Capítulo 16
Encontraran confuso el capítulo es que no está editado como me hubiese gustado y hay una parte que falta. Quizá un «puente» o algo así. But, a mi favor quiero decir es que la edición lleva mucho, mucho tiempo. Cómo varios esperaban la historia acá está. Y es la «original». Sin editar. Si hay errores o faltas pido disculpas.
Sin más que agregar.
Disfruten.
Lucas se acopla a mí, y siento su sonrisa en mi nuca, me da un beso suave.
—Mmm —susurro.
¡Sí! ¡Esto es la paz!
Aunque sea corta y momentánea, me tomo el atrevimiento de poder disfrutarla.
Lucas me gira y quedamos cara a cara, sus ojos me atraviesan completo.
—Perdoname —dice apenado.
—¿Por qué?
—Estás pasando por un momento de mierda y yo no te ayudo. Estoy tan enojado con tu vieja, con vos.
—¿Conmigo por qué?
—Pero ahora ya no —se retracta.
—¿Por qué estoy acá?
—Porque me demostrás que me querés. Y yo soy un pelotudo que no lo ve. Yo tengo que apoyarte y no lo hago, Jeremías. Quiero estar siempre así con vos. —Me toma de la cara y me besa suave.
La adrenalina hizo que su borrachera se disipe, por lo menos ahora se le entiende cuando habla.
Escucho ruidos que provienen del pasillo me levanto de un salto y agarro mi ropa con desesperación.
—¡Niño! —Teresa me llama.
Voy hacia la puerta, desnudo y asomo la cabeza.
—¿Teresa?
—Hijo, su madre acaba de llegar. Va a subir en cualquier momento.
Miro hacia Lucas y está acostado con las manos en la nuca y me sonríe y yo le devuelvo el gesto.
Corro por el pasillo desnudo y me acuesto en mi cama. Me tapo hasta la cabeza y simulo estar dormido. Al cabo de unos minutos ella aparece en mi habitación, trago con dificultad. Le rezo a dios, que no se le ocurra abrir las sabanas, Gregoria es capaz de eso y de mucho más.
—¿Jeremías? —llama y no contesto. Da unas vueltas por la habitación, abre el ventanal que da al balcón, y sale de la habitación.
—Fijate si está en su habitación murmura.
No sé con quién está hablando.
Escucho que intenta abrir una habitación y deduzco que es la de Lucas.
—Está cerrado, patrona.
¿Patrona? Es Roberto.
Mi madre ríe.
—Ya le dije que acá no. No sea atrevido.
Mi madre con Roberto, esa mujer no tiene escrúpulos. De pronto no se escucha nada, solo silencio, abre la puerta, deduzco que entra a su habitación y se escuchan pasos que transitan por el piso de madera.
Un beso tibio y fresco me despierta, abro los ojos y me encuentro a Lucas al lado de mi cama.
—Buenos días —saluda y me corre los mechones de la cara.
—Buenos días —me atrevo a decir todavía dormido y un poco tímido.
¡No! ¡Gregoria!
—¿Qué haces acá? —me incorporo exaltado.
—Quedate tranquilo tu madre se fue hoy temprano, agarró sus cosas y se fue.
—¿En serio?
¿Cómo es eso posible? ¿Cómo se pudo ir así nada más?
—Sí, en serio. Te traje el desayuno, café con leche y medialunas de manteca. No me mires así, Jeremías.
No sé cómo lo miro.
—¿Sabes algo del abuelo? —Intento cambiar de tema.
—Sí, ya le dieron de alta. Está abajo descansando. Viste que todo iba a estar bien. Te lo dije —recalca.
Tomo un poco de jugo y me lo quedo mirando.
—No me mires así, ya te lo dije —advierte.
Me saca el vaso de las manos. Y lo deja en la mesa de luz.
Me besa en la boca suave y se aferra a mí nuca e inspira cuando lo hace. Pone una mano adentro de las sábanas tocando mi desnudez. Solo son acaricias suaves que me hacen gemir en su boca. Incrementa el beso y me destapa encontrando mi cuerpo desnudo.
—Sos precioso —dice en mi boca, se aleja de mí y apoya su frente a la mía—. Te amo, Jeremías.
Intento tocar el rostro de Lucas, pero este se desdibuja y desaparece entre mis dedos. Y una luz fuerte y cálida molesta mis sentidos.
—¡Jeremías! ¡Jeremías! ¡Arriba! —grita.
Abro los ojos y me encuentro con Gregoria en los pies de mi cama. Y deduzco que Lucas nunca estuvo acá.
Me tapo aún más con las sábanas ya que sigo desnudo y con una erección matutina producto de mi sueño con él.
Mi abuelo viene a mi mente al instante.
—¿Cómo está el abuelo?
—Sigue igual —dice, con desprecio.
Su cara me irrita muchísimo al igual que su gesto.
—¿Para qué vino?
—¿Cómo dice?
—¿Lo qué oyó? ¿Para qué vino? Si no le interesa mi abuelo. No le interesa mi padre, ni mucho menos su familia, "mi" familia —remarco esa palabra, tocándome el pecho.
Aprieta los dientes y viene a mí.
—No voy a permitir que me hables en ese tono, mocoso impertinente —gruñe, apretando mis mejillas.
Saco su mano de mi cara, tomándola de la muñeca sin apartar mi mirada de sus ojos fríos; fríos como el hielo. Llenos de odio y desprecio.
—Me gustaría bañarme, se puede retirar —pido, retirando su mano de mi rostro.
Se gira y sale de la habitación sin más nada que decir. Pensé que iba a recibir algunos de sus golpes, pero no lo hizo.
La finca está en demasiado silencio, y no veo a Lucas por ningún lado. ¿Por qué es tan escurridizo?
Salgo hacia la entrada y me cruzo con José.
—¿Cómo anda su madre? —pregunto.
—Mucho mejor, ya está en casa. Gracias a Dios. —Se persigna y mira hacia el cielo.
—Me alegro mucho que haya mejorado.
—Todo gracias a usted.
—No, mi padre y mi abuelo fueron, ellos son los responsables. A la tarde paso a verlas, si no es molestia —comento.
—Por favor, patrón cuando usted guste. Saludos a su abuelo. Me enteré que está en el hospital. Lo lamento.
—Sí, no se preocupe. Gracias por los saludos, serán dados.
Mi madre toca bocina y me da a entender que me apure. Y para incrementar mi malestar el que conduce es Roberto. Ella está demasiado silenciosa y creo que incomoda.
Llegamos al pequeño hospital y soy el primero en bajar del auto, son aproximadamente unos cuarenta y cinco kilómetros desde la finca. Y todo el trayecto estuvimos en silencio. Tengo ganas de matar a ese hombre, pero no vale la pena al igual que mi madre. Gregoria sabe mi secreto y yo el de ella. Y ninguno, por el momento, va a decir nada. Estoy defraudando a mí padre, y eso me apena muchísimo.
Mi padre, la abuela y el señor Miguel se nos acercan. Las enfermeras nos reciben muy amablemente y comentan que el médico vendrá en unos momentos. Mi madre bufa por lo bajo.
La abuela me recibe con una amplia sonrisa. Voy hacia ella y la abrazo fuerte, se apoya en mi hombro y comienza a llorar.
—Todo va a estar bien, abuela.
—Lo siento, Pachi.
Beso su cabeza mientras froto su espalda.
—¿Cómo está el abuelo?
—Sigue igual, los médicos nos dicen que está estable, pero sin ninguna mejoría.
—Vaya a la finca no sea terca. Yo me quedo con él.
—No quiero, hijo.
Una enfermera sale de la habitación.
—El señor pregunta si está su nieto. Dice que lo quiere ver.
—Sí, acá estoy.
Suelto a la abuela.
—Vaya hijo su abuelo lo necesita —dice y me acaricia el rostro.
Abro la puerta , temeroso y me acerco a él.
—Abuelo.
Voy hacia él. Y su cara se ve tan pálida y demacrada.
—Pachi, —su voz es ronca y lenta.
—Abuelo, ¿cómo se siente?
—Acá andamos, tuve mejores días —sonríe—. ¿Y usted, hijo? ¿Pensó en lo que hablamos?
—Todo el tiempo, abuelo. Voy a hacer los que usted dijo.
—Ese es mi Pachi. No falta mucho para que yo no esté acá —susurra y a mí se me desgarra el corazón—. Prométame algo.
—Abuelo, no diga eso.
—Prométamelo, hijo. Por favor—. Sus ojos se llenan de lágrimas y me toma del brazo con desesperación.
—¿Qué abuelo? ¿Qué quiere que le prometa?
—No me odie, por favor —dice y agacha la mirada.
—¿Cómo dice algo así? Jamás podría odiarlo a usted.
—Venga y abrace a su abuelo. Lo amo, Pachi. Lo amo tanto, hijo. —El abuelo llora, llora como un pequeño crío y yo trato de controlar su angustia, como él lo hacía conmigo—. Perdóneme, por favor.
El abuelo se aferra a mí con fuerzas, con la poca fuerza que le queda.
No sé por qué el abuelo pide perdón. Pero necesita mis disculpas.
—Lo perdono, abuelo. Lo perdono —susurro en sus brazos, tratando de qué la angustia no me aplaste.
Golpean la puerta y una enfermera y el doctor ingresan.
—Puede esperar afuera, por favor —me dice el médico. Es un hombre mayor amigo de toda la vida del abuelo, al igual que mi padre el abuelo es un buen benefactor para que éste hospital esté hoy de pie.
Salgo de la habitación y no quiero ver y hablar con nadie. El abuelo una vez más me deja lleno de dudas, incertidumbre y tristeza. Todos me miran con preocupación, incluso Gregoria.
Me acomodo la ropa y salgo hacia el patio interno. Me topo con una pequeña capilla hecha de madera oscura; humilde y silenciosa.
Abro la puerta y esta cruje al abrirse. Me persigno e ingreso sigiloso, en la capilla se encuentra una joven sollozando, me mira, se persigna y se va.
Veo una pequeña virgen en el altar, y una cruz de madera colgada en la pared.
Dejo caer todo mi peso en unos de los asientos de madera. Y miro hacia adelante, poniendo mi mirada en la cruz. Entrelazo mis dedos y comienzo con mi plegaria.
—Padre, usted que todo lo ve. Ayude a mi abuelo, por favor. Que no sufra más, que recupere su salud. Ayúdelo, padre—. Mi voz se quiebra y comienzo a llorar, mirando hacia el piso. Y lloro como un condenado, ¿y quién soy yo para pedirle algo al Señor? ¿Cómo me atrevo en pisar su casa? Yo, el pecador, el descarriado. Mi llanto no cesa y me tapo la cara con las manos. Intentando así poder calmarme y pero no lo consigo.
—No llores así, por favor, Jeremías. —Lucas me toma por sorpresa.
Saco mis manos de mi cara y levanto la vista. Se me acerca y se sienta a mi lado. Saca un pañuelo del bolsillo y me lo entrega.
—Gracias —susurro con la voz ronca.
—¿Cómo está tu abuelo? —pregunta y limpia mis lágrimas con el pulgar.
—Igual. Está muy angustiado.
—Y vos también.
—Sí, lo estoy.
—Te entiendo. Yo estoy acá, siempre voy a estar acá, cerca tuyo.
—¿Cómo llegaste? ¿Qué haces aquí?
—Voy tras tus sombras, por si me necesitas —habla bajito.
Me abraza y yo hago lo mismo me aferro a él con fuerza y la angustia me sorprende una vez más.
—Shh —me mira y me toma de la nuca—. Si supieras el dolor que me provoca tu llanto.
—Perdón.
Se separa de mí y me agarra de las mejillas
—No me pidas perdón —dice y me besa en los labios—. Tenés los labios muy calientes de tanto llorar.
Sonrío sin ganas. Vuelve a mi boca e incrementa la intensidad de nuestro beso.
—Lucas acá, no.
—Tenés razón —expresa y toca con su pulgar mi lunar.
Salgo de la capilla mientras Lucas se queda rezando.
El abuelo sigue igual y por el momento no puede recibir más visitas.
Mi padre, la abuela, el señor Miguel se fueron a la finca. Solo estamos mi madre y yo.
—Se puede ir si quiere —digo, con muy poco ánimo. No me apetece hablar con mi madre. No en este momento y creo que nunca quiero hablar con ella.
—No se preocupe por mí —expresa con la frente en alto, cruzada de brazos, meneando sus dedos, los levanta de menor a mayor y viceversa.
Al cabo de unas horas mi madre decide retirarse se aleja del hospital con Roberto cerca de ella. Siento asco por esa mujer y mucho más de Roberto.
¡Qué se pudran!
Tras unos minutos solo, él aparece como si fuese mi ángel guardián. Me lo quedo mirando mientras se acerca a mí. Al caminar alinea los hombros y pone las manos en los bolsillos, se roba un par de miradas de las enfermeras, pero él solo me mira a mí y creo que no sé percata de la situación.
—Hola —susurra, sentándose a mi lado.
Yo me corro del asiento y le hago lugar.
—Hola —respondo con la voz ronca.
Sale una enfermera de la habitación del abuelo y me llama.
—¿Usted es Jeremías? —Asiento con la cabeza y con un nudo en la garganta—. Su abuelo lo llama. No es horario de visita, él está dormido, pero balbucea su nombre. Tiene cinco minutos antes que vuelva el médico.
—Se lo agradezco mucho, señorita. Ella me sonríe y se va.
Ingreso a la habitación y el abuelo está inconsciente. Está semisentado y tiene puesto una vía y oxígeno.
—Acá es abuelo —digo tomándolo de la mano. Él se aferra a mi agarre.
—Pachi —balbucea.
Acerco una silla y me siento cerca de él. Llevo su mano a mi cara y comienzo a llorar.
La habitación está impregnada de éter al igual que todo el hospital. El lugar se ve gris y frío y me recorre un escalofrío por toda la espalda.
—Pachi, perdóneme —balbucea otra vez—. Yo le mentí a usted y a su padre, por favor perdóneme.
El abuelo comienza a llorar sin consuelo una vez más.
—Abuelo, yo lo perdono. Estoy aquí y lo perdono.
—Perdóneme —vuelve a decir.
Creo que el abuelo delira.
—Perdóneme, Pachi. Perdóneme.
La situación se pone cada vez más tensa y abuelo se mueve de un lado al otro. Llora y se queja. Repite una y otra vez que lo perdone.
Salgo de la habitación y llamo a una enfermera. Lucas sigue en el pasillo y me mira asustado.
—¿Qué pasó?
—No sé —respondo alarmado.
La enfermera entra y llama al médico.
—Esperen afuera, por favor.
Intento seguir en la habitación, pero Lucas me toma de los hombros y me saca hacia el pasillo.
Llegan dos enfermeras más y al cabo de unos minutos el médico.
Se quedan un largo tiempo o por lo menos lo es para mí. Se escucha movimientos, ruidos en habitación, las voces de las enfermeras, la del médico. Y luego silencio. Es la calma que acontece a la tormenta.
Mi piel se eriza y me quedo inmóvil.
Lucas se me acerca y yo levanto la vista.
El médico sale de la habitación y yo corro hacia él.
—Lo lamento, hijo.
Me apoyo en la pared, para no perder el equilibrio. Ingreso a la habitación y unas de las enfermeras le termina de sacar la vía. Al verme se aleja y sale de habitación.
Lucas aparece detrás de mí.
—Lo perdono, Abuelo —susurro y toco su frente—. Lo perdono.
Lucas me toca el hombro y se simple contacto me termina de desarmar.
Me da vuelta, ya que mi cuerpo no responde y me abraza apretando mi cuerpo al suyo.
Mi llanto va de menor a mayor y sale de adentro, de mis entrañas. Me agarro de él con fuerza sintiéndome partir en mil pedazos, como vidrios; como un simple jarrón de adorno. Siento mis pedacitos esparcidos por todo el suelo de esta habitación.
Tras varios minutos de un llanto lastimero, Lucas me saca de la habitación.
—Vamos Jeremías, por favor.
—Tengo que avisarle a mi padre —digo.
—Jeremías, no vas a ir a ningún lado. Voy yo a avisarles.
No me quiero quedar solo, pero no digo nada.
El médico se nos acerca.
—Hijo, ya fueron avisarle a tu abuela y a tu padre. Lo lamento mucho. Él fue un gran amigo —expresa compungido el médico.
Al cabo de una hora o menos aparece mi familia, la abuela se me acerca y viene a mí.
—¿Has hablado con tu abuelo? ¿Él te ha dicho algo? —La abuela aprieta el brazo y la veo desesperada.
—Abuela, ¿a qué se refiere?
—No es nada, hijo. Disculpe. Estoy muy mal por todo.
Mi padre se acerca a mí y me abraza con fuerza.
—Lo lamento tanto, papá
—Yo también, hijo.
—Sabe que estoy para lo que necesite.
Me aparta de él y me inspecciona.
—Estoy tan orgulloso del hombre que te convertiste, Jeremías.
No es momento de sentir culpa, Jeremías. Me digo a mí mismo. Tengo que ser fuerte y no defraudarlo.
El entierro del abuelo, fue algo íntimo o por lo menos es lo que intentamos. Llegó gente de todos lados a despedir sus restos. La misa la encabezó el señor Miguel, respetamos su voluntad.
Nuestra estadía en Mendoza ha culminado y debemos volver a Buenos Aires. Con todo el peso en mis espaldas, él abuelo ha muerto y me ha dejado un enorme secreto.
Estoy en mi habitación preparando mi valija y escucho que mi padre grita, salgo hacia el pasillo.
—No es momento de hablar de eso, Gregoria. Acabo de enterrar a mi padre, ¡por el amor de Dios! —mi padre grita enfurecido.
—Yo solo digo que debemos preparar todo.
—Yo no quiero nada. ¡Lo sabes!
¿De qué hablan?
—Está muy mal escuchar detrás de la puerta, Jeremías.
—¡La puta madre, Lucas! me vas a matar de un susto.
Me doy vuelta y lo veo apoyado en la entrada de su habitación, armando un pucho. Pasa la lengua por el papelillo y lo enrolla. Mientras lo hace no quita su mirada de mí.
Mi último acercamiento a Lucas fue en el hospital, días atrás. Y la distancia y el estar tan cerca al mismo tiempo me están matando.
—Vení.
—¿Dónde me llevas?
—Vamos a despedirnos de Mendoza —dice tomándome de la mano y haciendo su sonrisa pícara.
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