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Capítulo 17

—No estoy para festejar nada, Lucas.

—Nadie dijo nada de festejar. Dije: "vamos a despedirnos de Mendoza".

—Es lo mismo.

—Tomamos algo y volvemos —dice y le da una pitada a su cigarro—. Por favor.

—Gregoria se va a dar cuenta.

—Le pedí permiso a tu padre hoy temprano. Me dijo que no había problemas, es más me prestó su auto. —Saca de su bolsillo las llaves—. ¿Ves? Tenemos todo a nuestro favor. Solo nos queda disfrutar.

Salimos hacia la sala y la puerta de la habitación del abuelo se encuentra entre abierta. Me asomo y veo a la abuela acurrucada.

Miro hacia Lucas y el asiente con la cabeza.

Golpeo la puerta y la abuela se asusta.

—No quiero ver a nadie —grita.

—¿Necesita algo abuela?

—Cierre la puerta, hijo. Hágame el favor. Quiero estar sola, Pachi —expresa la abuela.

Su aspecto está desmejorado, lleva días en esa cama, casi no come y tampoco se ha bañado. Temo por ella.

Me he ofrecido para quedarme con la abuela, pero se ha negado rotundamente. Necesita su espacio y hacer el duelo. Acostumbrarse a qué el abuelo ya no va a volver.

Me siento en la cama y acaricio su cabello desordenado. Se siente duro y grasoso.

—Abuela -susurro.

—Pachi, me quiero morir. Ya no quiero vivir más —articula con la voz quebrada.

—No diga eso.

—El día que conozca a la persona que elija para toda la vida me va a entender, hijo. No me mire así.

—Hay muchas personas que la aman. Yo la amo, abuela.

—Sé lo que le digo. Ahora déjeme sola se lo suplico. Acaricia mi rostro con su mirada herida, tiene los ojos demasiados rojos de tanto llorar.

Termino con el martirio de la abuela. La beso en la frente y me voy.

Salgo de la habitación con el corazón hecho trizas.

"El día que conozca a la persona que elegís para toda la vida me va a entender"

Sus recientes palabras resuenan en mi mente. Y lo veo a Lucas sentado en el sillón charlando con Miguel. Hace un momento el párroco no estaba. Ellos no se percatan de mi presencia y observo a Lucas con atención. Él está de espaldas a mí y veo como mueve las manos de un lado a otro mientras le cuenta algo a Miguel.

¿Y si en algún momento él ya no va estar más? ¿Si decide irse o si conoce a alguien mejor que yo, qué no tenga miedo o culpa por lo que siente? ¿Y si decide dejarme?

Me apoyo en el marco de la puerta y dolor crece en mi pecho, se aloja en mi garganta y la angustia se asoma.

Saco ese horrible pensamiento de mi mente y me concentro en presente, en el ahora. Él está aquí conmigo o por lo menos lo intentamos.

¿Lo intento? ¿Realmente lo intento? ¡No! no lo haces, Jeremías.

—¡Ey! —Me sorprende y no lo ví acercarse—. ¿En dónde estás? Acá seguro que no. ¿Tu abuela está bien?

—Sí, gracias —carraspeo—. Bueno... está muy angustiada y es entendible.

Me froto la nuca, nervioso ¿Por qué lo estoy? Pueden ser varias las razones de mi nerviosismo. Pero no me quiero detener en ninguna, no por el momento.

—¿Vamos?

Asiento sin mirarlo.

Agarramos unos abrigos, ya que la noche está demasiada fría. Poco inusual para esta época del año.

Lucas se pone un gamulán del color azul. Y yo agarro el mío de color negro. Él está siempre guapo y a mí pesar se lleva las miradas de todos. Espero que esta noche sea la excepción.

Emprendemos viaje a un destino desconocido o por lo menos lo es para mí.

Mi mirada está puesta en la incipiente noche. En la profundidad de la oscuridad y en inevitable no sentir dolor y pensar por la muerte de mi abuelo.

