Capítulo 13: El infierno es mi destino
—Está bien, dejame decirles que no vas a bajar.
—Gracias, ¿Y el abuelo? —pregunto, de inmediato.
—Cenó hace un rato. Estaba muy animado, me ganó al truco en dos oportunidades. Es un gran mentiroso —comenta divertido.
Sé que todo lo que está haciendo el abuelo es conformar a su entorno. Sé que está sufriendo.
—Jeremías, deberías comer algo —habla amable.
—No tengo hambre.
—Sé que todo esto es muy difícil —se acerca a mí—. Pero no va a cambiar nada el que no comas. Si querés podemos comer acá, ¿Te parece?
Me acaricia la cara y no quiero que lo haga, voy a sucumbir otra vez si me sigue tocando.
¡Maldito marica!
Eso es lo que soy un maldito marica.
—Está bien. No quiero bajar, Lucas.
—Te entiendo. En un ratito vuelvo.
Me quedo una vez más solo en la habitación y voy hacia mi valija y me encuentro con mi libreta y mis lápices.
La llevo a mi regazo comienzo a garabatear, por el momento son solo líneas inconexas, dibujos abstractos. Y por alguna razón que desconozco la paliza de mi madre vienen a mí. Recuerdo lo asustado y frágil que me sentía. No recuerdo el motivo de sus golpes. Su mirada y sus manos en mi pequeño cuerpo. El abuelo me encontró en un rincón hecho un ovillo, limpió mi cara y me abrazó fuerte. Arrancando todo el miedo y la humillación de ser golpeado por tu madre.
Golpean la puerta y el sonido que produce los nudillos de Lucas en la madera me traen a mi realidad.
La abro y lo encuentro con dos platos en las manos. Y detrás de él aparece Elvira con vasos y una jarra de agua en una bandeja.
Elvira me dedica una sonrisa amplia, es una mujer vieja, muy vieja. Tiene demasiadas arrugas y su andar es demasiado lento. Teresa es nieta de esclavos que vinieron con los colonizadores hace varios años.
—Tu abuela accedió a que comas aquí, Jeremías —expresa ella.
La abuela siempre accede.
—Gracias.
Ella asiente conforme y se retira.
La comida huele de maravilla y por alguna razón pienso en Delia. La extraño.
Lucas acomoda todo en la cama y nos disponemos a cenar.
—No estás probando bocado, Jeremías.
—Lucas, por favor. Tengo el estómago cerrado. Todo esto es muy difícil. —Me quedo unos segundos en silencio—. El abuelo me dijo que está muriendo —cuento con la voz quebrada—. Lo sé, sé que está muriendo, por eso estamos aquí, pero es muy duro que lo haya exteriorizado así. No estoy listo para verlo partir.
Muerdo mi labio, en un puchero atorando mi llanto.
—Vení. —Tira de mi brazo y me siento en su regazo. Acaricia mi espalda y yo me acurruco más él—. Me duele tanto verte así. Haría cualquier cosa para que nada de esto sea cierto y que no derrames nunca más una lágrima.
—No sé cómo ayudarlo, ¿Qué debería hacer? —Hablo con la voz quebrada en la comodidad de su regazo.
¿Cómo es que no estuvimos así antes? ¿Cómo es que me pasé mi corta vida sin él?
—Quizá él solo quiere tu compañía lo que le resta de vida. Sé que es difícil, pero tené algo por seguro que yo voy a estar atrás tuyo, ayudándote.
—¿Sí? —me incorporo y lo miro—. ¿Cómo? No...no podemos, no sé puede, Lucas.
—Hay muchas cosas que no se pueden hacer y se hacen igual. Esta es una de ellas.
Me toma de la cara y besa mi nariz.
Acomodo mi pelo y lo pongo detrás de la oreja, un poco tímido.
—¿Qué tenes pensado hacer?
Hace su sonrisa pícara y yo me estremezco debajo de él.
—Por lo pronto vas a terminar de comer. No comiste nada en todo el día. Para hacer lo que tengo pensado necesitas fuerza.
