Capítulo 32
El silencio se apodera de la parroquia y la quietud me pone tenso. El olor característico a humedad se impregna en mis fosas nasales, y por más que duelan mis rodillas sigo inclinado ante Dios.
Él tiene que escucharme. Él tiene que oír mis plegarias.
Necesito que mi hermanita mejore, necesito que ésta pesadilla termine y que él regrese; que él regrese a mí.
—Por favor, Dios, ayúdame. Ayude a mi hermanita. Ella se tiene que curar.
Entrelazo mis manos y las junto en forma de plegaria. Limpio mis lágrimas y mi angustia no me da tregua.
Me quedo observando el Cristo crucificado que tengo en frente y no doy crédito a todo lo que está aconteciendo.
—¿Hijo? —La voz de Miguel me sobresalta—. Qué sorpresa verlo aquí.
Me incorporo y limpio mis rodillas.
La última vez que pisé ésta parroquia fue en el bautismo de Eva. Ese día él dijo que se iba a Misiones.
—Lamento haberme ausentado por tanto tiempo.
Nos quedamos en silencio y él me observa un poco impaciente. Tengo la sensación que va a decirme algo pero no lo hace.
—Hijo, quédese el tiempo que sea necesario. Toda su familia está en mis plegarias, sobretodo la pequeña. -Suena complaciente y amable, muy característico de él.
—Se lo agradezco —hago una pausa para tomar valor y preguntar por él—. ¿Sabe algo de... de... Lucas? —concluyo, agachando la mirada. Como buen pecador que soy.
—Él está muy bien. Gracias por preguntar, hijo. Yo me retiro tengo algunas cosas que solucionar —se excusa.
"Él está muy bien"
¿Muy bien sin mí? ¿Eso quiso decir? O ¿Solo está bien?
Desisto de ese pensamiento.
Él dijo que iba a tratar de ser feliz sin mí. Yo lo estoy intentando, pero juro por el mismísimo Jesús Cristo que no lo consigo.
Mis ojos nuevamente se cristalizan y me inclino ante él, ante Dios y pido por él, para que vuelva.
—Lo necesito, Dios —susurro con la voz entrecortada. — Te necesito, Lucas.
Limpio mis lágrimas.
Y no puedo creer que le haya pedido a Dios para que él regrese.
Llevo mis manos a regazo y me refriego nervioso.
Debo volver a la finca. Delia me ha esquivado esta última semana, sé que tiene algo que ver con las cartas, ella debe conocer a esa mujer, pero todavía no he podido hablar. La pequeña Eva me lleva demasiado de mi tiempo y energía. No puedo verla otra vez así. Es tan indefensa, estaría en su lugar si pudiese.
No he visto a Joaquín desde la última noche que pasamos juntos. Me he comportado como un imbécil. Tengo que hablar con él y pedirle disculpas, últimamente no me reconozco a mí mismo y me siento en un laberinto sin salida. Todo se ve oscuro y siniestro. Todo está vacío, sin colores ni brillos. Ya no hay sonrisas pícaras; él ya no está.
Debo canalizar mi dolor y enojo no quiero convertirme en algo que no soy. ¿O lo soy? ¿Puedo ser tan miserable como lo es Gregoria? ¿Puede que esa sea mi esencia?
¡No!
Me niego a pensar algo de ese modo. Yo no quiero ser como ella, no quiero que nada me una a esa mujer que dice llamarse mi madre.
Es que... todo me conduce a ser como ella. Mentiroso y vil. ¿Ese seré yo? ¿Esa persona soy yo?
La puerta de entrada cruje y volteo a ver quién ingresa.
—¡Jeremías, que sorpresa! —Exclama, haciendo la señal de la cruz—. Pensé que no había nadie.
Creo que mi presencia en la iglesia sorprende a varios.
—Ya me voy de todos modos —expreso, desanimado. Ella se queda inmóvil y busca mi mirada.
Me levanto, me acerco a la entrada y a ella que sigue plantada en el mismo lugar desde que me vió.
—María... yo...
Juego con mis pulgares.
—¿Sí? —pregunta, impaciente y llena de entusiasmo.
Dibuja una sonrisa en su rostro
—Nada —concluyo.
Salgo de la parroquia sin mirarla. El sol está muy fuerte y no tengo ánimos de ir a la finca. Las evasivas de Delia me hacen mal. Nunca pensé que podía decir algo así, pero Delia me lastima.
Camino unas cuantas cuadras hasta llegar al bar donde cené con Joaquín la otra noche.
Entro sigiloso y me siento cerca de la ventana. Un mozo viene de inmediato y toma mi pedido. La realidad es que no tengo hambre, pero necesito ingerir algo de comida.
El mozo trae lo que le pido en pocos minutos. Churrasco con lechuga y tomate.
—Dicen que tenemos la mejor carne y los mejores vinos—comenta, el mozo con galantería.
—Sí, lo he oído.
Miro la botella y es el vino que hacía mi abuelo, de sus viñedos, que ahora me pertenecen.
Sonrío sin ganas.
—¿Usted es hijo de Ernesto? —El mozo pregunta.
Asiento.
—Sí, es mi padre.
—¿Y nieto de Enrique "Quique" Sandoval de Robles?
—El mismo que viste y calza.
—¡Qué honor, hijo!
¿Honor?
Mi familia es una maraña de mentiras. Todos y cada uno nosotros somos unos hipócritas, embusteros y traidores de nuestros propios sentimientos.
Somos Judas de nuestra propia vida.
—¡Cholo! —le grita al hombre de la barra—. Es el nieto de Quique.
—¡Qué honor que venga aquí, hijo!
El hombre de la barra alza las manos con alegría.
Algo llama mi atención y dirijo mi vista hacia la ventana. Creo haber visto a Joaquín. Se encuentra de espaldas a mí a unos pocos metros. Es fácil distinguirlo, por su contextura y cabello cobrizo. Está hablando con una señorita. Inclino mi cabeza a un lado para tener una mejor vista. Sus brazos se mueven muy rápido, creo que está discutiendo, él se gira y la señorita lo toma del brazo. El zafa de su agarre y ella nuevamente lo agarra.
Joaquín se corre y ahora sí puedo ver el rostro de la señorita. Mi mandíbula cae unos centímetros. Mis ojos no dan crédito a la mujer que observo y a esta altura no me sorprende nada de ella.
Pensar que hace unos minutos sentí pena por ella.
¿De dónde salió ésta mujer? ¿Cuántos secretos puede tener?
Joaquín camina unos pasos y creo que viene hacia aquí. María se queda mirándolo inmóvil y creo que está llorando no sabría decirlo con exactitud.
Me levanto de un salto y me dirijo al mozo que no sé en qué momento se alejó de mí. Tropiezo con la pata de la mesa.
—¿Se encuentra bien?
—¿El baño? —pregunto, impaciente, sin responder.
—Por ese pasillo a la derecha —señala.
—Se lo agradezco.
Me encamino con rapidez al baño y me enjuago la cara.
Me apoyo en la pared e inclino mi cuerpo hacia el piso. Escucho que abren la puerta.
—¿Jeremías? —Su cara es de total asombro.
—Hola.
—¿Qué haces acá? No pensé encontrarte en un baño y mucho menos en este.
Reprime una sonrisa apretando los labios.
—¿Qué es lo gracioso? -pregunto un poco incómodo.
—Nada. ¿Cómo sigue todo? Me enteré lo de tu hermanita, lamento que estés pasando por esto otra vez.
¿Cómo sabe lo de Eva?
Un hombre gordo y robusto entra al baño.
Joaquín se da la vuelta, orina, que para eso habrá venido al baño. Vuelve a mí y se acerca a la pileta y se lava las manos.
—¿Vamos? —indaga risueño.
Y su buen humor me contagia.
—Estoy en una mesa. ¿Comes conmigo?
—Por supuesto. ¿Quién puede resistirse a vos?
Lucas.
Salimos del baño. Y nos dirigimos a la mesa, mi churrasco ya está frío y en verdad es que no tengo hambre. El poco apetito que tenía se perdió cuando ví lo ví con María. Debería preguntar de dónde la conoce. ¿Y cómo es que la conoce? ¿De dónde?
—Jeremías, estás muy silencioso —expresa y alcanza su mano a la mía.
—No he tenido una buena semana en verdad. Y... Hace varias noches que no duermo. Vivo a tabaco y a café.
Toma mi mano y la acaricia con el pulgar. Sus grandes ojos me transmiten cosas que no estoy dispuesto a descifrar. No siquiera tengo fuerzas para pensar.
—Lamento todo lo que te está pasando. —Suena sincero—. Deberías hacer un pequeño esfuerzo y comer esa carne.
El mozo se acerca a la mesa y Joaquín suelta mi mano de inmediato y yo me quedo mirando el suelo avergonzado.
—¿Señor? —Se dirige a Joaquín.
—Nos trae la cuenta por favor -pide con un tono amable con la voz demasiado aterciopelada.
—Como no —el mozo responde.
Joaquín paga la mesa. Los hombres me saludan muy efusivamente y no me animé a decirles que el abuelo había muerto. Se veían tan contentos.
—Jeremías, no te puedo ver así.
—¿Qué te pasa? ¿Pasó algo con...?
—¿De dónde la conoces a María? —pregunto sin más, sin vueltas, sin preámbulos.
Sonríe.
—¿Eso te tiene tan distante?
¿Distante?
No sabía que lo estaba siendo.
—Vení, vamos a un lugar más tranquilo.
—¿Vamos a la pensión?
—¿Querés ir a la pensión?
—Pensé que íbamos allí.
—No, no íbamos a ir a la pensión, pero ya que lo propusiste, vamos a la pensión.
Sonrío.
Caminamos a paso firme y no sé porque estamos tan apurados en llegar, él me dedica una sonrisa y yo agacho la cabeza. Hoy me siento de lo más tímido e intimidado, es probable porque esté sobrio, además, lo traté tan mal la última vez que estuvimos juntos. Me he comportado como un hijo de puta.