—¿Qué pasa? Estás más callado que de costumbre.

—Me quedé pensando en lo que me dijo mi abuela. Y tengo miedo —confieso en un hilo de voz. Y una vez más la idea de perderlo me atraviesa.

Tengo las manos apoyadas en las piernas, y estoy inmóvil.

—¿De qué?

Me quedo unos segundos meditando si contarle o no de mis temores, mis ideas y o mis vacilaciones.

—De perderte, Lucas —suelto sin más.

—¿Por qué pensás eso?

—No sé, no me hagas caso. No debí decirte nada.

—Quiero saber por qué pensás así.

—Yo... nunca... nada. Dejá no le des importancia a lo que te dije. ¿Dónde vamos a ir? —pregunto cambiando de tema.

Arruga la frente y me mira.

—Deberías confiar en mí, Jeremías.

Confío en él, pero hay muchas cosas que están muy dentro mío y es difícil de expresar.

—Lo hago, Lucas.

—Arrugas la pera cuando te enojas —dice divertido.

Sin darme cuenta estaba reteniendo todo el aire en los pulmones.

—No estoy enojado —corrijo.

Lo miro y él tiene mirada puesta en mí y me regala esa sonrisa pícara que tanto me gusta.

—Ya falta poco —informa.

—¿Qué le dijiste a mi padre?

—No mucho. Solo que íbamos a tomar algo, como buenos amigos que somos —comenta, reteniendo una sonrisa en los labios.

¡Qué hipócrita!

—¿Por qué mentir tan descaradamente?

—¿No es acaso lo que somos?

—No sé lo que somos. Pero lo que somos ahora me gusta —confieso.

—A mí también —dice y me regala una vez más su sonrisa.

Lucas enciende la radio y están pasando un tango de esos que tanto le gustan a él.

Comienza a cantar y yo me giro poniendo mi atención en él. La tensión de hace un momento se desvanece.

Me palmea la pierna y yo intento dibujar una sonrisa en mi rostro.

—Por favor, no hagas esa cara —expresa divertido.

—No supliques, Lucas —hablo imitando sus palabras.

Él sonríe y yo hago lo mismo.

Sigue con su mano en mi regazo y comienza a subirla hasta llegar a mi miembro. Lo miro y él tiene la mirada puesta en la ruta.

Agarro su mano y la presiono a mi creciente erección.

Sigue sin mirarme y sonríe.

Me inclino más a su agarre, llevando la pelvis hacia adelante.

—Jeremías -advierte.

—¿Qué?

—¿Dónde quedó tu inocencia? -finge estar alarmando.

—Te extraño —confieso avergonzado.

Frena el auto y me mira.

—¿En serio lo decís?

—¿Por qué te mentiría?

—No sé -expresa dubitativo.

—¿Dudas de lo que te digo?

Me inclino hacia él.

—No es eso. Es que no estoy acostumbrado a que me digan esas cosas.

¡Oh!

—Yo tampoco estoy acostumbrado a tus muestras de cariño, Lucas. Pero intento adaptarme a vos. Somos muy distintos.

—Sí, —dice y se sonríe—. Y eso me encanta de vos.

Se acerca a mí y besa me agarra de la cara y me trae a él. Siento la necesidad de su beso, que es el reflejo de la mía. Aflojo los hombros y me concentro en él, en su beso en su dulzura. Lleva su mano a mi miembro y comienza a tocarlo. Gimo en respuesta a su contacto y él aumenta la intensidad del beso. Baja el cierre de mi pantalón y libera mi erección.

—¡No! Nos pueden ver, Lucas. Me aparto de él agitado y me acomodo la ropa. Eso implica guardar mi erección.

—A esta hora de la noche no hay nadie. —Mira hacia ambos lados alarmado—. Pero tenés razón. Hoy te voy a tener para mí solo, Jeremías.

Su cara toma otro semblante y arranca el auto.

—Perdón -me disculpo sincero.

—¿Por lo de recién?

Asiento.

—Sé que no tengo que jugar con vos de esa manera.

—¿Y, por qué no?

—No te medís, Lucas.

—Con vos me cuesta muchísimo controlarme.

Sonrío y pongo mi mirada en la ventanilla.

Llegamos a un bar que está en el centro. Es chico y oscuro, diría íntimo.

La fachada está hecha de ladrillos a la vista y tiene un cartel que dice "Lo de Tito".

—Vamos.

Me palmea la pierna y yo doy un respingo. Él me mira se muerde el labio y me sonríe.

¡Maldito!

Nos bajamos del auto y yo estoy nervioso. Me refriego las manos en el pantalón.

—Quedate tranquilo, Jeremías —dice relajado.

Entramos al bar y hace mucho calor a diferencia de cómo está el clima afuera.

Hay un pequeño escenario y hay una mujer cantando un tango con un vestido rojo bien apretado, lleva medias negras y tiene puesta una vincha con una pluma blanca de costado.

—¡Volviste, pibe! —le hablan a Lucas.

Levanto la vista y es un hombre mayor que se encuentra en la barra. Es de contextura grande con bigotes como la mayoría de los "machos" de por acá.

Lucas me codea.

—Te presento a un amigo, Isidoro. Él es Jeremías un amigo.

¿Amigo? Otra vez con esa palabrita. Me irrita notablemente escucharla de su boca, de esa hermosa boca. ¿Cómo me va a llamar sino? "Te presento al pendejo que me fifo de vez en cuando"

¡No! yo no soy así. ¿Qué me ocurre?

—Un gusto —saludo, extendiendo mi mano. El hombre asiente con la cabeza y me devuelve el saludo.

—¿Qué vas a tomar hoy? Te veo más animado que otras veces. Este se hizo querer por las minas de acá -dice el hombre. Yo dibujo una sonrisa en el rostro.

—Vení.

Nos sentamos en una mesa, que es la que está más alejada y oscura. No quiero pensar que eligió ésta para ocultarme. Sacamos nuestros abrigos y lo dejamos en el respaldo de la silla.

—¿Qué vas a tomar?

—No sé, lo que vos quieras r—espondo.

Lucas apoya su codo en la mesa y se inclina a mí. Me hace señas con la mano y yo me acerco a su cara.

—¿Qué? —pregunto.

—Volviste, guapo.

Una señorita vestida con muy poca ropa de acerca a él.

Solo lleva puesto unas medias finas color negro, y un conjunto de color blanco.

—Trajiste a tu amigo para divertirte con nosotras —expresa muy cerca de él. La señorita se sienta en su regazo y se acerca a mí tomándome del mentón—. ¿Vos cómo te llamas?

—Je... Jeremías —tartamudeo.

—¡Oh! Es una ternura tu amigo —dice mirándolo a Lucas.

La mujer pasa su mano por su cuello y le susurra algo al oído. Él asiente y ella se va.

—Ella es una de las mujeres que trabajan acá —explica.

Asiento con la cabeza y mi irritación va en aumento. No estoy cómodo y me quiero ir.

Me levanto de la silla y Lucas abre grandes los ojos.

—¿Dónde está el baño? — pregunto serio y con un tono más elevado de lo pretendido.

—Por ese pasillo a la izquierda —señala con la cabeza.

Es evidente que vino varias veces aquí y que conoce el lugar de memoria, no solo el lugar, sino también al personal.

Me dirijo a paso firme hacia el baño en el camino tengo que esquivar varias mesas por el salón. El lugar está repleto de hombres bebiendo, algunos ya están muy borrachos. Me cruzo a varias mujeres con la misma vestimenta que la primera y me tocan cuando paso cerca de ellas. Todas dicen los mismo: "No sos de por acá".

Al fin en el baño me miro al espejo. Y no me reconozco.

Entran varios hombres a orinar, algunos están muy borrachos que apenas pueden mantenerse en pie. Esto es muy desagradable.

¿Qué mierda estoy haciendo aquí?

Debería estar con mi familia.

