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Capítulo 35*

Voy hacia el balcón y armo un cigarro. Contemplo la noche demasiado pensativo, dubitativo, perdido. La situación se fue de las manos creo que me excede absolutamente todo.

Me apoyo en el marco y le doy una pitada larga al cigarro.

Mi padre se fue y no sé la razón, es probable que se haya cansado de las mentiras de Gregoria, quién puede culparlo. Necesito hablar con él, de veras necesito a mi padre y estoy arrepentido de no haber hablado con él en su momento, cuando Lucas me pidió que lo hiciera. Ahora es demasiado tarde, Lucas ya no está y mi padre se fue y no sé a dónde pudo haberse ido. Lo mejor que pudo haber hecho es alejarse de esa mujer.

La humedad es sofocante y se levanta un poco de viento, puede que llueva. El agua cura todo dicen, así dicen. Suspiro con pesadez.

Me despierto desbocado y me incorporo tratando de recuperar el aliento. En los pies de mi cama hay una sombra que me asusta. Me refriego los ojos un poco desconcertado.

-¿Delia? -cuestiono con la voz rasposa.

-Estaba esperando a que despierte, mi niño -explica y su semblante me da la pauta que algo malo ocurre.

-¿Qué sucede? ¿Qué hace aquí? ¿Pasó algo con la pequeña?

Niega con la cabeza y se acerca a mí.

-Abrí el sobre -murmura y su voz es apenas audible.

Salgo de la cama y me acerco a ella, está muy pálida y tiene las manos muy frías. Acerco una silla y la acomodo en ella.

-Delia, ¿qué había en ese sobre?

Tiene la mirada puesta en el suelo no dice nada. Junta sus manos y las apoya en su falda. Su mutismo me pone en alerta.

-¿Delia? -Me agacho y apoyo mi cara en sus piernas buscando sus manos-. Hablame, por favor -susurro.

Ella comienza a acariciar mis cabellos, los peina con sus dedos. Su tacto se siente tan reconfortante. No solo me acaricia el pelo, sino también mi alma en pena.

-Había una partida de nacimiento, hijo -dice, rompiendo el silencio.

Me incorporo y busco su mirada ella agacha la suya hacia mí.

-¿Yo soy su hijo, Delia? -indago y ella larga un risita, distendiendo el ambiente entre ambos.

-No, aunque me hubiese encantado que lo fueses, mi niño.

Definitivamente mi pregunta fue demasiado estúpida y ridícula.

-¿De quién es la partida de nacimiento, Delia?

-De mi hijo.

-¿El qué falleció?

-El mismo.

-Delia, por favor, hábleme.

-Su abuela se robó a mi niño, Jeremías.

-¿A qué se refiere, Delia?

-¿No lo entiende? -niego con la cabeza-. Mi hijo no murió, él está vivo, mi niño.

Ella me toma del mentón y acaricia mi rostro su mirada está cargada de amor, tan característico de Delia, pero en este momento me resulta un poco aterradora.

-¿Cómo que está vivo? ¿Qué intenta decirme? 

Ella marca una sonrisa en los labios.

-Jeremías, usted es mi nieto -suelta.

Doy un respingo y me levanto de donde me encuentro. Me refriego la frente y me quedo de espaldas a ella. Trago con dificultad nervioso.

¿Cómo es eso posible?

Me doy vuelta intenta asimilar lo que acaba de decirme.

Ella sigue en la misma posición.

-¿Usted es...?

-Sí, usted es carne de mi carne -afirma.

Me arrodillo frente a ella y me abrazo a su abdomen ancho y fornido.

-Ernesto es mi hijo. Ellos me lo han robado, Jeremías -cuenta acariciándome. Y me sorprende la tranquilidad de su voz, de veras que es admirable.

-¿Cómo pudieron hacer algo así, Delia? Es horrible lo que hicieron.

Recuerdo su carta y lo triste que se notaba en esas líneas. El abuelo siempre lo supo, ¿Cómo pudo hacer algo tan perverso?

-Lo sé. No les guardo rencor, hijo. Míreme. -Me toma la cara con las dos manos-. Qué sepa la verdad no modifica nada, yo siempre lo amé, solo confirmo la conexión que hay entre nosotros, siempre fue muy especial para mí, desde el primer día que lo conocí.

Veo amor en sus ojos vidriosos, ese amor que tan seguro me hace sentir.

-Tenemos que hablar con mi padre. Él tiene que saber la verdad.

-Mi niño, hay una carta que está dirigida a usted, debería leerla.

-No quiero saber nada del abuelo en este momento. No hay nada que me haga cambiar de opinión, lo que le hicieron fue espantoso, mi padre se crió en una mentira.

