Capítulo 28
Otra vez en mi cuarto observo cada rincón incrédulo. Todo se ve desmejorado. Voy hacia el balcón y armo un cigarro. Me distraigo cuando escucho el golpeteo en la puerta.
-¡Va! -grito.
La abro y me encuentro con Delia. Ella me ha traído el desayuno. Le saco la bandeja de las manos y la dejo apoyada en el escritorio.
-Mi niño, ¿dónde estaba? Su madre está tan furiosa con usted.
-Me lo imagino, Delia -digo de espaldas a ella-. Fui a su casa y ya no estaba allí.
-¡Oh, hijo! Lo lamento tanto -expresa sincera.
-¿Usted lo supo siempre? -pregunto y me volteo a verla. Aunque muera de miedo, necesito ver su expresión, temo que me rechace. Aunque sea un infeliz que necesita la aprobación de la servidumbre. Sé muy bien que ella es más que eso.
-No siempre, Jeremías. Tenía mis sospechas, lo confirmé cuando te vió con María, estaba muy furioso contigo. Yo misma encontré el dibujo que habías hecho para él.
-Él me lo había robado. ¿Usted lo tenía?
Ella asiente entrelazando los dedos.
-Y... -hago una pausa- Y... ¿qué piensa de mí ahora, Delia?
-¿Qué pienso? Qué deberías tomar el desayuno porque te veo muy escuálido, se le notan todos los huesitos.
-¿Me sigue queriendo? -indago algo nervioso.
-¡Ay hijo! -Se acerca a mí y acomoda mis cabellos-. Jamás voy a dejar de quererlo. Lamento que las cosas hayan terminado así, mi niño.
-Lo sé, Delia. Gracias.
-Apúrese que su madre lo espera en el hospital.
Ya pasó una semana de la ida de Lucas y no hay mucho que decir al respecto.
Los días se hacen cada vez más largos y pesados y por el momento no hay noticias de él, tampoco me animé a indagar a Miguel sobre el tema. Creo que si algo anduviese mal Miguel me lo informaría.
¿Qué debo preguntar?
Las palabras de Miguel fueron muy claras. Debo respetar su desición.
Leo una y otra vez la carta que escribió para mí.
Tiene la letra pequeña y desprolija.
Creo que a esta altura ya me la sé de memoria.
¿Yo, un ángel? ¿Por qué dice algo así?
Su carta me dejó más dudas que certezas, como siempre.
¿Por qué no me la entregó?
Eva de a poco está mejorando, le diagnosticaron Difteria, es una enfermedad que poco se sabe al respecto, por el momento le están aplicando un suero y con eso ha evolucionado muchísimo.
Me alegra que esté bien, aunque sigue internada, su semblante es otro.
Todas las tardes voy a verla y me quedo con ella hasta que Gregoria vuelve, aunque parezca sorprendente mi madre no se ha separado de la pequeña un segundo, realmente se la ve muy afectada por la enfermedad de Eva. Solo espero que su amor maternal le dure. Al menos, con ella es amorosa y muestra algo de afecto. María se ha convertido en mi compañera fiel de todos mis días y realmente se lo agradezco. Ella ha sido de mucha ayuda.
En este momento estoy con la pequeña, se la ve mucho más delgada pero confío en que va a mejorar. Debe de mejorar. Está mucho más animada y eso me llena el alma.
-Jeremías, ve a buscar a tu padre -pide Gregoria. Mi madre ingresa a la habitación sorprendiéndome.
Suelto la mano de la pequeña.
Emilia está en un costado de la cama, ella me mira y asiente con la cabeza, dándome a entender que me quede tranquilo.
-Está Roberto en la puerta si decides ir con él.
-Prefiero caminar, gracias. ¿Sucede algo? -cuestiono sin muchos ánimos. No quiero discutir con ella. En este último tiempo no tengo fuerzas ni siquiera para eso.
-Le están por dar el alta a Eva -explica.
-Eso es una muy buena noticia. -Sueno entusiasmado. Y es la primera vez en toda la semana.
-El tratamiento lo tiene que seguir en la casa, pero sigue delicada. Yo misma pedí que se la dieran. No aguanto más un día en este hospital. No sé qué peste debe rondar por aquí. Prefiero la tranquilidad del hogar para la pequeña. Nos podemos dar el lujo de contratar una enfermera y si es necesario un médico. -Me la quedo mirando boquiabierto-. Necesito la autorización de tu padre. Así que ve, Jeremías -ordena y sacude su mano.
¿Debería ir con Roberto?
Salgo de la habitación y me dirijo hacia afuera, como muy bien dijo mi madre, Roberto me espera en la puerta.
Voy hacia el coche y me siento en la parte trasera del auto.
Él me observa a través del espejo retrovisor y yo esquivo su mirada.
-¿A dónde vamos, patrón?
-A la finca -digo sin más. Solo eso y es suficiente.
