Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 15 "Pido permiso, señores"

Se levanta de la cama y va a su canasto. Revuelve algunas cosas que tiene y saca un sombrero negro, se lo coloca con demasiada gracia. Lleva su mano al abdomen, haciendo algunos pasos y comienza a cantar con demasiado encanto.

Pido permiso señores. Que este tango este tango habla por mí. Y mi voz entre sus sones dirá,
Dirá por qué canto así. Se acerca a mí y toma mi mano. Pega su cuerpo al mío y su mejilla toca la mía, mientras sigue cantando.

Me da una voltereta y yo ahogo un quejido.

Porque cuando pibe. Porque cuando pibe me acunaba. En tango la canción materna. Pa' llamar el sueño

La letra de la canción se me entierra en la carne, dándome escalofríos. Sus ojos se clavan en mí y veo tristeza en ellos. Quizá en su canto, quiere mostrar algo de su pasado, algo de su verdad.

—...Y escuche el rezongo de los bandoneones. Bajo el emparrado de mi patio viejo. Porque vi el desfile de las inclemencias. Con mis pobres ojos llorosos y abiertos. Y en la triste pieza de mis buenos viejos
Cantó la pobreza su canción de invierno. Y yo me hice en tangos. Me fui modelando en barro, en miseria. En las amarguras que da la pobreza.
En llantos de madre. En la rebeldía del que es fuerte. Y tiene que cruzar los brazos. Cuando el hambre viene. Y yo me hice en tangos porque...
¡Porque el tango es macho! ¡Porque el tango es fuerte!

Tiene olor a vida. Tiene gusto a muerte. Porque quise mucho, y porque me engañaron. Y pase la vida masticando sueños. Porque soy un árbol que nunca dió frutos. Porque soy un perro que no tiene dueño
Porque tengo odios que nunca los digo. Porque cuando quiero, porque, cuando quiero me desangro en besos. Porque quise mucho, y no me han querido. Por eso, canto, tan triste ¡Por eso!

Se aferra fuerte a mí y no me suelta. Yo acaricio sus cabellos y lo obligo a mirarme. Sus ojos llorosos se clavan en mí.

Sin mediar palabra, voy directo a su boca, jadeante, necesitado. Él me sigue el ritmo formando un puchero en mi boca. No le doy tiempo a que llore, ya que mi lengua en su tibia boca. Su lengua está salada y tiene la saliva espesa.

Me presiona más a él y me empuja hasta caer de espaldas a la cama.

Dame más, Lucas.

Acomoda mi cabello, lo saca de mi cara y veo el brillo en sus ojos y no sé si es por el llanto retenido, o por la lujuria del beso. Creo que es ambas.

Pasa su mano por debajo de mi ropa y toca mi piel.

Jadeo errante.

Sube mi camiseta y comienza a dar pequeños besos en mi abdomen.

—Estoy haciendo un esfuerzo sobrehumano para no hundirme en vos ahora.

Trago duro al escuchar sus palabras.

—No lo hagas entonces —respondo agitado. Como si mis propias palabras fueran a traicionarme.

Sonríe pícaro y vuelve a mi boca.

Se separa de mí y va a la puerta y la traba con el cerrojo. Yo me lo quedo mirando y apoyo mis codos en el colchón viéndolo.

Va a la canasta, saca algunas botellitas con corcho. Y las guarda en el bolsillo.

¿Qué va a hacerme?

¡Dios!

Estoy jadeando en el medio de la cama, con la frente sudada y una erección creciendo debajo de mí. La espera me está desesperando y creo que él lo sabe.

—¿Ansioso?

Niego con la cabeza.

—Cerrá los ojos —pide. Al ver que no estoy haciendo lo que pide, viene a mí—. Cona en mí —susurra en mi oído, haciéndome estremecer—. Hacelo, por favor.

Hago lo que me pide. Y cierro los ojos.