¿Qué hago en un burdel?

Yo no pertenezco a este lugar.

Salgo decidido del baño. No quiero estar aquí, me lo repito una y otra vez.

Visualizo hacia la mesa y veo a Lucas hablando con la misma mujer de hace un momento. Ella una vez más está en su regazo y él pone sus manos en su espalda hasta llegar a su culo.

Ella lo besa o él a ella, no lo sé. Ver esa imagen me resulta dolorosa y repulsiva al mismo tiempo.

Voy hacia ellos a paso firme, agarro mi abrigo y salgo hacia la calle.

En todo el proceso no miro a Lucas y estoy seguro que notó mi presencia.

No me importa, que siga con su diversión, que siga con esa mujer.

Eso es lo que él necesita lo que le gusta.

-¿Ya te vas pibe? -dice el hombre de la barra, que no recuerdo su nombre. No respondo y abro la puerta de chapa y el frío llega hasta mis huesos, no sé si el frío de la noche o mis propios sentimientos.

Camino sin rumbo sin rumbo definido y opto por la derecha que se ve más luminosa.

Camino rápido y tengo ganas de correr, pero el frío ha congelado mis músculos.

Tras varios metros caminando solo con mis pensamientos escucho mi nombre.

—¡Jeremías!

No hay Jeremías, me digo a mí mismo.

—¡Jeremías! —vuelve a gritar.

Viene corriendo hacia a mí.

—Ni se te ocurra tocarme, Lucas.

Formo un puño con mi mano.

—¿Por qué te fuiste?

—¿En serio me lo preguntas?

Tengo ganas de matarlo.

—Jere...

—¿Para qué me trajiste a éste lugar? ¿Con qué intensiones? —interrumpo.

—No sabía que te ibas a poner así.

—No sé qué pretendías que haga. Qué festeje mientras ella te besaba y vos manoseabas.

—Es un puterio, Jeremías. Las minas se te entregan para sacarte guita. Todas lo hacen.

—Hagamos algo. Volvamos al puterio y quiero saber que sentís cuando esas mujeres se me tiren encima para sacarme la plata, como muy bien vos dijiste.

—No estoy de acuerdo.

—¿Por qué?

—Porque no quiero que nadie te toque.

Eso se llama egoísmo.

—Ya te ví una vez con María y no me gustó.

—Y explícame por qué a mí no me iba a molestar verte con esa mujer.

Lucas se me acerca e inspiro con fuerza y en su piel siento el aroma a colonia de mala calidad de esa mujer de mala vida, siento repulsión y yo retrocedo un paso.

—No te alejes —susurra y toca mi mano.

El frío me está congelando y comienzo a temblar.

—¿Tenés frío? —cuestiona con la voz suave.

Asiento y me escondo en mi abrigo poniendo las manos en los bolsillos.

—Quiero volver a la finca, Lucas.

—No, Jeremías. Vamos a otro lugar si querés. Perdoname soy un pelotudo.

—Lo sé —expreso e intento reprimir una sonrisa. Su cara de cachorro me puede—. Lo que me hiciste te va a salir muy caro, Lucas.

Se me acerca y esta vez no me retiro.

—¿Qué me vas hacer?

No tengo la menor idea. Pero algo se me va a ocurrir.

Me toma de la cintura y me mira fijo. Yo saco mis manos de los bolsillos y toco su cara.

—¿Qué va a pasar con nosotros? —pregunto asustado.

—No tengo esa respuesta, Jeremías. Lo que sí sé es lo que vamos a hacer esta noche.

Me agarra de la mano y yo miro hacia ambos lados.

—No hay nadie en la calle, Jeremías —reprocha.

Tomo valor y lo beso, aunque siga enojado por dejarse besar por esa mujer, el tenerlo cerca hace que no me pueda controlar, muerdo su labio y se queja.

Subimos a auto y se queda unos segundos en silencio.

—¿Dónde vamos? —cuestiono.

—Plan B —responde y succiona su labio, el mismo que mordí hace un momento.






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