Una vez en la entrada saca las llaves y me observa.
Está jugando conmigo.
Le saco las llaves de las manos y abro por él. Joaquín se aleja de mí y levanta las manos. Su acción me causa gracia.
Entramos y la pieza está ordenada y huele a limpio. Solo tiene una cama, una pequeña mesa de luz de pino. Un velador maltrecho, un pequeño banco de mimbre también bastante gastado. Las paredes están recubiertas de un tapiz de muy mal gusto.
Me siento en la cama y me saco los zapatos. Siento el piso de madera en mis pies y eso me relaja momentáneamente. Él al verme sonríe.
—No me olvido que te hice una pregunta y no respondiste —informo.
—Lo sé. Lo recuerdo. — Él también saca sus zapatos y a diferencia de mí también su camisa. Giro mi cara a un lado—. Con alcohol encima sos otra persona, Jeremías.
Apoyo mis manos al colchón y lo observo.
—Lo sé, soy consciente de eso.
—Debería emborracharte todos los días así te tengo conmigo.
¿Qué? ¿Y eso de dónde salió?
—No creo que sea buena idea. Recuerdo que no te gustó nuestra primera vez.
—Yo no dije que no me gustó, creo haber dicho que lo imaginé diferente.
-Sí, yo no me comporté como debía. No fui muy gentil. Te pido disculpas por la mala noche que te hice pasar.
Se acerca a mí y se sienta a mi lado. Yo por inercia o vergüenza agacho la mirada.
—¿Y ahora podés ser gentil?
Él me toma del mentón y comienza a acariciar mis labios con los dedos. Abro de a poco la boca y me inclino a él buscando su mirada que está perdida en mis labios. Juego con mi lengua rozando su dedo. Él traga con dificultad y lo veo hipnotizado frente a mí. Con un acto tan pequeño, tan insignificante que es solo rozar mi lengua a su piel.
Lo vuelvo a hacer y su piel está tibia, él cierra los ojos cuando mi lengua entra en contacto más prolongado con su dedo.
Su devoción hacia mí me conmueve e incómoda al mismo tiempo.
Me agarra de la nuca y lleva sus labios a los míos, jadeante, necesitado. Su veneración es palpable y eso me agobia.
¡Otra vez estoy siendo arrogante!
Comenzamos a besarnos, lleva su peso a mi cuerpo y me recuesto en la cama.
Él desabrocha los últimos botones de mi camisa y pasa su mano en mi interior, acariciando mi abdomen. Apretujándome, inclinándome hacia él.
Lo tomo de la cara y lo beso con el mismo fervor que él o por lo menos lo intento.
"Sos mío, Jeremías"
"Sí fuese tan tuyo como decís te quedarías conmigo"
Joaquín lleva su mano a mi bragueta y comienza a bajar el cierre.
"¿No soy suficiente para vos, Lucas?"
Jamás me respondió, se fue sin darme una respuesta. Y quizá sí, no soy demasiado bueno para él.
-Jeremías, ¿dónde estás?
Joaquín me toma de la cara y me separa de él.
-Disculpame, no puedo -digo subiéndome el cierre y acomodando mi camisa-. No quiero darte esperanzas o algo por el estilo. Yo...
-No digas nada -me calla, poniendo su mano en mis labios.
-Te pido disculpas, Joaquín.
-Es la segunda vez que te disculpas. No te preocupes.
-¿Me puedo quedar acá? No quiero ir a la finca.
-Sí, por supuesto. Tengo algunas cosas que hacer si no te molesta.
Niego con la cabeza y sonrío.
Me acuesto en su cama y él viene minutos después. Tiene en sus piernas unos papeles y no me interesa saber de quién pertenece. Con la información que tengo ya me es suficiente.
Estoy tan cansado, tan frustrado.
Él se acopla a mi cuerpo y comienza a acariciar mi pelo. Levanto la mirada y me está observando, dibuja una sonrisa en el rostro y me besa la frente.
-Dormí tranquilo, Jeremías. Acá estoy yo para cuidarte -susurra y corre unos mechones y los coloca detrás de mi oreja.
Los párpados me pesan y en mi mente vienen imágenes de un moreno con cara de rufián, besos sabor a tabaco y licor.
Voces me despiertan y me cuesta distinguir donde estoy. Ya es de noche y no recuerdo cuando fue la última vez que he dormido así.
-¿Qué haces acá?
-¿Está con vos? Gregoria lo está buscando desesperada. Sabés como es ella, Jaco.
¿María? ¿Jaco?
-Lo sé. Sí, está aquí conmigo. -Los dos hablan bajo.
Me levanto de un salto y voy hacia la puerta.
-¿Qué haces acá, María? ¿De dónde se conocen ustedes dos? -pregunto sobresaltado y ninguno me mira a mí.
Joaquín se queda inmóvil agarrado de la puerta y María junta los labios y mira directo a Joaquín.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro