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Capítulo 45

(...)Si piensa tendrá angustia
Si duda tendrá locura
Si siente tendrá soledad.

Eduardo Galeano



—Pensé que no se iba a despertar más, patrón.

Se me hiela la sangre al escuchar esa voz, la reconozco y sobretodo la palabra patrón. Sé de quién viene.

Me cubro con las sábanas para que no vea mi desnudez.

—No se preocupe, no tiene nada que no haya visto antes —Se humecta los labios y retiene una sonrisa.

—¿Qué hace acá? —grito desesperado.

—Le recomiendo que se vista —dice sereno. Le pega una pitada al cigarro y lo larga viniendo a mí.

¡Gregoria!

¡Lucas!

—¿Dónde está Lucas? ¿Qué hace aquí? ¿Dónde está mi madre?

—Hágame caso, vístase. —Ignora mis cuestionamientos.

Me visto lo más rápido que puedo, intentando que no me vea desnudo. Su mirada me penetra.

—¡Muchachos! —llama.

¿Qué?

Entran dos hombres y los observo atónito. Sé quiénes son, los recuerdo, ahora sí sé quiénes son, son los mismos que estaban en el patio del conventillo cuando fuimos a buscar a Miguel a su casa antes de partir a Mendoza. Uno de ellos al verme agacha la mirada, con él hablé, él fue quién me preparó a Azúcar y luego como por arte de magia desapareció el día que éste hijo de puta quiso abusar de mí.

—No lo hagas —expreso mirándolo a los ojos, él me esquiva la mirada y no dice nada.

Comenzamos a forcejear e intento zafarme de su agarre. Uno me agarra por detrás y traba mis brazos.

—No luche, patrón. No haga las cosas más difíciles.

—¡Suéltenme! ¿Cómo me encontraron? ¿Dónde está Lucas? —cuestiono lleno de terror—. ¡Suéltenme! ¿Dónde está mi madre? ¿Ella está detrás de todo esto?

Sí, ella fue la que ideó todo esto. Tendría que haberme ido, haber vuelto en su momento. No es momento de lamentos. Tengo que saber que Lucas está bien.

—Ya va a tener tiempo de verla.

—¿Dónde está Lucas?

—Ese negrito, siempre causó problemas, desde que era un purrete.

—¿Qué sabe usted de él? —increpo.

—Más de lo que se imagina, patrón.

Roberto hace una sonrisa socarrona. Sabe algo que yo no, como de costumbre.

La sangre comienza a hervir en mis venas, ellos lo tienen.

Los hombres me atan las muñecas mientras el hijo de puta del capataz me agarra de los pelos inclinando mi cara él.

—No me toques.

Se acerca a mí y siento su aliento rancio cerca de mi cara.

—No grite, patrón. Aquí nadie lo va ayudar. ¿Sabe? Su madre es muy... ¿Cómo decirlo? Influyente.

—Ella es una hija de puta igual que usted —gruño entre dientes.

Marca una sonrisa de costado y me brinda de un cachetazo sonoro, volteando mi rostro a un lado.

—Usted va a aprender a respetar, patrón. Usted es como los potrillos al principio cuesta un poco dejarse domar, pero va a aprender —expresa, sacándome el pelo de la cara y acomodándolo detrás de mi oreja.

—No me toques, hijo de puta —repito.

Me sacudo para ambos lados, hasta que se resigna y saca su mano asquerosa de mi rostro.

Su mano se siente áspera con hedor a orín y tabaco de mala calidad.

—Así que es aquí dónde estaba —hace una pausa—. Aquí es donde se escondía. Debería haberla visto a su madre cuando se dió cuenta que no estaba en la finca. Mire no más dónde estaba, en esta pensión de mala muerte, éste lugar no es para usted y mucho menos ese negro con el que anda.

—Debemos irnos, señor —lo interrumpe el hombre un poco nervioso. Él lo mira extrañado. ¿No conoce el tipo de persona qué es Roberto?

—Espere un momento, todavía no he terminado con él —se dirige al hombre con tono altanero—. ¿Se acuerda el amiguito suyo? Ese el que se hizo el héroe. —Lo miro pero no contesto—. Bueno, a ese lo encontraron colgado en la pensión.

¡Oh, no! ¡Joaquín!

¿Por qué haría algo de esa índole? No lo comprendo.

¿Será verdad lo que dice? No me puedo fiar de él.

—Juro por el Santísimo Padre, que no tuve nada que ver, aunque ganas no me faltaban. —Se persigna y mira hacia arriba—. Dejó una carta, su partida no le hizo muy bien, patrón. Ya deje la rebeldía, por eso estamos aquí, para que aprenda la lección. Para encaminarlo.

