Capítulo 23
Corro hacia el baño y cierro la puerta, apoyo todo mi cuerpo en ella, arrastrándome hasta llegar al suelo.
Me tomo la cabeza confundido. Inspecciono una vez más mi cuerpo para que me brinde un poco de luz a todo esto, pero no encuentro nada.
Me incorporo y me observo en el espejo, apoyo mis manos a la bacha y observo en mi cuello una marca morada, cierro los ojos con fuerza y una leve imagen, poco nítida aparece en mi mente. Ella besándome.
-Jeremías! -María llama.
No respondo.
-¡Jeremías! en algún momento vas a tener que salir.
¿Qué hice?
-¿Todo bien, María?
¡Mierda es Gregoria!
-Sí, señora.
-¿Jeremías?
-Se está higienizando, disculpe la hora.
-No sé preocupe.
-Gracias, Señora.
-Gregoria, llámame Gregoria -dice mi madre en un tono apacible.
No se escucha más nada y deduzco que Gregoria ya se fue. Estoy pegado a la puerta desnudo y lleno de vergüenza.
-Jeremías -vuelve a llamar.
-Andate, María. Por favor.
-Está bien -dice apenada.
Escucho ruidos y el cerrar de la puerta.
Salgo del baño con una toalla envuelta en mi cintura.
Me encuentro a Delia juntando las botellas que, por alguna razón, no recuerdo son más de las que había comprado Jorge.
-Deje eso, Delia. Por favor -pido, avergonzado.
-¿Qué ha pasado, mi niño? -inquiere.
Me quedo en silencio y niego con la cabeza.
Ella hace una vez más su gesto de reproche.
-Si tiene que decirme algo dígalo y sin rodeos. Siempre tengo la sensación que va a hablarme, pero luego se queda callada.
-Yo no soy la indicada para decirle esas cosas, hijo.
Y una vez siento que ella también me oculta algo. Y otra vez con esa frase "no soy la indicada".
-¿Por qué todos me subestiman? -Levanto la voz y Delia da un respingo.
-¿Todos?
-Sí, todos.
Usted, María, el abuelo y Lucas.
Suspiro hondo.
-Lamento haberle dado esa impresión, hijo.
-Me gustaría estar solo, Delia. Dejé todo así. No importa.
Ella sale de la habitación y cuando cierra la puerta me observa cautelosa. No debí tratarla así.
Me tiro de espaldas a la cama y me tapo la cara con el antebrazo.
Me quedo unos minutos tratando de recordar lo que hice anoche. Pero mi memoria es nula y no me brinda nada de información.
Golpean la puerta y yo le ruego a Dios que no sea María.
-Hijo -la voz de Delia llama.
Todavía sigo desnudo envuelto con la toalla y en la misma posición de un hace un rato.
-Hijo, su madre canceló sus clases.
¿Por qué haría algo así?
-Dijo que hoy le daba el día libre.
¿María tiene algo que ver con todo esto?
-Gracias Delia por avisarme g-rito.
-El desayuno ya está listo.
Tengo el estómago revuelto y me duele mucho la cabeza.
-Se lo agradezco, Delia. Pero no tengo hambre.
El almuerzo ha sido de lo más incómodo. Mi madre me ha preguntado en varias oportunidades por María. Si sería bueno invitarla a la cena, cuándo la veo otra vez. Mi padre en cambio ha estado muy callado y no ha opinado sobre el tema.
-La ví salir de tu cuarto, Jeremías.
-No es de tu incumbencia, Juan Cruz.
-Yo solo estoy diciendo lo que ví.
¿Por qué es tan idiota? ¿Se habrá golpeado de pequeño?
Su mirada burlona me irrita muchísimo y cierra el poco apetito que he adquirido en el día.
-Si me disculpan -digo, poniendo la servilleta en la mesa.
Mi madre asiente y me sonríe. Dándome a entender que me puedo levantar.
Muy raro en ella dejarme levantar antes de que todos terminaran el almuerzo.
Mientras me encamino hacia mi cuarto, elogio la comida a Delia. Ella me sonríe agradecida.
María goza arriba de mí, toco sus pechos y ella inclina la cabeza hacia atrás, la penetro con fuerza...
Sus pechos se mueven al compás de mis embestidas. Ella goza y yo también lo hago...