-Lo sé, hijo pero...

-No hay peros para mí, Delia. Ya no debería llamarla así.

-No creo que sea conveniente, tenemos que hacer como si nada hubiese ocurrido.

Me paro de donde me encuentro, sus palabras no me convencen. Todos deberían saber la verdad. La verdad de toda mi familia. Desenmascarar a cada uno de ellos, inclusive que todos sepan mi verdad.

Ya pasaron casi dos semanas de la partida de mi padre, y ya nada es como antes. Juan Cruz está más imbécil que se costumbre, piensa que es el dueño de la finca y que ya todo le pertenece, podría presumir de todo lo que me dejó el abuelo, pero sería muy infantil e irresponsable de mi parte, me he mordido la lengua en más de una oportunidad y también me he aguantado partirle el rostro tan desagradable que tiene. Las clases de esgrima me han ayudado a perfeccionar mi técnica, no solo a él si no también al desagradable de Roberto.

Gregoria va de mal en peor, vive en la cama y apenas sale. Ni siquiera se acerca a la habitación de Eva, por suerte está Delia y la señorita Emilia.

Me cuesta entender a mi madre, ella lo estuvo engañando con el capataz; el recuerdo de ese hombre me revuelve el estómago, su hedor, su tez, siento náuseas al recordar todo aquello.

Bajo las escaleras en cuero, aprovechando que Gregoria vive en su habitación, escucho la voz petulante de Juan Cruz saliendo de la cocina.

-¿Por qué le gritas? -cuestiono fastidiado y sin una pizca de humor.

-Es el personal tiene que cumplir ordenes, Jeremías.

-Pero no tenes necesidad de hablarle así. ¿Sabes qué, Juan Cruz? Con vos no se puede.

-Lo mismo digo, hermanito ¿Sabes algo del monaguillo? -pregunta unos pasos lejos de mí. Y su voz está cargada de ironía y soberbia. Es evidente que no le importa nada de Lucas.

Me refriego la frente y rezo en mis adentros a todos los ángeles para que me de fuerzas y no romperle la jeta aquí mismo.

Descontracturo mi cuerpo y entro una vez por todas a la cocina ignorando su pregunta y veo a Delia de espaldas. Voy a ella y la abrazo por detrás aferrándome a ese abdomen ancho que ella tiene.

-Ay, mi niño. Me ha asustado.

-¿Cómo está mi viejita hermosa? -La suelto y me apoyo en la mesada.

-Voy a hacer manzanas asadas -cuenta mientras las pela.

-Mmm que rico. -Saco algunas cascaras y me la llevo a la boca.

-El secreto está en ponerle canela y una copita de coñac. Así se ablandan más rápido por el alcohol -instruye inmersa en su tarea.

-Estaba pensando, Delia. -Ella se queda inmóvil y me mira-. Deberíamos decirle la verdad a todos. Y que usted deje de servirnos, tener una vida mejor con los lujos que usted se merece. Usted tendría sirvienta y mayordomo o lo que usted quiera.

-Lo que yo quiero, mi niño, lo tengo en frente de mis ojos. Solo a usted; a usted y  a su felicidad.

Se me hace un nudo en la garganta y me la quedo mirando sin saber qué decir.

-¿Y si nos vamos los dos juntos, solos. -Ella arruga la frente, conociéndola sé que no lo aprueba- por un tiempo por lo menos -concluyo.

-¿De veras se quiere escapar? Usted tiene que arreglar muchas cosas aquí, hijo. -Me apunta con el cuchillo.

-No me quiero escapar, solo necesito un poco de respiro, Delia. Es solo eso nada más.

Delia sube la radio cuando pasan una canción, de a esas que tanto le gustan, la tomo en los brazos y comenzamos a movernos de una lado a otro. Delia tiene las manos pegajosas por la manzana y el azúcar. Y la tensión de hace un momento se desintegra gracias a nuestras risas.

-Hijo, quédese quieto -dice con una sonrisa amplia en los labios-. ¿Qué hace?

-Bailo con mi viejita hermosa, -expreso encantado. El brillo de sus ojos me ilumina y llega a todo mi ser consolándome, dándome un poco de respiro a toda ésta incertidumbre y agobio. Le doy una voltereta y ella ríe llena de júbilo y mi viejita es contagiosa, me trasmite paz; paz que por supuesto no consigo.

La canción culmina y el locutor presenta otra. Nos separamos y las melodías de esta nueva canción las siento familiar.

Un hombre con voz gruesa comienza a cantar.

-¿Me cantás una canción? -pido y él me sonríe sin ganas.

-¿Cuál? -pregunta y suspira con pesadez.

