Capítulo 31(sin editar)
Entro a la habitación y no comprendo que en tan poco tiempo mi vida se convirtió en una mierda, yo de veras que me siento así.
Todo está patas para arriba.
Voy al baño a refrescarme un poco. Me miro al espejo y no me reconozco.
¿Quién soy?
Me siento de lo más perdido. Los enfrentamientos que tengo con mi madre se hacen cada vez más violentos e incluso me animo a enfrentarla, cosa que antes no hacía. No sé hasta qué punto pueda tirar de la cuerda.
Sé que la ida de Lucas tiene que ver con Gregoria. Ella es la responsable de que él ya no esté aquí. Cada día me convenzo más de eso.
Ella es la responsable de todas mis desgracias.
Aborrezco a mi madre, aborrezco a la mentirosa de María y aunque me pese también a mi padre.
Estoy apretando los dientes y mis manos forman puños.
Pero... ¿Quién soy yo para condenarlos?
Yo, el que perdió la virginidad en manos de un monaguillo de poca monta, un don nadie.
Cierro los ojos por un momento recuerdo nuestra primera vez juntos. Todo era perfecto.
Mi deseo crece por todo mi cuerpo, palpitando latente en cada parte de mi ser, y creo que ésta sensación es lo más sincero que he sentido desde que se fue.
He estado deambulando sin rumbo intentando comprender todo lo que me rodea, todo mi entorno.
Despisto ese pensamiento de inmediato y me concentro en el ahora. En cosas más importantes, en lo que realmente importa.
¿Quién es Azucena Echeverri?
He tratado tan mal a Joaquín, inclusive a Delia. Me arrepiento de haber estado con él, si no tenía intenciones con ese muchacho, ¿por qué lo hice? No lo comprendo. No me comprendo. El alcohol puede ser una excusa o simplemente pagarle lo que le debía por haberme salvado del degenerado de Roberto.
¿Donde quedó tu inocencia, Jeremías?
Ya no la tengo. La perdí cuando me entregué a él.
Debo centrarme.
Creo que al abuelo le faltó tiempo. Él tenía intensiones de contarme lo de su pasado. De hecho me hizo leer sus cartas. En realidad fue solo una y estaba tan afectado.
¿Quién es Azucena Echeverri? Me lo vuelvo a preguntar.
Me armo de valor y voy hacia las cartas.
Busco entre mis ropas, recuerdo haberla visto por aquí debajo. Sigo sacando mi ropa y allí se encuentra.
Tiene puesto un candado, y el abuelo llevó la llave a la tumba. Aunque no creo que sea tan difícil abrir.
Debo romperla.
Me dirijo hacia la cocina.
Me encuentro a Delia tomando unos mates.
-Buenos días, hijo.
-Buenos días -digo y esquivo su mirada.
-¿En qué lo puedo ayudar?
-Necesito un martillo o algo pesado.
-¿Qué tiene pensado hacer?
-¿Tiene o no? -Otra vez estoy siendo petulante.
-Espéreme aquí que voy a buscar uno.
¿Por qué soy tan insolente? ¿Tan grosero?
Respiro hondo y me apoyo en la mesada inclinando mi cuerpo al piso.
Al cabo de unos minutos ella aparece con el martillo.
-¿Hijo, quiere desayunar?
Niego con la cabeza.
-Quizá más tarde -respondo, ésta vez más un poco más amable.
Ella marca una sonrisa en su rostro. No debo mirarla un segundo más. Ella me desarma realmente.
Subo a mi habitación a toda prisa.
Tengo que saber la verdad. Aunque no estoy preparado.
Comienzo a dar golpes en la caja hasta que el candado cesa.
¡Maldita caja!
La abro con sigilo y comienzo a ponerme nervioso e inquieto.
"Lea una carta para mí, Pachi"
Hay fotografías que yacen irreconciliables. Están muy gastadas. Hay una cadena de oro, supongo, y por supuesto; cartas.
Me siento en el suelo y saco una al azar.
Todas se ven gastadas, amarillas y tienen ese olor característico a humedad. A viejo.
La primera que agarro no tiene fecha.
Querido Enrique:
Mi estadía es muy buena, ya he conseguido trabajo aquí en Buenos Aires. Mi hermano me ha ayudado muchísimo. En verdad que te extraño. Sé que ya elegiste y es a ella. Solo deseo que sean felices. No encuentro en motivo que todavía me une a tí...
La carta termina ahí o simplemente sus palabras se han borrado.
Agarro otra.
Querido Enrique:
Mi barriga está a punto de explotar. Me tuve que refugiar en una pensión con mi hermano. En el lugar dónde trabajo no permiten embarazadas. Creo que me quedaré sin empleo. Pude mentir unos cuantos meses, pero ya no podré hacerlo más...
¿Estaba embarazada?
Sigo buscando.
Querido Enrique:
Debo irme, mi decisión ya está tomada, debo decirte que mis mejores años fueron a tu lado. Lamento no ser más, lamento que tu familia no vea el amor que nos tenemos y se fije en mi posición social y económica. Sé que no valgo mucho y es mejor que me vaya.
Ví a la señorita con quién te casarás y es realmente muy guapa. Deseo con todo mi corazón que sean muy felices juntos.
Siempre tuya, D.
Pobrecita. Pobre mujer. ¡Maldita familia!
¿D?
¿Azucena D. Echeverri y esta misteriosa mujer son la misma persona?
Agarro otra y comienzo a leerla. Espero que ésta tenga algo más de información. Por el momento, presiento que es una amante que el abuelo dejó o ella decidió marcharse.