No hace mucho, pensé que era un descarriado, que debía ser encaminado, pero no hay nada malo en mí, no hay nada malo, pero sí en mi madre.

—Antes no comprendía cómo mi madre podía estar con usted, pero me dí cuenta que los dos son la misma mierda.

—Ella es sucia y cada vez que me la fifo se acuerda de dónde viene, de donde es realmente, patrón. No lo entendería, es muy joven todavía y no pasó la miseria que pasamos nosotros —murmura apretándo los dientes, llevando su dedo índice a la sien.

Siento repulsión y mis tripas comienzan a estrujarse.

—Se me ocurre tantas cosas que puede hacerle —cambia de tema, acariciándome el pelo y la barbilla—. Es muy parecido a su madre, pero usted me da mucha más curiosidad.  Tiene algo que atrae a las personas. Me calienta, pibe —confiesa en mi oído.

No sé si son los nervios, él cerca de mí, su confesión o un poco de más ambas que me vómito encima. Largo lo poco que tengo en el estómago salpicándole las botas gastadas.

El pega un salto hacia atrás y pone cara de asco.

Las náuseas no cesan y me inclino hacia delante de rodillas al suelo y con las manos maniatadas.

—Dele un poco de agua.

Uno de los hombres agarra el vaso que está en la mesa y es el mismo que le ofreció Lucas a la muchacha. Me  pone en la boca y yo niego con la cabeza. Me toma del brazo y me corre lejos de mi propio vómito.

—Tome —Roberto me ofrece el vaso.

—No quiero.

Antes de salir de la habitación Roberto se me acerca y saca del bolsillo trasero de su pantalón un pañuelo, lo sacude un poco y me venda los ojos.

—¿Por qué hacen ésto?

—Hay que cumplir órdenes, patrón. Sabe cómo es su madre de exigente. Y tuvo, desde su ida, días bastantes difíciles —Sé que está disfrutando de todo esto. No creo que le moleste hacerlo y sé a la perfección que no es la primera vez que lo hacen.

Me toman de los brazos y me guían a la salida.

Siento en mi rostro una brisa tibia y unas pequeñas gotas mojan mi rostro.

Sin más preámbulos me suben al auto y no puedo entender como nadie sale en mi defensa, ¿nadie ve que me llevan maniatado? De todos modos, esto no es lo que me interesa realmente, si no es Lucas, dónde está, con quién y cómo se encuentra.

La lluvia se hace cada más intensa al igual que mi nerviosismo.

—¿A dónde me llevan? —cuestiono infinidad de veces, pero sigo sin ninguna respuesta.

Tras un viaje interminable el auto se frena. Me toman de los brazos y me arrastran unos veinte metros más o menos, no sabría decirlo con precisión. Por el olor a abono deduzco que estamos en un establo y el relinche de los caballos me lo confirman.

Me tiran y caigo de rodillas a la paja.

—¿¡Hijos de puta dónde me trajeron!? ¿¡Qué van hacerme!?

—Ya le dije darlr una lección.

¿Por qué Gregoria hace esto? ¿Por qué no me deja en paz?

—¿Dónde está Lucas? —cuestiono con la voz quebrada, con el corazón en la mano. Tengo miedo. Terror, comienzo a temblar y no sé si es de frío o la preocupación que me provoca que le hayan hecho algo a Lucas.

—Vos no me quisiste creer, Jeremías.

¿Gregoria?

—¿Madre? ¿Dónde está él? ¿Qué le vas hacer, madre?

—Todo acto tiene su consecuencia, Jeremías. Pensaste que me iba a quedar de brazos cruzados —dice con tono firme. No puedo verla pero imagino su expresión.

—¿Cómo me encontró?

—No fue nada fácil, la vieja no daba el brazo a torcer, me costó mucho que largue algo.

—¿Qué le hiciste a Delia?

—Hice lo que tenía que hacer, Jeremías.

—Madre, por favor, no le haga nada a Lucas. Él no tiene nada que ver. Yo vine aquí. Él me rechazó. ¿Dónde lo tiene?

—¿Usted piensa que voy a creer sus mentiras, tan ingenua me cree?

Hay un silencio sepulcral y se me hiela la sangre, lo que contrapone el silencio: es la lluvia y los latidos de mi corazón.

—¡Jeremías! ¡Jeremías estoy acá! —grita.

¡Lucas! Gracias a Dios. Está acá y está vivo. Me vuelve el alma al cuerpo.