Él me observa a través del espejo retrovisor y marca una sonrisa socarrona en el rostro y tengo ganas de quitársela a piñas.
-Como usted mande, patrón.
Remarca esa última palabra y no sé a qué está jugando.
Al cabo de unos interminables minutos llegamos.
Entro desesperado por mi padre. No me veo a Delia por ningún lado, ni siquiera al imbécil de Juan Cruz.
¿Por qué es tan bueno para nada ese muchacho?
Voy hacia la cocina y no encuentro a nadie allí. Me dirijo hacia la biblioteca y escucho ruidos que provienen de allí. Objetos cayéndose al piso.
Me asomo a la puerta, está entreabierta y observo el interior. Por el momento veo un cuerpo ¿Juan Cruz? No, no es Juan Cruz, deduzco a duras penas que es mi padre por la contextura. Él está de espaldas a mí se apoya en el escritorio, mi padre tira la cabeza hacia atrás y de abajo de él sale una mujer. Mi madre está en el hospital, ¿quién es? Su cabello es claro. Lo agarra de la cabeza y comienza a besarlo. Mi padre se gira y apoya el cuerpo de la mujer en el escritorio. Él sube su vestido por arriba de la cintura y comienza a besar su espalda.
Me quedo petrificado al ver la escena hasta me atrevo a decir que tengo la boca abierta.
¿María?
Sí, es María.
¡María con mi padre!
No puedo seguir viendo esto, me giro y apoyo mi cuerpo en la pared a los segundos comienzo a escuchar los gemidos de María al igual que los de mi padre.
Camino de espaldas a la puerta y subo las escaleras hasta llegar a mi cuarto y cierro la puerta con violencia.
¿María con mi padre?
Tuvo la oportunidad de decirme la verdad. Se lo he preguntado en reiteradas ocasiones y ella en todas me lo negó.
Estoy tan furioso.
¿Por qué no puedo confiar en nadie? ¿Por qué todos mienten? ¿En quién puedo confiar?
Todos me toman por estúpido.
"No debes confiar en ellas, Jeremías"
"Vos sos muy inocente, no tenés maldad"
Lucas tenía razón cuando decía que no debía confiar en ella. Debí hacerle caso. Debí hacer tantas cosas con él.
Doy vueltas en la habitación como un león enjaulado. Llevo mis manos a la frente y comienzo a refregarme. Necesito un poco de claridad, algo de luz. O por lo menos alguien que me explique qué es está familia.
La única persona que me fue sincera me dejó, se fue. Decidió por los dos y tomó otro camino, muy distinto al mío y muy lejos de mí.
¡Eva!
No es momento de lamentos.
Voy hacia la cocina en busca de Delia, por suerte la encuentro enseguida. Me apoyo en la pared y asomo el cuerpo sin entrar del todo.
-¡Delia! -Mi tono de voz es más severo de lo que pretendía. Ella se voltea y arruga la frente.
No es momento de preguntas, Delia. Digo a mis adentros.
-¡Hijo! -exclama.
-Avísele a mi padre que Gregoria lo está esperando en el hospital. Le van a dar el alta a la pequeña y necesita de su autorización.
-Es una gran noticia, Jeremías. ¿No te pone contento?
-Sí, lo estoy, Delia.
-Dígaselo a su cara.
Cierro los ojos y suspiro hondo. No quiero ser grosero y mucho menos con ella.
-Le avisa, por favor -digo con fastidio.
-Está bien, Jeremías. Yo le aviso -dice con un tono más sumiso.
Voy hacia la caballeriza y me decido por una cabalgata. Hace rato que no estoy con Azúcar. Hay algunos empleados nuevos que no conozco. Ellos al verme sacan sus boinas y saludan amablemente.
-Patrón, ¿en qué lo puedo servir? -pregunta uno muy atento acercándose a mí
Es un hombre que no supera los treinta años y le veo cara conocida.
-Nada de patrón, llámame Jeremías. Por favor -sugiero.
A él le gustaba hacerme enojar diciéndome "Patrón". Él. ¿Dónde andará en estos momentos? ¿Qué estará haciendo? ¿Me extrañará? ¿Me extrañará como yo a él?
-¿Señor?
Su voz me trae a la realidad.
-¿Azúcar anda por ahí? -indago de inmediato y me siento un poco incómodo.
-¿Azúcar?
-Mi yegua, creo haberla visto por allí -digo señalando hacia delante con el mentón.
-Ah.
-¿Usted es nuevo verdad? -pregunto un poco curioso.
-Sí, empecé hace muy poco a trabajar aquí. Disculpe mis malos modales, mi nombre es Ramón. -El hombre limpia su mano en su pantalón y me la extiende.
-Un gusto -digo e inclino mi cabeza.
Al cabo de unos minutos y de una charla amena me prepara a Azúcar. Lo sigo observando y no consigo recordar de dónde lo conozco. ¿En dónde es que lo ví antes?
Me subo a Azúcar y comienzo a cabalgar olvidando todo el mal que acarreo. Si mi vida no se envolviera de mentiras, de engaños, de hipocresía. Todo sería más sencillo, más simple. Gregoria siempre dice que no hay que renegar de las cosas que nos tocaron.
Odio ese pensamiento.
Si él estuviese aquí... pero no lo está y tengo que lidiar con eso todos los días de mi vida.
Y por otro lado, y no menos importante, está María. ¿Cómo pudo hacer algo así? ¿Cómo me pudo mentir en la cara todo este tiempo? Yo le confié cosas de mi vida muy importantes. Tuvo la oportunidad de sincerarse conmigo, y no lo hizo. Prefirió seguir con su mentira.
Solo deseo que se aleje de mí, que no se atreva a dirigirme la palabra nunca más. Porque no voy a responder de mí.
Me detengo en un pequeño parque. Ato a Azúcar a un árbol y me apoyo en él.
Estoy muy cansado y el sol a esta hora pega de lleno.
Debería volver. Aunque así no lo desee. Tengo bronca, mucha bronca y por el momento no sé cómo canalizarla. Toda esta maldita familia es un manojo de hipócritas y mentirosos.
Después de unas vueltas con Azúcar a mi lado decido regresar, mi estómago ruge de hambre y ya se está haciendo tarde. Prefiero hacerla caminar a Azúcar y seguir caminando a su lado.
Una vez en la finca dejo a la yegua en la caballeriza. Ya los empleados no están, aunque es un poco temprano.
-Te has portado muy bien, pequeña. Gracias.
Apoyo mi frente en la cabeza de Azúcar. Ella relincha, no sé si me entiende, pero tengo la sensación de que sí.
Voy en busca de algo de comida para ella, yo podré esperar.
Me topo con Roberto, me freno al instante para no tener ningún contacto con este hombre.
-¡Patrón, que sorpresa!
-¿Sorpresa? Es mi finca -digo con desprecio.
-Es verdad usted tiene razón.
Tiene una horrible mirada que me dan ganas de partírsela a golpes. Sus bigotes desprolijos, su olor a tabaco y licor de mala calidad. No entiendo como mi madre puede estar con una persona así. Tiene un escarbadientes en la boca y lo gira de un lado al otro.
-Sabe, patrón me cuesta entenderlo -dice sin más.
-¿Perdón?
-Sí, ¿sabe por qué? Porque usted es muchacho muy buen mozo, bien parecido, tiene dinero. Usted está en muy buena posición.
No entiendo a qué viene todo este planteo pero comienza a incomodarme.
Él da vueltas alrededor de mí, mientras me observa de arriba a abajo.
-Usted puede tener a la mujer que le plazca -dice con la voz rasposa mientras saca el escarbadientes-. Pero a usted le gusta ese negrito de poca monta -me apunta con el palillo.
Se acerca aún más.
Lo miro a los ojos y él hace lo mismo. Trago con dificultad, la bilis comienza a subir por mi garganta e intento con todas mis fuerzas no partirle la cara en este instante.
Intenta tocar mi rostro y agarro su mano.
-Ni se le ocurra tocarme -expreso apretando los dientes.
-Pensé que eso le gustaba, patrón.
Me empuja y me da vuelta con violencia apretando mi cara a la pared.
-Yo lo escuché con el negro aquel, sé que le gusta.
Apoya todo su cuerpo en el mío inmovilizándome.
Siento asco de sentirlo tan cerca de mí, tiene un aliento fuerte y desagradable. Su cuerpo está sudado. Comienzo a desesperarme y trato con todas mis fuerzas sacármelo de encima.
-No se resista -susurra cerca de mi oído. Mientras me aprieta las manos detrás de mi espalda.
-¡No me toques hijo de puta! -grito.
-¡Shh!
Hace presión con su cadera y siento su erección.
-Con Lucas le gustaba, patrón. Vamos a ver si grita como su madre.
Lleva su mano a mi bragueta e intenta bajarme el cierre. Siento sus sucias manos hurgando en mi miembro.
Sigo haciendo fuerza e intento sin éxito zafarme.
¡No!
-Vamos, pibe. Sé que te gusta.
Pasa su lengua por mi oído mientras sigue tocándome.
-Ví como te revolcabas, cómo te dejabas -dice tomándome del pelo e inclinando la cabeza hacia él. Hace cada vez más presión con su erección.
Mi cara sigue pegada a la pared. Apoya aún más su peso en mí, con una mano hurga en mi cuerpo y con la otra intenta bajar su pantalón. Se posiciona cerca de mis muslos.
-¡No! -grito.
-Sé que lo quiere. Yo le voy a enseñar lo que es ser macho, patrón.
Escucho bajar el cierre de su pantalón.
-¡Sacá tus putas manos de Jeremías!
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