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Capítulo 7: Mentira piadosa

—Abra, mi niño. Que la bandeja está pesada —pide, detrás de la puerta.

Mi corazón se paraliza y mis piernas tiemblan.

—Ahí voy, Delia. Es que estoy desnudo —tartamudeo.

Se me podría haber ocurrido otra cosa que decir.

—¿Y qué hace desnudo? ¡Por el amor de dios! ya le conozco sus partes, mi niño.

—Shh, —Lucas ríe y tapo su boca con la mano y con la otra hago seña para que se calle, apoyando el dedo índice en mis labios, la diversión culmina cuando se escucha la voz gélida de mi madre.

—Delia, ¿qué hace acá?

—Le vine a traer el almuerzo a la pequeña.

—Me comentó Juan Cruz, que Jeremías no sé sentía muy bien. Siempre dando problemas ese chico ¿Sabe dónde está?

—Creo que estaba en la caballeriza.

¿Delia está mintiendo por mí? ¿Por qué lo hace?

—Si lo ve dígale que quiero hablar con él, o mejor no. De igual manera lo voy a ver en la cena.

—Como usted diga, señora.

—Lléveme un aperitivo a mi cuarto, por favor y que nadie me moleste, ¿Está claro?

—Sí, señora.

—¿Delia?

—¿Señora?

—¿Usted, no iba a dar de comer a la pequeña?

—Sí, señora. Estoy en eso.

—¿Y Eva con quién se encuentra?

—Con la señorita Emilia.

—¿Y, usted por qué le lleva el almuerzo? Trate de estar en un solo lugar. Porque no termina haciendo una cosa, ni la otra. Ah y otra cosita, para el sábado a más tardar quiero la platería pulida.

Sigo tapando la boca de Lucas, y en sus ojos veo rabia, está apretando los puños a un costado de su cuerpo. Esta cercanía quema mi sangre.

—¿Cómo hacés para aguantarla? —susurra, debajo de mi mano. Sus labios hacen contacto con mi piel. Y un dulce hormigueo recorre todo mi cuerpo.

Reprimo un jadeo. 

—Por favor, quedate acá y no hagas ningún ruido —ordeno, separándome de él.

Voy hacia el pasillo, e inspecciono todo a mi alrededor, por el momento está todo calmo y solo espero que no sea la calma que antecede a la tormenta. Vuelvo a mi cuarto y veo a Lucas sentado en la punta de mi cama con un papel en sus manos.

—¿Esto lo hiciste vos? —pregunta sin mirarme. Deduzco que habla de uno de mis dibujos, que hasta hoy, nadie había visto. Y no sé tampoco de dónde lo sacó.

—¿Qué hacés con eso?

Trato de sacárselo de las manos, pero es más rápido que yo.

—Shh no hagas ruido, nos pueden oír. —Sé que está siendo irónico, pone el dibujo detrás de su espalda, y sigo sin éxito sin poder alcanzarlo.

¡Qué desesperante!

—¿Este soy yo? —pregunta, asombrado.

—No es algo que te interese.

—En verdad si me interesa, más si viene de vos y mucho más aún; si el del dibujo soy yo.

—No tenés que burlarte, no es necesario —digo, un poco herido.

—No lo estoy haciendo. Me encanta.

Se lo queda mirando y marca una bella en el rostro, y otra vez, no deja ver sus dientes.

—Te lo podés quedar no me importa —miento, y trato de parecer despreocupado.

—¿En serio? —pregunta de lleno de ilusión.

Es solo un mísero garabato que no refleja absolutamente nada de lo que él es. Si hubiese sabido de ante mano que él iba a ver algunos de mis dibujos y no solo eso, que se lo iba a llevar le hubiese puesto un poco más de empeño.

—Sí.

Viene a mí y besa rápido en la mejilla y sale disparado de la habitación. Voltea y me señala el papel, lo dobla a la mitad lo guarda en el bolsillo, y desaparece con una velocidad de maleante, diría mi madre.

 Respiro con fuerza, llevo mis dedos a mejilla sintiéndome tan vacío.  







La semana transcurre sin pena ni gloria, todos los santos días tengo actividades; natación e inglés los martes, clases de piano los miércoles, equitación y francés los jueves y el viernes por la tarde otra vez natación y de nuevo inglés. Y cuando creí que no podía hacer otra actividad, mi madre ha planeado introducir Esgrima a mi semana. No importa cuánto tiempo me lleve mis lecciones, o qué tipo de idioma estudie, siempre está él en mis pensamientos. Él y la maldita culpa.

Mi único día libre es hoy sábado y para mí suerte no hay nadie en la finca, excepto el personal. Delia me preparó un pequeño picnic. Le dije que no era necesario, pero esa mujer es terca y no escucha cuando se le habla.

Creo haber oído a donde se dirigía mi familia, pero como siempre no estoy invitado. Tampoco es que quisiese ir con ellos, solo me apena mi padre y la pequeña.

El aire tibio me da en la cara, como una si fuese una pequeña caricia matutina, estoy acostado boca arriba debajo de un limonero. Cierro los ojos e inspiro con fuerza y una vez más, un joven de labios carnosos se aparece en mi mente, nuestras miradas durante la misa, nuestro beso en la cocina, me saboreo sintiendo sus labios en mi boca, me retuerzo en el pasto inquieto y siento como mi erección comienza a crecer debajo de mi bermuda.

—¡Boo! —me asustan y me incorporo desbocado.

—Perdón, no lo quise asustar, bueno sí, pero no tanto.

—¿Qué hace acá? —mi tono sale demasiado severo para mi gusto. Ella no lo nota o simplemente lo ignora.

—Vine a verlo. Me voy si usted quiere.

—No, venga. Solo me agarró desprevenido, ¿Qué hace por estos lugares?

No quiero ser descortés.

—Ya le dije vine a verlo, di mi clase de catequesis y como la parroquia está cerca —se justifica, hundiendo los hombros pareciendo inocente.

¿Qué tan inocente puede ser? ¿De veras lo es?

—Ah, ¿viene de ahí? —pregunto, ansioso.

¿Debería preguntar por Lucas? 

Lucas. 

Lucas. 

Lucas. 

Me paro y la ayudo a sentarse.

—Mañana es el cumpleaños de su madre.

—Lo sé, —finjo una sonrisa—. La noto muy emocionada

—¿No debería?

—Debe ser porque yo ya presencié muchas de sus fiestas.

Demasiadas para mi gusto.

Se acerca y se sienta de mi lado, tiene puesto una pollera de bambula blanca, que al sentarse se puede apreciar su delicada piel. La observo por unos segundos y luego levanto la mirada a sus ojos, que me observan impacientes ella me sonríe tímida, o es lo que yo puedo apreciar.

—Perdón, no la quise incomodar.

—No lo hizo, —Se aproxima un poco más a mí—. Es muy hermoso.

Estoy tieso y sin aliento; nervioso e incómodo, pero no de un modo agradable. No como con Lucas.

Acaricia mi rostro y se acerca demasiado a mí me quedo estático en mi lugar, sin saber qué hacer en verdad. Ella cierra los ojos y entreabre la boca. Acorta aún más la distancia y sus labios rozan los míos.

—No —susurro aterrado.

Ella se aleja de inmediato de mí y abre los ojos. 

—Perdón por mi atrevimiento, no sé en lo que estaba pensando. Ella tapa su rostro con las manos con evidente vergüenza.

—No se preocupe, ¿Quiere caminar? —me paro y me sacudo la ropa. Sirvo un poco de jugo de naranja y se lo entrego.

—Gracias.

Le ofrezco mi mano y la recibe de buen grado.

Caminamos por la finca, hace demasiado calor y por el momento estamos en silencio, pero no incómodo, solo silencio. Creo que los dos estamos ordenando nuestros pensamientos y acciones. Espero no haberle dado falsas esperanzas a la señorita.

—¡Jeremías! —grita, y sale disparada cuando llegamos a la parte de la granja, del gallinero salen pequeños pollitos de color amarillo. Pongo mis manos en los bolsillos y observo como intenta agarrar uno y no lo consigue. Al cabo de unos minutos, perfecciona su técnica y viene a mí con uno entre las manos.

—Son muy bonitos —dice, encantada.

—Sí, son muy tiernos.

Sonrío en respuesta a su entusiasmo.

Deja el pollito en el suelo y caminamos un poco más, tengo mucho calor y sed, pero la señorita está tan emocionada por ver la finca, que me apena parar y tomar un respiro.

—No sabía que tenías piscina.

—Sí, son muy pocas las familias que poseen una.

—Otra vez hizo esa mirada, Jeremías ¿Por qué reniega de lo que tiene?

—No sabía que lo hacía.

—Sos muy afortunado. Muchos les gustaría estar en su lugar.

¿Afortunado?

Afortunado solo por poseer una piscina. Afortunado por tener dinero, que ni siquiera es mío. Yo no he hecho nada para tener lo que tengo, es más reniego todos los santos días de mi vida mi mala fortuna. Mi suerte nunca está de mi lado, en verdad. Quizá Dios se olvida de los pecadores.

—¿Me está retando?

—No, solo digo.... nada no me haga caso.

—¿Se quiere meter? —pregunto, y cambio de tema

—No tengo traje de baño ¡No, Jeremías! Ni se le ocurra, por favor —grita, alejándose de mí con una sonrisa en los labios.

Sale corriendo y la agarro por detrás y los dos nos caemos a la piscina. Jugamos en el agua como si fuésemos pequeños críos. Ella salpica mi rostro y yo hago lo mismo. Me sumerjo y tiro de su pierna hundiéndola bajo el agua. La señorita intenta sin éxito alejarse de mí. Tras varios minutos de algarabía y jolgorio, estamos relajados y en silencio. Ella está apoyada en la borde con los codos hacia afuera del agua y yo en cambio estoy boca arriba.

—Perdón —dice, rompe el silencio y la tranquilidad.

—¿Por qué? —pregunto despreocupado.

—Por el casi beso.

—No hay nada que perdonar, además, usted, ya lo dijo fue un casi beso. Lamento haberle dado falsas esperanzas —me disculpo, sincero.

—Usted, no fue.

—Si yo no le dí falsas esperanzas, ¿quien si no?

Mi madre. 

—No me haga caso —dice, apenada. Y se queda en silencio mirando hacia la finca. 

Tengo la sensación de que va a decirme algo más, pero se arrepiente en el camino. Es muy misteriosa la señorita.

—Espero haber pagado mi deuda —cambio de tema.

—¿A qué se refiere? —Voltea de inmediato a mirarme. 

—La última vez que nos vimos, me dijo que le debía una charla.

—Es verdad lo había olvidado ¿Cómo te llevas con él? —Su pregunta me desconcierta. 

¿Él es Lucas? No es algo de lo que me gusta hablar y menos con ella.

¿Por qué me lo pregunta?

—¿De Lucas me habla? —asiente con la cabeza.

Ya estoy nervioso otra vez, exhalo con fuerza un poco fastidiado.

—No tenemos mucho trato, lo ví muy pocas veces —expreso, tratando de parecer convincente.

Y hubiese preferido que sean muchas más.

¡No!

—¿Y, usted?

—Mal, me trata muy mal siempre. Creo que tiene algo en mi contra.

Y en este preciso momento recuerdo lo que me dijo de ella y la señora Ofelia que no debía confiar en ellas. Si sabe algo, por qué no me lo dice y ya.

La señorita sale de la pileta, y yo salgo detrás de ella. Su ropa queda pegada a su cuerpo marcando sus curvas y sobretodo sus pechos, miro hacia un lado, para que no sé sienta incómoda, la señorita María es preciosa.

Nos secamos al sol, como me enseñó Delia, cuando era un pequeño.

La tarde transcurre y la señorita ya debe irse, la acompaño a la entrada, Delia le propició de ropa limpia y seca, deduzco que será de la señorita Emilia.

—Hasta mañana —saluda, y yo respondo de la misma manera.

Voy hacia la cocina.

—Mi niño, lo estuvo buscando el monaguillo.

¿Lucas? Siento que las palabras de Delia me empujan hacia atrás.

—¿Lucas estuvo acá? —pregunto, confundido con la boca seca.

—Sí, yo lo mandé a donde usted estaba, mi niño ¿No estuvo con usted?

—No, Delia. No estuvo conmigo.

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