—Los dos me han desobedecido, pero más usted, Jeremías. Pensé que estabas mejor. Que ya lo había superado, que solo era un capricho, pero no. Me he equivocado tanto con usted. Y ahora los dos tienen que aprender la lección. Jeremías sos una decepción tras otra. Mire hasta dónde ha llegado, mírese. Asco me da que sea mi hijo.

—¿Cómo podes hablarse así a tu hijo? ¡Puta! ¡Mal parida! No mereces el hijo que tenés, no mereces nada de lo que tenés, Gregoria —vocifera Lucas.

Lo escucho toser.

¡No!

—¿Qué le están haciendo?

Nadie contesta. Quejidos y más quejidos.

—¡Hija de puta! —grito con desespero.

—¿Cómo te atreves a hablarme así? Sos una pequeña mierda, siempre lo fuiste. Sos la decepción más grande. Vine hasta aquí para salvarte y mire como me paga. Insultándome.

—Por favor, suéltelo. Sáqueme la venda, quiero verla. Dígame todo lo que dijo hace un momento a los ojos. Aunque lo odie, aunque me odie sigo siendo su hijo. Soy carne de su carne. Usted me tuvo en su vientre. ¿Cómo puede odiarme? —me retracto, hacerla cabrear más, no va a ayudar en nada.

Los brazos comienzan a entumecerse y las rodillas me arden.

Alguien se me acerca y, por su dulce perfume sé que es ella. Gregoria baja mi venda, parpadeo varias veces y busco a Lucas desesperado. Lo tengo a mi izquierda a unos cinco metros de mí.

Está tirado de costado, al igual que yo está maniatado. Veo algunas gotas de sangre en su labio inferior y su ceja derecha.

—A mí míreme, Jeremías —ordena apretando mi cara y llevando mi mirada a ella.

—Aquí estoy —susurro mirándola a los ojos. La vista se me nubla por las lágrimas acumuladas.

La miro y no es la imagen que esperaba ver de ella, está realmente demacrada no lleva maquillaje y su atuendo no es el de siempre.

—Se acuerda cuando quería que vaya a Europa a estudiar, a perfeccionarme. Si usted quiere puedo hacerlo. Empezar de cero, empezar todo una vez más —intento convencerla.

Ella se cruza de brazos y el lameculos de Roberto le prende un cigarro. Sin que ella se lo pida, sin que ella dé alguna señal.

—¡No Jeremías! No lo hagas por favor —suplica Lucas.

Gregoria hace una seña con el mentón y comienzan a golpearlo una vez más.

Los golpes se intensifican, pero soy lo bastante cobarde para no ver lo que le están haciendo.

Cierro los ojos con fuerza al escuchar los quejidos de Lucas.

—¡Puta! Sos una puta Gregoria y eso no va a cambiar aunque tengas toda la plata del mundo —Una vez más Lucas la insulta.

—¡Lucas no! —intento callarlo.

Ella aprieta los dientes y se acerca a él tomándolo de los cabellos. Él está en un estado deplorable, su cara está bañada en sangre.

Algo le dice al oído y él empieza a reír como desquiciado.

Gregoria hace una seña y comienzan a golpearlo una vez más.

Lucas se retuerce en el piso mientras los dos hombres lo propician de patadas en la cara y en el estómago.

—¡No! ¡Basta! ¡No! ¡Diles que paren, diles que paren! Madre, por favor. Madre —digo entre sollozos—. Me iré dónde usted disponga. Jamás, jamás en mi vida volveré a verlo. Jamás. Me olvidaré que él existe. ¡Madre! Por favor. Escúcheme. Déjelo.

—¡No, Jeremías! ¡No! —Lucas balbucea.

Roberto hace fuerzas para que siga de rodillas.

—¡Gregoria! ¡Diles que paren! Madre, por favor.

Mi garganta arde por los gritos y tras varios minutos, los más largos de mi puta vida, los hombres se detienen y Lucas tiene la cara llena de sangre y lo único que hace es mirarme y negar con la cabeza.

—No lo hagas, Jeremías —alcanzo a escuchar.

—No se trata de ser héroes en la vida, Jeremías. Se trata de aprender.

Ella viene a mí.

¿Aprender?

—¿Señora? No sé mueve. Creo que se nos fue la mano —se dicen entre ellos.

Mi corazón se paraliza y mis oídos comienzan a zumbar. Todo transcurre lento.

—No —susurro.

Los dos hombres lo sacuden pero él no reacciona. Uno se arrodilla y lleva su oído al pecho de Lucas. La mira a Gregoria y éste niega con la cabeza.

Gregoria levanta el mentón ya aprieta los labios.

No hay sonidos, no escucho nada. La intensa lluvia de hace un momento cesó o ¿son mis sentidos los que están fallando? ¿Esto es real? ¿Esto está pasando realmente?

Estoy petrificado.

Siento un escalofrío cruzando por mi columna vertebral llegando a mi cuero cabelludo y en un abrir y cerrar de ojos el bullicio se apodera de mí una vez más.

¡Lucas!

—¡Desátame, Gregoria! ¡Desátenme! ¿Qué hiciste? ¿Qué hicieron? ¿Qué le hicieron?

Forcejeo e intento pararme. Caigo de cara al suelo.

—¡Quiero que me desaten! ¡Desátenme! —Chillo entre llantos—. ¿Gregoria qué hiciste?

No reconozco a mi madre, a mi propia madre. Tiene una postura inmutable. Creo que está orgullosa de haberlo hecho.

—¿Lo hiciste, madre? —pregunto con la voz quebrada. Siento que mis brazos van desprenderse, como mi alma.

Ella se acerca a él y asiente con la cabeza.

—¡Desátenme! —exclamo con desespero, mi voz se quiebra al igual que mi alma, mi corazón y mi espíritu.

Roberto lo hace sin la aprobación de mi madre y me acerco a él,  arrastrándome.

Su rostro está bañando en sangre y está desfigurado, no se le distinguen las facciones por los golpes recibidos. Me acerco a su cuerpo y lo tomo en mis brazos, está estático, inmóvil. Está... está...

¡No! Ni siquiera soy capaz de articular esa palabra.

No puede ser cierto. ¿Es una jugarreta del destino?

Inspecciono sus signos vitales.

—Hay que llevarlo a algún lugar al hospital, madre. ¡Madre! ¡Lucas! —Sacudo su cuerpo—. ¡Lucas! ¡Lucas no me dejes! ¡Lucas, por favor! —Rompo en llanto. Lucas me ha dejado. Lucas se ha ido.

Cada acto tiene su consecuencia.

Cada acto tiene su consecuencia. 

Lucas me ha abandonado y es por mi causa. Por no haber sido obediente. Yo debí irme tiempo atrás, todo esto es mi culpa. Él ya no está conmigo. ¿Y la promesa de amor eterno?

Mi cuerpo se baña de su sangre y comienzo a llorar, llorar como crío, como lo que soy. Apoyo mi cabeza en su pecho y no escucho sus latidos, ya no hay nada, no hay nada de él. Me arrebataron a mi amor, me lo han quitado, han cumplido con su misión, esto es lo que ella siempre quiso y todos y cada uno de mis demonios y pesadillas se convierten en realidad.

Corro sus rulos manchados de sangre profanando su belleza y lo beso.

—¡Vamos Jeremías! —ordena Gregoria, tomándome del brazo—. Sáquenlo de aquí.

Siento el crujir algo en mi interior y por más que quisiese llorar, gritar o matarla con mis propias manos no puedo hacerlo. Mi cuerpo no responde. Que hagan de mí lo que quieran. Ya no soy nada, ya no tengo nada.

¿Este es mi castigo? Si es así, Dios aprendí la lección. Prometo no amar a nadie nunca más en lo que queda de mi miserable vida. Porque sin él solo seré un espectro, una pequeña parte de mí, una ínfima parte de mí. Todo lo que pensé que era, se fue ésta noche, en las torturas de Gregoria y en la partida de mi amor. En la única persona que amé y voy amar. No habrá nada que se compare a mi amor y, ahora, nada se va a comparar a mi dolor.

Siento que me arrancaron parte de mi cuerpo, siento como si me hubiese amputado una extremidad, sí, lo han hecho, me han amputado el alma, y ahora, seré un infame rondando por ahí en la sombra, en la oscuridad y en el vacío que llevo dentro. Ya nada será igual y la nada se reduce a eso, a la monotonía de todos los días en saber que por mi culpa él ya no está.

Y más, se reduce a nada.

















**********

Aquí finaliza ésta historia.

Tengo una mezcla se sensaciones que no entran en mi corazón. La primera es agradecimiento por estar hasta aquí conmigo acompañándome en cada capítulo, votando, comentando.

Gracias y más gracias. Ésta locura llamada Hacia el camino de la perfección terminó y me siento un poco triste. Antes que me insulten o digan "¿Así termina? Quiero decirles que falta el epílogo.

Gracias y más gracias 💖💖💖

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