—Voy a sacarte la ropa —instruye. Yo alzo las manos de inmediato, como muy bien me enseñó Delia.

Escucho reírse.

—¿Qué es lo gracioso? —consulto, un poco indignado.

—Sos muy inocente. Tu cara, tu cuerpo. Sos tan puro.

No soy inocente, ni mucho menos puro.

—¿Y eso te hace reír?

Siento su respiración cerca y me besa, raspando sus dientes a mis labios.

Gimo en su boca y mi erección desea algo de atención.

Me saca la camiseta y luego mi bermuda, dejándome solo con mi ropa interior.

Jamás en mi vida estuve desnudo frente a alguien. Solo Delia y muy pocas veces mi madre.

Mi madre.

—¿Puedo abrir los ojos? Por favor. Quiero verte.

—Podés tocarme si querés.

Abro los ojos y veo a Lucas desnudo frente a mí, muy cerca de mí. Viendo como me devora con la mirada, viendo como su cuerpo reacciona al mío.

Estiro mi mano para poder tocarlo y él se acerca a mí.

Las yemas de mis dedos van directo a su abdomen, lo acerco a mi rostro y le propicio de un suave beso. Inspiro con fuerza adentrándome a su piel, a su aroma y mandándole señales a mi cerebro para que retenga este futuro recuerdo y lo atesore: su aroma en mis fosas nasales.

Él se aparta de mí tomándome de los hombros, para recostarse a mi lado.

Acaricia mi mentón con los dedos y me besa suave en la boca, yo lo sigo un poco más necesitado, abriéndola más y metiendo mi lengua. Mordiendo sus labios, de forma errática y necesitada.

—Quiero tenerte. Tenerte siempre así conmigo, Jeremías.

—Acá estoy, Lucas.

Sus besos incrementan de intensidad raspando con sus dientes mi mentón. Rozando su erección a mi cadera.

Arqueo mi espalda ante el placer de sus besos, lleva su mano a mi bulto y comienza a masajearlo por arriba de la tela.

Mi garganta se ahoga, gracias a mi propio gemido. La cara me queda y mi cuerpo está envuelto en algo que jamás experimenté antes.

Él busca mi boca absorbiendo mis jadeos y suplicas inentendibles. 

Saca mi pelo de la cara y comienza a besarme de una manera que jamás he experimentado antes.

Me dedica una bella sonrisa llena de admiración, reconfortando mi corazón maltrecho. 

—¿Confiás en mí? Necesito saberlo —expresa con la voz algo rasposa.

—Sí, lo hago. 

Me vuelve a sonreír, y esta vez su cara tiene otro semblante uno muy diferente al de hace un rato. 

Me aferro a su nuca y él a mi mentón y lo traigo más a mí con necesidad, con desespero. Sus rulos hormiguean mi cara. Comienza a besarme el cuello, descendiendo hasta llegar a mi pezón succiona uno, hace lo mismo con el otro, levanta la vista y me encuentro con un par de ojos almendras acribillándome, baja hasta llegar a mi ombligo y luego con él metiendo su lengua allí, me aferro a sus rulos y lo inclino más a mí. Sigue su camino hasta llegar a mi erección, se la lleva a su boca y me aferro de las sábanas hundiendo mis dedos de los pies en el colchón. Mi visión se nubla no sé si se debe a las lágrimas acumuladas, al placer, a la culpa. Quizá sea un conjunción, un poco de cada cosa. 

Sus dientes raspan un poco mi carne trayéndome a la realidad y esfumando mis divagaciones. Incrementa el ritmo intercalando sus manos y su boca. 

—Lucas, pará —suplico. Pero no es un petición en sí. Es quizá la mayor contradicción que haya manifestado. Porque gracias a dios no lo hace, sino todo lo contario. 

Abro los ojos y veo como devora mi pene, como desaparece y adentra en su boca. Lo tomo de los cabellos e inclino mi pelvis penetrándole la boca. Lo hago en varias oportunidades, una, dos, tres infinitas. Siento un líquido tibio en  mi orificio y siento como una falange se adentra en mi carne. 

¡Oh!

Eyaculo en su boca sin previo aviso, tomándome por sorpresa. 

La vista se me nubla y la razón se esfuma en cada parte de mí. Observo como saborea mi semen con una sonrisa el rostro, limpiándose las comisuras. 

—Perdón —me disculpo topándome la cara con el antebrazo lleno de vergüenza. 

Viene a mí y comienza besarme sin decir nada. Siento mi propio sabor. 

—Date vuelta, por favor. 

Hago lo que me pide temeroso.

—No tengas miedo —susurra en mi oído—. Abrí la boca, la abro y pone dos dedos.

—Chupá. 

Hago lo que me pide, y él se acerca a mi oído, y gime fuerte yo sigo chupando sus dedos, hasta que los saca.

Siento sus manos cerca de mis genitales, sube y se aloja ahí en lo impuro, en lo prohibido y pecaminoso.

—¡Quieto, Jeremías! —ordena.

Es una sensación muy agradable, cierro los ojos y disfruto de su contacto. Me estimula, me excita me lleva más allá. Jamás pensé sentir algo de esta índole.

¡Sí!

Siento un líquido tibio y comienza a estimular. Mis gemidos se incrementan y mi erección se encuentra con el colchón.

Un dedo de adentra en mi carne nuevamente, jugando con esa parte tan mía. Gimo con la boca pegada en el colchón amortiguando mis gemidos. Quizá así no me sienta tan culpable de lo que estoy haciendo, me inclino un poco más a él. 

Siento que se introduce dentro de mí. Lento, muy lento. Dándome tiempo a que mi cuerpo se acostumbre, se me eriza la piel y un escalofrío embriagador me recorre el cuerpo. Comienza a moverse con lentitud dentro de mí.

—¿Te gusta? —pregunta, en mi oído.

Asiento con la cabeza.

—No te escucho.

—Sí —respondo con la voz ronca.

Me aferro a las sábanas con fuerza, y el incrementa de a poco el ritmo en mi interior, me presiona la nuca y se inclina más a mí.

Pego un grito ahogado, no sé si de dolor, de sorpresa o realmente de placer.

—¿Estás bien?

—Sí —respondo como puedo.

Sigo aferrado al colchón y esta vez lo hago con más fuerza.

Sus embestidas son suaves y sé que me voy a pudrir en el infierno, soy un maldito pecador.

Los gemidos de Lucas me traen a la realidad.

Se aferra a mis caderas y comienza con un movimiento castigador.

—Voy a durar poco, Jeremías.

¡Oh!

Inclina mi pierna derecha hacia adentro y se introduce más dentro de mí.

Gemimos fuerte, ciegos, incoherentes.

Me recorre por todo el cuerpo un fuego que me asusta. Siento estar poseído por el mismísimo Lucifer.

Tira de mi pelo e instintivamente me inclino más a él. Me embiste una vez más y culmina depositando todo su semen en mi espalda y yo lo hago en el colchón.

Los dos estamos agitados, sudados tratando de recuperar el aire.

—¿Cómo estás? —pregunta y se inclina hacia mí.

—Bien.

Solo eso respondo.

No puedo creer lo que acabamos de hacer, lo tengo a Lucas a mi lado recuperando el aliento y su imagen es digna de admirar.

Estoy aturdido y confuso.

Levanto la vista y me encuentro con el rosario de madera colgado en la pared. Y sé y confirmo que el infierno es mi destino.

—Te amo, Jeremías. 

Dirijo mi mirada él, y me pierdo en esta utopía, en su calor, en la tibieza de sus palabras, en su confesión. 

Me pongo de lado y él me acaricia la cara, acomodando mis cabellos. 

Siento que no merezco esto. 

—¿En qué pensás? 

—En vos. Siempre en vos.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro