Capítulo 43
No sé qué es lo que más me aqueja, si mi cuerpo por los tratos que recibí de Lucas, o es realmente mi alma. Quizá un poco de ambas. Siento que me han golpeado, han hecho de mi cuerpo una aberración. Me siento una piltrafa. Quizá sea yo, yo mismo el que esté causando este malestar, mi malestar, nuestro malestar.
-¿Cuándo pensás irte? -pregunta con desdén. Como si esa pregunta, no significase nada. Y los dos sabemos que significa mucho para ambos, y me atrevo a decir que todo. Creo que está siendo demasiado inmaduro. No lo culpo. ¿Quién puede culparlo?
Él ha sido abandonado cuando era apenas un crío que se comía los mocos, él ha construido una barrera, una coraza, y cuando vuelve a confiar en alguien, en mí. Lo defraudo. Sí, está siendo infantil y está en todo su derecho. Tiene que ser así, es un crío que están a punto de abandonar de nuevo y me remonto a sus días en el orfanato, donde debían haber cuidado de él, y solo recibió abusos y malos tratos.
Debería gritar, enojarse, romper cosas, no sé.
Solo está de costado con la cabeza hacia la pared y me perturba su mutismo. Me perturba su quietud. Su silencio y mucho más él mío.
Si me voy, si es que tomo el valor en volver a Buenos Aires, él debería hablar con su madre. En definitiva esas fueron las palabras de Miguel. Todavía tengo impregnando en mi psiquis esa conversación. Se me eriza el cuero cabelludo.
"Él fue en busca de respuestas, hijo"
¿Respuestas?
Quisiera reír, pero sé que es más por nervios, que por otra cosa.
Lucas sigue en posición fetal. Me aterra la idea de él odiandome.
¿Sera capaz? Es factible, dado mis actitudes.
-¿Lucas te puedo hacer una pregunta?
Me mira y arruga la frente. Perdido, herido. Como un animal que han lastimado y dejado a merced de su muerte. Con la mirada ida y los ojos vidriosos. ¿Puede una persona estar tan vulnerable como él? Creo que sumamos la culpa de haberse desquitado con mi cuerpo, y yo, como buen sumiso, me dejé hacer lo que le apetecía.
Sí, me dejé. No fue contra mi voluntad, pero transgredió algunos de mis límites. Límites, con Lucas no hay límites impuestos, él hace de mí cuerpo, alma y corazón lo que venga en gana. Quizá yo esté haciendo lo mismo. Estamos hurgando nuestros límites, manoseando y poniéndonos a prueba. Algo así como una competencia, quién lastima más a quién. Creo que voy ganando.
¿Es eso posible?
Quizá esa sea la forma de castigarme, como él sabe hacerlo. Porque no sabe otra manera. Un poco banal y baja, pero es la que sabe, la que aprendió de crío. No lo culpo, tampoco odio. Jamás podría hacerlo.
-¿Hablaste con tu madre? -Rompo el silencio. Podría haber formulado otra pregunta, es la primera que se me vino a la mente. Un "no estoy enojado, por lo que me hiciste", hubiese estado mejor. Mostrando preocupación, que es verdadera, que note que no estoy enojado, quizá sobrepasado.
-¿A qué viene esa pregunta, Jeremías?. No estoy de humor en este momento para hablar de mi madre. -Remarca esa última palabra, sabiendo que le queda muy grande. Que sobra por todos extremos.
¿Por qué hablar de la madre en este instante? Es que no hay de otra de que hablar. O quizá sí.
-Dejame decirte que si querés yo puedo acompañarte. Me gustaría conocerla.
-Esa mujer no vale la pena -responde tajante-. Es una puta igual que la tuya, Jeremías.
Cuatro letras que la describen de pies a cabeza. La mujer más desagradable que he visto en mi vida, aunque pensándolo bien tiene a quién salir. Ofelia no es santo de mi devoción.
Me pregunto cómo habrá sido su infancia o incluso su adolescencia. O la mamá de Lucas, de mi amor.
Me acerco a la cama.
Acabamos de hacer el amor. Si es que se le puede llamar así. Ésta noche no hubo amor, ésta noche hubo odio, rencor e interrogantes implícitos.
Las preguntas deberían haber sido: ¿Cuál es tu límite? ¿Hasta dónde te dejas corromper?
Siento mi cuerpo demasiado caliente y arrebatado; y unas pequeñas manchas de sangre confirman lo que yo ya sospechaba. ¿Debería haberle dicho que se detuviera? ¿Qué hubiese hecho si le pedía que se detenga? Probablemente nada.
Me siento en la cama y acaricio su espalda.
Él da un respingo ante mi contacto. No lo esperaba. Yo tampoco que reaccionase así.
Me acurruco detrás de su cuerpo, solo estoy inmóvil, tieso; seco de pies a cabezas. Mis labios rozan su hombro izquierdo y ese solo el contacto que me permito.
***
Ya han pasado varios días desde que estuvimos la otra noche y desde ese día a hoy, no hubo más contactos entre nosotros. Contactos de todo tipo, quizá nada sea lo más adecuado, por lo menos hasta que todo se acomode. Hasta que yo me acomode.
Hoy no ha sido la excepción, se ha levantado más temprano de lo habitual, mucho antes del amanecer. Se duchó, cambió y ni siquiera me saludó. Solo dejó su perfume e indiferencia en el aire. Llegando a mis entrañas.