-La que me cantaste en el auto. Cuando estábamos en Mendoza todavía -informo.

Aclara su garganta y comienzo a cantar. Su voz es apenas audible y demasiado melancólica. Intuyo que ésta es nuestra despedida, que ésta será nuestra última noche juntos y que irá a "Encomendarse a Dios". A ese maldito.

-Fue a conciencia pura,
que perdí tu amor,
nada más que por salvarte;
hoy me odiás y yo feliz,
me arrincono pa' llorarte.
El recuerdo que tendrás de mí,
será horroroso,
me verás siempre golpeándote,
como a un malva'o;
y si supieras bien, que generoso,
fue que pagase así,
tu gran amor.

Sol de mi vida,
fuí un fracasa'o;
y en mi caída,
busqué de echarte a un la'o.
Porque te quise tanto,
tanto, que al rodar;
para salvarte,
solo supe hacerme odiar.

-¿Me odias? -indaga y se interrumpe. Me toma desprevenido.

Trago con dificultad ya que la angustia me está estrangulando. Tomo aire para disipar mi llanto.

-No, no podría -confieso.

Se me eriza la piel al recordar nuestra última noche juntos.

-¿Qué pasa, hijo? -indaga Delia trayéndome a la realidad.

-Lo extraño, Delia. -Mi voz sale quebrada y me tapo la cara con las manos para que no me vea llorar, pero mi angustia es traicionera y me deschaba ahí mismo.

Delia se acerca a mí y me abraza, yo sigo con mis manos en la cara intentando controlar mi llanto. Ella hace fuerza y me saca las manos de la cara, me limpia la nariz con sus dedos, como el crío que soy, y me obliga a mirarla.

-Ve a buscarlo, hijo -susurra acunándome la cara con las manos-. Ve con él. De seguro él debe estar muy mal sin ti.

-¿En serio lo dice? -cuestiono con la voz llena de congoja.

-Muy en serio. Todos los problemas que hay aquí son ajenos a usted, hijo. Usted tiene que ser feliz y sé que no lo es.

-¿Y Gregoria? ¿Mi padre? Él tiene que saber la verdad, Delia.

-Lo sé. Pero él no está en este momento, él está en Mendoza. Por más que los dos queramos que sepa la verdad no vamos a poder, hijo.

•••

Estoy echado en la cama, tengo algunos de mis dibujos en mi abdomen y los dedos negros por el carboncillo. El ventanal está abierto de par en par y entra una pequeña brisa tirando mis dibujos al suelo.

Me incorporo para alcanzarlos y tomo un poco de jugo que dejó Delia hace un momento. Naranja recién exprimida. Se me vuelca algo de jugo en el pecho y comienzo a limpiarme con el dedo. El líquido se siente bien en mi piel, me acuesto otra vez y sigo limpiándome con la mano, llevando los dedos a mis labios y comienzo a acariciarme de a poco, primero el labio superior y luego el inferior. Los deslizo de forma sugestiva incrementando mi deseo.

Cierro los ojos y llevo los dedos a mis labios una vez más, y los introduzco en mi boca sedienta y deseosa. La imagen de Lucas aparece y nuestros encuentros me envuelven entero. Desciendo mis manos a la bermuda y la ropa comienza a molestarme, trago con dificultad y cierro los ojos otra vez. Llevo mi mano a la garganta tratando de retener un gemido. Mis caderas se mueven hacia delante y mi erección se encuentra desolada junto al cierre. La libero y me mojo las manos con el poco jugo que quedó en el vaso. Y comienzo a disfrutar de mis caricias, como si el que me estuviese tocando es Lucas, y no yo.

Su aroma inunda mis fosas nasales, o el recuerdo de él.

Mi masturbación se incrementa al mismo tiempo que esos recuerdos reaparecen vivaz en mi mente. Su aliento tibio, sus manos recorriendome el cuerpo, sus embestidas, su mirada cargada de deseo, su sexo. Su amor.

Mi eyaculación me sorprende ensuciándome por completo.

¡Mierda!

Me limpio con las sabanas y es una mezcla viscosa de color gris, que proviene de mi semen y el carboncillo.

Me pongo boca abajo y me tapo la cara con la almohada.

Me siento vacío y solo.

Apoyo los codos en la cama y llevo mis manos a la nuca.

Nunca pensé que era posible extrañar tanto a una persona.

Mis bermuda sigue baja y mis manos pegajosas por el semen y el jugo.

Soy un depravado. Sonrío con amargura.

"Ve a buscarlo, hijo"

-Ve a buscarlo -repito por lo bajo convenciéndome.

Iré a buscarlo. Iré por él.

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