Querido Enrique:
Mis días en buenos Aires son una tortura, el calor es sofocante. Me ha llegado un sobre con dinero. ¿Has sido tú? He cumplido con lo prometido. Escribirte cartas no es algo que me apetezca hacer. No quiero tu dinero.
El pequeño estará bien conmigo. Crecerá feliz junto a su madre. Y no es buena idea que vengas aquí, Enrique. Deja las cosas así como están. Ya está todo resuelto. Vive tu vida ya no pertenezco a la tuya.
¡El abuelo tiene otro hijo, además de mi padre!
¿Dónde estará ese hombre en este momento? ¿Ella es Azucena Echeverri?
¿Por eso el abuelo rogaba mi perdón?
¿Dejó a una mujer embarazada a la buena de Dios?
Todo es muy confuso.
Sigo hurgando las cartas, algunas habla de cosas sin sentido o por lo menos para mí. No entiendo mucho de qué va.
Habla de su estadía, de su trabajo y de los buenos tiempos.
Solo puedo sentir compasión por esta misteriosa mujer. Ha aceptado qué el amor de su vida se case con otra, ya que ella no es de una buena posición económica.
¿Por qué compasión? Debería pensar en mi abuela que ha sigo engañada.
Enrique:
Ha pasado mucho tiempo desde la última carta que te he escrito. No tengo la fuerza ni siquiera para levantar esta pluma. Mi hermano insiste en que te escriba y que sepas lo ocurrido. Mi pequeño; mi niño ha nacido muerto. Nadie me lo ha mostrado. No he visto su carita, Enrique. Y ya no tengo nada en esta vida. Ya me han arrebatado todo. Esta será la última carta que te envié, solo deseo que seas feliz, muy feliz. Con tu esposa y la familia que formes con ella. He nacido en miseria y moriré en ella. Mi destino ha sido servir y así orgullosa me moriré. Pero recuerda que siempre he sido sincera ante mis sentimientos hacia tí. En cambio tú has sido un cobarde que ha vivido bajo las reglas de tu familia. Ya no tengo nada en esta vida sólo mi hermano que me acompaña desde que he pisado esta tierra.
Se feliz, Enrique.
Leer esta última carta me ha dejado un sabor amargo. Su tristeza era palpable había perdido todo. Ya no tenía el amor de su vida y perdió a su hijo. ¡Qué vida miserable la de aquella mujer! ¿Dónde estará en este momento? ¿Estará viva?
El abuelo tuvo algo más que un amorío.
¿Cuánto tenemos que resignar para complacer a los demás?
¡Teresa me dió un sobre! Ahora lo recuerdo.
Me levanto de donde estoy y cada vez entiendo menos.
Voy de nuevo hacia mi armario. Me arrodillo y lo encuentro enseguida.
Lo abro tembloroso.
Doy un respigno al escuchar gritos que provienen de la sala.
Me asomo al pasillo y veo correr a Delia hacia la salida.
Bajo las escaleras a toda prisa.
Me choco con Emilia.
-¿Qué sucede?
Emilia llora y no responde.
¡Eva!
-¿Qué pasó con Eva? -pregunto, aterrado.
-No... no...
-¿Emilia qué? -La tomo de los hombros y comienzo a sacudirla-. ¡Emilia!
-La niña no despertaba -responde con lágrimas en los ojos.
Suelto a Emilia y veo entrar a Delia.
-¿Delia qué está sucediendo?
Me abrazo a ella y retengo mi llanto lo más que puedo. Ella me responde y soba mi espalda.
Tras unos minutos abrazados me toma de los hombros y me separa de ella.
-La niña no está bien, Jeremías. La llevaron al hospital nuevamente. -Acaricia mi rostro y agarra de la mano-. Vamos a desayunar.
-Pero no...
-Pero nada. -Suena firme-. Tiene que desayunar, tiene que estar fuerte, mi niño.
Ella está siendo tan amable y yo me he comportado como un verdadero hijo de Gregoria.
-Delia... -hago una pausa cuando clava sus grandes ojos en mí-. Yo... le quería pedir disculpas. No he sido muy bueno con usted.
Ella se acerca a mí y acaricia mi rostro. Acerco mi cara a su mano y acurruco a ella. Su calidez me reconforta.
-No me pida disculpas, hijo. Todos tenemos días malos. Hágame saber si quiere hablar de eso.
Niego con la cabeza.
-¿Podría llevarme el desayuno a mi cuarto, por favor?
Delia abre la puerta de la habitación sin darme tiempo a ordenar un poco todo este desastre de cartas, fotos, de pensamientos y sensaciones.
Me deja el desayuno en el escritorio y viene a mí.
-¿Qué hace mi niño? -indaga con la voz suave y mirada llena de ternura.
-Leyendo, Delia.
Sé que puedo confiar en ella. Ella me lo ha dicho siempre.
-¿Y qué es eso que está leyendo?
-Cartas -sueno un poco indiferente.
Ella se sienta en la cama y comienza a ojearlas. Agarra una carta al azar, se queda con ella unos segundos y la suelta de inmediato. Cómo si el mismísimo Lucifer estaría en esta habitación.
Se levanta de un salto y abre grandes los ojos. Se la ve pálida y muy afectada como si hubiese visto un fantasma.
-¿Delia, qué sucede? -me acerco a ella y la tomo de la cintura.
-¿Hijo, de dónde las sacó? -pregunta aterrorizada y con la voz entrecortada.
Delia sale disparada de la habitación. Todavía no puedo descifrar su expresión. No encuentro ninguna razón para que se haya puesto así.
¿Qué está sucediendo?
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