Capítulo 27
Me quedo acurrucado en la cama. Sus motivos no me convencen o por el momento no entro en razón.
Me siento devastado como jamás lo estuve en mi vida. Estoy realmente perdido y solo.
Sabía que si el cruzaba esa puerta no iba a saber cómo contenerme.
Mi cama está impregnada a él, al igual que mi cuerpo. Aspirar su olor es una tortura pero por el momento no tengo fuerzas para levantarme de hecho desearía morir aquí.
Me abrazo a las rodillas.
¿Por qué soy tan patético?
Escucho ruidos en el pasillo, ni siquiera me importa. No me interesa saber nada de nadie.
Golpean la puerta y me tapo la cabeza con las sábanas.
Lo vuelven a hacer.
-¿Quién es? -grito demasiado furioso.
-Soy yo, mi niño.
Su voz suave me hace quebrar. Retengo mi llanto mordiéndome los labios.
Ella abre la puerta sin permiso y asoma su cabeza.
Me busca la mirada y la encuentra al instante.
Yo sigo acurrucado en la cama, desnudo y vacío. En cambio, Delia, un poco indecisa entra a la habitación.
Todo está hecho un desastre, mis cosas, mis sentimientos, mi razón; absolutamente todo.
Ella entra despacio y se sienta en mi cama.
Está en silencio y observa el lugar, luego toca mi mejilla y corre mi pelo de la cara. Yo sigo con mi mirada perdida sin saber que decir.
-Hijo. ¿Qué pasó?
¿Ella sabe que Lucas estuvo aquí?
Levanto la vista y me encuentro con sus ojos, con esa mirada cargada de compasión y de amor.
¡Oh Delia! Por favor no lo hagas. No soportaría una negativa de tu parte.
-¿Él estuvo acá?
-¿Él? -carraspeo-. La angustia me está jugando una mala pasada.
-Lucas -confirma, levantando las cejas.
Lucas... Escuchar su nombre es como si me apuñalaran. Es sentir que mi carne se abre.
Asiento con la cabeza e inclino mi mirada hacia mi cuerpo, intentado así poder esconderme.
Ella me toma del mentón y me obliga a mirarla.
-Hable conmigo, hijo. Por favor.
No sé si es su voz, el contacto cálido de sus manos, o es que es ella, simplemente ella, pero mi angustia se va incrementando y comienzo a llorar sin consuelo.
-¡Oh no, hijo!
Ella se acerca a mí y yo me aferro desnudo a su abdomen.
-Perdón, Delia. Perdón -digo.
-Hijo, no me pida perdón. ¿Por qué lo hace?
-Defraudo a todas las personas que me quieren. Y no soportaría que usted no me hable más o me rechace.
-¿Por qué haría algo así? ¿Usted tiene que contarme algo?
Asiento todavía escondido en su panza.
Ella me toma de la cara y me saca de mi refugio.
-Míreme -dice con firmeza-. Jamás en mi vida usted me podría defraudar, prefiero morir antes de dejar de hablarme. ¿Me escuchó?
Asiento con la cabeza.
Sus palabras al igual que su intensidad me conmueven.
-Lucas... -hago una pausa para tomar aire-. Estuvo acá.
Ella me mira expectante.
-Yo... me... -aprieto mis ojos para tomar fuerza-. Yo me enamoré de él, pero no sirvió de nada, él se fue. Y no sé porqué nací así. ¿Por qué soy así? A mí me gustaría ser de otra manera, que me gustaran las chicas. Poder casarme con María, no defraudar a mis padres todo el tiempo. Pero no puedo. Le juro Delia que yo intento, lo intenté todo este tiempo. Quise estar lejos de él. ¿Delia, por qué soy así? ¿Qué hay mal en mí?
Ella me mira seria y me escucha con atención.
Me limpia las lágrimas con el pulgar y me toma con las dos manos mi rostro, sus manos acunan mi cara.
-¿Usted piensa que María es una buena opción?
-No lo sé ¿Acaso Lucas lo es?
-Él te ama sinceramente, sin pedirle nada a cambio. Jeremías, no hay nada malo en tí. ¿Hijo, cómo piensa eso de usted?
-Porque es la verdad. ¿Cómo sabe esas cosas de Lucas, Delia?
-No tiene nada de malo, Jeremías -Evade mi pregunta.
-¿Cómo puede decir algo así?
-¿A qué se refiere?
-Usted piensa que puedo salir a la calle de la mano con él.
-Nada es fácil en la vida, Jeremías. ¿Por qué pensó que esto también lo iba a ser?
-¿Qué intenta decirme?
-Si el muchacho es el amor de su vida, ¿Por qué lo deja irse así?
No la comprendo.
-No puedo salir corriendo y pedirle por favor que no se vaya.
-¿Y qué se lo impide?
Gregoria.
