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Capítulo 34 *

Ella deja la cena en el escritorio y viene a mí. Me corro haciendole lugar invitándola a sentarse implícitamente.

Tiene puesto ese delantal de girasoles que tanto me gusta.

-¿Va a hablarme, Delia? -indago con la voz quebrada.

Ella asiente con la cabeza.

-Me hizo mucha falta y también me hizo sentir muy mal su...

-Lo siento tanto, mi niño -interrumpe y me acaricia el rostro, yo me acerco aún más a ella derrumbándome gracias a su ínfimo contacto-. Lo medité todo este tiempo y decidí que lo mejor sería decirle la verdad.

-¿La verdad? 

Asiente.

-Supuse que su abuelo le dió las cartas, todavía no sé el motivo de por qué lo hizo.

-Él solo me dijo que era muy importante para él y que tenía cosas muy valiosas de su pasado -intento explicar-. ¿Sabe quién es la de las cartas?

-Soy yo, mi niño -susurra, calma, cauta. Esperando mi reacción.

Ansiaba otra respuesta, jamás se me cruzó por la mente que era ella la de las cartas, creo que todo toma sentido, en cierto punto, aunque tengo muchas preguntas, más interrogantes que aclarar.

-Hableme, hijo. No sé quede callado. -Su voz me despierta de la pequeña nebulosa en la que me encuentro.

Me siento un poco desorientado. Es que lo he estado desde que partió a Misiones, presiento que desde su ida todo ha empeorado, todo se vino a pique. Todo se encuentra vacío y sin salida. Todo carece de matices, siento que todo es chato y nulo. ¿Cómo podría explicarlo mejor? Todo carece de él, simplemente todo está despierto, vano; carente de todo. Todo y nada a la vez.

-¿Qué pasó con su bebé? -Es lo primero que se me viene a la mente.

-Falleció, hijo -cuenta con la voz quebrada-. Ya pasó mucho tiempo de eso y todavía me cuesta hablarlo.

-¡Oh, Delia! Por favor no llore. Aquí estoy yo. -La abrazo fuerte y ella se aferra a mi delgado cuerpo. Su rostro se esconde en mi hombro y su llanto crece como maleza en los viñedos.

Deduzco que son varias las cosas que pasan por su mente, el haberme confesado que era la amante de mi abuelo, hablar de su hijo fallecido, o inclusive el pensar que yo iba a despreciarla al enterarme de la verdad.

¿Cómo podría despreciarla? ¿Cómo podría hacer algo así? Ella sabe lo mío con Lucas y jamás me hizo sentir que estoy en falta, aunque sé muy bien que lo estoy.

-¿Qué haría sin usted, Delia? -Pregunto todavía abrazados.

Corro sus cabellos y se lo acomodo detrás de la espalda. Por alguna razón que desconozco lo tiene suelto. Su cabellera gris huele a frutos, a dulzura, a mi amada Delia.

-Yo me pregunto todos los días lo mismo, mi niño. 

Ella se aparta de mí y limpia su nariz con la manga de su camiseta.

-Lamento lo de su hijo, Delia. Cuando leí su carta, sus cartas, se me partió el corazón. ¿Sabe lo que intenta decirme mi abuelo además de lo de ustedes?

-No lo sé, mi niño.

-Él me ha dejado sus tierras y creo que a usted también -expreso sin haberlo meditado un instante.

-¿A mí? -pregunta, abriendo grandes los ojos y llevándose la mano al pecho-. ¿Por qué haría algo así?

-No lo sé. ¿Usted es Azucena Echeverry?

-La misma que viste y calza -sonríe entre lágrimas-. Discúlpeme, hijo, pero yo no quiero nada de su abuelo.

-Yo tampoco quiero nada, Delia. Joaquín tiene las escrituras de la finca en Mendoza.

Tengo ganas de gritarle a Delia quien es Joaquín y quien es María, pero sería demasiada información. Y para ser honestos prefiero olvidar esa conversación y todo lo que viví con ellos. Al recordar todo el juego con María se me revuelve el estómago. Voy a hacer que no existió por el momento. Tengo muchas cosas en la cabeza y siento que voy a explotar en cualquier momento.

Me gustaría salir corriendo de aquí y encontrarme a un morocho con mirada de rufián que me acune en sus brazos y me haga el amor hasta olvidar quién soy, de dónde vengo y quién es mi familia.

La imagen de él me atraviesa e inclusive su mirada cuando lo dejé en Mendoza.

¡Teresa!

-¿Usted conoce a Teresa? -La tomo de improvisto.

-¿Teresa? -Arruga la frente un poco confundida-. ¿Usted dice la que vive en Mendoza, el ama de llaves de su abuelo?

-Sí, esa misma. Ella me dió un sobre. -Me alejo de ella y voy hacia mi armario-. Quiero que usted lo tenga. Debe contener cosas de su pasado; de su pasado con el abuelo. Lamento en el alma Delia todo lo que tuvo que pasar y quiero que sepa que usted es más que el ama de llaves, usted es la madre que Gregoria no sabe ser.

-¡Oh! Hijo no diga eso por Dios -expresa con lágrimas en los ojos otra vez. Esta vez saca un pañuelo de puntillas que guarda en su delantal y se limpia las lágrimas y suena su nariz.

Le entrego el sobre un poco temeroso por la información que debe contener. Ella me observa en silencio y un golpe seco nos sobresalta. Ella guarda el sobre en el bolsillo y sale hacia el pasillo y yo la sigo detrás.

-¿Qué sucede, Ernesto? -pregunta, Delia con un tono marcado de preocupación.

-¿Delia qué hace acá? -dice mi padre un poco desorientado.

¿Qué sucede?

-Le traje la cena a Jeremías -justifica.

Mi padre tiene una valija en las manos. Se acerca a mí y me besa en la cabeza.

-Lamento todo, hijo. Lo lamento tanto -expresa sin mirarme a los ojos.

-No entiendo. ¿A qué se refiere?

Mi padre baja las escaleras a toda prisa. Nos quedamos en silencio mirándonos con Delia sin saber qué decir.

A los minutos Gregoria sale de su habitación. Tiene el maquillaje corrido y se la ve muy afectada.

-¿Qué me ven? -nos grita.

Delia baja las escaleras y corre detrás de mi padre. Yo la quedo mirando y, aunque suene horrible, disfruto de su sufrimiento.

-¿Qué pasó? -pregunto y mi tono es más soberbio que el de la propia Gregoria.

-Su padre me dejó. ¿Está contento?

¿Para ser honestos? Sí, lo estoy.

-¿Se entero de su amante? ¿O de lo vil y manipuladora que es?

Me toma del brazo y me encierra en su habitación. Su mirada está cargada de rabia. Me zafo de su agarre apretando los dientes. Detesto que me toque. Su cuarto está todo revuelto, hay ropa tirada por todos lados, la cama está desarmada, las sábanas y las almohadas están en el suelo; el velador yace de costado todavía encendido.

-Hoy no estoy para soportar tu insolencia, Jeremías. ¿Qué habló con Joaquín y María? -cuestiona de espaldas a mí.

-Nada, ¿por qué lo pregunta?

-No me tomes por idiota, Jeremías. No sé olvide que soy su madre.

-¿En serio lo es? Tengo mis serias dudas de que sea así.

-¿Duda de que usted sea mi hijo? -Se voltea y me mira seria.

-Está tan envueltas en mentiras, que de usted ya nada me sorprende.

Creo que sobrepasé, pero Gregoria está tan... Frágil. Jamás la he visto así.

-Su padre me dejó, seguro que anda con otra. ¿Usted sabe algo?

Sí, madre. Con su propia hermana.

-¿Yo? ¿Por qué iba a saber algo? -Intento retener una sonrisa maliciosa que se dibuja sin permiso en mis labios.

-Usted siempre está metido donde no lo llaman.

Lo mismo digo, madre. Lo mismo digo.

-¿Cree que usted sola se puede divertir? Déjelo que haga su vida el hombre -digo desinteresado y agitando los brazos.

-Desde que conociste a ese monaguillo de poca monta sos otro, Jeremías. ¿Qué te hizo?

¿Qué me hizo? Me lo pregunto todos los días, Gregoria.

-Yo me enamoré, madre. -Suspiro al recordarlo una vez más-. ¿Sabe lo que es el amor? ¿Lo conoce?

-Sí, lo conozco. ¿Y sabe qué? El día de mañana me va agradecer todo lo que estoy haciendo por usted.

Me apoyo en el armario revuelto de mi madre, depositando todo mi peso en él.

No entiendo cómo yo puedo agradecer algo que venga de ella. Y mucho menos agradecer que me separe de la persona que amo.

Creo que ésta mujer está desquiciada, que la poca cordura que algún día tuvo se fue por el caño. Cómo su vida, como su "perfecta familia" que, por supuesto, nunca fuimos.

-¿Me puedo retirar? -cuestiono, no soporto estar un segundo más cerca de ella. Debería sentir un poco de empatía hacia mi propia madre, compasión quizá, pero nada sale de mí. Solo desprecio e indiferencia.

Recuerdo la golpiza que me dió en Mendoza cuando me encontró con Lucas y, aunque Dios todo lo ve -según la iglesia-, me atrevo a gozar de su sufrimiento.

Perdóname, padre, porque hoy he pecado. Y hoy, no me importa ser un maldito pecador.

-Lucas, me llevas hacia el camino de la perdición.

-Perfección, quedaría mejor, Jeremías.

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