—¡Lucas! —golpeo su brazo.
—¿Qué? Te iba a decir si mañana querías ir al pueblo o cabalgar. ¿Qué pensaste?
—Nada. —retengo una sonrisa.
—Tenes cara de cansado —dice, tomando mi mejilla y yo me apoyo de lleno en ella.
—Lo estoy —afirmo.
Me sienta en la cama, saca los platos de la cama y los deja en la mesita de luz al lado del velador.
—A dormir, entonces. —Agarra mi mano y yo me acomodo en la cama. Él se acuesta a mi lado y yo me acurruco a su cuerpo. Apoyo mi nariz en su pecho y aspiro con fuerza.
—Gracias —digo, pegado a él.
Mis párpados pesan e imágenes de lo que he hecho en las últimas horas van apareciendo.
Me besa en la boca con fuerza y tira mi pelo, haciendo inclinar mi cabeza. Me quejo, pero no digo nada, presiona todo su cuerpo al mío acunándome.
Besa mi cuello y pasa su lengua desde mi mentón a mi boca y viceversa deja un sendero húmedo y tibio. Presiona sus caderas y siento su erección. Lleva su mano a mi entrepierna y juguetea con mi miembro erecto.
—Te dije que necesitabas fuerzas, Jeremías —dice, hincándose frente a mí. Sus ojos parecen más grandes. Se humecta los labios, dejando sus labios brillantes por su propia saliva.
Trago saliva espesa y siento como mi sangre se acumula en mis extremidades, hormigueando las puntas de mis dedos.
Me desnuda y deja libre mi erección, rozando su rostro. Saca la lengua y juega con mi glande.
Gimo fuerte y tiro de su cabeza.
—¿Te gusta?
Asiento, mirando cómo se devora mi pene. Lo veo desaparecer en su boca, sin ningún tipo de queja.
Arqueo mi espalda y cierro los ojos absorbiendo todo de él. Mi placer, el suyo. El nuestro.
Abro los ojos y me centro en él y lo que me hace. Lo saca de su boca y pasa su lengua por mi tronco.
—¿Te gusta? —vuelve a preguntar.
Y no tengo fuerzas para poder responder.
La voz de mi madre me pone en alerta e ingresa a la habitación. Me toma de los pelos y me propicia de un cachetazo sonoro.
Lucas ha desaparecido. Me ha dejado solo a merced de mi madre.
—Roberto, el rebenque —exige.
Ninguno de los dos tiene pudor de verme desnudo. Ella me tira a la cama y comienza con su golpiza. Golpea fuerte mi espalda. Uno a uno, mientras ríe satisfecha.
—Rece, Jeremías —grita—. Tiene que arrancar todo el pecado de su cuerpo. De su ser, de su alma impura.
—¡No! —grito— ¡No!
¡No! ¡No! ¡No!
—¡Jeremías!
—¡No! ¡Basta, por favor!
—Jere, soy yo. Mirame.
Abro los ojos e inspecciono el lugar y luego mi cuerpo. Me encuentro agitado y sudado. Toco mi rostro y tengo lágrimas en los ojos.
—Perdón... yo... creo que tuve una pesadilla.
—¿Estas bien? —Asiento—. Dejame traerte un vaso de agua.
—Por favor, no me dejes solo. Dame unos minutos, pero no te vayas.
Todavía tengo la sensación de sus golpes en mi cuerpo y su risa en mis oídos. Mi carne está sensible como si en verdad hubiese recibido sus golpes. Aborrezco a mi madre.
Mi calzoncillo se siente húmedo y un poco pegajoso. Me miro por debajo de las sábanas y tengo una hermosa y latente erección, apretando.
—¿Qué soñaste para que te pongas así? ¿Soñaste con tu madre?
—No quiero hablar, Lucas.
—Ella no está acá. Está lejos de nosotros, no te puede lastimar, Jere—. Me acurruco a él y me aferro fuerte a su agarre— ¿Soñaste algo más?
—¿Por? —Agacha la mirada a mi erección.
Me alejo avergonzado de él.
Me abraza por detrás, besando mi hombro.
—¡Ey! No pasa nada. Es normal a mí me pasa todo el tiempo cuando te tengo cerca.
—¿Eso es un cumplido? Muy poético.
Gira mi cuerpo y nos quedamos cara a cara.
—Mirá —pide y agacha la vista a su bulto—. Yo estoy igual que vos.
Me besa la nariz, luego mi cachete, luego el otro, la frente y por último mi boca. Se sube a horcadas de mí.
Yo me quedo tieso, sin hacer ningún movimiento, pero en verdad quiero tocarlo. Él me observa expectante. Sé que espera alguna reacción de mi parte.
Llevo mi mano a su abdomen desnudo. No sé en qué momento de la noche se quitó la ropa. Apoyo mis dedos y acaricio con suavidad su piel. Él cierra los ojos y entreabre apenas la boca, dejándome ver sus bellos dientes.
Tiene la piel brillante y suave, me pregunto a qué sabrá su piel.
Se inclina a mí y me vuelve a besar, pero esta vez, con un poco más de intensidad.
—Lucas —Él se detiene y mira a mis ojos, expectante—. No puedo.
Mis ojos pican, pero hago fuerza para no derramar una lágrima más.
Soy lo que mi madre dice que soy. Aborrezco mi persona. Mis inclinaciones, mi deseo. Aborrezco todo de mí. Incluso, me aborrezco en este preciso instante.
Él se gira y se queda boca arriba sin tocarme.
Mi mente y mi cuerpo, al igual que mi corazón van direcciones opuestas. Se dirigen en caminos contrarios. Me siento devastado en cuerpo y alma.
—Yo...
—No digas nada. Está bien —Se pone de costado y me acaricia la mejilla—. Creo que es mejor que vuelva a mi habitación.
Besa mi frente y se retira.
Lo veo alejarse con la espalda erguida, sin siquiera mirar a mí.
La habitación se impregna de incertidumbre y malestar. Mi erección sigue intacta y mi deseo vivo.
Juego con ella, apenas rozo mi bulto por encima de la tela. Hago un poco de presión, como muy bien sabe hacer Lucas en mí.
Mi saliva se espesa en mi boca y mi sangre fluye con rapidez a mis extremidades, hormigueando las puntas de mis dedos.
Meto mi mano por debajo de la tela, tocando directamente mi carne. Mi aroma me embriaga y llena mis fosas nasales. Un olor qué jamás había sentido en mi antes. Se siente suave y apetitoso.
Mi piel se siente caliente y suave. Es mucho más suave que cualquier otra parte de mi cuerpo.
Acaricio con la yema del dedo donde yace y crece mi humedad, mi propia humedad.
Trago duro, carraspeando un poco.
Presiono mi tronco, y comienzo de a poco, muy de apoco a contornearme en mi propia mano.
De mi garganta se desprenden gemidos, poco audibles, poco perceptivos.
Cierro los ojos adentrándome a mi depravación. Recordando sus besos y sus caricias. Su mirada directo a mis ojos y a mi cuerpo.
Aumento un poco más el ritmo e inclino mi pelvis a mi agarre.
Dios. Dios. Dios.
Un poco más.
Estoy aturdido, los oídos silban y mi visión se nubla por los lágrimas acumuladas.
Mis gemidos son más ronco y dolorosos, raspan lo garganta. Me dejan sin aire y embotado.
Mis piernas se entumecen y eyaculo de golpe en mi mano. Un líquido espeso y viscoso me ensucia. Mucho más aún de lo que ya estoy.
Me acurruco a mi propio cuerpo con el calzoncillo a medio bajar y me siento sucio.
Mi madre tiene razón en todo lo que dice de mí. Ella solo quiere enderezarme. Y yo aquí en la casa de mi abuelo agonizando, haciéndome una paja por primera vez.
Levanto la vista y me encuentro con el rosario de madera colgado en la pared.
Sé y confirmo, que el infierno es mi destino.
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