-¿Es acaso su madre?
Asiento con la cabeza.
-¿Y, usted no va a hacer nada? Entonces su amor no es verdadero, entonces no es amor, Jeremías. ¿Se va a dar por vencido así nada más? ¿Se va a entregar así tan fácil sin dar pelea?
-Yo no tomé la desición de irse. Él la tomó por su cuenta sin siquiera preguntar si estaba de acuerdo o no. Quiero estar solo, Delia.
-Está bien, hijo. Espero que pueda recapacitar a tiempo.
Ella se aleja y me deja más confundido aún.
Me acomodo en la cama y su voz repercute en mi mente.
"Mañana a primera hora"
"Te necesito"
"Te amo, Jeremías"
Todo me da vueltas y es como si hubiese tomado todo el licor de Gregoria, que por cierto, es mucho.
Necesito sacar su olor de mi piel, pero ni siquiera tengo fuerza para levantarme y lavarme.
Miro el reloj y marcan casi la una.
Comenzó a llover hace un rato. Me envuelvo con la sábana y voy hacia el balcón con lo poco de fuerzas que me quedan y dejo que la lluvia me empape, que saque todo el sudor y sabor a Lucas. El agua está helada, pero no importa. Me aferro con fuerza a las sábanas y miro hacia el cielo. La lluvia golpea fuerte en mi rostro, son gotas gruesas y pesadas.
Invoco al mismísimo Jesús Cristo y le pregunto el por qué de mi desgracia, el por qué de mi maldición. Y una vez más no tengo una respuesta. Y a ésta altura creo que no existe, o por lo menos para mí el hijo descarriado; el pecador.
Mi cuerpo tirita de frío, pero no me importa. Necesito sacar todo el resto que quedó de Lucas en mi cuerpo y ruego a todos los santos que me lo arranquen del corazón, de mi cuerpo y de mi alma. Él ya no existe para mí.
Estoy en el balcón desnudo y rezando a no sé a quién y parezco un desquiciado. En este momento lo soy.
Decido de una vez por todas entrar.
Agarro unas toallas del baño y me envuelvo en ellas.
Saco el resto de las sábanas y me acuesto en el colchón pelado.
Cierro los ojos y el cansancio comienza a apoderarse de mi cuerpo.
"Sos tan hermoso, Jeremías"
"Por favor, no llores"
Todo sabe a él, todo huele a él.
Me levanto de un salto desbocado no recuerdo que es lo soñé pero tengo la sensación que no es nada bueno.
Miro hacia la ventana ya paró de llover y recién está amaneciendo.
Miro a mi alrededor y aunque tenía algo de esperanza de que lo que surgió anoche fue producto de mi imaginación, pero no lo fue. Ocurrió de veras.
Delia sabe de lo nuestro.
¿Lo nuestro?
Río sin ganas.
Ya no queda nosotros. Tampoco tengo la certeza si en algún momento lo hubo.
Estoy tan enojado que no puedo razonar con claridad.
Me levanto de la cama y decido cambiarme. Me duele el cuerpo y es una sumatoria de cosas, la ida de Lucas, su confesión, la mía, nuestro sexo.
Bajo hacia la cocina y gracias a Dios me encuentro solo, en este instante no tengo ganas de lidiar con ningún miembro de mi familia.
Prendo la ornalla y me decido por un poco de café.
"Mañana a primera hora"
Su voz sigue impregnada en mi memoria a corto plazo.
Miro el reloj que está arriba de la cocina y marcan las cinco menos cuarto de la mañana.
Me quedo inmóvil aferrándome a la mesada de mármol.
Todos nuestros encuentros se me vienen a la mente. La primera vez que me besó, fue aquí en esta misma cocina, nuestra primera vez en Mendoza, nuestra noche en el albergue. Todo aparece en pequeños flashes.
Cierro los ojos saboreando esos recuerdos.
Apago la cocina y me encamino hacia mi cuarto nuevamente, pero algo me dice que tengo que ir tras él. Debo hacerlo. Me quedo plantado en la sala y dirijo mi vista hacia la puerta de entrada.
Voy a ella y tomo el picaporte.
-¿Dónde crees que vas?
La voz de Gregoria me sobresalta. Me quedo inmóvil de espaldas a ella. Siento su cercanía.
-Te hice una pregunta, Jeremías.
-Iba a tomar un poco de aire -me excuso.
Levanto mi vista y la observo a mi lado.
-¿A esta hora?
-No sabía que hay algún horario para tomar aire. ¿Cuándo volvió?
-No me cambies de tema. ¿Acaso tenés pensado ir a...
-¿Cómo se encuentra Eva? -pregunto de inmediato.
-Ella se encuentra igual, -agacha la mirada y entrelaza los dedos. Se la ve algo demacrada-. Me gustaría que me acompañes a verla, le va hacer muy bien que estés cerca de ella.