Agradezco que Augusto no haya sacado el tema de su nieta, de verás que no quiero hacerlo. Pasar otra vez por esto, aunque la circunstancias no son las mismas, me sentiría igual de incómodo. O peor aún me sentiría miserable al estar mostrando algo que verdaderamente no soy.
La mañana en el bar, pasa volando y ya es la hora del almuerzo. La señora Elvira, la cocinera, prepara un caldo de pollo que es exquisito.
Siempre nos sirve a mí y al resto de los empleados un gran plato de sopa y luego el menú del día. Políticas de la empresa.
Ella dice que el caldo ayuda a la digestión. Quizá sea cierto, no lo sé. Lo que si se con exactitud, lo que me hace sudar este caldo. Me recuerda a mi Delia, a mi viejita, la extraño demasiado.
-¿Quiere un poco más? -Su voz me trae de vuelta.
-Se lo agradezco, pero ya estoy lleno.
Mi turno finaliza y a diferencia de otros días, ésta vez, voy directo al pequeño paraíso, para mí y para Lucas. Es el lugar dónde me invitó a almorzar cuando pensaba que debía volcer.
Me recuesto en el pasto con las manos apoyadas a mi nuca y las piernas cruzadas, cierro los ojos y disfruto del clima de la tarde, una pequeña brisa saca mis mechones que estabas detrás de mis orejas. Lo que caracteriza el lugar el flora espesa, sauces llores en la orilla, cebolletas salvajes, lentejas de agua. Y todo tipo de flores que jamás he visto. Cantos de aves que no hay en Buenos Aires, las cotorras son las que más abundan por aquí.
"El miedo paraliza, Jeremías"
Sus palabras resuenan en mí y recuerdo a la perfección cuándo lo dijo. Se apareció en mi cuarto. Después que me besó en la cocina.
Ella me paraliza, esa mujer que se hace llamar mi madre.
Gregoria no puede arruinar mi vida, mi felicidad.
Lucas es mi felicidad, por él vine hasta aquí y he dejado todo por él. Y soy capaz de eso y mucho más. ¿Dónde puede estar mi felicidad si no es a su lado?
Gregoria no va arruinar mi vida, ya lo hizo por diecisiete años, y no dejaré que un día más lo haga. Ella me enferma, saca lo peor de mí. He dejado que siembre la duda en mí y en él, y aunque no quiera hacerlo debo enfrentarme a ella. Decir la verdad, mi verdad. Esa que cala en mis huesos, que se hace carne. Lucas es el amor de mi vida, él es mi amor. Mi único y verdadero amor. Un lugar que se prohibió. Es un reencuentro, una bendición, un milagro.
Sonrío como imbécil.
Me levanto del pasto y sacudo un poco mi ropa. Saco el tabaco que guardé hace un rato en el bolsillo y me dispongo a armar un cigarro.
Un vez consumido mi pucho, voy directo a la pensión. Recapacitando y elaborando las palabras en mi mente. Como un mantra. Sé a la perfección que los dos tomamos decisiones apresuradas y nos dejamos llevar por nuestros instintos. Sé reconocer mis errores y mis faltas, y lo peor que pude haber hecho es sembrar la duda en mí y sobretodo en él. La duda es como maleza en los jardines de Jorge, o en los mismos viñedos del abuelo, se hacen duros y gruesos, difícil de arrancar. Recuerdo como renegaba Jorge, sacando las malezas de los jardines de Gregoria. El pobre hombre al rayo del sol, secando el sudor de la frente, abanicandose de vez en cuando con el sombrero de paja. Al rato iba Delia con un poco de limonada fresca.
Camino tranquilo, si es que se me permite el término, por las calles de tierra, cruzo la plaza principal, pasó por la municipalidad, la comisaría. Doblo hacia la izquierda y me encuentro con el largo y desolado pasillo, hasta llegar a mi morada, nuestra morada.
Le pido al maldito Dios, que Lucas se encuentre allí, estoy ansioso y deseoso de verlo.
Cruzo a paso firme el pasillo y me encuentro con la puerta entreabierta. Es raro que Lucas la haya dejado así.
Escucho unas risitas, que me recuerdan a las de María en nuestras primeras caminatas, por aquellos tiempos, no muy lejanos a éste, pensaba que tenía intenciones hacia mí, y quizá sí, pero no de la manera que yo pensaba.
Asomo la cabeza deseperado y visualizo a Lucas de espaldas a la entrada y frente a él una jovencita.
¿Una jovencita?
¿Lucas trajo a alguien aquí?
¿Esa será su forma de venganza? Demasiado vil e infantil, pero efectiva.
Se siente el filo de cuchillos, se están afilando para mí, para ser enterrados en mi carne sucia y blanda.
-Buenas tardes -pronuncio con la voz demasiado baja, apenas puedo percibir mi voz. Si abro la boca un poco más romperé en llanto, aquí delante de él y de ella. Dejaré mi dignidad expuesta arriba de la mesa y me iré con la cola entre las piernas, limpiando mi nariz con el puño de mi camisa.
Lucas se da vuelta con un paso demasiado lento, quizá sea lento para mí, hasta el vuelo de una mozca parece eterno, quiero verle la cara a ese rufián.
-¿Interrumpo? -articulo como puedo.
-Para nada. La muchacha aquí presente, lo vino a ver a usted.
¿De qué está hablando?
¿Por qué me trata de usted?
-Yo soy Catalina -expresa ella, pasando por encima de Lucas, estirando su delicada mano hacia mí.
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