momento dejó la mía y viceversa.
Estoy acalorado y excitado, mi gomina ya dejó de hacer efecto y mis mechones me tocan la cara molestándome, los corro hacia un lado acomodándolos detrás de mi oreja.
Lucas le dice algo a la señorita, la agarra de la mano y se retiran juntos.
Y yo como un perro fiel voy detrás de ellos.
No me importa si me alguien me ve. Cada uno está inmerso en su mundo. Mi padre saca a bailar a la señorita y ella accede encantaba, mi madre baila una pequeña pieza con el señor Alcorta. La música ahora es mucho más tranquila y relajada.
Salgo disparado detrás de ellos y los sigo hasta que llegan a la parte del parque. Donde hace unos momentos yo estaba con María. No puedo creer que esté acá.
La señorita se sienta en la hamaca y él apoya su cuerpo al poste. Ella está de espaldas a mí y no puede verme.
Él la toma del brazo la tironea y la deposita en su pecho. Lleva una mano a su cintura y la besa en la boca. Y sé que me observa. Me quedo quieto observando cómo la posee, cómo la besa, levanta su pollera y presiona sus muslos. Mi erección me molesta y aprieta demasiado mi pantalón, toco mi miembro y fijo mi mirada en él. Sintiendo que soy yo el que lo besa y él me sigue observando mientras la toca sin descaro y besa con firmeza.
¡No! Esto es demasiado.
Me voy media vuelta y me dirijo a mi cuarto.
Entro por la parte de atrás de la cocina, cruzo la sala más pequeña y me encamino hacia mi cuarto, salto de dos en dos los escalones. Limpio algunas lágrimas de mi rostro. Y no encuentro la razón de mi llanto ¿Enojo? ¿Disgusto? ¿Decepción?
Sí, decepción de mí mismo.
¡Soy un maldito marica!
Saco mi llave del bolsillo y abro la puerta me quedo de espaldas a la entrada, inmóvil con la luz apagada, tratando de encontrar un poco de tranquilidad en la inmensa oscuridad, pero no la consigo, tengo bronca; mucha bronca. Rabia.
El piso de madera cruje y me doy vuelta al instante. Y el maldito sinvergüenza se encuentra en el umbral de mi habitación. Cruza sus piernas, un poco de luz que proviene del exterior alumbra su rostro. Puedo observar su barba creciendo, sus rulos descontrolados en su frente, pero son datos insignificantes. Quiero saber qué quiere, qué siente. Y por qué se atreve a venir a mi habitación.
-¿Te gustó verme con ella? -pregunta y silencia mis pensamientos.
No respondo.
-¿O te gusta más que yo te bese?
-¿Qué querés? ¿No te bastó con el espectáculo que hiciste? -grito enfurecido.
Quiero golpearlo. Se ve tan sereno y desafiante.
-Esa pregunta quería que me hicieras, Jeremías. ¿Qué quiero?
Muerde su labio, saca un cigarrillo del bolsillo lo prende con un fósforo y luego sopla apagándolo.
-¿Por qué lo hiciste? -exclamo.
-Hice varias cosas hoy, Jeremías. Sé más específico.
-Besarla. Besarme. Creí... No sé qué creí.
-¿Qué creíste?
-¿Te gustó? -Evado su pregunta.
-¿Y a vos te gustó? -replica.
-¿Me estuviste siguiendo?
Se acerca a mí y tira el humo en mi cara.
-La pude besar porque pensaba en vos. Te tenía en frente ¿Y vos qué pensabas cuando la besabas a ella? -susurra, apretando los dientes.
¿A ella?
Habla de la señorita María.
-En nada -respondo sincero.
-¿En nada?
-Y hace un momento cuando besaba a... ni siquiera sé su nombre -expresa con desprecio-. ¿Por qué es tan descortés?-Noté que te gustó ¿Cuándo vas a dejar de tener miedo de lo que sentís?
Su aliento lo siento cerca y trato de no mirarlo. No quiero caer en la tentación. Pero me es imposible todo su cuerpo me invita a querer saber más, a tener más de él.
Lo tomo de la cara y comienzo a besarlo. Su lengua caliente roza la mía y el hormigueo de hace un rato no se compara con lo que siento en este momento. Una corriente eléctrica cruza por mi columna vertebral, dejándome sin aire.
Tira el cigarro al suelo. Y no me importa si nos quemamos vivos, sé que mi destino es arder en el infierno.
Él desabrocha mi moño y yo el de él. Sin dejar que nuestras bocas se separen, arrastra mi saco hasta que este cae al suelo, llevo mis manos a su cara, desciende las suyas tocando todo a su paso y se detiene en mi miembro lo presiona suave, haciéndome gemir en su boca. Marca una sonrisa en mis labios y hago lo mismo que él, siento su dureza en mis manos, me empuja y me deposita en la cama. Desabrocha mi camisa con rapidez, mientras la abre pasa su lengua por mi pecho. Cierro los ojos disfrutando de sus besos.
El infierno se siente encantador esta noche.
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