-Está bien. Iré con usted.
Me dirijo hacia mi cuarto sin algún motivo en particular.
-¡Jeremías! -llama y me volteo de inmediato.
-¿Qué?
-¿Usted se encuentra...?
-¿Yo qué?
-Nada, no me haga caso en media hora salimos -su tono es más severo. Y pone su cuerpo erguido levantando el mentón.
Aunque le dije a mi madre de ver a la pequeña no puedo hacerlo. El tiempo se me agota y siento que las paredes se hacen cada vez más pequeñas.
Necesito verlo. Una vez más.
Anoche estaba muy angustiado y con la luz de la mañana todo se ve diferente. ¿O fueron las palabras de Delia, que me hicieron recapacitar?
Salgo sigiloso de mi cuarto y decido ir tras Lucas.
Sonrío como un imbécil.
Corro esos metros de donde me encuentro hacia la preciada libertad. Una vez en el exterior, comienzo a correr, no me importa quién me vea corro hacia él, hacia mi amor.
Una vez en el conventillo, todo está en silencio, en demasiado silencio.
Me inclino tomándome de las rodillas y me incorporo para tomar una gran bocanada de aire, no solo aire sino también valor.
Golpeo las manos y espero. Son los minutos más eternos que he vivido.
La puerta se abre y aparece Miguel.
Eso es bueno, Lucas debe estar adentro todavía.
-¡Hijo, que sorpresa! ¿Pasó algo con su hermana?
-Buenos días, Miguel. No... Ella...
-Venga, pase, por favor.
Entro a la humilde hogar de Miguel y siento que me falta el aire. Quiero saber de él. Me encuentro algo desaliñado e intento sin éxito mantener la postura.
-Mi... Miguel -concluyo-. ¿Se encuentra Lucas?
No quiero sonar desesperado y es que lo estoy.
Él me mira de inmediato y agacha la mirada.
-Hijo, él acaba de irse.
-¿Y, usted no lo acompañó? -sueno furioso.
-A Lucas no le gustan las despedidas -concluye-. Espéreme aquí, tengo algo para usted.
Me siento algo mareado, comienzo a refregar mis ojos y decido sentarme en la humilde silla de paja depositando todo mi peso en ella.
Él se fue. Cómo dijo que lo haría.
Me siento tan miserable. Debí decirle más cosas, debí convencerlo.
-Tome, hijo. -La voz tenue de Miguel me sobresalta.
Me entrega un papel todo arrugado.
-Él la escribió -explica.
No salgo de mi asombro y comienzo a leer.
Jeremías:
Cuando te ví en la parroquia pensé que eras una ángel, con tus cabellos rubios y tu mirada inocente. Me dije, estoy en cielo. Él me ha venido a salvar. Él me ha liberado de todas mis culpas. Y me enamoré de lo prohibido, me enamoré de un ángel. Ahora, me encomiendo a Dios, pongo todo en sus manos para salvarte, para salvarnos. Tengo que arrancar todos y cada uno mis demonios y lo haré a través de la fe. He sido concebido a través del pecado, desde pibe me han marcado y necesito arrancar todo el odio que envuelve mi alma y a todo aquel que me ha lastimado. Has venido a salvarme a mostrarme el camino correcto. Y es a través del amor. Vos me salvaste y ahora yo te salvo a vos.
Levanto la vista y Miguel me observa expectante.
No me atrevo a preguntar si leyó la carta. Solo deseo que no.
-Él tomó una decisión, Jeremías. Y hay que respetar su voluntad.
-¿Usted sabe por qué eligió Misiones?
-Es ahí donde nació. Es ahí donde comenzó todo, hijo. Es probable que necesite respuestas.
¿Y mis respuestas quién las tiene?
En este momento estoy siendo un maldito egoísta.
-Gracias, Miguel -expreso mientras levanto el papel-. Y lamento haber venido a esta hora.
Miguel no pregunta, ni tampoco me hace recomendaciones, no da consejos. Solo se mantiene en silencio y se lo agradezco. Es probable que sepa la verdad.
-No se preocupe, hijo. Vaya con Dios.
-¿Con Dios? -digo por lo bajo.
Él se ha olvidado de mí.
Estoy siendo tan petulante.
Camino arrastrando los pies, me tomo mi tiempo en llegar a la finca. Mis suelas se encuentran algo gastadas al igual que mi cuerpo y mi alma. He sido maltratado me siento maltrecho como estas miserables suelas de zapatos.
Mis esperanzas caen en picada, nunca fuí optimista. Pero hoy, 24 de enero de 1936 me encuentro más desdichado aún y por el momento no encuentro consuelo.
Ya no quiero saber nada con el mundo, ya no sé lo que el destino tenga planeado para mí. Qué me perdone Dios, pero hoy solo deseo desaparecer.
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