María me está haciendo una felación está de rodillas en el piso. Incrementa el ritmo y yo me aferro de sus cabellos trayéndola más a mi miembro, me succiona con fuerza y culmino en su boca, ella me observa a los ojos mientras traga mi semen. Saborea sus labios y se limpia con los dedos la comisura. Miro hacia mi miembro y luego la observo, pero no es María es Lucas. Él me observa a los ojos y hace su sonrisa pícara.
Me despierto desbocado, me encuentro sudado y con una erección apretándome el calzoncillo.
Mi sueño erótico me trajo más dudas que certezas, confirmo que tuve relaciones con María. Pero ¿por qué vino Lucas a mi sueño?
Me aprieto el miembro para que la erección baje.
No lo consigo y la tibieza de mi mano me recuerda el interior de Lucas y nuestra noche en el albergue.
Meto mi mano adentro del calzoncillo y tomo mi miembro. Comienzo a acariciarme, son solo pequeños toques, mientras me retuerzo en la cama.
"Quiero que me sientas, Jeremías"
Su voz aterciopelada la siento cerca de mí.
Mis toques comienzan a ser un poco más fuertes y voy de a poco incrementando el ritmo.
Sus labios carnosos me recorren entero, sus manos curiosas, sus besos, su cuerpo.
Mi masturbación va de menor a mayor.
"Más fuerte, Jeremías"
Las piernas me comienzan a hormiguear y deposito todo mi semen en la mano. Me limpio con mis propias sábanas y me acurruco sintiéndome vacío.
"Él se encomendó a Dios"
Me lo repito una y otra vez. Hasta hacerlo carne.
Me encuentro en la cocina desayunando. Dentro de diez minutos empieza mi clase de francés.
El día pasa desapercibido y aburrido. Agradezco a Gregoria por cargarme los días de actividades.
Ella está muy amable últimamente y no sorprende debe pensar que estoy con Maria y que su plan está saliendo a la perfección, y aunque no lo quiera admitir es la verdad. Ya no hay Lucas y ya va a ser un mes desde que volvió mi padre con la nefasta noticia de que él ni iba a volver.
Trato de evitar cualquier acercamiento con María, la imagen de ella practicándome sexo oral es una postal que frecuenta en mí y me hacen sentir muy incómodo. Pero no sé si ocurrió o lo soñé.
Hace una semana que no hablo con ella, aunque intenta acercarse salgo despavorido ante su acercamiento. Ya no merendamos juntos y ya no hay más charlas cómplices. Debo admitir que la extraño, pero no estoy listo para enfrentarme a ella todavía.
Estoy en mi cuarto y que en esta última semana se ha convertido en mi sitio favorito, no es que lo sea realmente lo sea pero acá encuentro la paz que necesito.
Estoy en balcón dibujando apoyando el papel en mis piernas.
Le he pedido a Jorge que compre tabaco y desde la última noche con María no he parado de fumar, por evidentes razones lo hago solo en mi cuarto.
Todos mis dibujos, a mi pesar, cobran la misma forma. Un morocho egoísta que se encaminó a Dios y me dejó.
El golpeteo de la puerta me asusta.
-¡Jeremías!
¡No!
-Tenemos que hablar, por favor. No seas infantil. Ya te dí bastante tiempo, ni siquiera a la misa del domingo fuiste.
-¡María, andate!
-No me voy a ir hasta que no me hablemos. Te extraño -dice con la voz suave del otro lado de la puerta.
-Yo también -expreso sincero.
-Entonces hablemos, lo que pasó la otra noche quedó en el pasado, Jeremías.
Me acerco a la puerta.
-¿Que pasó la otra noche?
Al escuchar su voz abro la puerta de inmediato.
Me encuentro a Lucas en frente de mi habitación.
María desaparece en mi perspectiva y sinceramente no me importa.
Lo tomo del brazo y lo entro a mi habitación. Gregoria no puede verlo. Él se suelta de inmediato de mi agarre.
-¿Qué pasó la otra noche, Jeremías? -pregunta apretando los dientes.
-¿Dónde estabas? -cuestiono atónito.
-Te hice una pregunta, Jeremías -Su tono es mucho más severo.
-Una pregunta que no quiero responder.
Agacha la cabeza resignado o furioso no sabría decirlo.
-¿Qué hacés acá?
-No pensé que me ibas a recibir así.
-¿Y cómo se supone que tengo que recibir?
-¿Estuviste con ella, Jeremías?
-¿Te encomendaste a Dios, Lucas? -Imito su tono.
Viene a mí lleno de furia y me aprieta la cara.
-¡Soltame! sos la persona más egoísta que conozco.
Me suelta de mala gana.
-¿Yo? ¿Egoísta?
-¿Por qué no volviste?
-Tenía que hacer unas cosas. ¿Estuviste con ella? ¿Te gustó? -indaga cerca de mi cara, roza sus labios en mi mejilla-. ¿Te gustó?
Giro mi rostro y quedamos cara a cara. Siento su aliento en mis labios.
-¿Te gustó? -insiste.
Trago saliva y me humecto los labios.
-No sé.
-¿No sabés?
-No, no sé.
-Yo te voy a sacar las dudas, Jeremías.
Me agarra de la cara y me besa lleno de pasión, enojo y rabia. No sabría decirlo con exactitud.
-¿Te besó así? - pregunta en mi boca, separándome de él.
Niego con la cabeza agitado.
Estoy perdido en sus ojos, en sus besos, en su cuerpo, en él.
Vuelve a mi boca con más ímpetu. Intento tocarlo, pero no me deja. Agarra mis manos y aprieta mis muñecas.
-Dejame que te toque, Lucas.
-¿Querés tocarme?
Asiento con la cabeza desesperado.
-No mereces tocarme. Estuviste con ella, Jeremías -recrimina.
-¿No? ¿No puedo? -Lo desafío.
Se muerde los labios y cierra los ojos.
-Esa mirada, Jeremías- advierte.
Me agarra de los hombros y me pone de espaldas a él.
Comienza a besarme en la nuca, el cuello. A su vez acaricia mi miembro y siento como crece el suyo detrás de mí.
-¿Qué le hiciste, Jeremías?
Apoyo mis manos al mueble de madera, lustrado hace un rato por Delia.
-No.
-No ¿qué?
Niego con la cabeza.
-¿No me vas a decir? -indaga con los labios pegados a mi nuca.
Me voy vuelta con violencia y lo agarro de la cara.
-Nada se compara con vos, Lucas.
Me agarra de las manos y estamos teniendo una lucha de miradas. Él se acerca y apoya su frente a la mía. Los dos estamos agitados, desesperados.
-Vos sos mío, Jeremías. Sos todo lo que siempre quise. Entiendo tu confusión. Pero no voy a permitir otra más.
¿Y eso que quiere decir?
Se separa de mí y se aleja.
Inclino mi cabeza hacia abajo y observo mi erección debajo de mi pantalón. Intento recobrar el aliento y me aferro con fuerza del mueble.
-¿Y vos qué hiciste en Mendoza, Lucas? -pregunto alzando la voz.
-Lo mismo que hiciste con María -responde.
Sale de la habitación con el cuerpo erguido y las manos en los bolsillos.
Estoy en la cocina con Delia, le estoy ayudando con el almuerzo, aunque sé que Gregoria lo desaprueba.
-¡Qué bien huele esto! -halago- ¿Delia?
-¿Qué mi niño?
-Yo... - sigo con la cuchara de madera revolviendo la salsa-. Yo... le quería pedir disculpas. El otro día no la traté muy bien.
-No sé preocupe, hijo -Ella se acerca a mí y acaricia mi rostro-. Eres tan buena persona. Días malos lo tiene cualquiera.
Yo diría que fue nefasto.
-¿En serio crees eso?
-Lo creo y lo confirmo todos los días.
Me siento más aliviado en haberle pedido disculpas a Delia.
No he hablado con María desde que apareció Lucas.
¡Oh!
¡Lucas!
-¿Jeremías? ¿Jeremías?
-¿Qué, Delia?
-¿Dónde está esa cabecita? -Sonrió y no respondo.
-Vaya a lo de Don Pepe y cómpreme albahaca, así le agrego a la salsa.
-Delia el personal es usted. -Me mira con desaprobación-. Mentira usted es más que eso ya lo sabe. Ella me da una palmada en la nalga y yo río.
Voy a la parte de garaje y agarro mi bicicleta.
Febrero está húmedo y ventoso. Hoy está nublado y probablemente llueva.
Llego a la verdulería, dejo la bicicleta apoyada en la pared.
-Niño, ¿qué anda haciendo por estos lados? - pregunta Don Pepe.
Tiene puesta un delantal de color rojo, y un lápiz en la oreja.
-Delia, me ando a comprar algo de Albahaca y bueno... aquí estoy.
-Deme un segundo que voy a buscar al fondo.
-Hola.
Me doy vuelta.
-¡María! Yo...
-Antes que digas algo, lamento que Lucas haya escuchado todo. No fue mi intensión.
-No te preocupes, María. ¿Lo viste?
-Sí, ha tenido unos días- hace una pausa- difíciles.
-¿Te ha tratado mal?
-Un poco.
-Aquí tengo su albahaca, niño.
-Gracias, ¿cuánto le debo?
-Nada, no se preocupe.
-Jeremías, tengo cosas que hacer, fue bueno verte -dice y me sonríe.
Ella se acerca a mí y me brinda un beso en la mejilla y mi cuerpo se pone rígido ante su cercanía. Dejo la albahaca en el canasto y camino con mi bicicleta a un lado, inspeccionando todo a mí alrededor. Paso por la Parroquia y en la entrada tiene un cartel que dice: "Sábado de confesiones"
Sonrío irónico.
Me quedo dubitativo en la entrada, miro hacia ambos lados. Dejo mi bicicleta en el suelo y decido entrar.
La puerta grande y pesada de madera oscura cruje al abrirse. ¿Por qué todas las iglesias lo hacen?
Camino unos pasos y hago la señal de la cruz mirando al Cristo crucificado que tengo enfrente.
La Parroquia parece estar vacía. Me encamino al altar pasando mis manos por los asientos de madera. Observo cada detalle de la iglesia, la virgen María, las velas encendidas, los claveles, la frialdad y el olor a humedad.
Me paro en frente del altar y me quedo observando a la virgen. Su cara es compasiva con su gran manto celeste. Tiene los brazos extendidos para todos sus hijos. ¿Seré yo también bienvenido?
Suspiro con pena.
No, no creo que sea bien recibido.
¿Qué haces acá?
Su voz me sobresalta y me volteo de inmediato.
Agacho la mirada y no contesto.
-Te hice una pregunta, Jeremías.
-Estoy en la casa del Señor y todos somos bien recibidos a su morada.
Levanto la vista y lo quedo observando. Tiene una camisa celeste con pantalón de vestir negro. En el cuello le cuelga un rosario de madera. La cruz da justo en su pecho, dónde he probado su piel. La cruz inerte juega con sus vellos y sus cabellos están un poco más cortos que la última vez que lo ví cuando hizo su aparición en mi casa. Está igual o más guapo que antes. Y confirmo que Lucas es el pecado personificado.
El cierra los ojos ante mis palabras.
-Igual no te preocupes ya me iba -expreso adelantándome un paso, él se pone delante de mí-. Dejame pasar, por favor.
-No supliques, Jeremías.
Cierro los ojos al escuchar sus palabras.
Se acerca un poco más a mí y tengo la vista puesta en mis zapatos. Me toma del menton con los dedos.
-Mirame. -Niego con la cabeza.
Siento su aliento cerca de mi boca, y no creo que me pueda controlar por mucho tiempo más.
Levanto mi mirada y me encuentro con un par de ojos que me inspeccionan completo.
¡Malditos ojos llenos de verdades ocultas!
-No -susurro, su cercanía me quema.
Me agarra del brazo y me lleva al primer cubículo que encuentra, cierra la puerta y el espacio es muy reducido, estamos muy cerca el uno del otro.
-¿Qué estás haciendo? -pregunto alarmado.
-Ya te dije que cuando te tengo cerca no me puedo controlar, Jeremías.
Me agarra la cara con las dos manos y me besa incoherente y los dos lo somos.
¡Oh!
Su suavidad sacia mis sentidos.
Gimo en su boca en respuesta a sus besos. Me aferro a él con fuerza como si mi vida dependiera de eso, y es que en cierto punto lo es.
Lucas lleva sus manos a mi espalda, luego a mi miembro.
-¡No! No lo hagas -digo en su boca.
Él forma una sonrisa en mis labios y se aferra a mi pene. Ahogo un gemido.
-¡Lucas!
-Te extraño -susurra.
Me acaricia con suavidad. Y yo comienzo a gemir en su boca mientras él baja el cierre del pantalón.
Mi erección no sé hace esperar y Lucas se arrodilla frente de mí, mirándome a los ojos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro